22 de enero de 2019

INTRODUCCIÓN GENERAL A LOS SUBGÉNEROS DE LA LÍRICA


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Debemos partir del hecho de que algunos géneros líricos suelen cruzarse con formas métricas concretas, como ocurrió en la literatura grecolatina (el poema épico se ligó al hexámetro, la elegía al dístico, etc.) y   como sucede en castellano con el soneto, la canción, el epigrama, el romance…

En todo caso, la crítica ha realizado diversas clasificaciones atendiendo a variados criterios, de las que señalamos las siguientes

 

1. ATENDIENDO AL ORIGEN DE SUS FORMAS (A. GARCÍA BERRIO Y J. HUERTA CALVO).

Atendiendo al origen de sus formas, A. García Berrio y J. Huerta Calvo clasifican los subgéneros de la lírica como:

I. FORMAS EN VERSO.

Pueden ser populares o cultas.

  1. FORMAS POPULARES. Son géneros que inicialmente se transmitieron de manera oral, anónima, formando el corpus de la lírica tradicional, independientemente de que, a partir de los Siglos de Oro, los poetas cultos los hayan admitido en su repertorio junto a sus composiciones cultas.

En España tenemos múltiples subgéneros: de tipo amoroso (desde las jarchas mozárabes, a las cantigas de amigo galaico-portuguesas y los villancicos o canciones de labores domésticas, festivas, castellanas), el romance (nacido a la sombra y hermano del poema épico), la endecha  (elegía popular de versos cortos), etc.

  1. FORMAS CULTAS. Distinguen a su vez las formas clásicas grecolatinas de las originadas en la Edad Media y los Siglos de Oro.

GRECOLATINAS. Son géneros cultos vinculados inicialmente a ritos colectivos o festividades. Así tenemos el himno (que expresa sentimientos o ideales religiosos, patrióticos, guerreros…), la oda (canción amorosa, de tono reflexivo o de ensalzamiento a héroes, atletas, etc.), la anacreóntica (poema breve que invita a gozar de los placeres sensuales), la elegía (que expresa sentimientos de dolor, bien por un suceso individual bien por un acontecimiento colectivo, estando muy unida a la muerte), la poesía bucólica (que presenta escenas idealizadas de la vida campestre), la poesía  pastoril (diálogos de ficticios pastores que analizan los efectos del amor), la sátira (poesía que censura vicios, defectos o ridiculeces) y el epigrama (poesía breve, condensada, inicialmente destinada a inscripciones conmemorativas o epitafios, luego de tono satírico-burlesco).

MEDIEVALES Y DE LOS SIGLOS DE ORO. En la Edad Media se desarrollaron diversos géneros a impulso de la cultura trovadoresca provenzal, como la cançó (que generará la canción castellana), el sirventés (de tono satírico, atacando a personas o instituciones, y que generó el decir castellano), la tensó (o disputa entre dos trovadores), el alba (o canción de amanecer), la pastorela (o diálogo requiriendo amores un caballero a una pastora, que producirá la serranilla o canción de serrana castellana), y otras formas recogidas en los Cancioneros. Los poetas italianos del dolce stil nuevo, que transforman a la amada en un ser angelical, continuados por Dante y Petrarca, producirán en España la denominada canción  petrarquista, con un amplio desarrollo de variantes a través del endecasílabo y heptasílabo (soneto, silva, etc…). Junto a estas formas, emergerá la dança de la muerte.

II. FORMAS PROCEDENTES DE LA PROSA.

Tomadas de formas en prosa, tenemos algunos subgéneros, como la epístola poética (que no es una mera carta en verso, sino que desde una exposición didáctico-doctrinal tratará diversas materias), la leyenda en verso (género auspiciado por el Romanticismo), los poemas en prosa (que prescinden del metro y la rima, pero de gran musicalidad).

[Cfr.: García Berrio, A. et Huerta Calvo. J. Los géneros literarios: sistema e historia. Madrid: Cátedra, 2006, pp. 151-167].


2. ATENDIENDO AL PÚBLICO AL QUE SE DIRIGE (K. SPANG).

Atendiendo al público al que se dirige, podemos clasificar los subgéneros de la lírica como:

a) LÍRICA COLECTIVA, SOCIAL O CANCIONERIL: es la más antigua y se origina con la costumbre de cantar durante las actividades colectivas. En nuestra cultura se plasmó al principio en la lírica coral griega y en el acompañamiento de las recitaciones con la lira, la citara o la flauta.

En relación con este origen oral, es comprensible, pues, su recepción auditiva y no visual y que, a menudo, sea presentada por coros o grupos, de donde su frecuente forma dialogada.

Su temática comprende todos acontecimientos de la vida social, desde la cuna hasta la muerte, pasando por el trabajo, el amor, la guerra, las estas, etc.

Su lenguaje es sencillo, lo que influye en el léxico, la métrica y la sintaxis y hasta en la brevedad de su extensión, abundando los elementos de reiteración, como los estribillos, el ritmo y las rimas.

El tono suele ser ligero, lúdico o satírico.

Como su función es la de incitar al esfuerzo colectivo, tiene un carácter socializante, por lo que contrasta con el hermetismo de la poesía intimista.

b) LÍRICA MONOLÓGICA, FONOLÓGICA O INTIMISTA: es más subjetivista, individualista. Nace y renace siempre que se exalta el yo, como en el Idealismo y el Romanticismo. Tiene afán de originalidad y de innovación, y surge siempre que se va en contra de lo establecido y de los modelos tradicionales.

Es difícil de caracterizar con trazos esquemáticos uniformes y homogéneos. Aunque se cultivan formas tradicionales como la elegía, la oda, el himno, el epigrama.

La concepción general es intimista, pero también se dan las formas comprometidas o sociales.

Temáticamente abarca todo, desde la intrascendencia cotidiana a las más osadas reflexiones sobre los temas más profundos, pasando por lo insólito, lo lúdico o lo burlesco.

En su lenguaje, coexisten las fórmulas convencionales más osadas hasta la renuncia al lenguaje coherente.

En esta lírica, crece considerablemente la importancia de lo visual (se lee, en silencio, en forma de libro, con manipulaciones tipográficas y visuales).

[Cfr.: Spang, Kurt. Géneros literarios: Madrid, Síntesis, 2011].


3. ATENDIENDO A LA ACTITUD DEL YO (W. KAYSER).

La inspiración surge del objeto lírico, es decir, algo que al poeta le produce algún tipo de sentimiento o emoción, que él expresa a través de su obra. Puede ser la persona amada, un lugar que le traiga recuerdos, la primavera, la patria o hasta objetos comunes, como una cebolla. En la misma línea, pero ligeramente diferente, es el motivo o tema de la obra poética, es decir, la situación, idea, emoción o sentimiento en torno al cual se construye el poema. Por ejemplo, en Me gustas cuando callas, de Neruda, el objeto lírico es la amada y el tema o motivo es el miedo a su pérdida.

W. Kayser distingue tres actitudes básicas del YO lírico, fundamentales en un texto poético, según la relación entre lo objetivo (la realidad) y lo subjetivo (la visión del poeta), y que son: enunciación lírica o referencial, apóstrofe lírico o apelativa y lenguaje de canción o lírica. Éstas dan lugar, a su vez, a tres formas fundamentales de lírica.

a) EL YO LÍRICO CONTEMPLA EL MUNDO EXTERIOR: es la actitud de enunciación lírica.

Da lugar a poemas que ofrecen  ‘objetividad’ (un hecho, un paisaje, una idea, etc.) ante la que ha vibrado el yo lírico. Indica una disposición del ánimo del poeta, mediante la cual él intuye o capta un ente (externo al yo); lo interioriza y luego lo expresa. Es decir, el YO lírico declara algo de modo narrativo, cuenta o describe.

Hay varias subformas:

  • Cuadro: expresión del sentimiento del poeta ante lo que contempla y del objeto contemplado;
  • Idilio: cuadro pequeño, forma poética breve que interpreta idealmente un aspecto de la naturaleza;
  • égloga:  de tipo bucólico o pastoril, se trata de un poema de mayor extensión;
  •  epigrama: expresa con brevedad, precisión y agudeza una única idea o pensamiento principal, generalmente de modo satírico o festivo;
  • Epitalamio: de formato corto, se dedica al deseo de felicidad y toda clase de buenaventuras a los recién casados;
  •  poemas lírico-narrativos,
  • poemas lírico-filosóficos,
  • epístolas,
  •  formas mixtas (fábulas, baladas y romances).

b) EL YO LÍRICO ESTABLECE UN DIÁLOGO CON UN TÚ PERSONAL: es la actitud de apóstrofe lírico o apelativa.

Aquí el hablante se dirige en forma directa a alguien. Señala cómo lo objetivo y lo subjetivo se encuentran, se influyen, se excitan y se desarrollan. El motivo externo se transforma en tú, produciéndose diversas variantes:

  •  Oda: el poeta, henchido de entusiasmo, canta la vida de los seres humanos con grave entonación o tono placido y sereno, elogiando la amabilidad, el mérito, la belleza…
  •  Himno: es la variante dedicada al de las fuerzas superiores, el triunfo de unos atletas, los ideales de un pueblo, el valor de los soldados, etc. Su tono es profundo y solemne. Destacan el ditirambo, cantando en las bacanales, el epinicio, dedicado al vencedor en las olimpiadas, el salmo, de naturaleza religiosa, etc.
  •  Madrigal: el es una persona y se trata de una poesía afectiva y delicada, que canta al amor o a la gracia.
  • Sátira: poema generalmente con carácter crítico, humorístico o cómico.
  • Elegía: poema surgido ante el estallido de dolor que causa la desgracia o la muerte de seres queridos.
  • Dolora: composición sentimental y afectuosa, que evidencia la enseñanza de la vida y los azares del corazón.

c) EL YO DEL POETA SE HA FUNDIDO EN EL TÚ-MUNDO, y se expresa en una profunda emoción intima, produciendo la forma que se suele denominar lenguaje de canción o actitud carmínica, que encierra lo más hondamente lírico, subjetivo y sintético al anular la alteridad del eso y del y quedar solamente el poeta a solas con sus esencias. Es la actitud más auténticamente lírica. La manifestación lírica es la simple autoexpresión del estado de ánimo o de la interioridad anímica del poeta, del YO. El poeta eleva su canto desde sí mismo. Aquí todo es interioridad anímica que se expresa a sí misma.

[Cfr.: Kayser, W. Interpretación y análisis de la obra literaria. Madrid: Gredos, 1970].


4. NUESTRA CLASIFICACIÓN.

Rafael Lapesa estableció una clasificación, que sólo parcialmente podemos seguir, pues divide el género en poemas líricos mayores (himno, oda, elegía y canción), poemas líricos menores (soneto, romance lírico, letrilla y villancico, glosa, madrigal y anacreóntica; formas modernas de poemas breves y composiciones en verso libre), lírica de tradición popular (cancioncillas, coplas, seguidillas, serranilla y endechas), poesía bucólica y subgéneros líricos inspirados en modelos clásicos (sátira, epístola y epigrama).

[Cfr.: Lapesa, Rafael. Introducción a los estudios literarios. Madrid: Cátedra, 2008, pp. 139-148].

Lo mismo nos ocurre con lo expuesto por Fernando Cabo Aguinolaza o Carlos Reis.

[Cfr.: Cabo Auinolaza, F. Teorías sobre la lírica. Madrid: Arco Libros, 1999.
Reis, Carlos. Comentario de textos. Metodología y diccionario de términos literarios. Madrid: Gredos, 1978].
.

En nuestra propuesta establecemos diversas adiciones y matices.

 

SUBGÉNEROS MAYORES:

 

1. CANCIÓN.

En primer lugar debemos distinguir entre canción popular, que es anónima, cantada por el pueblo, generada anónimamente (inicialmente) y que no suele ajustarse a una métrica precisa (como en la Edad Media, con su dis­posición parale­lística y de estri­billo), y canción culta, cultivada en origen en Provenza, expresando senti­mientos amorosos, en las que el yo lírico del trovador hablaba de las relaciones sentimentales con su amada, dentro del conven­cionalismo erótico del amor corté­s, y que posteriormente será desarrollada por poetas individuales y cultos.

Por otro lado, también podemos entender por canción cualquier texto poético que se pueda cantar, como aparece en Berceo o en el “Libro de Alexandre”, por lo que can­ciones son las jarchas, los vil­lancicos, las cantigas, etc.

En las colecciones del siglo XV parece aplicarse este término a un tipo de composiciones que se encabezan con un mote no popular ni populari­zante (caracte­rística que las diferencias del villancico) y una serie de coplas de longitud variable que introducen en su fin­al la disposición métrica de la cabeza, a veces la rima, en otras ocasiones alguna parte íntegra de la cabeza.

La canción puede con­star de una sola estrofa (además de la cabeza o mote) o de varias (con frecuencia tres), a las que puede acompañar una finida, como, por ejemplo, ocurre en las ser­ranillas del Mar­qués de Santil­lana.

En Italia adquirió su forma definitiva en estancias rematadas por un "commiato" o "envío­", des­cendiendo directamente de la cançó provenzal.

Boscán y Garcilaso la intro­ducirán en España en el Rena­cimiento.  Así, en el Renacimiento se dará el nombre de canción a toda poesía escrita en estancias o lir­as, ya fuera amorosa, ya se trata­ra de una oda o elegía de otro ca­rácter.

En cualquier caso, la var­iedad es múltiple, pues tenemos canción alirada, de amigo, clásic­a, grave, italiana, laudatoria, libre, ligera, medieval, panegíri­ca, paralelística, petrarquista, pindári­ca, provenzal y trovadores­ca.

¡Muy graciosa es la doncella!
¡Cómo es bella y hermosa!
Digas tú, el marinero
que en las naves vivías,
si la nave o la vela o la estrella
es tan bella.
Digas tú, el caballero
que las armas vestías,
si el caballo o las armas o la guerra
es tan bella.
Digas tú, el pastorcico
que el ganadico guardas,
si el ganado o los valles o la sierra
es tan bella.
(Gil Vicente)


¡Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña en este
mundo de duelo y aflicción.

Miraba como el alba pura,
sonreía como una flor.
Era su cabellera oscura,
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño;
ella, naturalmente, fue
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

¡Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer (...).

(Rubén Darío)


2. ÉGLOGA.

