27 de diciembre de 2018

ÉGLOGA, SUBGÉNERO DE LA LÍRICA.


El subgénero lírico "égloga" (que etimológicamnete significa 'elección, selección') nace emparentado con la literatura bucólica (relativa al 'pastor de bueyes'), y que no debe confundirse con la pastoril (en la Edad Media hubo literatura pastoril —pastorellas, serranillas...—, mero juego lírico cortesano, pero no bucólico, como nos recordó Jesús Gómez).
[Gómez, Jesús. "Sobre la teoría de la bucólica en el Siglo de Oro: hacia las églogas de Garcilaso", in Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 10 (1991-1992), pág. 117].

En efecto, debemos rastrear sus orígenes en Teócrito de Siracusa (ca. 310 - 260 a.d.n.e.), que compuso unos Idilios (etimológicamente εἰδύλλιον significa 'escena, pequeño cuadro'), y que dan la forma primera al subgénero bucólico o idílico pastoril. Quizá inicialmente estuvo conexa con los cantos a Dionisos por parte de los pastores de la isla de Cos, por lo que acabó relacionándose la actividad de los 'boyeros' -βουκόλος, de ahí bucólico (βουκολικός)- con el canto pastoril, en un escenario campestre -alejado del entorno urbano-, y donde los motivos de flores, árboles, brisas, aves, abejas y alba son repetidos. Esta naturaleza, bien sean las tierras de Siracusa, bien las referidas a los frondosos bosques y prados fértiles de Arcadia (en el Peloponeso, la tierra del dios Pan, el dios de los pastores), será contemplada externamente y nunca se funde con los sentimientos del poeta.

IDILIO XI: El cíclope,

de Teócrito de Siracusa.

Traducción de Ipancro Acaico
(México: Imprenta de Ignacio Escalante, 1877).


Ningún remedio contra Amor, ni ungüento
Ni leves polvos hay, según noticias,
Sino las Musas; gran medicamento,
Que aunque germina en nuestro suelo ¡oh Nicias!
No es el poder hallar fácil intento.
Y tú, que de las Nueve eres delicias,
Y de la ciencia médica las llaves
Tienes al mismo tiempo, bien lo sabes.

Así pasaba plácida la vida
Aquí en Sicilia el Cíclope afamado
Polifemo el de antaño, a la garrida
Galatea siguiendo enamorado.

El bozo aun no cubría la encendida
Mejilla, ni su labio nacarado;
Y no nutrían rosas ni manzanas
Su ciego amor, mas furias inhumanas.

Nada cuidaba ya: del monte al hato
La grey tornaba sin pastor ni guía;
A su bella cantando el insensato
Desde el alba
en la playa se escocía:
De Venus le causó tal arrebato
El dardo que en el pecho hondo tenía.
Halló el remedio; así con tosca boca
Mirando al mar, cantaba en alta roca:

¿Por qué, cándida Ninfa Galatea,
Del que rendido te ama huyes esquiva?
Tu pura tez cual requesón blanquea.
Y más que un ternerillo eres altiva;
Cual uva que inmatura verdeguea
Amarga, y que un cordero más festiva,
Llegas si al dulce sueño cierro el ojo,
Y al despertar, de huir te viene antojo.

Huyes de mí cual tímido cordero
Huye al mirar al espumante lobo.
¡Niña! De tí me enamoré primero
Cuando mi madres y tú, bajo aquel pobo
Jacintos deshojabais: yo el sendero
Al monte os enseñé, y en dulce arrobo
Me tienes hoy, y siempre, desde entonce;
Mas tú, lo sé, ¡por Jove! eres de bronce.

¡Bellísima mujer! ¿Por qué se aleja
De mí tu corazón, mi amor comprende?
¿Es porque una tan solo, hirsuta ceja
Por mi frente larguísima se extiende,
Que llega de una oreja a la otra oreja,
Y abajo un ojo solitario esplende?
¿Es porque encima de mi labio asoma
Ancha nariz desagraciada y roma?

Pero tal como soy, pacen millares
De ovejas pingües en el campo mío;

La mejor leche ordeño y bebo a mares,
Y queso no me falta, ya en estío,
Ya en medio del otoño lo anhelares
O del extremo invierno en lo más frío;
Y siempre están henchidos mis cestones
De frutas y variadas provisiones.

En pulsar la zampoña soy más diestro
Que ningún otro Cíclope en contorno,
Y cantándote a ti y el amor nuestro,
,
¡Mi prenda, mi manzana!, al hogar torno
A media noche. Para ti amaestro
Once venadas, de mi grey adorno,
Todas fecundas ya, con cervatillos,
Y de oso cuatro bellos cachorrillos.

Tuyo todo será. Ven y disfruta
De mi riqueza, y deja que las olas
Se estrellen en la playa:
tú en mi gruta
Más dulce vivirás conmigo a solas.
Laurel y vides de sabrosa fruta,
Cipreses tengo allí, hiedras y violas;
Y agua fresca me manda el Mongibelo
De nieve derretida,
don del cielo.

¿Quién vivir en el mar a tal prefiere?
De vello aunque me cubre áspero toldo,
Tengo leña de encino; y nunca muere
La lumbre de mi hogar bajo el rescoldo.
Pero sin ti, si tu desden me hiere,
A que se abrase mi alma yo me amoldo,
Y aun la única pupila con que veo,
Prenda la más valiosa que poseo.

¡Triste de mí! ¿Por qué no vine al mundo
Con aletas de pez? Tu rauda planta
Siguiéndote besara en lo profundo
Del piélago furioso que me espanta.
Diérate lirios blancos sin segundo
Y la amapola, cuyo rojo encanta:
Aquellos en invierno, ésta en verano,
Que darlos a la vez no está en mi mano.

¡Oh niña! Si arribare cierta nave
Aquí a nadar me enseñará siquiera
Un marinero audaz, que el arte sabe.
En el fondo del mar de esta manera
Probaré qué placer en vivir cabe.
¡Oh Galatea, sal! y una vez fuera
Tornar olvida a tu espumosa casa,
Como sentado aquí, a mí mismo pasa.

