29 de octubre de 2022

MINILECTURA: "APRENDE", DE ESPIDO FREIRE


A mí nunca me compraron un perro.
Si tuviera uno, ahora me defendería.
Durante mucho tiempo fue lo único que les pedí. No quería regalos, ni la bici, que tenía que compartir con Tania, ni tampoco me interesaban los parques de atracciones, en los que me aburría. Regresábamos a casa con las mejillas quemadas por el sol y con dolor de cabeza, un globo desinflado, y algún peluche tonto de recuerdo. Tengo trece años. Hace mucho que dejaron de interesarme los peluches.
Ellos me contaban excusas cada vez más nuevas y sofisticadas. Primero intentaron convencerme de que un perro no sería feliz en nuestro piso. Necesitaban espacio, aire, luz. Entonces reduje el tamaño del perro hasta el límite, pequeño, muy pequeño. Un yorkshire, un bichón maltes. Luego me hablaron de la responsabilidad, de la esclavitud que suponían los paseos. Aguardé con paciencia hasta cumplir los diez años y a que me dieran la llave de casa, y me dejaran ir y regresar sola del colegio. Ya era responsable. Pero en ese momento, mamá se quedó callada, y dijo que Tania era alérgica a los animales. Siempre Tania.
Papá regresó de trabajar al día siguiente con una pecera en una bolsa y un pececito rojo en otra. Estaba muy contento, como iluminado por dentro, pero creo que en esta ocasión no había bebido. Cuando volcamos el pez y el agua en el globo de cristal, el pez era diminuto. No medía más que mi dedo meñique. Tania agitó el agua con una cuchara, y yo la pellizqué. Me miró, sorprendida, y yo me sentí un poco mejor cuando vi que se frotaba el brazo dolorido.
Me sentí mucho mejor.
El pez no nos duró demasiado tiempo. Apareció muerto, flotando de costado, sobre las vasijas romanas de plástico que adornaban el fondo de la pecera. No llegaron a saberlo, pero eché una pizca de azúcar al agua. No me gustaba aquel pez, con sus bobos ojos atónitos. Tania se echó a llorar, y estuvo triste toda la semana, hasta que mamá retiró la pecera vacía de la cocina, y decidió que, dado el disgusto que nos causaba, no habría más peces.
A mamá nunca le han gustado los animales.
Ah, las plantas sí. En casa hay plantas en todas las habitaciones, incluso en la nuestra; las sacamos durante la noche, porque nos roban el oxígeno. Tenemos geranios con flores rojas, plantas de interior con hojas gruesas y que parecen empapadas en aceite, tanto brillan, enredaderas y potos que se columpian sobre las estanterías. El orgullo de mamá es una palmera enana que custodia el salón. Comenzó siendo de la estatura de Tania, y ahora casi roza el techo. Ah, sí, de plantas háblale todo lo que quieras. Pero a mí me niega un perrito pequeño, casi invisible, que me haría tan feliz.
A veces, por la noche, aprieto los dientes y escucho la respiración de Tania. Siento tanta cólera hacia el mundo, me pongo tan furiosa por cualquier razón que, si nadie lo supiera, si no me sorprendieran, sería capaz de hacer cosas terribles. Me miro al espejo y no me gusta lo que veo. Soy demasiado alta, demasiado grande. Estoy gorda, no tengo cintura ni pecho. Si me cortara el pelo, parecería un chico. Me parezco a papá, no a mamá: espero no parecerme en todo a él.

19 de octubre de 2022

EJERCICIO. DISTINCIÓN ENTRE AGUDAS, LLANAS, ESDRÚJULAS Y SOBREESDRÚJULAS


Realice el siguiente ejercicio cuantas veces sea preciso para que obtenga la máxima puntuación.

Para ello, pulse primero sobre "LEER EN VOZ ALTA".

Una vez que escuche la palabra pinche sobre la caja que le corresponda.

Un emoticono le dirá si ha acertado o no.

Repita este proceso un total de 40 veces.







12 de octubre de 2022

MINILECTURA: "LA RESUCITADA", de EMILIA PARDO BAZÁN


Ardían los cuatro blandones1 soltando gotazas de cera. Un murciélago, descolgándose de la bóveda, empezaba a describir torpes curvas en el aire. Una forma negruzca, breve, se deslizó al ras de las losas y trepó con sombría cautela por un pliegue del paño mortuorio. En el mismo instante abrió los ojos Dorotea de Guevara, yacente en el túmulo2.
1. Blandón: vela de cera cilíndrica, grande y gruesa de un solo pabilo.
2. Túmulo: armazón de madera, vestido de paños fúnebres, que se erige para la celebración de las honras de un difunto, y sobre el que se coloca el féretro o caja mortuoria o ataúd.

Bien sabía que no estaba muerta; pero un velo de plomo, un candado de bronce la impedían ver y hablar. Oía, eso sí, y percibía -como se percibe entre sueños- lo que con ella hicieron al lavarla y amortajarla3. Escuchó los gemidos de su esposo, y sintió lágrimas de sus hijos en sus mejillas blancas y yertas4. Y ahora, en la soledad de la iglesia cerrada, recobraba el sentido, y le sobrecogía mayor espanto. No era pesadilla, sino realidad. Allí el féretro, allí los cirios5..., y ella misma envuelta en el blanco sudario6, al pecho el escapulario7 de la Merced.
3. Amortajar: poner la mortaja a un difunto (vestidura, sábana u otra cosa con que se envuelve el cadáver para el sepulcro).
4. Yerta: cuando se dice de un ser vivo es que está tiesa o rígida, especialmente a causa del frío o de la muerte.
5. Cirio: vela de cera, larga y gruesa.
6. Sudario: lienzo o tela que se pone sobre el rostro de los difuntos o en que se envuelve el cadáver.
7. Escapulario: tira o pedazo de tela con una abertura por donde se mete la cabeza, que cuelga sobre el pecho y la espalda y sirve de distintivo a varias órdenes religiosas. Objeto devoto formado por dos pedazos pequeños de tela unidos con dos cintas largas para echarlo al cuello.