El subgénero lírico "égloga" (que etimológicamnete significa 'elección, selección') nace emparentado con la literatura bucólica (relativa al 'pastor de bueyes'), y que no debe confundirse con la pastoril (en la Edad Media hubo literatura pastoril —pastorellas, serranillas...—, mero juego lírico cortesano, pero no bucólico, como nos recordó Jesús Gómez).
[Gómez, Jesús. "Sobre la teoría de la bucólica en el Siglo de Oro: hacia las églogas de Garcilaso", in Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 10 (1991-1992), pág. 117].

En efecto, debemos rastrear sus orígenes en Teócrito de Siracusa (ca. 310 - 260 a.d.n.e.), que compuso unos Idilios (etimológicamente εἰδύλλιον significa 'escena, pequeño cuadro'), y que dan la forma primera al subgénero bucólico o idílico pastoril. Quizá inicialmente estuvo conexa con los cantos a Dionisos por parte de los pastores de la isla de Cos, por lo que acabó relacionándose la actividad de los 'boyeros' -βουκόλος, de ahí bucólico (βουκολικός)- con el canto pastoril, en un escenario campestre -alejado del entorno urbano-, y donde los motivos de flores, árboles, brisas, aves, abejas y alba son repetidos. Esta naturaleza, bien sean las tierras de Siracusa, bien las referidas a los frondosos bosques y prados fértiles de Arcadia (en el Peloponeso, la tierra del dios Pan, el dios de los pastores), será contemplada externamente y nunca se funde con los sentimientos del poeta.

IDILIO XI: El cíclope,

de Teócrito de Siracusa.

Traducción de Ipancro Acaico
(México: Imprenta de Ignacio Escalante, 1877).


Ningún remedio contra Amor, ni ungüento
Ni leves polvos hay, según noticias,
Sino las Musas; gran medicamento,
Que aunque germina en nuestro suelo ¡oh Nicias!
No es el poder hallar fácil intento.
Y tú, que de las Nueve eres delicias,
Y de la ciencia médica las llaves
Tienes al mismo tiempo, bien lo sabes.

Así pasaba plácida la vida
Aquí en Sicilia el Cíclope afamado
Polifemo el de antaño, a la garrida
Galatea siguiendo enamorado.

El bozo aun no cubría la encendida
Mejilla, ni su labio nacarado;
Y no nutrían rosas ni manzanas
Su ciego amor, mas furias inhumanas.

Nada cuidaba ya: del monte al hato
La grey tornaba sin pastor ni guía;
A su bella cantando el insensato
Desde el alba
en la playa se escocía:
De Venus le causó tal arrebato
El dardo que en el pecho hondo tenía.
Halló el remedio; así con tosca boca
Mirando al mar, cantaba en alta roca:

¿Por qué, cándida Ninfa Galatea,
Del que rendido te ama huyes esquiva?
Tu pura tez cual requesón blanquea.
Y más que un ternerillo eres altiva;
Cual uva que inmatura verdeguea
Amarga, y que un cordero más festiva,
Llegas si al dulce sueño cierro el ojo,
Y al despertar, de huir te viene antojo.

Huyes de mí cual tímido cordero
Huye al mirar al espumante lobo.
¡Niña! De tí me enamoré primero
Cuando mi madres y tú, bajo aquel pobo
Jacintos deshojabais: yo el sendero
Al monte os enseñé, y en dulce arrobo
Me tienes hoy, y siempre, desde entonce;
Mas tú, lo sé, ¡por Jove! eres de bronce.

¡Bellísima mujer! ¿Por qué se aleja
De mí tu corazón, mi amor comprende?
¿Es porque una tan solo, hirsuta ceja
Por mi frente larguísima se extiende,
Que llega de una oreja a la otra oreja,
Y abajo un ojo solitario esplende?
¿Es porque encima de mi labio asoma
Ancha nariz desagraciada y roma?

Pero tal como soy, pacen millares
De ovejas pingües en el campo mío;

La mejor leche ordeño y bebo a mares,
Y queso no me falta, ya en estío,
Ya en medio del otoño lo anhelares
O del extremo invierno en lo más frío;
Y siempre están henchidos mis cestones
De frutas y variadas provisiones.

En pulsar la zampoña soy más diestro
Que ningún otro Cíclope en contorno,
Y cantándote a ti y el amor nuestro,
,
¡Mi prenda, mi manzana!, al hogar torno
A media noche. Para ti amaestro
Once venadas, de mi grey adorno,
Todas fecundas ya, con cervatillos,
Y de oso cuatro bellos cachorrillos.

Tuyo todo será. Ven y disfruta
De mi riqueza, y deja que las olas
Se estrellen en la playa:
tú en mi gruta
Más dulce vivirás conmigo a solas.
Laurel y vides de sabrosa fruta,
Cipreses tengo allí, hiedras y violas;
Y agua fresca me manda el Mongibelo
De nieve derretida,
don del cielo.

¿Quién vivir en el mar a tal prefiere?
De vello aunque me cubre áspero toldo,
Tengo leña de encino; y nunca muere
La lumbre de mi hogar bajo el rescoldo.
Pero sin ti, si tu desden me hiere,
A que se abrase mi alma yo me amoldo,
Y aun la única pupila con que veo,
Prenda la más valiosa que poseo.

¡Triste de mí! ¿Por qué no vine al mundo
Con aletas de pez? Tu rauda planta
Siguiéndote besara en lo profundo
Del piélago furioso que me espanta.
Diérate lirios blancos sin segundo
Y la amapola, cuyo rojo encanta:
Aquellos en invierno, ésta en verano,
Que darlos a la vez no está en mi mano.

¡Oh niña! Si arribare cierta nave
Aquí a nadar me enseñará siquiera
Un marinero audaz, que el arte sabe.
En el fondo del mar de esta manera
Probaré qué placer en vivir cabe.
¡Oh Galatea, sal! y una vez fuera
Tornar olvida a tu espumosa casa,
Como sentado aquí, a mí mismo pasa.

Ven a pacer conmigo mi rebaño,
Y la leche a ordeñar y a hacer el queso.
Sola mi madre es causa de mi daño
Que no te habló jamás de mi embeleso,
Aunque por ti miraba de año en año
Que me iba consumiendo hasta el exceso.
Diré que entrambos pies y la cabeza
Me duelen, y tal vez le dé tristeza.

¡Triste Cíclope, Cíclope! ¿Tu juicio
Adonde huyó? Mejor es que recuerdes
De tejer canastillas el oficio
Y a tus ovejas cortes ramas verdes.
Ordeña el animal a tu servicio:
Tras la cabra del monte ¿a qué te pierdes?
Hallar es fácil otra Galatea
Que más hermosa y menos fiera sea.

Mil vírgenes me invitan a la danza,
Y la noche que accedo al llamamiento
Respiran todas gozo y bienandanza:
¡Mi grandeza y valer no en vano siento!—

Fomentaba su amor y su esperanza
Polifemo cantando; y más contento
Pasaba así la vida placentera
Que si montones de oro poseyera.

Fueron continuadores de Teócrito, Mosco de Siracusa, Bión de Esmirna y otros autores.
[Cfr.: Brioso Sánchez, Máximo. Bucólicos griegos. Madrid: Akal, 1986.
______. “Teócrito y la bucólica”, in Anuario de Estudios Filológicos de la Universidad de Extremadura, 7 (1984), pp. 25-34.
García Teijeiro, Manuel et Molinos Tejada, María Teresa. Bucólicos griegos. Madrid: Gredos, 1986.
Körte, A. et Händel, P. La poesía helenística. Barcelona: Labor, 1973.]

Luego, en la literatura latina, en las “Bucólicas” de Virgilio (siglo I a.d.n.e.), se observará una alteración e innovación muy peculiar, convirtiéndose en una literatura de evasión y apartándose del modelo de Teócrito. Así, podemos indicar que hay en ellas menor apego a la realidad obser­vada, el paisaje se ideali­za, es un evidente "locus amoenus" (que sirve de decorado espacial: el prado, el arroyo, las umbrosas zonas que originan las copas de encinas, hayas, pinos, olmos..., pero también de espejo de los sentimientos del poeta) para crear la atmósfera utópica de la Arcadia, hecha mito y como tal reco­gida en autores posteriores, en la que los pastores pierden también sus rasgos realistas para transformarse en estilizaciones, más o menos abstrac­tas y simbólicas, pero salvadas de convertirse en estereoti­pos gracias al pathos melancólico con que el poeta revive y trans­figura en el muro pas­toril una muy precisa realidad histórica y personal. Todo ello en un ambiente de sensualidad y erotismo evidente, al son de la flauta cantando, y con marcados rasgos autobiográficos y de camuflaje y máscara de los personajes (Títiro será el propio Virgilio).

De este modo, principiamos afirmando que la lírica bucólica, y con ella las églogas,

« "descansa sobre el mito áureo, puesto que los pastores pretenden revivir las costumbres y modos de vida de la aetas dorada a fin de conseguir la felicidad [según Petriconi, H. “Uber die Idee des Goldenen Zeitalters als Ursprung der Schäferdichtungen Sannazaros and Tassos”, in Die Neueren Sprachen, 38 (1930), pp. 269-279]. El tópico del locus amoenus, imagen de una naturaleza armónica y armonizada con las criaturas que lo habitan, resulta casi indiscernible de la literatura pastoril. Supone un lugar agradable –árboles de protectora sombra, flores y frutos, pájaros y aguas cristalinas– que coincide con la imagen bíblica del Paraíso. Precisamente, este lugar –de modo análogo al Edén bíblico–, mediante la transfiguración poética, llega a ser identificado con lugares simbólicos, cercanos luego a la noción de utopía. Es el caso de la Arcadia, convertida por Virgilio en territorio mítico donde es posible el otium creador y el goce pleno de los sentidos, donde el paisaje idealizado se despliega en erotismo y los pastores acceden a un modo de vida traducido en las artes del canto bucólico y en las estrategias del amor».
[Battistón, Dora. "El género pastoril: de Teócrito a la bucólica cristiana. La poesía de Paulino de Nola", in Circe, 11 (2007), pág. 65].

Además, según explicó el profesor Vicente Cristóbal, las églogas virgilianas serán más dramáticas (de estructura dual, dialogada, casi como una pequeña pieza teatral) que narrativas o exegemáticas (monódicas, esto es, un monólogo), y, como su tema es el amoroso (generalmente desgraciado) será un lugar común la "queja amorosa" (querimonia) y el motivo del 'destierro', incorporando ocasionalmente epitafios o epigramas fúnebres, al igual que las listas de sucesos legendarios y metamórficos.
[Cfr.: Cristóbal, Vicente. "Fronteras de la poesía bucólica virgiliana con otros géneros poéticos", in Los géneros literarios. Actes del VIIè Simposi d'Estudis Clàssics (21-24 de març de 1983). Barcelona: UAB, 1985, pp. 277-285].

ÉGLOGA V, de Virgilio: Menalcas y Mopso

MENALCAS.- ¿Por qué, ¡oh Mopso!, ya que ambos somos hábiles,
tú en tañer el leve caramillo y yo en cantar versos,
no nos sentamos aquí, entre estos olmos enlazados con avellanos?
CUR non, Mopse, boni quoniam convenimus ambo,
tu calamos inflare levis, ego dicere versus,
hic corylis mixtas inter consedimus ulmos?

MOPSO.- Mayor eres que yo, y justo es, Menalcas,
que yo te obedezca, bien nos sentemos bajo las movibles sombras 5
que cambian con los céfiros, o mejor en aquella cueva;
mira cómo esparce por ella la vid silvestre sus escasos racimos.
Tu maior; tibi me est aequum parere, Menalca,
sive sub incertas zephyris motantibus umbras, 5
sive antro potius succedimus: aspice, ut antrum
silvestris raris sparsit labrusca racemis.

MENALCAS.- Solo Amintas en nuestras montañas es capaz de competir contigo.
Montibus in nostris solus tibi certat Amyntas.

MOPSO.- ¿Qué conmigo? Presume él al mismo Apolo aventajar en el canto.
Quid, si idem certet Phoebum superare canendo?

MENALCAS.- Empieza, Mopso, el primero, y canta, si de ellos sabes,
los amores de Filis, los loores de Alcón o el combate de Codro.
Empieza; Títiro nos apacentará los cabritos.
Incipe, Mopse, prior, si quos aut Phyllidis ignes, 10
aut Alconis habes laudes, aut iurgia Codri:
incipe, pascentis servabit Tityrus haedos.

MOPSO.- Mas bien probaré a cantar estos versos, que escribí poco ha
en la corteza de una verde haya a medida que los iba entonando,
y haz que venga luego Amintas a competir conmigo. 15
Immo haec, in viridi nuper quae cortice fagi
carmina descripsi et modulans alterna notavi,
experiar, tu deinde iubeto ut certet Amyntas. 15

MENALCAS.- Cuanto es inferior el flexible sauce al pálido olivo,
cuanto lo es el humilde espliego a los purpúreos rosales,
tanto, en mi sentir, te es inferior Amintas.
Mancebo, no digas más; ya hemos llegado a la cueva.
Lenta salix quantum pallenti cedit olivae,
puniceis humilis quantum saliunca rosetis,
iudicio nostro tantum tibi cedit Amyntas.
sed tu desine plura, puer; successimus antro.

MOPSO.- Las Ninfas a Dafnis, muerto de cruel manera, 20
lloraban
: testigos de su llanto fuisteis vosotros, ¡oh avellanos y oh ríos!,
cuando, abrazada al mísero cuerpo de su hijo,
la madre llamaba crueles a los dioses y a los astros.
Ningún zagal en aquellos días llevó a abrevar
sus ya apacentados bueyes, ¡oh Dafnis!, a los frescos ríos,
ningún cuadrúpedo bebió en las corrientes ni rumió la grama de los prados. 25
Los agrestes montes y las selvas repiten que hasta los leones
africanos, ¡oh Dafnis!, lloraron tu muerte.
Dafnis nos enseñó a uncir al carro los tigres armenios,
Dafnis a celebrar las fiestas de Baco 30
y a entretejer los flexibles tirsos con blandas hojas.
Como la vid es gala de los árboles, la uva de las vides;
como los toros son la de los rebaños y las mieses la de los pingües sembrados,
tú eras la gala de los tuyos; desde que te arrebataron los Hados,
la misma Pales, el mismo Apolo, han abandonado nuestros campos. 35
Muchas veces en los surcos en que sembramos robusto grano
solo nacen miserable cizaña y avenas locas;
en vez de la blanda viola, en vez del purpúreo narciso,
brotan el cardo y el punzante espino.
Esparcid hojas por la tierra, cubrid de sombras las fuentes,
¡oh pastores!; Dafnis quiere que se le rinda este tributo,
y labrad un túmulo y en el túmulo poned esta canción:
"Yo soy Dafnis, conocido en estas selvas, de donde hasta los astros

llegó mi fama, de hermosa grey, pastor mas hermoso todavía."
Extinctum nymphae crudeli funere Daphnim 20
flebant; vos coryli testes et flumina nymphis;
cum complexa sui corpus miserabile nati,
atque deos atque astra vocat crudelia mater.
Non ulli pastos illis egere diebus
frigida, Daphni, boves ad flumina; nulla neque amnem 25
libavit quadrupes, nec graminis attigit herbam.