Ven a pacer conmigo mi rebaño,
Y la leche a ordeñar y a hacer el queso.
Sola mi madre es causa de mi daño
Que no te habló jamás de mi embeleso,
Aunque por ti miraba de año en año
Que me iba consumiendo hasta el exceso.
Diré que entrambos pies y la cabeza
Me duelen, y tal vez le dé tristeza.

¡Triste Cíclope, Cíclope! ¿Tu juicio
Adonde huyó? Mejor es que recuerdes
De tejer canastillas el oficio
Y a tus ovejas cortes ramas verdes.
Ordeña el animal a tu servicio:
Tras la cabra del monte ¿a qué te pierdes?
Hallar es fácil otra Galatea
Que más hermosa y menos fiera sea.

Mil vírgenes me invitan a la danza,
Y la noche que accedo al llamamiento
Respiran todas gozo y bienandanza:
¡Mi grandeza y valer no en vano siento!—

Fomentaba su amor y su esperanza
Polifemo cantando; y más contento
Pasaba así la vida placentera
Que si montones de oro poseyera.

Fueron continuadores de Teócrito, Mosco de Siracusa, Bión de Esmirna y otros autores.
[Cfr.: Brioso Sánchez, Máximo. Bucólicos griegos. Madrid: Akal, 1986.
______. “Teócrito y la bucólica”, in Anuario de Estudios Filológicos de la Universidad de Extremadura, 7 (1984), pp. 25-34.
García Teijeiro, Manuel et Molinos Tejada, María Teresa. Bucólicos griegos. Madrid: Gredos, 1986.
Körte, A. et Händel, P. La poesía helenística. Barcelona: Labor, 1973.]

Luego, en la literatura latina, en las “Bucólicas” de Virgilio (siglo I a.d.n.e.), se observará una alteración e innovación muy peculiar, convirtiéndose en una literatura de evasión y apartándose del modelo de Teócrito. Así, podemos indicar que hay en ellas menor apego a la realidad obser­vada, el paisaje se ideali­za, es un evidente "locus amoenus" (que sirve de decorado espacial: el prado, el arroyo, las umbrosas zonas que originan las copas de encinas, hayas, pinos, olmos..., pero también de espejo de los sentimientos del poeta) para crear la atmósfera utópica de la Arcadia, hecha mito y como tal reco­gida en autores posteriores, en la que los pastores pierden también sus rasgos realistas para transformarse en estilizaciones, más o menos abstrac­tas y simbólicas, pero salvadas de convertirse en estereoti­pos gracias al pathos melancólico con que el poeta revive y trans­figura en el muro pas­toril una muy precisa realidad histórica y personal. Todo ello en un ambiente de sensualidad y erotismo evidente, al son de la flauta cantando, y con marcados rasgos autobiográficos y de camuflaje y máscara de los personajes (Títiro será el propio Virgilio).

De este modo, principiamos afirmando que la lírica bucólica, y con ella las églogas,

« "descansa sobre el mito áureo, puesto que los pastores pretenden revivir las costumbres y modos de vida de la aetas dorada a fin de conseguir la felicidad [según Petriconi, H. “Uber die Idee des Goldenen Zeitalters als Ursprung der Schäferdichtungen Sannazaros and Tassos”, in Die Neueren Sprachen, 38 (1930), pp. 269-279]. El tópico del locus amoenus, imagen de una naturaleza armónica y armonizada con las criaturas que lo habitan, resulta casi indiscernible de la literatura pastoril. Supone un lugar agradable –árboles de protectora sombra, flores y frutos, pájaros y aguas cristalinas– que coincide con la imagen bíblica del Paraíso. Precisamente, este lugar –de modo análogo al Edén bíblico–, mediante la transfiguración poética, llega a ser identificado con lugares simbólicos, cercanos luego a la noción de utopía. Es el caso de la Arcadia, convertida por Virgilio en territorio mítico donde es posible el otium creador y el goce pleno de los sentidos, donde el paisaje idealizado se despliega en erotismo y los pastores acceden a un modo de vida traducido en las artes del canto bucólico y en las estrategias del amor».
[Battistón, Dora. "El género pastoril: de Teócrito a la bucólica cristiana. La poesía de Paulino de Nola", in Circe, 11 (2007), pág. 65].

Además, según explicó el profesor Vicente Cristóbal, las églogas virgilianas serán más dramáticas (de estructura dual, dialogada, casi como una pequeña pieza teatral) que narrativas o exegemáticas (monódicas, esto es, un monólogo), y, como su tema es el amoroso (generalmente desgraciado) será un lugar común la "queja amorosa" (querimonia) y el motivo del 'destierro', incorporando ocasionalmente epitafios o epigramas fúnebres, al igual que las listas de sucesos legendarios y metamórficos.
[Cfr.: Cristóbal, Vicente. "Fronteras de la poesía bucólica virgiliana con otros géneros poéticos", in Los géneros literarios. Actes del VIIè Simposi d'Estudis Clàssics (21-24 de març de 1983). Barcelona: UAB, 1985, pp. 277-285].

ÉGLOGA V, de Virgilio: Menalcas y Mopso

MENALCAS.- ¿Por qué, ¡oh Mopso!, ya que ambos somos hábiles,
tú en tañer el leve caramillo y yo en cantar versos,
no nos sentamos aquí, entre estos olmos enlazados con avellanos?
CUR non, Mopse, boni quoniam convenimus ambo,
tu calamos inflare levis, ego dicere versus,
hic corylis mixtas inter consedimus ulmos?

MOPSO.- Mayor eres que yo, y justo es, Menalcas,
que yo te obedezca, bien nos sentemos bajo las movibles sombras 5
que cambian con los céfiros, o mejor en aquella cueva;
mira cómo esparce por ella la vid silvestre sus escasos racimos.
Tu maior; tibi me est aequum parere, Menalca,
sive sub incertas zephyris motantibus umbras, 5
sive antro potius succedimus: aspice, ut antrum
silvestris raris sparsit labrusca racemis.

MENALCAS.- Solo Amintas en nuestras montañas es capaz de competir contigo.
Montibus in nostris solus tibi certat Amyntas.

MOPSO.- ¿Qué conmigo? Presume él al mismo Apolo aventajar en el canto.
Quid, si idem certet Phoebum superare canendo?