Incorporada8 ya, la alegría de existir se sobrepuso a todo. Vivía. ¡Qué bueno es vivir, revivir, no caer en el pozo oscuro! En vez de ser bajada al amanecer, en hombros de criados a la cripta9, volvería a su dulce hogar, y oiría el clamoreo10 regocijado11 de los que la amaban y ahora la lloraban sin consuelo. La idea deliciosa de la dicha12 que iba a llevar a la casa hizo latir su corazón, todavía debilitado por el síncope13. Sacó las piernas del ataúd, brincó al suelo, y con la rapidez suprema de los momentos críticos combinó su plan. Llamar, pedir auxilio a tales horas sería inútil. Y de esperar el amanecer en la iglesia solitaria, no era capaz; en la penumbra de la nave creía que asomaban caras fisgonas de espectros y sonaban dolientes quejumbres de ánimas en pena14... Tenía otro recurso: salir por la capilla del Cristo.
8. Incorporar: sentar o reclinar el cuerpo que estaba echado o tendido.
9. Cripta: lugar subterráneo en que se acostumbraba enterrar a los muertos.
10. Clamoreo: clamor (grito vehemente de una multitud) repetido o continuado.
11. Regocijado: que causa o incluye regocijo o alegría.
12. Dicha: felicidad.
13. Síncope: pérdida repentina del conocimiento y de la sensibilidad, debida a la suspensión súbita y momentánea de la acción del corazón.
14. Ánima en pena: alma que vaga errante, que no ha tenido su reposo definitivo y se ha quedado en este mundo, espíritu atormentado. Suele emplearse la expresión "deambular como ánima/alma en pena" para describir el comportamiento de una persona que está triste y sin consuelo.

8 de octubre de 2022

MINILECTURA: "EL MORADOR DE LAS TINIEBLAS", de H. P. LOVEGRAFT


      (Dedicado a Robert Bloch)


                 Yo he visto abrirse el tenebroso universo
                 Donde giran sin rumbo los negros planetas,
                 Donde giran en su horror ignorado
                 Sin orden, sin brillo y sin nombre.
                                 Némesis.
Imagen de H. P. Lovegraft , de autor anónimo.

Las personas prudentes dudarán antes de poner en tela de juicio la extendida opinión de que a Robert Blake lo mató un rayo, o un shock nervioso producido por una descarga eléctrica. Es cierto que la ventana ante la cual se encontraba permanecía intacta, pero la naturaleza se ha manifestado a menudo capaz de hazañas aún más caprichosas. Es muy posible que la expresión de su rostro haya sido ocasionada por contracciones musculares sin relación alguna con lo que tuviera ante sus ojos; en cuanto a las anotaciones de su diario, no cabe duda de que son producto de una imaginación fantástica, excitada por ciertas supersticiones locales y ciertos descubrimientos llevados a cabo por él. En lo que respecta a las extrañas circunstancias que concurrían en la abandonada iglesia de Federal Hill, el investigador sagaz no tardará en atribuirlas al charlatanismo consciente o inconsciente de Blake, quien estuvo relacionado secretamente con determinados círculos esotéricos.

Porque después de todo, la víctima era un escritor y pintor consagrado por entero al campo de la mitología, de los sueños, del terror y la superstición, ávido en buscar escenarios y efectos extraños y espectrales. Su primera estancia en Providence -con objeto de visitar a un viejo extravagante, tan profundamente entregado a las ciencias ocultas como él- había acabado en muerte y llamas. Sin duda fue algún instinto morboso lo que le indujo a abandonar nuevamente su casa de Milwaukee para venir a Providence, o tal vez conocía de antemano las viejas leyendas, a pesar de negarlo en su diario, en cuyo caso su muerte malogró probablemente una formidable superchería destinada a preparar un éxito literario.

No obstante, entre los que han examinado y contrastado todas las circunstancias del asunto, hay quienes se adhieren a teorías menos racionales y comunes. Estos se inclinan a dar crédito a lo constatado en el diario de Blake y señalan la importancia significativa de ciertos hechos, tales como la indudable autenticidad del documento hallado en la vieja iglesia, la existencia real de una secta heterodoxa llamada «Sabiduría de las Estrellas» antes de 1877, la desaparición en 1893 de cierto periodista demasiado curioso llamado Edwin M. Lillibridge, y -sobre todo- el temor monstruoso y transfigurador que reflejaba el rostro del joven escritor en el momento de morir. Fue uno de éstos el que, movido por un extremado fanatismo, arrojó a la bahía la piedra de ángulos extraños con su estuche metálico de singulares adornos, hallada en el chapitel de la iglesia, en el negro chapitel sin ventanas ni aberturas, y no en la torre, como afirma el diario. Aunque criticado oficial y públicamente, este individuo -hombre intachable, con cierta afición a las tradiciones raras- dijo que acababa de liberar a la tierra de algo demasiado peligroso para dejarlo al alcance de cualquiera.

El lector puede escoger por sí mismo entre estas dos opiniones diversas. Los periódicos han expuesto los detalles más palpables desde un punto de vista escéptico, dejando que otros reconstruyan la escena, tal como Robert Blake la vio, o creyó verla, o pretendió haberla visto. Ahora, después de estudiar su diario detenidamente, sin apasionamientos ni prisa alguna, nos hallamos en condiciones de resumir la concatenación de los hechos desde el punto de vista de su actor principal.