Daphni, tuum Poenos etiam ingemuisse leones
interium montesque feri silvaeque loquuntur.
Daphnis et Armenias curru subiungere tigres
instituit; Daphnis thiasos inducere Bacchi, 30
et foliis lentas intexere mollibus hastas.
Vitis ut arboribus decori est, ut vitibus uvae,
ut gregibus tauri, segetes ut pinguibus arvis,

tu decus omne tuis. Postquam te fata tulerunt,
ipsa Pales agros atque ipse reliquit Apollo. 35

Grandia saepe quibus mandavimus hordea sulcis,
infelix lolium et steriles nascuntur avenae;
pro molli viola, pro purpureo narcisso,
carduus et spinis surgit paliurus acutis.
Spargite humum foliis, inducite fontibus umbras, 40
pastores, mandat fieri sibi talia Daphnis;
et tumulum facite, et tumulo superaddite carmen:
DAPHNIS EGO IN SILVIS HINC VSQUE AD SIDERA NOTVS
FORMONSI PECORIS CVSTOS FORMONSIOR IPSE.

MENALCAS.- Tu canto ha sido para mí, ¡oh divino poeta!,
cual el sueño sobre la hierba para el que va fatigado, 45
cual el agua dulce de un manantial para el que en ella apaga la sed en el estío.
Ni solo en tañer el caramillo, mas también en la voz igualas a tu maestro,
¡oh afortunado mancebo!, igual a él serás tú.
Yo entre tanto, a mi vez, cantaré como pueda mis versos
y levantaré a tu Dafnis hasta el cielo. 50
Hasta el cielo le levantaré; que también a mí me quería Dafnis.
Tale tuum carmen nobis, divine poeta,
quale sopor fessis in gramine, quale per aestum 45
dulcis aquae saliente sitim restinguere rivo:

nec calamis solum aequiparas, sed voce magistrum.
[Fortunate puer, tu nunc eris alter ab illo.]
Nos tamen haec quocumque modo tibi nostra vicissim
dicemus, Daphnimque tuum tollemus ad astra; 50
Daphnin ad astra feremus: amavit nos quoque Daphnis.

MOPSO.- ¿Y cual don hay mayor que ése para mí?
Digno es el mancebo de que tú cantes,
y ya hace tiempo que me elogió Stimicón esos versos tuyos.
An quicquam nobis tali sit munere maius
Et puer ipse fuit cantari dignus, et ista
iam pridem Stimichon laudavit carmina nobis.

MENALCAS.- Maravillado contempla Dafnis radiante de blanca luz las para él desconocidas puertas del Olimpo 55
y mira bajo sus pies las nubes y las estrellas;
por eso se regocijan las selvas, y los campos,
y Pan, y los pastores, y las vírgenes Dríadas,

y el lobo no hostiga el ganado, ni las redes tendidas a los ciervos;
ofrecen asechanzas, el buen Dafnis quiere para todos la paz. 60
Hasta los fragosos montes alzan a las estrellas gritos de alborozo;
las mismas rocas, los arbustos mismos prorrumpen en cánticos,

repitiendo: Dafnis es un dios. Menalcas, sí, es un dios.
¡Oh!, sé bondadoso y propicio para los tuyos! Ve aquí cuatro altares;
ve aquí dos para ti, ¡oh Dafnis!, y los otros dos para Febo. 65
Te consagraré dos copas llenas de espumosa leche recién ordeñada cada año
y otras dos del pingüe zumo de la oliva,
y alegrando sobre todo los festines con el mucho beber,
al amor de la lumbre, si en invierno, y a la sombra, si en verano,
echaré con profusión en las copas los vinos del Arviso, nuevo néctar. 70
Cantarán para mí Dametas y el licio Egón,
y Alfesibeo remedará las danzas de los sátiros.
Siempre te dedicaremos estas fiestas cuando solemnes votos
tributemos a las Ninfas y purifiquemos los campos.
Mientras los jabalíes moren en las cumbres de los montes y los peces en los ríos, 75
mientras las abejas liben el tomillo y las cigarras el rocío,
siempre vivirán entre nosotros tu gloria, tu nombre y tus loores.
Como a Baco y a Ceres, así sus votos todos los años
los agricultores te ofrecerán, y tú, como ellos, los obligarás con tus favores a cumplirlos.
Candidus insuetum miratur limen Olympi, 55

sub pedibusque videt nubes et sidera Daphnis.
ergo alacris silvas et cetera rura voluptas
Panaque pastoresque tenet, Dryadasque puellas;
nec lupus insidias pecori, nec retia cervis
ulla dolum meditantur: amat bonus otia Daphnis. 60
ipsi laetitia voces ad sidera iactant

intonsi montes; ipsae iam carmina rupes,

ipsa sonant arbusta: 'Deus, deus ille, Menalca.'
Sis bonus O felixque tuis! En quattuor aras:
ecce duas tibi, Daphni, duas altaria Phoebo. 65
pocula bina novo spumantia lacte quotannis,

craterasque duo statuam tibi pinguis olivi,
et multo in primis hilarans convivia Baccho,
ante focum, si frigus erit, si messis, in umbra,
vina novum fundam calathis Ariusia nectar. 70
cantabunt mihi Damoetas et Lyctius Aegon;
saltantis satyros imitabitur Alphesiboeus.
Haec tibi semper erunt, et cum solemnia vota
reddemus Nymphis, et cum lustrabimus agros.
Dum iuga montis aper, fluvios dum piscis amabit, 75

dumque thymo pascentur apes, dum rore cicadae,
semper honos nomenque tuum laudesque manebunt;
ut Baccho Cererique, tibi sic vota quotannis
agricolae facient: damnabis tu quoque votis.

MOPSO.- ¿Con cuáles dones, con cuáles podré remunerar tales versos?
Porque no me recrean tanto ni el fresco soplo del austro,
ni el rumor de las playas batidas por las olas,
ni el de los ríos que se deslizan por entre pedregosas cañadas.
Quae tibi, quae tali reddam pro carmine dona? 80
Nam neque me tantum venientis sibilus austri,
nec percussa iuvant fluctu tam litora, nec quae
saxosas inter decurrunt flumina valles.

MENALCAS.- Lo primero te daré esta delicada flauta;
ésta es la que me enseñó a cantar: "Coridón ardía de amor por el hermoso Alexis";85
ella me enseñó también: "¿De quién es ese rebaño? ¿Es acaso de Melibeo?"
Hac te nos fragili donabimus ante cicuta:
haec nos, 'Formosum Corydon ardebat Alexim,' 85

haec eadem docuit, 'Cuium pecus, an Meliboei?'

MOPSO.- Pues toma tú, Menalcas, este cayado, vistoso con sus nudos iguales y guarnecido de acero.
Muchas veces Antígenes me rogó que se lo diera, sin conseguirlo,
y eso que tan digno de se ser amado entonces merecía.
At tu sume pedum, quod, me cum saepe rogaret,

non tulit Antigenes -et erat tum dignus amari-
formosum paribus nodis atque aere, Menalca.

El subgénero, continuado por Tito Calpurnio y Olimpio Nemesiano, irá desapareciendo prácticamente durante la Edad Media (son escasas las muestras, destacando las cuatro églogas de un desconocido Marco Valerio -del siglo XII-).

En este período es cuando se entenderá la égloga como un género mixto, entre lo lírico y lo dramático (pues es funda­mental el diálogo lírico entre los personajes), y ligado a un estilo, el “humilis stylus” de la rueda virgiliana, que fue definido por Servio en su "Vergilii carmina commentari" así: «Tres enim sunt characteres, humilis, medius, grandiloquus: quos omnes in hoc invenimus poeta. nam in Aeneide grandiloquum habet, in Georgicis medium, in Bucolicis humilem pro qualitate negotiorum et personarum: nam personae hic rusticae sunt, simplicitate gaudentes. a quibus nihil altum debet. requiri») y que alcanza aquí su plenitud.
[Cfr.: Cristóbal, Vicente. "Las 'Églogas' de Virgilio como modelo de un género", in La poesía del Siglo de Oro. Géneros y modelos. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2008, pp, 23-56].

Jacopo Sannazaro
Pero nuevamente se revita­lizó en España a partir del siglo XV, por la influencia directa de Virgilio, por una parte, de Dante (compuso dos églogas epistolares), Petrarca con sus 12 églogas, que conforman el 'Bucolicum carmen') y Boccaccio (con 16 obras, que conforman su 'Bucolicum carmen', además de la égloga en vulgar incluida en el 'Ameto'), por otra, y, fundamentalmente, por la antología de las "Bucoliche elegantissime" compilada por Bernardo Pulci y publicada en 1481, y la reciente aparición del prosimetro -obra en la que se alternan la prosa y el verso- de la Arcadia (en 1481 estaba escrita y se publicó en 1504) de J. Sanna­zaro, por otra.

El paisaje interesará mucho al humanismo, como la Naturaleza toda. Esto, unido a la revalorización grecolatina, la búsqueda del hombre bueno y el perdido Paraíso, el neoplatonismo y el epicureísmo renaciente y paganizante, etc., incentivarán el nuevo empuje que se dará durante el Renacimiento a las "églogas" y el mundo bucólico. Ahora bien, en este momento se produce otra inflexión, pues el libro de Sannazaro supuso una evolución del código, ya que, a pesar de mantener algunos elementos temáticos (el paraíso arcádi­co, los personajes típicos, etc.), se cambia el signifi­cado y la simbología de esas presencias, ahora ligadas a un mundo cortesano, refinado y mundano (teniendo en su elaboración posterior, como contrapunto, una cristianización que trueca el 'locus amoenus' por un 'locus eremus' propio para el hombre ermitaño y solitario, que reflexiona sobre el abandono de los placeres-males de este mundo, evita toda referencia pagana mitológica, etc.).

Además, esta nueva muestra de lírica bucólica, continuando con la triple vertiente ya empleada por Virgilio, y continuada por Garcilaso, seguirá distinguiendo entre la égloga pura (o dramática), si sólo está consti­tuida por el diálo­go de los per­sonajes, la égloga mixta, si éstos van precedidos y/o seguidos por un texto ajeno al diálogo, combinando diálogo y narración, y la netamente exegemática o narrativa. Es así como de la égloga surgirá la novela pastoril, por un lado, y, por otro, el teatro renacentista de Juan de la Encina y otros.
[Cfr.: Fosalba, Eugenia. "Égloga mixta y égloga dramática en la creación de la novela pastoril", in López Bueno, Begoña (dir.). La égloga. VI Encuentro Internacional sobre poesía del Siglo de Oro (Universidades de Sevilla y Córdoba, 2023 de noviembre de 2000). Sevilla: Univ. de Sevilla, 2002, pp. 121-182].

Más aún cuando evolucione a lo largo del Siglo de Oro, propiciará que en la égloga se in­tercalen poemas o textos de distinta naturaleza (“Las selvas de Aranjuez”, termi­nan en un canto amebeo, p. ej.).

[Cfr.: Bayo, Marcial José. Virgilio y la pastoral del Renacimiento (1480-1550). Madrid: Gredos, 1970.
Brocchetta, Vittore. Sannazaro en Garcilaso. Madrid: Gredos, 1976.
López Estrada, Fco. Los libros de pastores en la literatura española. La órbita previa. Madrid: Gredos, 1974].

De esta suerte, la égloga podremos decir que se em­parentará con la comedia antigua (convirtiéndose en un subgénero dramático). Así, las prime­ras églogas de nuestra literatura son las "traducciones" que Juan del Encina hace de las de Virgilio, con una interpretación alegórica medieval todavía, adecuándol­as a su tiempo, y continuadas por sus propias obras teatrales y por las de Lucas Fernández. Ahora bien, en las Églogas de Encina, los pastores no son bucólicos, no están idealizados, sino que o son pastores cazurros transformados por el dios Amor o son nobles con enmascarados como pastores. Recordemos, para entender su difusión, que W. Leonard Grant señaló que las obras dramáticas de pastores de Gil Vicente sirvieron de entretenimiento cortesano, y James A. Anderson remarcó que "las traducciones de Encina estaban destinadas en parte a gente que no podía leer a Virgilio en latín, aunque también tiene en cuenta a los buenos conocedores de Virgilio y de la poesía española. Claro que también se da la vertiente fiel al estilo 'humilis' en las églogas de Lucas Fernández y en las de Gil Vicente".
[Egido, Aurora. "Sin poética hay poetas. Sobre la teoría de la égloga en el Siglo de Oro", in Criticón, 30 (1985), pág. 50].

[Cfr.: Anderson, James A. Encina and Virgil. Valencia: University, Mississipi Romance Monographs, 1974.
Grant, W. Leonard. Neo-Latin Literature and the Pastoral. The University of North Carolina Press, 1965].

De carácter esencialmente lírico serán las églogas de Garcilaso, cuya convención aprendió en Nápoles, y que consti­tuirán el paradigma para las posterio­res en lengua castellana. Los cantos de los pasto­res se podrán organizar en forma alternada (“canto ame­beo”), o bien en dos o más largos textos (recodemos la Égloga I donde los soliloquios de Salicio y Nemoroso, alternándose, se convierten en verdaderos cantos elegíacos de tono amoroso y funeral).
[Cfr.: Quintana Tejera, Luis. "La égloga I de Garcilaso de la Vega y la mortificación de los amores contrariados", in Espéculo, 25 (2003), [in línea: http://www.ucm.es/info/especulo/numero25/egloga.html].