MENALCAS.- Empieza, Mopso, el primero, y canta, si de ellos sabes,
los amores de Filis, los loores de Alcón o el combate de Codro.
Empieza; Títiro nos apacentará los cabritos.
Incipe, Mopse, prior, si quos aut Phyllidis ignes, 10
aut Alconis habes laudes, aut iurgia Codri:
incipe, pascentis servabit Tityrus haedos.

MOPSO.- Mas bien probaré a cantar estos versos, que escribí poco ha
en la corteza de una verde haya a medida que los iba entonando,
y haz que venga luego Amintas a competir conmigo. 15
Immo haec, in viridi nuper quae cortice fagi
carmina descripsi et modulans alterna notavi,
experiar, tu deinde iubeto ut certet Amyntas. 15

MENALCAS.- Cuanto es inferior el flexible sauce al pálido olivo,
cuanto lo es el humilde espliego a los purpúreos rosales,
tanto, en mi sentir, te es inferior Amintas.
Mancebo, no digas más; ya hemos llegado a la cueva.
Lenta salix quantum pallenti cedit olivae,
puniceis humilis quantum saliunca rosetis,
iudicio nostro tantum tibi cedit Amyntas.
sed tu desine plura, puer; successimus antro.

MOPSO.- Las Ninfas a Dafnis, muerto de cruel manera, 20
lloraban
: testigos de su llanto fuisteis vosotros, ¡oh avellanos y oh ríos!,
cuando, abrazada al mísero cuerpo de su hijo,
la madre llamaba crueles a los dioses y a los astros.
Ningún zagal en aquellos días llevó a abrevar
sus ya apacentados bueyes, ¡oh Dafnis!, a los frescos ríos,
ningún cuadrúpedo bebió en las corrientes ni rumió la grama de los prados. 25
Los agrestes montes y las selvas repiten que hasta los leones
africanos, ¡oh Dafnis!, lloraron tu muerte.
Dafnis nos enseñó a uncir al carro los tigres armenios,
Dafnis a celebrar las fiestas de Baco 30
y a entretejer los flexibles tirsos con blandas hojas.
Como la vid es gala de los árboles, la uva de las vides;
como los toros son la de los rebaños y las mieses la de los pingües sembrados,
tú eras la gala de los tuyos; desde que te arrebataron los Hados,
la misma Pales, el mismo Apolo, han abandonado nuestros campos. 35
Muchas veces en los surcos en que sembramos robusto grano
solo nacen miserable cizaña y avenas locas;
en vez de la blanda viola, en vez del purpúreo narciso,
brotan el cardo y el punzante espino.
Esparcid hojas por la tierra, cubrid de sombras las fuentes,
¡oh pastores!; Dafnis quiere que se le rinda este tributo,
y labrad un túmulo y en el túmulo poned esta canción:
"Yo soy Dafnis, conocido en estas selvas, de donde hasta los astros

llegó mi fama, de hermosa grey, pastor mas hermoso todavía."
Extinctum nymphae crudeli funere Daphnim 20
flebant; vos coryli testes et flumina nymphis;
cum complexa sui corpus miserabile nati,
atque deos atque astra vocat crudelia mater.
Non ulli pastos illis egere diebus
frigida, Daphni, boves ad flumina; nulla neque amnem 25
libavit quadrupes, nec graminis attigit herbam.

Daphni, tuum Poenos etiam ingemuisse leones
interium montesque feri silvaeque loquuntur.
Daphnis et Armenias curru subiungere tigres
instituit; Daphnis thiasos inducere Bacchi, 30
et foliis lentas intexere mollibus hastas.
Vitis ut arboribus decori est, ut vitibus uvae,
ut gregibus tauri, segetes ut pinguibus arvis,

tu decus omne tuis. Postquam te fata tulerunt,
ipsa Pales agros atque ipse reliquit Apollo. 35

Grandia saepe quibus mandavimus hordea sulcis,
infelix lolium et steriles nascuntur avenae;
pro molli viola, pro purpureo narcisso,
carduus et spinis surgit paliurus acutis.
Spargite humum foliis, inducite fontibus umbras, 40
pastores, mandat fieri sibi talia Daphnis;
et tumulum facite, et tumulo superaddite carmen:
DAPHNIS EGO IN SILVIS HINC VSQUE AD SIDERA NOTVS
FORMONSI PECORIS CVSTOS FORMONSIOR IPSE.

MENALCAS.- Tu canto ha sido para mí, ¡oh divino poeta!,
cual el sueño sobre la hierba para el que va fatigado, 45
cual el agua dulce de un manantial para el que en ella apaga la sed en el estío.
Ni solo en tañer el caramillo, mas también en la voz igualas a tu maestro,
¡oh afortunado mancebo!, igual a él serás tú.
Yo entre tanto, a mi vez, cantaré como pueda mis versos
y levantaré a tu Dafnis hasta el cielo. 50
Hasta el cielo le levantaré; que también a mí me quería Dafnis.
Tale tuum carmen nobis, divine poeta,
quale sopor fessis in gramine, quale per aestum 45
dulcis aquae saliente sitim restinguere rivo:

nec calamis solum aequiparas, sed voce magistrum.
[Fortunate puer, tu nunc eris alter ab illo.]
Nos tamen haec quocumque modo tibi nostra vicissim
dicemus, Daphnimque tuum tollemus ad astra; 50
Daphnin ad astra feremus: amavit nos quoque Daphnis.

MOPSO.- ¿Y cual don hay mayor que ése para mí?
Digno es el mancebo de que tú cantes,
y ya hace tiempo que me elogió Stimicón esos versos tuyos.
An quicquam nobis tali sit munere maius
Et puer ipse fuit cantari dignus, et ista
iam pridem Stimichon laudavit carmina nobis.

MENALCAS.- Maravillado contempla Dafnis radiante de blanca luz las para él desconocidas puertas del Olimpo 55
y mira bajo sus pies las nubes y las estrellas;
por eso se regocijan las selvas, y los campos,
y Pan, y los pastores, y las vírgenes Dríadas,

y el lobo no hostiga el ganado, ni las redes tendidas a los ciervos;
ofrecen asechanzas, el buen Dafnis quiere para todos la paz. 60
Hasta los fragosos montes alzan a las estrellas gritos de alborozo;
las mismas rocas, los arbustos mismos prorrumpen en cánticos,

repitiendo: Dafnis es un dios. Menalcas, sí, es un dios.
¡Oh!, sé bondadoso y propicio para los tuyos! Ve aquí cuatro altares;
ve aquí dos para ti, ¡oh Dafnis!, y los otros dos para Febo. 65
Te consagraré dos copas llenas de espumosa leche recién ordeñada cada año
y otras dos del pingüe zumo de la oliva,
y alegrando sobre todo los festines con el mucho beber,
al amor de la lumbre, si en invierno, y a la sombra, si en verano,
echaré con profusión en las copas los vinos del Arviso, nuevo néctar. 70
Cantarán para mí Dametas y el licio Egón,
y Alfesibeo remedará las danzas de los sátiros.
Siempre te dedicaremos estas fiestas cuando solemnes votos
tributemos a las Ninfas y purifiquemos los campos.
Mientras los jabalíes moren en las cumbres de los montes y los peces en los ríos, 75
mientras las abejas liben el tomillo y las cigarras el rocío,
siempre vivirán entre nosotros tu gloria, tu nombre y tus loores.
Como a Baco y a Ceres, así sus votos todos los años
los agricultores te ofrecerán, y tú, como ellos, los obligarás con tus favores a cumplirlos.
Candidus insuetum miratur limen Olympi, 55

sub pedibusque videt nubes et sidera Daphnis.
ergo alacris silvas et cetera rura voluptas
Panaque pastoresque tenet, Dryadasque puellas;
nec lupus insidias pecori, nec retia cervis
ulla dolum meditantur: amat bonus otia Daphnis. 60
ipsi laetitia voces ad sidera iactant

intonsi montes; ipsae iam carmina rupes,

ipsa sonant arbusta: 'Deus, deus ille, Menalca.'
Sis bonus O felixque tuis! En quattuor aras:
ecce duas tibi, Daphni, duas altaria Phoebo. 65
pocula bina novo spumantia lacte quotannis,

craterasque duo statuam tibi pinguis olivi,
et multo in primis hilarans convivia Baccho,
ante focum, si frigus erit, si messis, in umbra,
vina novum fundam calathis Ariusia nectar. 70
cantabunt mihi Damoetas et Lyctius Aegon;
saltantis satyros imitabitur Alphesiboeus.
Haec tibi semper erunt, et cum solemnia vota
reddemus Nymphis, et cum lustrabimus agros.
Dum iuga montis aper, fluvios dum piscis amabit, 75

dumque thymo pascentur apes, dum rore cicadae,
semper honos nomenque tuum laudesque manebunt;
ut Baccho Cererique, tibi sic vota quotannis
agricolae facient: damnabis tu quoque votis.

MOPSO.- ¿Con cuáles dones, con cuáles podré remunerar tales versos?
Porque no me recrean tanto ni el fresco soplo del austro,
ni el rumor de las playas batidas por las olas,
ni el de los ríos que se deslizan por entre pedregosas cañadas.
Quae tibi, quae tali reddam pro carmine dona? 80
Nam neque me tantum venientis sibilus austri,
nec percussa iuvant fluctu tam litora, nec quae
saxosas inter decurrunt flumina valles.

MENALCAS.- Lo primero te daré esta delicada flauta;
ésta es la que me enseñó a cantar: "Coridón ardía de amor por el hermoso Alexis";85
ella me enseñó también: "¿De quién es ese rebaño? ¿Es acaso de Melibeo?"
Hac te nos fragili donabimus ante cicuta:
haec nos, 'Formosum Corydon ardebat Alexim,' 85

haec eadem docuit, 'Cuium pecus, an Meliboei?'

MOPSO.- Pues toma tú, Menalcas, este cayado, vistoso con sus nudos iguales y guarnecido de acero.
Muchas veces Antígenes me rogó que se lo diera, sin conseguirlo,
y eso que tan digno de se ser amado entonces merecía.
At tu sume pedum, quod, me cum saepe rogaret,

non tulit Antigenes -et erat tum dignus amari-
formosum paribus nodis atque aere, Menalca.

El subgénero, continuado por Tito Calpurnio y Olimpio Nemesiano, irá desapareciendo prácticamente durante la Edad Media (son escasas las muestras, destacando las cuatro églogas de un desconocido Marco Valerio -del siglo XII-).

En este período es cuando se entenderá la égloga como un género mixto, entre lo lírico y lo dramático (pues es funda­mental el diálogo lírico entre los personajes), y ligado a un estilo, el “humilis stylus” de la rueda virgiliana, que fue definido por Servio en su "Vergilii carmina commentari" así: «Tres enim sunt characteres, humilis, medius, grandiloquus: quos omnes in hoc invenimus poeta. nam in Aeneide grandiloquum habet, in Georgicis medium, in Bucolicis humilem pro qualitate negotiorum et personarum: nam personae hic rusticae sunt, simplicitate gaudentes. a quibus nihil altum debet. requiri») y que alcanza aquí su plenitud.
[Cfr.: Cristóbal, Vicente. "Las 'Églogas' de Virgilio como modelo de un género", in La poesía del Siglo de Oro. Géneros y modelos. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2008, pp, 23-56].

Jacopo Sannazaro
Pero nuevamente se revita­lizó en España a partir del siglo XV, por la influencia directa de Virgilio, por una parte, de Dante (compuso dos églogas epistolares), Petrarca con sus 12 églogas, que conforman el 'Bucolicum carmen') y Boccaccio (con 16 obras, que conforman su 'Bucolicum carmen', además de la égloga en vulgar incluida en el 'Ameto'), por otra, y, fundamentalmente, por la antología de las "Bucoliche elegantissime" compilada por Bernardo Pulci y publicada en 1481, y la reciente aparición del prosimetro -obra en la que se alternan la prosa y el verso- de la Arcadia (en 1481 estaba escrita y se publicó en 1504) de J. Sanna­zaro, por otra.