Garcilaso repetirá los modelos virgilianos, ese "locus amoenus" que convida a la reflexión y a la paz, y que irá empatizándose con la alegría o dolor del amante, hasta convertirse en reflejo de los sentimientos de cada personaje (como vemos en estos ejemplos: «...quando Salicio, recostado / al pie d'una alta haya, en la verdura / por donde una agua clara con sonido / atravessava el fresco y verde prado, / él, con canto acordado / al rumor que sonava / del agua que passava, / se quexava tan dulce y blandamente», Égloga I, vv. 45-54; o «...El dulce murmurar deste rüydo, / el mover de los árboles al viento, / el suave olor del prado florecido / podrían tornar d'enfermo y descontento / qualquier pastor del mundo alegre y sano», Égloga II, vv. 13-17; o, en los vv. 1146-1153: «Nuestro ganado pace, el viento espira, / Filomena sospira en dulce canto / y en amoroso llanto s'amanzilla; / gime la tortolilla sobre'l olmo, / preséntanos a colmo el prado flores / y esmalta en mil colores su verdura; / la fuente clara y pura, murmurando, / nos está combidando a dulce trato», etc.) o en imagen del propio dolor («No hay corazón que baste, / aunque fuese de piedra, / viendo mi amada hiedra / de m' arrancada, en otro muro asida, / y mi parra en otro olmo entretejida, / que no s'esté con llanto deshaciendo / hasta acabar la vida», Égloga I, vv. 133-139). De igual modo, debemos señalar que con Garcilaso, la égloga se hace intimista y se sentimentaliza, y la materia amorosa, cargada de neoplatonismo, concluye en convertir al pastor rústico en espejo de enamorados, donde el estilo medio es reforzado por los preceptistas humanistas.
[Cfr.: Bocchetta, V. Sannazaro en Garcilaso. Madrid: Gredos, 1976.
Gómez, Jesús. “El desarrollo de la bucólica a partir de Garcilaso y la poesía pastoril (siglo XVI)”, in Dicenda, Cuadernos de filología hispánica, 11 (1993), pp 171-196.
________. “Sobre la teoría de la bucólica en el Siglo de Oro: Hacia las églogas de Garcilaso”, in Dicenda, Cuadernos de filología hispánica 10 (1991-1992), pp 11-126.
Lapesa, Rafael. La trayectoria poética de Garcilaso. Madrid: Revista de Occidente, 1968.
López Bueno, Begoña. "La égloga, género de géneros", in La égloga. VI Encuentro Internacional sobre poesía del Siglo de Oro (Universidades de Sevilla y Córdoba, 2023 de noviembre de 2000). Sevilla: Univ. de Sevilla, 2002, pp. 9-22].
Para acceder a la lectura de las tres églogas, pulse en el siguiente enlace de "La web de Garcilaso", in http://www.garcilaso.org/].

Como nos explicó Fernando de Herrera en sus anotaciones:

« La materia de esta poesía es cosas y obras de pastores, mayormente sus amores; pero simples y sin daño, no funestos con rabia y celos, no manchados con adulterios; competencia de rivales, pero sin muerte ni sangre. (...). La dicción es simple, elegante; los sentimientos afectuosos y suaves; las palabras saben al campo y a la rustiqueza de la aldea (...). Las comparaciones son traídas de lo cercano, que es de las cosas rústicas como "cual suele ruiseñor con triste canto"».

La égloga, pues, será una de las formas habituales de los poetas del Siglo de Oro: Herrera, Francisco de la Torre, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Francisco de Figueroa, Pedro de Espinosa... Inicialmente, desde Garcilaso, se estructurará a través de estancias (heptasílabos y endecasílabos), para ir desviándose en otros tipos de estrofas (tercetos...).

EGLOGA VIII, Lida, de la "Bucólica del Tajo", de Fco. de la Torre.
Al tiempo que el Aurora descubría
el rosicler y perlas orientales,
en los amenos campos esmaltadas;
que el negro manto de la noche había,
con los rayos de Febo celestiales,
cubierto sus colores variadas.
Cuando las alboradas
de las pintadas aves
resonaban los prados,
de plantas amenísimas cercados,
haciendo menos graves
los mortales cuidados
de los que fatigados del sosiego
salieron antes que el ardiente fuego.

Huyendo el rayo de la luz más dino,
de la región del cielo luminosa
la sazón del otoño seco entrada,
el ausente pastor Montano vino,
a la frescura de una cueva umbrosa,
del curso de las aguas escavada.
Cuya florida entrada,
rodeada de yedra,
de juncos, cañas, flores
enredadas en árboles mayores,
ornan la tosca piedra
que los claros licores
del cristalino Tajo, que la baña,
con su blandura su dureza engaña.

De cuyo presuroso y presto curso
llenas las bellas y húmidas cavernas,
como urnas claras del sagrado río,
muchas veces agradan al concurso
de las ninfas del agua sempiternas,
para gozar profundo tan umbrío.
Y del albergue río
saliendo a la ribera,
coronadas de flores
de varias y bellísimas colores,
traen dulces primavera
en los yelos mayores
que el claro cielo, si se cierra, influye,
cuando los montes Júpiter destruye.

Y el mismo dios, el mismo sacro río,
de escuras verdes hojas coronado,
a la ribera sale presuroso
moviendo el agua del albergue frío
en término más largo y dilatado
que cuando sale fuera de reposo;
y cubriendo el umbroso,
profundo y verde seno
con sus aguas vecinas,
a sus cavernas torna cristalinas.
Y ya le deja lleno
de sus aguas continas,
y ya le desampara la corriente,
y luego torna presurosamente. (...)

[Para un estudio de la misma, cfr.: Pérez-Abadín Barro, Soledad. "La 'Bucólica del Tajo' de Francisco de la Torre como poemario pastoril: visión de conjunto", in Criticón, 105 (2009), pp. 85-116].

Por otro lado, la égloga, como hemos visto, paulatinamente incrementará los asun­tos: ya no tendrá que ser única y obligatoriamente amorosa o idílica. Así, aprovechando una naturaleza que participa del duelo, recreandolo a través de la adynata o impossibilia ya empleada por Virgilio -las fuentes se secan, la tierra no quiere germinar, el ganado no quiere pastar- podrá ser incluso funeral. Ya teníamos antecedentes desde el inicio con Teócrito, donde el personaje llorado suele ser un pastor -recordemos el Idilio I, con Dafnis- e imitado luego por Virgilio -Bucólica V-, siendo continuado por Sannazaro en su Arcadia cantando a Androgeo; una mujer amada (Garcilaso cantando a Isabel Freyre -Elisa-, un tercero (garcilaso incluyendo el panegírico al Virrey de Nápoles) o un ser mitológico. De todos estos tipos hallamos en las composiciones posteriores a Garcilaso, como la égloga "Marfira que te partes y me dejas" de Hurtado de Mendoza, "Sobre nevados riscos levantado" de Pedro Laynez, "A su Albedrío y sin orden alguna" de Juan Horta, “Égloga I” de Camoens, la égloga a la muerte de la Princesa Doña María, Nuestra Señora, de fray Pedro de Encinas, la égloga de Barahona de Soto a la muerte de Silvestre...
[Cfr.: López Bueno, Begoña (ed.). La égloga. Sevilla: Univ. de Sevilla, 2002.
Montero, Juan. "Sobre las relaciones entre la elegía y la égloga en la poesía del s. XVI", in López Bueno, Begoña (coord.). La elegía. III Encuentro Internacional sobre poesía del Siglo de Oro (Sevilla, 1994). Sevilla: Univ. de Sevilla, 1996, pp. 214-226.]

ÉGLOGA DE LAS HAMADRÍADES,
de Luis Barahona de Soto.

I.- Las bellas hamadríades que cría
cerca del breve Dauro el bosque umbroso,
en un florido y oloroso prado,
en un tan triste día
cuanto después famoso,
por ser del pastor Pilas celebrado,
hicieron que el ganado
deste pastor y de otros, que, abrevando,
al mal seguro pie de la Nevada
Sierra hallaron, estuviesen quedos,
los versos y canciones escuchando,
que en loor cantaron de una mal lograda
ninfa, después que con mortales bledos,
tomillos y cantuesos,
cubrieron la preciosa carne y huesos
.

II.- De cedros, mirras, bálsamos y palmas,
de encienso y cinamomo, desgajando
flexibles varas, que, después, tejidas
por las hermosas palmas,
se fueron transformando
en blandos canastillos, do las vidas,
de sus tallos partidas,
las frescas rosas fueron despidiendo,
y, juntamente, de un olor precioso
ellas y el mirto y lirio azul y blanco
un aura delicada enriqueciendo,
porque el Favonio, al tiempo presuroso,
no pareciese en sólo voces franco,
de olor, sonido y lumbre
poniendo al mundo en celestial costumbre.

III.- Silveria, de Felicio celebrada,
y la que celebró el pastor Silvano,
reformador del bético Parnaso,
y la que fue cantada
del que ya gozó ufano
del aire y cielo libertado y raso,
dolidas más del caso,
las hebras de brocado a las espaldas
sueltas, por sus gargantas despidiendo
la corriente que dan a sus pastores,
ceñidas por las sienes con guirnaldas
vagas y bellas, al Amor prendiendo
con nueva aljaba y nuevos pasadores,
honraron con su acento
y enriquecieron el delgado viento.

IV.- SILVERIA.- No preste aliento en olmos y avellanos
el céfiro apacible, ni nos siembre
de aljófar cristalina el verde suelo,
ni nos hincha las manos
el meloso septiembre
con dorado racimo ternezuelo,
ni nos otorgue el cielo
los madroños, bellotas y castañas,
dulces manzanas y sabrosas nueces,
ni alegres flores dé la primavera,
ni a las silvestres cabras las montañas
los verdes ramos den, cual otras veces,
y la manada de hambrienta muera,
si no fuere aplacada
con humos la alma de la ninfa amada.

V.- La escura selva, de árboles tejida,
cubierta de alcornoques y quejigos,
a quien la [inextricable] yedra abraza,
serán de mis gemidos
fidísimos testigos,
y del dolor que el alma me embaraza.

La parlera picaza,
diversa en paso de las otras aves,
y desde aquellos troncos la corneja,
que sólo mal agüero nos pregona,
dirán qué alegres versos y suaves
por este siglo no ocupó su oreja,
en cuanto abarca nuestra oblicua zona,
ni si retumba el llano
con más que Tirsa, frecuentada en vano.

VI.- SILVANA.- Pues que sus fuerzas y calor refrena
el encendido Febo, y la villana
gente no teme de sufrir su lumbre,
ni ronca voz resuena
de la cigarra vana,
que añade en los calores pesadumbre,
y sobre la alta cumbre
el seco y frío temporal asoma,
ocasionando a túmulos funestos,
y a Tirsa nos da el cielo helada y yerta,
mostremos el dolor que al alma doma
en las palabras y los tristes gestos,
y la alegría con la ninfa muerta,
y siempre sea este día
honrado en llanto y falto de alegría.

VII.- Solenes pompas, versos funerales
honren cada año la dichosa tierra
que oculta y guarda los amados huesos.
Los castos animales
y la blanca becerra
con sangre ablanden los terrones tiesos.
Violetas y cantuesos,
ligustres, blancos lirios y azucenas,
alhelíes, rosas, trébol, madreselva,
aquí, marchitos, dejen lustre y vida.
Y aqueste día ofrezca tristes penas
no sólo al río, sierra, campo y selva,
mas a la gente oculta y escondida,
en galos y britanos,
y cuantos hace el sol meridianos.

VIII.- FENISA.- Si con sus rayos el noveno día
la blanca aurora el mundo obscuro diere,
las nubes con su rostro destruyendo,
una novilla mía
al que mejor corriere,
y dos al que luchare, dar pretendo.
Y al otro que, blandiendo
el recio brazo, abarca mayor trecho,
un toro de cerviz macizo y duro,
y un buey hermoso al que mejor cantare.
Y al que de versos epitafio hecho
sobre el sepulcro me escribiere,
juro
darle lo que él en mi manada amare,
y, lo que es mayor gloria,
nombre inmortal y palma de vitoria.

IX.- Vendrá bermejo el dios de los pastores,
con bermellón y fina sangre ungido,
que en vivas conchas se produce y cría,
por ambos derredores
de sus sienes ceñido
con las monteses ramas que solía.
Y vendrán a porfía
pastores fuertes, diestros, y zagales,
cuál por correr, cuál por luchar, llevando
dulce vitoria, premio vitorioso.
Pues los marchitos versos funerales
las largas faldas ornarán, pintando
el túmulo funesto y doloroso,
lleno de ciprés verde,
que eternamente su color no pierde.

X.- Con casta oliva y olorosa tea,
con la sabina yerba y el encienso,
en sacros fuegos quemaré el redaño
de no manchada o fea
cordera, cuyo censo
a tal sepulcro pagaré cada año.
Después, por fértil caño
de los colmados vasos, la caliente
leche, con sangre viva entreverada,
haré mojar la víctima humosa.
Y la yema del vino que la gente
de la rica Lucena da a Granada,
la triste faz de la terrestre diosa,
vertida, humedeciendo,
vendrá los sacrificios consumiendo.

XI.- SILVERIA.- Si les es a las almas concedido,
desnudas ya de corporales cargas,
prestar oreja a los piadosos llantos,
divina Tirsa, oído
habrás nuestras amargas
querellas
, que suspensos han a tantos
frutales, fieras, cantos.
Mas dondequiera que las tristes voces
nuestras te hallen, o en el cielo ilustre,
o al derredor de robles y manzanos,
o ya que elíseos aposentos goces,
pasada el agua lóbrega y palustre,
o junto al olmo de los sueños vanos,
rogamos que recibas
en voces muertas intenciones vivas.

XII.- Tu alma bella nuestras selvas creo,
hermosa ninfa, que andará lustrando
con sosegado y saludable vuelo.
Y así, de mi deseo
las voces escuchando,
nos has de ver culpar de injusto al cielo.
Verás el verde suelo,
de vergonzoso y triste, no dar flores,
ni los frutales apacibles frutos,
ni claras aguas las delgadas fuentes,
ni los zagales publicar amores,
ni nuestros ojos, sin dolor, enjutos,
ni las cabrillas, ni las de dos dientes,
pacer la tierna grama,
ni responder al hijo si las llama.