El paisaje interesará mucho al humanismo, como la Naturaleza toda. Esto, unido a la revalorización grecolatina, la búsqueda del hombre bueno y el perdido Paraíso, el neoplatonismo y el epicureísmo renaciente y paganizante, etc., incentivarán el nuevo empuje que se dará durante el Renacimiento a las "églogas" y el mundo bucólico. Ahora bien, en este momento se produce otra inflexión, pues el libro de Sannazaro supuso una evolución del código, ya que, a pesar de mantener algunos elementos temáticos (el paraíso arcádi­co, los personajes típicos, etc.), se cambia el signifi­cado y la simbología de esas presencias, ahora ligadas a un mundo cortesano, refinado y mundano (teniendo en su elaboración posterior, como contrapunto, una cristianización que trueca el 'locus amoenus' por un 'locus eremus' propio para el hombre ermitaño y solitario, que reflexiona sobre el abandono de los placeres-males de este mundo, evita toda referencia pagana mitológica, etc.).

Además, esta nueva muestra de lírica bucólica, continuando con la triple vertiente ya empleada por Virgilio, y continuada por Garcilaso, seguirá distinguiendo entre la égloga pura (o dramática), si sólo está consti­tuida por el diálo­go de los per­sonajes, la égloga mixta, si éstos van precedidos y/o seguidos por un texto ajeno al diálogo, combinando diálogo y narración, y la netamente exegemática o narrativa. Es así como de la égloga surgirá la novela pastoril, por un lado, y, por otro, el teatro renacentista de Juan de la Encina y otros.
[Cfr.: Fosalba, Eugenia. "Égloga mixta y égloga dramática en la creación de la novela pastoril", in López Bueno, Begoña (dir.). La égloga. VI Encuentro Internacional sobre poesía del Siglo de Oro (Universidades de Sevilla y Córdoba, 2023 de noviembre de 2000). Sevilla: Univ. de Sevilla, 2002, pp. 121-182].

Más aún cuando evolucione a lo largo del Siglo de Oro, propiciará que en la égloga se in­tercalen poemas o textos de distinta naturaleza (“Las selvas de Aranjuez”, termi­nan en un canto amebeo, p. ej.).

[Cfr.: Bayo, Marcial José. Virgilio y la pastoral del Renacimiento (1480-1550). Madrid: Gredos, 1970.
Brocchetta, Vittore. Sannazaro en Garcilaso. Madrid: Gredos, 1976.
López Estrada, Fco. Los libros de pastores en la literatura española. La órbita previa. Madrid: Gredos, 1974].

De esta suerte, la égloga podremos decir que se em­parentará con la comedia antigua (convirtiéndose en un subgénero dramático). Así, las prime­ras églogas de nuestra literatura son las "traducciones" que Juan del Encina hace de las de Virgilio, con una interpretación alegórica medieval todavía, adecuándol­as a su tiempo, y continuadas por sus propias obras teatrales y por las de Lucas Fernández. Ahora bien, en las Églogas de Encina, los pastores no son bucólicos, no están idealizados, sino que o son pastores cazurros transformados por el dios Amor o son nobles con enmascarados como pastores. Recordemos, para entender su difusión, que W. Leonard Grant señaló que las obras dramáticas de pastores de Gil Vicente sirvieron de entretenimiento cortesano, y James A. Anderson remarcó que "las traducciones de Encina estaban destinadas en parte a gente que no podía leer a Virgilio en latín, aunque también tiene en cuenta a los buenos conocedores de Virgilio y de la poesía española. Claro que también se da la vertiente fiel al estilo 'humilis' en las églogas de Lucas Fernández y en las de Gil Vicente".
[Egido, Aurora. "Sin poética hay poetas. Sobre la teoría de la égloga en el Siglo de Oro", in Criticón, 30 (1985), pág. 50].

[Cfr.: Anderson, James A. Encina and Virgil. Valencia: University, Mississipi Romance Monographs, 1974.
Grant, W. Leonard. Neo-Latin Literature and the Pastoral. The University of North Carolina Press, 1965].

De carácter esencialmente lírico serán las églogas de Garcilaso, cuya convención aprendió en Nápoles, y que consti­tuirán el paradigma para las posterio­res en lengua castellana. Los cantos de los pasto­res se podrán organizar en forma alternada (“canto ame­beo”), o bien en dos o más largos textos (recodemos la Égloga I donde los soliloquios de Salicio y Nemoroso, alternándose, se convierten en verdaderos cantos elegíacos de tono amoroso y funeral).
[Cfr.: Quintana Tejera, Luis. "La égloga I de Garcilaso de la Vega y la mortificación de los amores contrariados", in Espéculo, 25 (2003), [in línea: http://www.ucm.es/info/especulo/numero25/egloga.html].

Garcilaso repetirá los modelos virgilianos, ese "locus amoenus" que convida a la reflexión y a la paz, y que irá empatizándose con la alegría o dolor del amante, hasta convertirse en reflejo de los sentimientos de cada personaje (como vemos en estos ejemplos: «...quando Salicio, recostado / al pie d'una alta haya, en la verdura / por donde una agua clara con sonido / atravessava el fresco y verde prado, / él, con canto acordado / al rumor que sonava / del agua que passava, / se quexava tan dulce y blandamente», Égloga I, vv. 45-54; o «...El dulce murmurar deste rüydo, / el mover de los árboles al viento, / el suave olor del prado florecido / podrían tornar d'enfermo y descontento / qualquier pastor del mundo alegre y sano», Égloga II, vv. 13-17; o, en los vv. 1146-1153: «Nuestro ganado pace, el viento espira, / Filomena sospira en dulce canto / y en amoroso llanto s'amanzilla; / gime la tortolilla sobre'l olmo, / preséntanos a colmo el prado flores / y esmalta en mil colores su verdura; / la fuente clara y pura, murmurando, / nos está combidando a dulce trato», etc.) o en imagen del propio dolor («No hay corazón que baste, / aunque fuese de piedra, / viendo mi amada hiedra / de m' arrancada, en otro muro asida, / y mi parra en otro olmo entretejida, / que no s'esté con llanto deshaciendo / hasta acabar la vida», Égloga I, vv. 133-139). De igual modo, debemos señalar que con Garcilaso, la égloga se hace intimista y se sentimentaliza, y la materia amorosa, cargada de neoplatonismo, concluye en convertir al pastor rústico en espejo de enamorados, donde el estilo medio es reforzado por los preceptistas humanistas.
[Cfr.: Bocchetta, V. Sannazaro en Garcilaso. Madrid: Gredos, 1976.
Gómez, Jesús. “El desarrollo de la bucólica a partir de Garcilaso y la poesía pastoril (siglo XVI)”, in Dicenda, Cuadernos de filología hispánica, 11 (1993), pp 171-196.
________. “Sobre la teoría de la bucólica en el Siglo de Oro: Hacia las églogas de Garcilaso”, in Dicenda, Cuadernos de filología hispánica 10 (1991-1992), pp 11-126.
Lapesa, Rafael. La trayectoria poética de Garcilaso. Madrid: Revista de Occidente, 1968.
López Bueno, Begoña. "La égloga, género de géneros", in La égloga. VI Encuentro Internacional sobre poesía del Siglo de Oro (Universidades de Sevilla y Córdoba, 2023 de noviembre de 2000). Sevilla: Univ. de Sevilla, 2002, pp. 9-22].
Para acceder a la lectura de las tres églogas, pulse en el siguiente enlace de "La web de Garcilaso", in http://www.garcilaso.org/].