XIII.- Pues si las voces tristes comprehendes,
y ves que el humo de las piedrazufres
no purga el hato y recental rebaño,
y nuestro mal entiendes,
¿por qué, mi Tirsa, sufres
vivir los tuyos en notable engaño?
Pues uno y otro daño,
con sólo respondernos, sanarías,
o con mostrarnos tu hermosa cara,
o con dejarte ver por do pasares:
pues tú eres, Tirsa, quien placer solías
dar a la noche, y reducirla clara,
con rostro alegre y lícitos cantares.
Mas ya tu cantilena
nos deja sola su memoria en pena.

XIV.- SILVANA.- Tú, con palabras dulces y elegantes,
a las contiendas término pusistes,
mil veces [inclinados] a vitoria
pastores litigantes,
de suerte que salistes,
contentos ellos, tú con igual gloria.
Y aún tengo en la memoria
que, a veces, en las ondas cristalinas
mostraste tu cabeza orlada de oro,
cantando versos del pastor Silvano,
a cuyo son, debajo las encinas,
el ganado de Pilas y Peloro
rumió la yerba. El uno y otro, en vano,
mil veces se arrojaron
al agua, mas tus carnes no tocaron.

XV.- Yo vide, al tiempo que la aurora muestra
en este día su rosada lumbre,
al triste Pilas húmedas mejillas,
a quien la mano diestra
de la doliente cumbre
era coluna, y della las rodillas,
que destas florecillas
con sus lamentos marchitó tal suma,
y desgajó de robles tanta rama,
rompiendo de las peñas tanta parte,
cual suele Bóreas en la helada bruma,
y cual el cierzo, que herido brama;
con ardiente suspiros a invocarte
se compelió, y cantados
aquestos versos dijo mal limados:

XVI.- PILAS.- Sin tu presencia, Tirsa, el fresco viento
helado quema las fragantes yerbas,
y el rubio trigo que en el suelo echamos
perece en el momento.
Las uvas son acerbas
que de las tiernas vides desgajamos,
y en el lugar hallamos
de trigo, avena, y de cebada blanca,
vallico inútil, y del lino, grama,
y de lechuga dulce, amargo cardo.
Ni nos alegran ya con mano franca
Ceres y Baco, y en perpetua llama
en todo tiempo me consumo y ardo,
hasta que venga el día
que goce de tu eterna compañía.

XVII.- Dos blancas reses, de vedejas llenas,
de cada cuatro cuartos poderosas,
ejercitadas al palestre oficio,
de lirios y azucenas
las frentes, y de rosas,
coronadas, he puesto al sacrificio.
Y siempre es mi ejercicio
honrar con premios el sepulcro amado,
haciendo fiestas, ya con tallos tiernos,
ya con sus flores, ya con dulces frutos.
Los toros y novillos he apartado
de sus becerras, que con los internos
mugidos cercan los fúnebres lutos,
al tiempo temeroso
que el trabajado cuerpo va al reposo.

XVIII.- Descansa en paz, hermosa, casta y bella
y tierna carne. Que el dorado Apolo,
con sacros versos, te eterniza y canta,
y la noturna estrella
que rige el primer polo
tu tierra huella con piadosa planta.
Y el fauno se levanta
antes que el sol, y de apio, pino y lauro,
y de quejigo, premios vitoriosos,
guirnaldas hechas, en tu fiesta ofrecen.
Y sus divinas aguas nuestro Dauro
de leche y miel y de oro muy precioso
sobre sus faldas siembra y enriquece,
quedando el suelo honrado
que fue a tus huesos por sepulcro dado.

XIX.- Loable envidia en las vecinas ninfas
forzó a seguir de aquestos las pisadas,
que en copas de alabastro y vidrio hechas,
las cristalinas linfas,
con azahar templadas,
con rosas y violetas contrahechas,
y en cestas nada estrechas,
de casia y amaranto y mirabeles,
y de alheña y saúco, tristes flores,
y los cogollos brotadores tiernos
de plátanos, naranjos y laureles,
presentan por los anchos derredores
de tu sepulcro, a quien, por mil inviernos,
los genios apacibles
harán tus santos huesos inmovibles.

XX.- El rojo Apolo entonces, trasmontando,
sembró de varias nubes el poniente,
ya azules, ya violadas, ya sangrientas,
ya aquestas despintando,
con tal de la aparente
color de aquestas, y otras mal contentas,
al rostro suyo atentas,
así imitaban el metal bruñido,
del mismo Febo con las fimbrias de oro,
cuanto otras de la plata el lustre claro.
Y así las ninfas, el cantar rompido,
volviendo al campo, do el oculto moro
riquezas guarda con el puño avaro,
desnudas se metieron
en las encinas huecas do salieron.

Se suman como elementos ornamentales descripciones de la naturaleza, elementos mitológicos, paráfrasis (con arreglo al proceso de 'imitatio') de textos consagrados, etc.

[Cfr.: Pérez-Abadín Barro, Soledad. Los espacios poéticos de la tradición. Géneros y modelos en el Siglo de Oro. Málaga: Universidad de Málaga [Anejo 93 de Analecta Malacitana], 2014].

Nuevamente se recuperará la égloga bucólica en el siglo XVIII, destacando las de Meléndez Valdés y Moratín.
[Cfr.: Cano Ballesta, Juan. "Utopismo pastoril en la poesía dieciochesca: la 'Égloga' de Tomás de Iriarte", in Anales de Literatura Española, 7 (1991), pp. 9-25.
Rodríguez de la Flor, Fernando. “Arcadia y Edad de Oro en la configuración de la bucólica dieciochesca”, in Anales de Literatura Española, 2 (1983), pp. 133-154].

En la época ac­tual, es rara (tal vez podamos encuadrar como tal “Diálogos del conocimiento” de Vicente Aleixandre).

3. ELEGÍA.

Este un subgénero lírico que no tiene patrón fijo. Según el “Arte poética” de Horacio, la elegía procedía de las ceremo­nias fúnebres (llantos e in­scripciones en honor de un difun­to), y de las acciones de gracias votivas que acompañaban las oblad­as de los fieles. De aquí proceden los dos ca­racteres bien diferenciados de la elegía: la tristeza y el dolor por la muerte de alguien; la alegría que se debe al amor.

En la literatura alejan­drin­a, la elegía adquiere normalmente un carácter docto y trascen­dente, y frecuente­mente las experiencias de amor desdichado se asocian a mitos y a historias ejempla­res, ricas de pathos dramáti­co. La expresión de sentimientos más personales y ligeros o más di­rectos se confió generalmente al epigrama, que en muchos aspec­tos tiene una géne­sis paralela a la de la elegía.

Por tanto, entre los griegos y latinos se componía de hexámetr­os y pentá­metros, en forma de dís­tico, ad­mitiendo también asuntos placenteros, como hace Catulo (re­cuérdese el sarcas­mo de Góngora cuando refiriéndose a la cojera de Quevedo decía: "que vuestros pies son de elegía").

En este metro característico de las elegías (dístico) se escri­bieron las comedias elegíacas en el siglo XII.

En este período medieval fueron muy populares los “Trenos” o “Lamentaciones de Jeremías”.

Dante, en “De vulgari eloquentia”, definía así la elegía: "per elegiam stilum intelligimus miserorum" (por elegía entendemos el estilo de los desdi­chados).

En los Siglos de Oro, el Pinciano decía que significa "todo poema luctuoso y triste" y  Fernando de Herrera que "conviene que la elegía sea cándida, blanda, tierna, suave, delicada, tersa, clara, y si con esto se puede declarar, noble, congojosa en los afectos y que los mueve en toda parte, ni muy hinchada ni muy humil­de, no obscura con exquisitas sentencias y fábulas muy buscadas; que tenga frecuente conmiseración, quejas, exclamaciones, apóstrofes, prosopo­peyas, excursos o parébasis. El ornato de ella ha de ser más limpio y reluciente que peinado y compuesto curiosamente".

El castellano prefiere el verso largo, adoptando su estructura la forma de  silva,  estancia, t­ercetos encade­nados, copla de pie quebrado, etc.

Wardropper propuso limitar el signi­ficado de elegía a los poemas que parten de la muerte de una persona (frente a los poemas que hablan de la muerte en gene­ral), para después, o antes, hacer consideraciones de caráct­er más o menos generalizador. En efecto, el autor elegíaco intenta trascender la contradicción y la angus­tia que constituye el punto de partida de toda elegía. En primer lugar, intenta expli­car una muerte concreta dignificándola y expresando su dolor personal; en segundo término, reflexiona acerca de la muerte como fenómeno abstracto; pero, además, procura ofrecer "consuelo" a quie­nes, basándose en la experiencia de la muerte ajena, cobran con­ciencia de su propia mortalidad. Este consuelo puede derivarse de la creencia en una vida eterna o de la propia creación poética.

Así, las elegías, pueden dividirse en íntimas, públicas y filosóficas, según lloren acontecimientos privados y de familia, locales y nacionales, o la tristeza de la vida en general.

En la antigua Grecia, recibía el nombre de epicedio el poema que lamentaba el fallecimiento de una persona, cantándose en presencia de la misma (de cuerpo presente), al contrario que el treno, que era una composición muy parecida pero que se cantaba en su ausencia del difunto

En España la tradición elegíaca se remonta al siglo XI, con la composi­ción latina de los planctus o llantos. En ellos, el poeta canta las virtudes o hazañas del difunto; suelen ir acompañados de epitafios que identifican al muerto; y su rasgo más característico es que el poeta latino no ofrece consue­lo, sino que hace énfasis en el duelo por la que se considera terrible pérdi­da.

Las primeras elegías romances se encuentran engastadas en los canta­res de gesta, como el planto de Carlomagno por la muerte de Roldá­n, en el Cantar de Roncesvalles (s. XIII), o el de Gonza­lo Gustios ante las cabezas cer­cenadas de sus siete hijos en el Cantar de los Infantes de Lara (de entre los siglos X y XII). Juan Ruiz nos ofrecerá un planto por la vieja Trotaconventos, su fiel alca­hueta (en el Libro de Buen Amor), añadiendo al sentimien­to de dolor, presente en los cantares, el de autocom­pasión.

Luego, la elegía fue cultivada por Jorge Manrique en “Coplas por la muerte de su padre”, por Garcilaso de la Vega en “Al Duque de Alba en la muerte de su hermano” y “A Boscán”, por Herrera en “A la pérdida del rey Don Sebastián”, por Rodrigo Caro en “A las ruinas de Itálica”, por Jáu­regui, Me­léndez Valdés, Martínez de la Ro­sa, Moratín, Miguel Hernández, Lorca, e­tc.

ELEGIA AL DUQUE DE ALBA
... v.289) ¡Oh bienaventurado, que sin ira,
sin odio, en paz estás, sin amor ciego,
con quien acá se muere y se sospira;

y en eterna holganza y en sosiego
vives y vivirás cuanto encendiere
las almas del divino amor el fuego!

Si el cielo piadoso y largo diere
luenga vida a la voz desde mi llanto,
lo cual tú sabes que pretende y quiere,

yo te prometo, amigo, que entre tanto
que el sol al mundo alumbre, y que la escura
noche cubra la tierra con su manto,

y en tanto que los peces la hondura
húmida habitarán del mar profundo,
y las fieras del monte la espesura,

se cantará de ti por todo el mundo;
que en cuanto se discurre, nunca visto
de tus años jamás otro segundo
será desde el Antártico a Calisto.
Garcilaso de la Vega.


CANTO A TERESA
¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
le quedó al corazón solo un gemido,
¡Y el llanto que al dolor los ojos niegan,
lágrimas son de hiel que el alma anegan!

¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas
de juventud, de amor y de ventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
sus alas de carmín y nieve pura,
al sol de mi esperanza desplegando,
pasaban, ¡ay!, a mi alrededor cantando.

Gorjeaban los dulces ruiseñores,
El sol iluminaba mi alegría,
El aura susurraba entre las flores,
El bosque mansamente respondía,
Las fuentes murmuraban sus amores...
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡cuán süave resonó en mi oído
El bullicio del mundo y su ruido!

Mi vida entonces, cual guerrera nave
Que el puerto deja por la vez primera,
Y al soplo de los céfiros süave
Orgullosa despliega su bandera,
Y-al mar dejando que a sus pies alabe
Su triunfo en roncos cantos, va velera,
Una ola tras otra bramadora
Hollando y dividiendo vencedora.

¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente
De amor volaba; el sol de la mañana
Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana:
Dentro de ella el amor, cual rica fuente
Que entre frescuras y arboledas mana.
Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.

Yo amaba todo: un noble sentimiento
Exaltaba mi ánimo, y sentía
En mi pecho un secreto movimiento,
De grandes hechos generoso guía:
La libertad con su inmortal aliento,
Santa diosa, mi espíritu encendía,
Contino imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura.(...)
José de Espronceda.

4. EPÍSTOLA.

Se trata de una carta poéti­ca (también existe como subgénero narrativo) dirigida a un receptor imaginario o real, que aborda temas doctrinales, es­pecialmente de asunto filosófico-moral (“Epí­stola moral a Fabio”) o literario (“Epistola ad Pisones”), e incluso satíri­co (“Epístola censoria al Conde Duque de Olivares”).

El metro más usado es el te­rceto o el verso suelto. Fue cultivada por fray Luis de León, Aldana, Ari­as Monta­no, Argensola, Herrera, Lope de Vega... Luego por Iriarte, Manuel José Quintana, Espronceda, G. Núñez de Arce...

El estilo debe ser fácil, natural, sencillo.

EPÍSTOLA MORAL A FABIO.
Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas.

 El que no las limare o las rompiere,
5 ni el nombre de varón ha merecido,
ni subir al honor que pretendiere.

 El ánimo plebeyo y abatido,
elija, en sus intentos temeroso,
primero estar suspenso que caído;

10 que el corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente
antes que la rodilla al poderoso.

 Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la fortuna,
15 que al que esperó obstinada y locamente.

 Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera
desde el primer sollozo de la cuna.

 Dejémosla pasar como a la fiera
20 corriente del gran Betis, cuando airado
dilata hasta los montes su ribera.

 Aquel entre los héroes es contado
que el premio mereció, no quien le alcanza
por vanas consecuencias del estado.

25  Peculio propio es ya de la privanza
cuanto de Astrea fue, cuanto regía
con su temida espada y su balanza.

 El oro, la maldad, la tiranía
del inicuo, precede, y pasa al bueno:
30 ¿qué espera la virtud o qué confía?