Como nos explicó Fernando de Herrera en sus anotaciones:

« La materia de esta poesía es cosas y obras de pastores, mayormente sus amores; pero simples y sin daño, no funestos con rabia y celos, no manchados con adulterios; competencia de rivales, pero sin muerte ni sangre. (...). La dicción es simple, elegante; los sentimientos afectuosos y suaves; las palabras saben al campo y a la rustiqueza de la aldea (...). Las comparaciones son traídas de lo cercano, que es de las cosas rústicas como "cual suele ruiseñor con triste canto"».

La égloga, pues, será una de las formas habituales de los poetas del Siglo de Oro: Herrera, Francisco de la Torre, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Francisco de Figueroa, Pedro de Espinosa... Inicialmente, desde Garcilaso, se estructurará a través de estancias (heptasílabos y endecasílabos), para ir desviándose en otros tipos de estrofas (tercetos...).

EGLOGA VIII, Lida, de la "Bucólica del Tajo", de Fco. de la Torre.
Al tiempo que el Aurora descubría
el rosicler y perlas orientales,
en los amenos campos esmaltadas;
que el negro manto de la noche había,
con los rayos de Febo celestiales,
cubierto sus colores variadas.
Cuando las alboradas
de las pintadas aves
resonaban los prados,
de plantas amenísimas cercados,
haciendo menos graves
los mortales cuidados
de los que fatigados del sosiego
salieron antes que el ardiente fuego.

Huyendo el rayo de la luz más dino,
de la región del cielo luminosa
la sazón del otoño seco entrada,
el ausente pastor Montano vino,
a la frescura de una cueva umbrosa,
del curso de las aguas escavada.
Cuya florida entrada,
rodeada de yedra,
de juncos, cañas, flores
enredadas en árboles mayores,
ornan la tosca piedra
que los claros licores
del cristalino Tajo, que la baña,
con su blandura su dureza engaña.

De cuyo presuroso y presto curso
llenas las bellas y húmidas cavernas,
como urnas claras del sagrado río,
muchas veces agradan al concurso
de las ninfas del agua sempiternas,
para gozar profundo tan umbrío.
Y del albergue río
saliendo a la ribera,
coronadas de flores
de varias y bellísimas colores,
traen dulces primavera
en los yelos mayores
que el claro cielo, si se cierra, influye,
cuando los montes Júpiter destruye.

Y el mismo dios, el mismo sacro río,
de escuras verdes hojas coronado,
a la ribera sale presuroso
moviendo el agua del albergue frío
en término más largo y dilatado
que cuando sale fuera de reposo;
y cubriendo el umbroso,
profundo y verde seno
con sus aguas vecinas,
a sus cavernas torna cristalinas.
Y ya le deja lleno
de sus aguas continas,
y ya le desampara la corriente,
y luego torna presurosamente. (...)

[Para un estudio de la misma, cfr.: Pérez-Abadín Barro, Soledad. "La 'Bucólica del Tajo' de Francisco de la Torre como poemario pastoril: visión de conjunto", in Criticón, 105 (2009), pp. 85-116].

Por otro lado, la égloga, como hemos visto, paulatinamente incrementará los asun­tos: ya no tendrá que ser única y obligatoriamente amorosa o idílica. Así, aprovechando una naturaleza que participa del duelo, recreandolo a través de la adynata o impossibilia ya empleada por Virgilio -las fuentes se secan, la tierra no quiere germinar, el ganado no quiere pastar- podrá ser incluso funeral. Ya teníamos antecedentes desde el inicio con Teócrito, donde el personaje llorado suele ser un pastor -recordemos el Idilio I, con Dafnis- e imitado luego por Virgilio -Bucólica V-, siendo continuado por Sannazaro en su Arcadia cantando a Androgeo; una mujer amada (Garcilaso cantando a Isabel Freyre -Elisa-, un tercero (garcilaso incluyendo el panegírico al Virrey de Nápoles) o un ser mitológico. De todos estos tipos hallamos en las composiciones posteriores a Garcilaso, como la égloga "Marfira que te partes y me dejas" de Hurtado de Mendoza, "Sobre nevados riscos levantado" de Pedro Laynez, "A su Albedrío y sin orden alguna" de Juan Horta, “Égloga I” de Camoens, la égloga a la muerte de la Princesa Doña María, Nuestra Señora, de fray Pedro de Encinas, la égloga de Barahona de Soto a la muerte de Silvestre...
[Cfr.: López Bueno, Begoña (ed.). La égloga. Sevilla: Univ. de Sevilla, 2002.
Montero, Juan. "Sobre las relaciones entre la elegía y la égloga en la poesía del s. XVI", in López Bueno, Begoña (coord.). La elegía. III Encuentro Internacional sobre poesía del Siglo de Oro (Sevilla, 1994). Sevilla: Univ. de Sevilla, 1996, pp. 214-226.]

ÉGLOGA DE LAS HAMADRÍADES,
de Luis Barahona de Soto.

I.- Las bellas hamadríades que cría
cerca del breve Dauro el bosque umbroso,
en un florido y oloroso prado,
en un tan triste día
cuanto después famoso,
por ser del pastor Pilas celebrado,
hicieron que el ganado
deste pastor y de otros, que, abrevando,
al mal seguro pie de la Nevada
Sierra hallaron, estuviesen quedos,
los versos y canciones escuchando,
que en loor cantaron de una mal lograda
ninfa, después que con mortales bledos,
tomillos y cantuesos,
cubrieron la preciosa carne y huesos
.

II.- De cedros, mirras, bálsamos y palmas,
de encienso y cinamomo, desgajando
flexibles varas, que, después, tejidas
por las hermosas palmas,
se fueron transformando
en blandos canastillos, do las vidas,
de sus tallos partidas,
las frescas rosas fueron despidiendo,
y, juntamente, de un olor precioso
ellas y el mirto y lirio azul y blanco
un aura delicada enriqueciendo,
porque el Favonio, al tiempo presuroso,
no pareciese en sólo voces franco,
de olor, sonido y lumbre
poniendo al mundo en celestial costumbre.

III.- Silveria, de Felicio celebrada,
y la que celebró el pastor Silvano,
reformador del bético Parnaso,
y la que fue cantada
del que ya gozó ufano
del aire y cielo libertado y raso,
dolidas más del caso,
las hebras de brocado a las espaldas
sueltas, por sus gargantas despidiendo
la corriente que dan a sus pastores,
ceñidas por las sienes con guirnaldas
vagas y bellas, al Amor prendiendo
con nueva aljaba y nuevos pasadores,
honraron con su acento
y enriquecieron el delgado viento.

IV.- SILVERIA.- No preste aliento en olmos y avellanos
el céfiro apacible, ni nos siembre
de aljófar cristalina el verde suelo,
ni nos hincha las manos
el meloso septiembre
con dorado racimo ternezuelo,
ni nos otorgue el cielo
los madroños, bellotas y castañas,
dulces manzanas y sabrosas nueces,
ni alegres flores dé la primavera,
ni a las silvestres cabras las montañas
los verdes ramos den, cual otras veces,
y la manada de hambrienta muera,
si no fuere aplacada
con humos la alma de la ninfa amada.

V.- La escura selva, de árboles tejida,
cubierta de alcornoques y quejigos,
a quien la [inextricable] yedra abraza,
serán de mis gemidos
fidísimos testigos,
y del dolor que el alma me embaraza.

La parlera picaza,
diversa en paso de las otras aves,
y desde aquellos troncos la corneja,
que sólo mal agüero nos pregona,
dirán qué alegres versos y suaves
por este siglo no ocupó su oreja,
en cuanto abarca nuestra oblicua zona,
ni si retumba el llano
con más que Tirsa, frecuentada en vano.

VI.- SILVANA.- Pues que sus fuerzas y calor refrena
el encendido Febo, y la villana
gente no teme de sufrir su lumbre,
ni ronca voz resuena
de la cigarra vana,
que añade en los calores pesadumbre,
y sobre la alta cumbre
el seco y frío temporal asoma,
ocasionando a túmulos funestos,
y a Tirsa nos da el cielo helada y yerta,
mostremos el dolor que al alma doma
en las palabras y los tristes gestos,
y la alegría con la ninfa muerta,
y siempre sea este día
honrado en llanto y falto de alegría.

VII.- Solenes pompas, versos funerales
honren cada año la dichosa tierra
que oculta y guarda los amados huesos.
Los castos animales
y la blanca becerra
con sangre ablanden los terrones tiesos.
Violetas y cantuesos,
ligustres, blancos lirios y azucenas,
alhelíes, rosas, trébol, madreselva,
aquí, marchitos, dejen lustre y vida.
Y aqueste día ofrezca tristes penas
no sólo al río, sierra, campo y selva,
mas a la gente oculta y escondida,
en galos y britanos,
y cuantos hace el sol meridianos.

VIII.- FENISA.- Si con sus rayos el noveno día
la blanca aurora el mundo obscuro diere,
las nubes con su rostro destruyendo,
una novilla mía
al que mejor corriere,
y dos al que luchare, dar pretendo.
Y al otro que, blandiendo
el recio brazo, abarca mayor trecho,
un toro de cerviz macizo y duro,
y un buey hermoso al que mejor cantare.
Y al que de versos epitafio hecho
sobre el sepulcro me escribiere,
juro
darle lo que él en mi manada amare,
y, lo que es mayor gloria,
nombre inmortal y palma de vitoria.

IX.- Vendrá bermejo el dios de los pastores,
con bermellón y fina sangre ungido,
que en vivas conchas se produce y cría,
por ambos derredores
de sus sienes ceñido
con las monteses ramas que solía.
Y vendrán a porfía
pastores fuertes, diestros, y zagales,
cuál por correr, cuál por luchar, llevando
dulce vitoria, premio vitorioso.
Pues los marchitos versos funerales
las largas faldas ornarán, pintando
el túmulo funesto y doloroso,
lleno de ciprés verde,
que eternamente su color no pierde.

X.- Con casta oliva y olorosa tea,
con la sabina yerba y el encienso,
en sacros fuegos quemaré el redaño
de no manchada o fea
cordera, cuyo censo
a tal sepulcro pagaré cada año.
Después, por fértil caño
de los colmados vasos, la caliente
leche, con sangre viva entreverada,
haré mojar la víctima humosa.
Y la yema del vino que la gente
de la rica Lucena da a Granada,
la triste faz de la terrestre diosa,
vertida, humedeciendo,
vendrá los sacrificios consumiendo.

XI.- SILVERIA.- Si les es a las almas concedido,
desnudas ya de corporales cargas,
prestar oreja a los piadosos llantos,
divina Tirsa, oído
habrás nuestras amargas
querellas
, que suspensos han a tantos
frutales, fieras, cantos.
Mas dondequiera que las tristes voces
nuestras te hallen, o en el cielo ilustre,
o al derredor de robles y manzanos,
o ya que elíseos aposentos goces,
pasada el agua lóbrega y palustre,
o junto al olmo de los sueños vanos,
rogamos que recibas
en voces muertas intenciones vivas.