Ven y reposa en el materno seno
de la antigua Romúlea, cuyo clima
te será más humano y más sereno;

adonde, por lo menos, cuando oprima
35 nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno
«¡Blanda le sea!», al derramarla encima;

donde no dejarás la mesa ayuno,
cuando en ella te falte el pece raro
o cuando su pavón nos niegue Juno.

40  Busca, pues, el sosiego dulce y caro,
como en la oscura noche del Egeo
busca el piloto el eminente faro;

que si acortas y ciñes tu deseo
dirás: "Lo que desprecio he conseguido;
45 que la opinión vulgar es devaneo."

Más quiere el ruiseñor su pobre nido
de pluma y leves pajas, más sus quejas
en el bosque repuesto y escondido,

que agradar lisonjero las orejas
50 de algún príncipe insigne, aprisionado
en el metal de las doradas rejas.

Triste de aquel que vive destinado
a esa antigua colonia de los vicios,
augur de los semblantes del privado.

55 Cese el ansia y la sed de los oficios;
que acepta el don y burla del intento
el ídolo a quien haces sacrificios.

Iguala con la vida el pensamiento,
y no le pasarás de hoy a mañana,
60 ni quizá de un momento a otro momento.

casi no tienes ni una sombra vana
de nuestra grande Itálica, ¿y esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana!

Las enseñas grecianas, las banderas
65 del senado y romana monarquía,
murieron, y pasaron sus carreras.

¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
do apenas sale el sol, cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?

70 ¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño se recuerde?

¿Será que pueda ver que me desvío
de la vida viviendo, y que está unida
75 la cauta muerte al simple vivir mío?

Como los ríos, que en veloz corrida
se llevan a la mar, tal soy llevado
al último suspiro de mi vida.

De la pasada edad, ¿qué me ha quedado?
80 O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
sin alguna noticia de mi hado?

¡Oh si acabase, viendo cómo muero,
de aprender a morir antes que llegue
aquel forzoso término postrero:

85 antes que aquesta mies inútil siegue
de la severa muerte dura mano,
y a la común materia se la entregue!

Pasáronse las flores del verano,
el otoño pasó con sus racimos,
90 pasó el invierno con sus nieves cano;

las hojas que en las altas selvas vimos
cayeron, ¡y nosotros a porfía
en nuestro engaño inmóviles vivimos!

Temamos al Señor que nos envía
95 las espigas del año y la hartura,
y la temprana lluvia y la tardía.

No imitemos la tierra siempre dura
a las aguas del cielo y al arado,
ni la vid cuyo fruto no madura.

100 ¿Piensas acaso tú que fue criado
el varón para el rayo de la guerra,
para surcar el piélago salado,

para medir el orbe de la tierra
y el cerco por do el sol siempre camina?
105 ¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!

Esta nuestra porción alta y divina,
a mayores acciones es llamada
y en más nobles objetos se termina.

Así aquella, que al hombre sólo es dada,
110 sacra razón y pura, me despierta,
de esplendor y de rayos coronada,

y en la fría región, dura y desierta,
de aqueste pecho enciende nueva llama,
y la luz vuelve a arder que estaba muerta.

115 Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
y callado pasar entre la gente
que no afecto a los nombres ni a la fama.

El soberbio tirano del Oriente,
que maciza las torres de cien codos
120 del cándido metal puro y luciente,

apenas puede ya comprar los modos
del pecar; la virtud es más barata,
ella consigo misma ruega a todos.

¡Mísero aquel que corre y se dilata
125 por cuantos son los climas y los mares,
perseguidor del oro y de la plata!

Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares.

130 Esto tan solamente es cuanto debe
naturaleza al parco y al discreto,
y algún manjar común, honesto y leve.

No, porque así te escribo, hagas conceto
que pongo la virtud en ejercicio:
135 que aun esto fue difícil a Epicteto.

Basta, al que empieza, aborrecer el vicio,
y el ánimo enseñar a ser modesto;
después le será el cielo más propicio.

Despreciar el deleite no es supuesto
140 de sólida virtud; que aun el vicioso
en sí proprio le nota de molesto.

Mas no podrás negarme cuán forzoso
este camino sea al alto asiento,
morada de la paz y del reposo.

145 No sazona la fruta en un momento
aquella inteligencia que mensura
la duración de todo a su talento.

Flor la vimos primero, hermosa y pura;
luego materia acerba y desabrida;
150 y perfecta después, dulce y madura.

Tal la humana prudencia es bien que mida
y comparta y dispense las acciones
que han de ser compañeras de la vida.

No quiera Dios que siga los varones
155 que moran nuestras plazas macilentos,
de la virtud infames histrïones;

esos inmundos trágicos, atentos
al aplauso común, cuyas entrañas
son infaustos y oscuros monumentos.

160 ¡Cuán callada que pasa las montañas
el aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonora por las cañas!

¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de rüido
165 por el vano, ambicioso y aparente!

Quiero imitar al pueblo en el vestido,
en las costumbres sólo a los mejores,
sin presumir de roto y mal ceñido.

No resplandezca el oro y las colores
170 en nuestro traje, ni tampoco sea
igual al de los dóricos cantores.

Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea.

175 En el plebeyo barro mal tostado
hubo ya quien bebió tan ambicioso
como en el vaso múrrino preciado;

y alguno tan ilustre y generoso
que usó, como si fuera vil gaveta,
180 del cristal transparente y luminoso.

Sin la templanza, ¿viste tú perfeta
alguna cosa? ¡Oh muerte! Ven callada,
como sueles venir en la saeta;

no en la tonante máquina preñada
185 de fuego y de rumor; que no es mi puerta
de doblados metales fabricada.

Así, Fabio, me muestra descubierta
su esencia la verdad, y mi albedrío
con ella se compone y se concierta.

190 No te burles de ver cuánto confío,
ni al arte de decir, vana y pomposa,
el ardor atribuyas de este brío.

¿Es, por ventura, menos poderosa
que el vicio la virtud, o menos fuerte?
195 No la arguyas de flaca y temerosa.

La codicia en las manos de la suerte
se arroja al mar, la ira a las espadas,
y la ambición se ríe de la muerte.

Y ¿no serán siquiera tan osadas
200 las opuestas acciones, si las miro
de más nobles objetos ayudadas?

Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé: rompí los lazos;
ven y sabrás al grande fin que aspiro
205 antes que el tiempo muera en nuestros brazos.

5. HIMNO.

Es una composición solemne desti­nada al canto coral o alter­nado que expresa sentimientos o ideales religiosos, patrióticos, guerre­ros, políti­cos, etc.

Entre los griegos fue una canción de alabanza, por ejemplo, el himno en honor a Apolo. En las fiestas de Baco se cantaba el ditirambo, apasiona­do y delirante.

En Roma, el subgénero se difundió mucho menos, siendo el cris­tianis­mo el que dio nuevo impulso al himno, reuniendo intenciones litúrgicas, a partir de los de san Ambrosio.

En el Renaci­miento español, el himno se confunde en formas con la oda y con la canción, sin que se puedan establecer claras diferen­cias.

Se resucitará el nombre en el siglo XIX, pero ya sin su carácter religioso, que se sustituye por la dirección de la voz del poeta hacia un ser que se considera superior, o por querer unir las voces en torno a sentimientos patrióticos, civiles, políticos o, incluso, deportivos.

HIMNO A VENUS
Temible Venus, adorada en Chipre,
que en engañar a los mortales gozas,
deja a Pafos y ven; tus aras deja,
y a calmar ven del alma las congojas.
Oh diosa, oh Venus, como tantas veces,
desde tu trono dígnate en persona
acudir a mi voz. A mis miradas,
el empíreo cruzando presurosa.
Llevada de tus aves más ligeras
que el céfiro sutil, en tu carroza,
de la azulada bóveda celeste bajaste;
y queriendo también, oh bondadosa,
oh amable Citerea, de mis penas
saber la causa y complacerme pronta,
con tu riente labio me dijiste:
"Safo ¿qué injuria tu dolor provoca?
¿De qué ingrato mancebo, Safo mía,
nueva amante, el amor quieres ahora?
¿Te huye? En breve seguirá tus huellas.
¿Da el desdén a tu amor? ¿Y qué te importa?
Acudirá rendido ante tus plantas,
y buscando en sus ojos o su gloria
o su pérdida, ante ti verás temblando
al soberbio enemigo a quien adoras".
Deidad, ya es tiempo: tu promesa cumple;
tu piedad, del tormento que me agobia,
del dardo que me hirió, véngueme luego.
De que el ingrato se conmueva es hora.
Safo de Lesbos.

HIMNO AL SOL
Para y óyeme, ¡oh sol!, yo te saludo
y extático ante ti me atrevo a hablarte:
ardiente como tú mi fantasía,
arrebatada en ansia de admirarte
intrépidas a ti sus alas guía.
¡Ojalá que mi acento poderoso,
sublime resonando,
del trueno pavoroso
la temerosa voz sobrepujando,
¡oh sol!, a ti llegara
y en medio de tu curso te parara!
¡Ah! si la llama que mi mente alumbra
diera también su ardor a mis sentidos;
al rayo vencedor que los deslumbra,
los anhelantes ojos alzaría,
y en tu semblante fúlgido atrevidos,
mirando sin cesar, los fijaría.
¡Cuánto siempre te amé, sol refulgente!
¡Con qué sencillo anhelo,
siendo niño inocente,
seguirte ansiaba en el tendido cielo,
y estático te vía
y en contemplar tu luz me embebía! (...)
José de Espronceda.

HIMNO A LOS VOLUNTARIOS DE LA REPUBLICA
Voluntario de España, miliciano
de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,
cuando marcha a matar con su agonía
mundial, no sé verdaderamente
qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo, aplaudo,
lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo
a mi pecho que acabe, al bien que venga,
y quiero desgraciarme;
descúbrome la frente impersonal hasta tocar
el vaso de la sangre, me detengo,
detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto
con las que se honra el animal que me honra;
refluyen mis instintos a sus sogas,
humea ante mi tumba la alegría
y, otra vez, sin saber qué hacer, sin nada, déjame
desde mi piedra el blanco, déjame,
sólo,
cuadrumano, más acá, mucho más lejos,
al no caber entre mis manos tu largo rato estático,
quiebro contra tu rapidez de doble filo
mi pequeñez en traje de grandeza!

Un día diurno, claro, atento, fértil
¡oh bieno, el de los lóbregos semestres suplicantes,
por el que iba la pólvora mordiéndose los codos!
¡Oh dura pena y más duros pedernales!
¡Oh frenos los tascados por el pueblo!

Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo, oró de cólera
y soberanamente pleno, circular,
cerró su natalicio con manos electivas;
arrastraban candado ya los déspotas
y en el candado, sus bacterias muertas (...)
César Vallejo.


6. ODA.

En Grecia la oda era un canto de tono elevado, pudiendo ser de temática guerrera (Alceo de Mitilene); religiosa; filosófica, amorosa (Safo de Lesbos); de ensalzamiento a héroes o atletas (Píndaro), recibiendo el nombre de epinicio)…

Tenía dos procedimientos: la oda monódica (cantada por una sola voz) o coral (por varios).

En el Renacimiento, "oda" sirvió para distinguir el poema lírico de corte clásico, diferen­ciándolo de los géneros trovado­rescos-petrar­quistas. Se usó para ello una estrofa de estructura li­bre, compuesta de versos endecasí­la­bos y heptasílabos, de tal manera que cada estrofa presente una con­creción lírica que se pueda desarrollar en las siguientes. Pe­ro final­mente se optó por la lira como forma estrófica de la oda (V­illegas, fray Luis de León, Medra­no, Fco. de la Torre...).

Fue muy cultivada en el siglo XVIII (Quintana, Cienfuegos, Juan Nicasio Gallego), e incluso por el romanticismo (Espronceda).

Moderna­mente, designa la c­omposición lírica personal de al­guna exten­sión y tono elevado, pu­diendo optar por la forma clásica (Unamuno, Neruda, etc.), por la lira (Bernárdez, Blas de Otero), o bien buscar formas más o menos al­ejadas de éstas, pero manteniendo siempre la estruc­tura interna de concreciones líricas expuestas en pocas palabras o pocos versos que se encade­nen entre sí al referirse a un mismo tema (Neruda, "Odas el­ementa­les"; García Lorca...).

La oda utiliza la actitud apostrófica (hablando directamente a un ) por excelencia, exaltando un objeto lírico mediante elementos de admiración o elogio (es lo que Kayeser denomina “vivencia de una tensión”).

Henri Morier (Dictionnaire de Poétique et de Rhétorique) distingue varios ti­pos de oda:

  • Oda pindárica, que sería luego cultivada por P. Ronsard, por ejemplo.
  • Oda estrófica.
  • Oda clásica, cultivada por fray Luis, Medrano, Herrera….
  • Oda simbolista, que pone en práctica Verlaine.
  • Oda irónica, como la de Lorca, en "Oda a Walt Whit­man".

 Por tanto, oda es una compo­sición poética que expresa un tema noble: heroico, religioso, filosó­fico, moral...

Por nuestra parte, vamos a distinguir:

  • Oda religiosa.
  • Oda heroica o pindárica.
  • Oda filosófico-moral.
  • Oda anacreóntica

La oda religiosa o sagrada:  expresa s­entimientos inspira­dos por la re­ligión. A veces, es arreba­tada, su­blime, apasionada; otras, apacible y tierna. Puede cantar la natura­leza como obra del Creador, los an­helos del alma hacia el infini­to y lo eterno, la elevación mís­tica, la ternura ante el amor di­vino. Fue profusamente cultivada por fray Luis de León ("Noche sere­na", “A la Ascensión”), Alberto Lista ("A la muerte de Jesús"), etc.

LA PRESENCIA DE DIOS
Doquiera que los ojos
inquieto torno en cuidadoso anhelo,
allí, gran Dios, presente
atónito mi espíritu te siente.

Allí estás; y llenando
la inmensa creación, so el alto empíreo
velado en luz te asientas
y tu gloria inefable a un tiempo ostentas.

La humilde hierbecilla
que huello, el monte que de eterna nieve
cubierto se levanta
y esconde en el abismo su honda planta,

el aura que en las hojas
con leve pluma susurrante juega
y el sol que en la alta cima
del cielo ardiendo el universo anima

me claman que en la llama
brillas del sol, que sobre el raudo viento
con ala voladora
cruzas del occidente hasta la aurora

y que el monte encumbrado
te ofrece un trono en su elevada cima,
la hierbecilla crece
por tu soplo vivífico y florece.

Tu inmensidad lo llena
todo, Señor, y más: del invisible
insecto al elefante,
del átomo al cometa rutilante.

Tú a la tiniebla obscura
das su pardo capuz, y el sutil velo
a la alegre mañana,
sus huellas matizando de oro y grana;

y cuando primavera
desciende al ancho mundo, afable ríes
entre sus gayas flores,
y te aspiro en sus plácidos olores,

y cuando el inflamado
Sirio más arde en congojosos fuegos,
tú las llenas espigas
volando mueves y su ardor mitigas.

Si entonces al bosque umbrío
corro, en su sombra estás y allí atesoras
el frescor regalado,
blando alivio a mi espíritu cansado (...).
Juan Meléndez Valdés


La oda heroica o pindárica: celebra las haza­ñas y glo­ria de las naciones, los grandes ingenios y la admira­ción de las edades. Se caracteriza por el tono elevado, la nobleza de las imáge­nes y la grandilocuencia de la ex­presión. Destaca fray Luis de León con su "Profecía del Ta­jo"., Fernando de Herrera con “A don Juan de Austria” y “A la batallad e Lepanto”, etc.

ODA VII. PROFECIA DEL TAJO
[1] Folgaba el rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho y le habló desta manera:

[2] «En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.

[3] ¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!

[4] Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamiento, fieros males,
entre tus brazos cierras;
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales:

[5] a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitania,
a toda la espaciosa y triste España.

[6] Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.

[7] Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.

[8] La lanza ya blandea
el árabe crüel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.

[9] Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.

[10] ¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.

[11] El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.

[12] ¡Ay, triste! ¿y aun te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿Ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?

[13] Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.»

[14] ¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!

[15] Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!

[16] El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.
Fray Luis de León.


La oda filosófico-moral:  con­tie­ne reflexiones sugeridas por los re­veses de la fortuna, por el paso del tiempo, etc.

BEATUS ILLE
[1] Dichoso el que de pleytos alexado
qual los del tiempo antigo,
labra sus heredades no obligado
al logrero enemigo.

[2] Ni el arma en los reales le despierta,
ni tiembla en la mar brava,
huye la plaça y la sobervia puerta
de la ambición esclava.

[3] Su gusto es, o poner la vid crecida
al álamo ajuntada,
o contemplar quál pace, desparcida,
el valle su bacada.

[4] Ya poda el ramo inútil, y ya ingiere
en su vez el estraño;
o castra sus colmenas o, si quiere,
tresquila su rebaño.

[5] Pues quando el padre Otoño muestra fuera
su cabeça galana,
¡con quánto gozo coge la alta pera,
y ubas como grana!

[6] Y a ti, sacro Silvano, las presenta,
que guardas el exido;
debaxo un roble antiguo ya se sienta,
ya en el prado florido.

[7] El agua en las hazequias corre, y cantan
los pájaros sin dueño;
las fuentes, al mormullo que levantan,
despiertan dulce sueño.

[8] Y ya que el año cubre campo y cerros
con nieve y con eladas,
o lança el javalí con muchos perros
en las redes paradas,

[9] o los golosos tordos, o con liga
o con red engañosa,
o la estrangera grulla en laço obliga,
que es presa deleitosa.

[10] Con esto, ¿quién del pecho no desprende
quanto en amor se passa?
¿Pues qué, si la mujer honesta atiende
los hijos y la casa,

[11] qual haze la sabina o calabresa,
de andar al sol tostada;
y, ya que viene el amo, enciende apriesa
la leña no mojada,

[12] y ataja entre los çarços los ganados,
y los ordeña luego
y pone mil manjares no comprados,
y el vino como fuego?

[13] ni me serán los rombos más sabrosos,
ni las ostras, ni el mero,
si algunos, con levantes furïosos,
nos da el invierno fiero.

[14] Ni el pabo caerá por mi garganta,
ni el francolín greciano,
más dulce que la oliva que quebranta
la labradora mano,

[15] la malva o la romaça enamorada
del vicïoso prado,
la oveja en el disanto degollada,
el cordero quitado

[16] al lobo. Y mientras como, ver, corriendo,
quál las ovejas vienen,
ver del arar los bueyes que bolviendo
apenas se sostienen,

[17] ver de esclavillos el hogar cercado,
enxambre de riqueza.

[18] Ansí, dispuesto un cambio y al arado
loava la pobreza;
ayer puso en sus ditas todas cobro;
mas oy ya torna al logro.
Horacio (en versión de fray Luis de León).


NOCHE SERENA
[1] Cuando contemplo el cielo,
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,

[2] el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente,
Loarte, y digo al fin con voz doliente:

[3] «Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?

[4] «¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja aí el sentido,
que, de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido?

[5] «El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando,
y con paso callado,
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.

[6] «¡Oh, despertad, mortales!
¡mirad con atención en vuestro daño!
las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¡podrán vivir de sombras y de engaño?

[7] «¡Ay, levantad los ojos
aquesta celestial eterna esfera!
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.

[8] ¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

[9] Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto
sus pasos desiguales
y en proporción concorde tan iguales;

[10] la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos della
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor la sigue reluciente y bella;

[11] y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado;

[12] rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro:

[13] ¿quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y destos bienes la destierra?

[14] Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.

[15] Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.

[16] ¡Oh campos verdaderos!
¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»
Fray Luis de León.


La oda anacreóntica: canta fes­tivamente los placeres fugaces, más materia­les que espirituales. Es viva, delicada, espontánea y elegante.

En la literatura latina fue culti­vado por Propercio, Hora­cio, Catulo y Tí­bu­lo.

En su edad clási­ca, la po­esía ára­be sí presentó un gusto por esta temáti­ca hedo­nista, en torno a los place­res de la mesa y del cuerpo, me­diante géneros como la qasisa.

También lo cultivaron Pe­trarca y Ri­dolfi en Italia. Basándose en antiguas for­mas ita­lianas de raíz popu­lar que adapta al cas­tellano, lo cultivó Cetina, así como Vi­llegas ("Eróti­cas o ama­torias"). Su forma métrica habitual en castellano es el romance, gene­ralmente hepta­sí­labo.

En el siglo XV­III la cultiva­ron Juan Meléndez Valdés (“La paloma de Fillis”), García de la Huerta, For­ner...

EL PLACER
Gocemos, lo demás
es sólo una quimera;
el curso de los años
acaba con presteza.
El presente no dura;
del porvenir )qué queda?
Cuidados enojosos,
los que el error engendra,
huid, y no turbéis
los días de mi existencia.
Morir quiero sin que
os conozca siquiera,
entre el Amor y Baco,
deidades halagueñas.
Anacreonte.


[Para un estudio más detenido de la "anacreóntica", vid. en este blog nuestra entrada "Anacreóntica. Formas principales de la lírica"].


SUBGÉNEROS MENORES:

 

1. ALBA.
Aunque ya encontramos muestras entre los griegos del motivo del alba (cfr. Meleagro: "¡Oh alba! Por qué, cruel para los amantes, viniste tan temprano junto a mi lecho, / cuando empezaba a entrar en calor con el cuerpo de mi querida Demo?"), y aún entre los árabes (trasladándose a los mozárabes, como conocemos en algunas jarchas: "¡Ven, oh hechicero!/ Un alba que tiene tan hermoso fulgor,/ cuando viene se va el amor") como subgénero concreto y delimitado debemos atribuirle un origen trova­dor­esco pro­venzal. Ésta expre­sa el sentimiento de dolor de los dos aman­tes por tener que separarse al am­ane­cer, en oposición a la serena  (serenata), que se dedi­caba al canto de la noche.

L'alba provenzal oscila alrededor de las 5 estro­fas, sien­do el desar­rollo de su temá­tica la siguiente: los a­mantes están en el lecho, y se su­pone que han estado toda la noche juntos. Un amigo que ha es­tado vi­gilante toda la noche (guaita), les avisa de que está amane­ciendo y puede descu­brir­los el ma­rido de la enamorada (el gilós o celoso marido), o cual­qu­ier chivato (laussangier). Suele acabar la estrofa con "y en­se­guida vendrá el al­ba" ('et ades será l'­alba'):

"Gaita be, gaiteta del chastel,
quan la re que plus m'es bon e bel
ai a me trosqu'a l'alba.
E.l jornz ve e non l'apel;
joc novel
mi tol l'alba,
l'alba, oi l'alba!".
Guarda bien, guardiancito del castillo,
lo que para mí es lo mejor y más bello,
y tengo como mío hasta el alba.
El día llega y no lo he llamado,
el abrazo
me quita el alba,
el alba, ¡ay, el alba!


El alba galaico-portugués aparece como canto de alborada en el que la amante recuerda la en­trevista con el amante la noche ant­erior, o se lamenta de que la cui­ta amorosa no le deja dor­mir.

¿De qué morredes, filha, a do corpo belido?
Madre, moiro de amores que mi deu meu amigo.
¡Alba é, vai lieiro!

¿De qué morredes, filha, a do corpo loçano?
Madre, moiro de amores que mi deu meu amado.
¡Alba é, vai lieiro!

Madre, moiro de amores que mi deu meu amigo,
quando vexo esta cinta que por seu amor cingo.
¡Alba é, vai lieiro!

Madre, moiro de amores que mi deu meu amado,
quando vexo esta cinta que por seu amor trago.
¡Alba é, vai lieiro!

Quando vexo esta cinta que por seu amor cingo,
e me membra, fremosa, cómo falóu conmigo.
¡Alba é, vai lieiro!

Quando vexo esta cinta que por seu amor trago
e me membra, fremosa, cómo falamos ambos.
¡Alba é, vai lieiro!"

Don Denis.


La albada también tiene muestras castellanas:

Al alba venid, buen amigo,
al alba venid.

Amigo el que yo más quería
venid al alba del día.

Amigo el que yo más amaba,
venid a la luz del alba.

Venid a la luz del día;
non trayáis compañía.

Venid a la luz del alba;
non trayáis gran compaña

¡Quando saldréys, el alba galana!
¡Quando saldréys, el alva! (...)

Una variante es el alba religiosa. Ésta es una composición poética trovadoresca pro­ve­nzal en la que la LUZ del día es una alegoría de la LUZ de Cristo. En castellano tenemos una muestra en el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, en la línea tradicional del himno cristiano "Aurora lucis rutilat / Caelum laudibus intonat, / Mundus exultans iubilat, / Gemens infernus ululat", que revela afinidades con el tema del "Paschale gaudium", donde la resurrección de Cristo es como la luz de la mañana, una especie de aurora mística que se extiende por todo el universo. El simbolismo poético de este himno sirvió a Juan Ruiz para crear un contexto erótico y hacer en él una parodia de la alborada y de las Horas Canónicas:

"Desque sientes a ella, tu coracón espacias;
con la maytinada cántate, en las friuras lacias;
laudes aurora lucis, das las grandes gracias;
con miserere mey, mucho te le engracias.

En saliendo el sol, comiencas luego prima;
deus in nomine tuo, rruegas a tu saquima
que la lieve por agua e que dé a todo gima,
va en achaque de agua a verte la mala esquima.

E sy es tal que nos usa andar por las callejas,
que la lyeve a las uertas por las rrosas bermejas;
ssy cree la bavieca sus dichos e conssejas,
quod eva tristis trae de quicunque vult rredruejas (...)


2. BALADA.

Es una canción de baile constituida por una o más estrofas ligadas a un estribillo, que se repite de manera idéntica al final de cada estrofa. La hallamos en la lírica provenzal y trovado­resca.

La ballada de la lírica provenzal es una breve composición, gene­ralmente anónima, destinada a ser bailada, que consta de los si­guientes elementos: refram o estribillo, compues­to por un pareado (aa), y tres versos que constituyen la estrofa del solista que forman un pareado de rima diferente a la del refrán, seguidos de un tercero que rima con el estribillo (bba). Ahora bien, tras el primer verso del solista, el coro repite el primer verso del re­frán, dando el siguiente resultado: aa (a)bba aa...

En la lírica galaico-portuguesa las bailadas tienen forma parale­lística.

Bailemos nós já todas tres, ai amigas,
so aquestas avelaneiras frolidas;
e quen fôr belida, como nós, belidas,
se amig' amar,
so aquestas avelaneiras frolidas
verrá bailar.

Bailemos nós já todas tres, ai irmãas,
so aqueste ramo d' estas avelãas;
e quen fôr louçãa, como nós, louçãas,
se amig' amar,
so aqueste ramo d'estas avelãas
verrá bailar.

Por Deus, ai amigas, mentr' al non fazemos,
so aqueste ramo frolido bailemos;
e quen ben parecer, como nós parecemos,
se amig' amar,
so aqueste ramo, so l' que nós bailemos,
verrá bailar.

Bailemos nosotras tres, ¡ay amigas!,
bajo estos avellanos floridos;
y quien fuera bella, como nosotras, bellas,
si a un amigo amara,
bajo estos avellanos floridos
vendrá a bailar.

Bailemos nosotras tres, ¡ay hermanas!,
bajo el ramo de estas avellanas;
y quien fuera lozana, como nosotras, lozanas,
si a un amigo amara,
bajo el ramo de estas avellanas
vendrá a bailar.

Por Dios, ¡ay amigas!, mientras cosa no hacemos,
bajo este ramo florido bailemos;
y quien bien parezca, como nosotras, parecemos,
si a un amigo amara,
bajo este ramo, bajo el que nosotras bailamos,
vendrá a bailar.
Airas Nunes


En la lírica castellana, la balada es un poema de diez versos endecasílabos dispuestos en tres partes semejantes a las del villanci­co, con enla­ce y repre­sa.

La balada, en su forma más sencilla, tiene esquema de zéjel.

De poco arraigo en españa, modernamente ha sido cultivada por Zorrilla, Gabriel y Galán, J. R. Jiménez (Balada de primavera), García Lorca (Balada de un día de junio), Alberti (Baladas y canciones de la quinta del Mayor loco), etc.

Dios está azul. La flauta y el tambor
anuncian ya la cruz de primavera.
Vivan las rosas, las rosas del amor
entre el verdor con sol de la pradera!