XII.- Tu alma bella nuestras selvas creo,
hermosa ninfa, que andará lustrando
con sosegado y saludable vuelo.
Y así, de mi deseo
las voces escuchando,
nos has de ver culpar de injusto al cielo.
Verás el verde suelo,
de vergonzoso y triste, no dar flores,
ni los frutales apacibles frutos,
ni claras aguas las delgadas fuentes,
ni los zagales publicar amores,
ni nuestros ojos, sin dolor, enjutos,
ni las cabrillas, ni las de dos dientes,
pacer la tierna grama,
ni responder al hijo si las llama.

XIII.- Pues si las voces tristes comprehendes,
y ves que el humo de las piedrazufres
no purga el hato y recental rebaño,
y nuestro mal entiendes,
¿por qué, mi Tirsa, sufres
vivir los tuyos en notable engaño?
Pues uno y otro daño,
con sólo respondernos, sanarías,
o con mostrarnos tu hermosa cara,
o con dejarte ver por do pasares:
pues tú eres, Tirsa, quien placer solías
dar a la noche, y reducirla clara,
con rostro alegre y lícitos cantares.
Mas ya tu cantilena
nos deja sola su memoria en pena.

XIV.- SILVANA.- Tú, con palabras dulces y elegantes,
a las contiendas término pusistes,
mil veces [inclinados] a vitoria
pastores litigantes,
de suerte que salistes,
contentos ellos, tú con igual gloria.
Y aún tengo en la memoria
que, a veces, en las ondas cristalinas
mostraste tu cabeza orlada de oro,
cantando versos del pastor Silvano,
a cuyo son, debajo las encinas,
el ganado de Pilas y Peloro
rumió la yerba. El uno y otro, en vano,
mil veces se arrojaron
al agua, mas tus carnes no tocaron.

XV.- Yo vide, al tiempo que la aurora muestra
en este día su rosada lumbre,
al triste Pilas húmedas mejillas,
a quien la mano diestra
de la doliente cumbre
era coluna, y della las rodillas,
que destas florecillas
con sus lamentos marchitó tal suma,
y desgajó de robles tanta rama,
rompiendo de las peñas tanta parte,
cual suele Bóreas en la helada bruma,
y cual el cierzo, que herido brama;
con ardiente suspiros a invocarte
se compelió, y cantados
aquestos versos dijo mal limados:

XVI.- PILAS.- Sin tu presencia, Tirsa, el fresco viento
helado quema las fragantes yerbas,
y el rubio trigo que en el suelo echamos
perece en el momento.
Las uvas son acerbas
que de las tiernas vides desgajamos,
y en el lugar hallamos
de trigo, avena, y de cebada blanca,
vallico inútil, y del lino, grama,
y de lechuga dulce, amargo cardo.
Ni nos alegran ya con mano franca
Ceres y Baco, y en perpetua llama
en todo tiempo me consumo y ardo,
hasta que venga el día
que goce de tu eterna compañía.

XVII.- Dos blancas reses, de vedejas llenas,
de cada cuatro cuartos poderosas,
ejercitadas al palestre oficio,
de lirios y azucenas
las frentes, y de rosas,
coronadas, he puesto al sacrificio.
Y siempre es mi ejercicio
honrar con premios el sepulcro amado,
haciendo fiestas, ya con tallos tiernos,
ya con sus flores, ya con dulces frutos.
Los toros y novillos he apartado
de sus becerras, que con los internos
mugidos cercan los fúnebres lutos,
al tiempo temeroso
que el trabajado cuerpo va al reposo.

XVIII.- Descansa en paz, hermosa, casta y bella
y tierna carne. Que el dorado Apolo,
con sacros versos, te eterniza y canta,
y la noturna estrella
que rige el primer polo
tu tierra huella con piadosa planta.
Y el fauno se levanta
antes que el sol, y de apio, pino y lauro,
y de quejigo, premios vitoriosos,
guirnaldas hechas, en tu fiesta ofrecen.
Y sus divinas aguas nuestro Dauro
de leche y miel y de oro muy precioso
sobre sus faldas siembra y enriquece,
quedando el suelo honrado
que fue a tus huesos por sepulcro dado.

XIX.- Loable envidia en las vecinas ninfas
forzó a seguir de aquestos las pisadas,
que en copas de alabastro y vidrio hechas,
las cristalinas linfas,
con azahar templadas,
con rosas y violetas contrahechas,
y en cestas nada estrechas,
de casia y amaranto y mirabeles,
y de alheña y saúco, tristes flores,
y los cogollos brotadores tiernos
de plátanos, naranjos y laureles,
presentan por los anchos derredores
de tu sepulcro, a quien, por mil inviernos,
los genios apacibles
harán tus santos huesos inmovibles.

XX.- El rojo Apolo entonces, trasmontando,
sembró de varias nubes el poniente,
ya azules, ya violadas, ya sangrientas,
ya aquestas despintando,
con tal de la aparente
color de aquestas, y otras mal contentas,
al rostro suyo atentas,
así imitaban el metal bruñido,
del mismo Febo con las fimbrias de oro,
cuanto otras de la plata el lustre claro.
Y así las ninfas, el cantar rompido,
volviendo al campo, do el oculto moro
riquezas guarda con el puño avaro,
desnudas se metieron
en las encinas huecas do salieron.

Se suman como elementos ornamentales descripciones de la naturaleza, elementos mitológicos, paráfrasis (con arreglo al proceso de 'imitatio') de textos consagrados, etc.

[Cfr.: Pérez-Abadín Barro, Soledad. Los espacios poéticos de la tradición. Géneros y modelos en el Siglo de Oro. Málaga: Universidad de Málaga [Anejo 93 de Analecta Malacitana], 2014].

Nuevamente se recuperará la égloga bucólica en el siglo XVIII, destacando las de Meléndez Valdés y Moratín.
[Cfr.: Cano Ballesta, Juan. "Utopismo pastoril en la poesía dieciochesca: la 'Égloga' de Tomás de Iriarte", in Anales de Literatura Española, 7 (1991), pp. 9-25.
Rodríguez de la Flor, Fernando. “Arcadia y Edad de Oro en la configuración de la bucólica dieciochesca”, in Anales de Literatura Española, 2 (1983), pp. 133-154].

En la época ac­tual, es rara (tal vez podamos encuadrar como tal “Diálogos del conocimiento” de Vicente Aleixandre).




BIBLIOGRAFÍA.-







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