Vámonos, vámonos al campo por romero,
vámonos, vámonos
por romero y por amor…

Si yo le digo: no quieres que te quiera?,
responderá radiante de pasión:
cuando florezca la cruz de primavera
yo te querré con todo el corazón!

Vámonos, vámonos al campo por romero,
vámonos, vámonos
por romero y por amor…

Florecerá la cruz de primavera,
y le diré: ya floreció la cruz.
Responderá: … tú quieres que te quiera?,
y la mañana se llenará de luz!

Vámonos, vámonos al campo por romero,
vámonos, vámonos
por romero y por amor.

Flauta y tambor sollozarán de amores,
la mariposa vendrá con su ilusión…
Ella será la virgen de las flores
y me querrá con todo el corazón!
Juan Ramón Jiménez

[Para una mayor profundización sobre este súbgénero, vid. nuestra entrada en este blog "Balada. Formas principales de la lírica"].


3. CUADRO.

En este género, lo impor­tante es la descripción de lo que el poeta está viendo o s­iente.

Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean...
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.
Antonio Machado.

4. DEBATE.

Se conoce con el nombre de debates (débats, contrasti, alter­cationes) un tipo de ensayos poéticos de gran difusión en la poesía latino-medie­val (Con­flictus veris et hiemis, p. ej., de comien­zos del siglo XI, según Menéndez Pidal; Prosopopeia efficientia aquae, vini et olei, de principios del siglo X, etc.), y árabe, trasla­da­dos luego a las distintas litera­turas vulga­res.

Se trataba, en principio, de la metrifi­ca­ción de un con­traste entre dos puntos de vista dife­rentes sobre una deter­minada cuestión o fenómeno: las virtudes del clérigo y el caba­llero, las excelencias del agua y el vino, la fortuna y la filoso­fía, joven-viejo, hombre-mujer, caballero-dama, pobre-rico, cuerpo-alma, cristianismo-judaísmo, las tres edades del hombre, verano-invierno, la violeta y la rosa, etc.; fundamentado, probablemente, en un ejercicio retórico, de in­genio, estimu­lado por las prácticas escola­res, y en estrecha relación con los usos sociales de la época (torneos, por ejem­pl­o) y los hábitos menta­les (esco­lásti­ca).

Por tanto, los debates es un género bien consolidado du­ran­te el siglo IX, ya que el diálogo resultó una forma de ex­posición adecuada para el plan­tea­miento de puntos de vista diferentes. Luego se fue exten­diendo poco a poco por todos los países de la Europa occidental.

Su estilo está especialmente influido por las églogas clási­cas, y, más tardíamente, por los poemas dialogados proven­zales, concreta­mente por el partiment (que gira en torno a cuestiones teóricas) y la tensó (con una forma más personal y satírica).

Lo más característico del género es la forma dialogada que adoptan los poemas. Pero no se trata de un diálogo puro, como en el teatro, sino de la alter­nancia de un discurso narrativo con otro dialogal, con mayor ventaja de éste, y marcando la división mediante fórmulas introductorias con verbos de "de­cir". El diálogo se enmarca así en una situación supe­rior, y viene a ser una mera ejempli­fica­ción plástica de éste. De ahí el frecuen­te uso de la prosopopeya o la alegoría y, por otra parte, lo poco sorpren­dente de los temas debati­dos y del desen­lace. El razonam­iento, aunque expuesto en forma dialéc­tica, no avanza, sino que se reduce a una acumula­ción de argumentos y contra­argumentos.

La mayoría de la crítica considera las disputas o debates como el germen del teatro medieval.

El verso lírico juglaresco, tal como se encuentra en poesías cortas del siglo XIII, especialmente en los debates, mues­tra en la medición de las sílabas una disposición semejante a la del antiguo épico; no obstan­te, y aunque los versos tienen a menudo una exten­sión considerable, se distingue de éste por tener como base el eneasílabo (Vida de santa Maria Egipciaca) o el octosílabo (Razón de amor y Elena y María).

 

5. DOLORA.

Inventada por Ramón de Campoamor, se trata de una composición sentimental o satírica.

De Diógenes compré un día
la linterna a un mercader;
distan la suya y la mía
cuanto hay de ser a no ser.
Blanca la mía parece;
la suya parece negra;
la de él todo lo entristece;
la mía todo lo alegra.
Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.

Ramón de Campoamor.

 
6. EPIGRAMA.

Tiene en sus orígenes el sentido de inscripción en verso (dísticos) de carácter votivo o funerario.

En la poesía griega tiene con frecu­encia un carácter reflexivo, gnómico, exhortativo o amoroso.

Los poetas latinos, entre ellos Catulo, Juvenal y especialmente Marcial, desarrollaron el epigrama como una breve sátira en verso que acaba con alguna expresión punzante.

En la Edad Media, epigramas serían algunas cantigas de escarnio, aunque no usen tal térmi­no.

La palabra se renovará en el siglo XVI para significar, en principio, poema breve de estructura cerrada (alguna vez los sonetos se denominan epigram­as, sobre todo los funerarios), o poema muy breve, de forma no definida, de carácter moral, cómico o fuertemente satírico (Baltasar del Alcázar, Ruiz de Alarcón, Villamediana). Suele estar formado por dos redondillas, o dos quintillas o una décima.

Durante el manierismo, lo epigramático aparece como una de las formas de la agudeza que, como dice Baltasar Gracián en su Agudeza y arte de ingenio, predomina entre los españoles, frente a la erudición de los franceses, la elocuencia de los italianos y la invención de los griegos. "El que es nacido para un epigrama no es decente para un sermón", concluye en otro momento Gracián.

Se señalan tres elementos propios del epigrama: brevedad, claridad y agudeza o gracia, según aquel precepto de Juan de Iriarte, que dice: 


A la abeja semejante, 
para que cause placer, 
el epigrama ha de ser, 
pequeño, fácil, picante. 

 

Fueron frecuentes hasta el siglo XIX, destacando Baltasar del Alcázar, Iglesias de la Casa e Iriarte, per­diéndose en el modernismo y la Generación del 27 (con excep­ciones: Juan Ramón, Salinas, Dámaso Alonso).

Actualmente se han recu­perado en Gil de Biedma, Celso Emilio Ferreiro, Pere Quart…, entre otros.

Una variante es la humorada, inventada por Ramón de Campoamor, “envuelve en un rasgo intencionado, unas veces humorístico, otras serio, pero siempre filosófico”, un pensamiento rápido e ingenioso.

 

Si como hecho es un trapo la bandera, 
como idea es un símbolo divino.

        Ramón de Campoamor. 

 

Aunque no siempre se haga mención al género, hay poemas que por su concisión y agudeza participan también del epigrama: es el caso de Ángel González (¿Recuerdas que querías ser Narciso?: "Pequeña estrábica,/ tú no te preocupes;/ contempla el mundo y rompe los espejos"); las “greguerías” de Ramón Gómez de la Serna; los "membretes" de Oliverio Girondo.

En su novela Vitrina pintoresca, Pío Baroja registra las inscripciones en las paredes y en las muestras de tiendas. Borges hace algo semejante con las "inscripciones de los carros".

Pintadas en paredes y retretes, los grafitos, síntesis anónima de los hechos e ideas de distintas épocas, deben clasificarse dentro del género epigramático, desde los encontrados en Pompeya hasta los más recientes.

Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños de Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho,
un fidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».

Leandro Fernández de Moratín.

El que una vez fue casado
y otra se vuelve a casar,
ése vuelve a navegar
después de haber naufragado.
Juan de Iriarte.

7. EPITAFIO.

Inicialmente debemos entenderlo como una inscripción realizada sobre una tumba.

 

Aquí yace quien tan mal 
usó del saber tan bien, 
y quien nunca tuvo quien 
le fuese amigo leal. 
Él fue señor sin igual, 
invencible en el valor, 
águila que al resplandor 
del sol se opuso tan fuerte, 
que no le causó la muerte 
la muerte sino el valor.

Marqués de Alenque. 

 Ahora bien, el epitafio es un poema breve que encierra una reflexión filosófica o que invita al recuerdo de la persona desaparecida a través de algunas de sus cualidades.

...En la corteza
de un álamo unas letras escribía
como epitafio de la ninfa bella
que hablaban así por parte della:
Elisa soy, en cuyo nombre suena
y se lamenta el monte cavernoso,
testigo del dolor y grave pena
en que por mí, se aflige Nemoroso
y llama Elisa.

Garcilaso de la Vega.

8. EPITALAMIO.

Es un canto que celebra unos desposorios. De corta extensión, fue cultivado por Safo, Teócrito, Calímaco, Catulo, Lope de Vega y Moratín.

Este canto nupcial, en la An­tigüedad, se cantaba delante de la cámara de los desposa­dos. Suele confun­dirse con el himeneo, que se cantaba al ser conducida la esposa a la casa del esposo.

Lo solemos encontrar en numerosas obras de teatro de Lope de Vega (Fuente ovejuna),pero también en Alberto Lista (“Las bodas de Mirtila”), en Martínez de la Rosa (“La boda de Portici”),  en Antonio Macha­do (“A las bodas de Fco. Romero”), etc.

Vivan muchos años juntos
los novios, ruego a los cielos,
y por envidias ni celos
ni riñan ni anden en puntos!
Lleven a entrambos difuntos,
de puro vivir cansados.

Lope de Vega.


9. IDILIO.

Creado por Teócrito, y continuado por Mosco y Bión, el idilio es de temática amorosa, dialogado entre pastores, y desarrollado en una naturaleza agradable y paradisíaca, que el creador identificó con la Arcadia.

 

10. LETRILLA.

Este subgénero lírico adopta la forma de una sucesión de estrofas con vuelta y estri­billo, en versos de 6, 7, 8 sílabas.  Por tanto, es heredera directa del villancico.

En ocasio­nes adopta la forma del romance con estribillo cada cierto número de ver­sos.

Ahora bien, en con­traste con el villancico, rara vez acude para for­marse a una cancioncilla popular; lo más común es que el estribillo proceda de un refrán, de una canción de moda, o sea escrito por el mismo autor, dándole un cierto aire popularizan­te.

Es una composición fácil, graciosa, de fondo burlesco, amatorio o relig­io­so. La letri­lla puede estar constituida por una serie de epigrama­s.

La cultiva­ron Quevedo, Góngora, Cadalso, etc.

 

Este mundo es juego de bazas,

que sólo el que roba triunfa y manda.

 

Toda esta vida es hurtar,

no es el ser ladrón afrenta,

que como este mundo es venta,

en él es propio el robar.

Nadie verás castigar

porque hurta plata o cobre:

que al que azotan es por pobre

de suerte, favor y trazas.

Este mundo es juego de bazas,

que sólo el que roba triunfa y manda (...)

Francisco de Quevedo.

 

 

11. MADRIGAL.

Es una especie de epigrama, de mayor extensión, pero que encierra un pensamiento delicado, tierno, amoroso o galante, y que en castellano emplea una combinación de endecasílabos y heptasílabos, rimados en consonante y distribuidos a gusto del poeta


Ojos claros serenos,

 si de dulce mirar sois alabados, 

¿Por qué si me miráis, miráis airados?

Si cuanto más piadosos 

más bellos parecéis a quien os mira, 

¿Por qué a mí solo me miráis con ira?

Ojos claros serenos, 

ya que así me miráis, miradme al menos.

(Gutierre de Cetina) 

 

12. SATIRA.

Es el nombre que recibe la composición poética que  censura vicios, defectos o ridiculeces. La sátira más noble censura el vicio en gene­ral.

En la Edad Media se remiten a la sátira los misterios bufos, los juegos de escarnio, algunas com­posiciones goliardescas, las com­posiciones carnavales­cas anticleri­cales y populares, las dan­zas de la muerte...

En el Renacimiento, se recupera el modelo latino (algunos poemas de Cristóbal del Castillejo), pero ocupa también un gran espacio la sátira de costumbres.

Pero será en el siglo XVII cuando cobre su may­or auge con Argensola y Quevedo.

 En el siglo XVIII la sátira se hace moralizante (Jovellanos) o lite­raria, mientras que en el rom­an­ticismo es fundamentalmente políti­ca.

Erase un hombre a una nariz pega­do,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;
 
era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.
 
Erase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
los doce tribus de narices era;
 
érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.
(Quevedo).

 

 

13. SERRANILLA.

Este subgénero lírico  describe en estrofas dialogadas el encuentro de dos personas de desigual condición social  (caballero-cam­pesina). Usan generalmente versos hexasílabos y octosílabos. Fue muy cultivada por el Marqués de Santillana.

 

Moça tan fermosa

non vi en la frontera,

como una vaquera

de la Finojosa.

 

Façiendo la vía

del Calatraveño

a Sancta María,

vençido del sueño

por tierra fragosa

perdí la carrera

do vi la vaquera

de la Finojosa.

 

En un verde prado

de rosas e flores,

guardando ganado

con otros pastores,

la vi tan graçiosa,

que apenas creyera

que fuesse vaquera

de la Finojosa. (...)       

Marqués de Santil­lana.

 

 

14. VILLANCICO.

Es un poema grá­cil que invita a gozar los place­res sen­sua­les del vino y el amor. La forma habi­tual es el romance, gene­ral­mente hepta­sí­labo. Este li­mi­tado caráct­er te­mát­ico lo ha hecho género muy ex­traño en la lite­ra­tura españo­la.

En la literatura latina fue culti­vado por Propercio, Hora­cio, Catulo y Tí­bu­lo.

En su edad clási­ca, la po­esía ára­be sí presentó un gusto por esta temáti­ca hedo­nista, en torno a los place­res de la mesa y del cuerpo, me­diante géneros como la QASI­DA.

También lo cultivaron Pe­trarca y Ri­dolfi en Italia.

BAEHR señala que el madri­gal se ca­racte­riza por el asunto amoroso, por la expresión sen­cilla y ocasionalmente tam­bién por la referencia al campo y los pas­tores. Basándose en antiguas for­mas ita­lianas de raíz popu­lar que adapta al cas­tellano, lo cultivó CETI­NA, así como Vi­llegas ("Eróti­cas o ama­torias"). En el siglo XV­III lo cultiva­ron García de la Huerta y For­ner.

 

Quiero dormir y no puedo
que me quita el amor el sueño.

 

No hay sosiego en mi cuidado
que anda suelto mi ganado.
Temo que me lo han robado
y que lo goza otro dueño.


Quiero dormir y no puedo
que me quita el amor el sueño.




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