27 de diciembre de 2018

ÉGLOGA, SUBGÉNERO DE LA LÍRICA.


El subgénero lírico "égloga" (que etimológicamnete significa 'elección, selección') nace emparentado con la literatura bucólica (relativa al 'pastor de bueyes'), y que no debe confundirse con la pastoril (en la Edad Media hubo literatura pastoril —pastorellas, serranillas...—, mero juego lírico cortesano, pero no bucólico, como nos recordó Jesús Gómez).
[Gómez, Jesús. "Sobre la teoría de la bucólica en el Siglo de Oro: hacia las églogas de Garcilaso", in Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 10 (1991-1992), pág. 117].

En efecto, debemos rastrear sus orígenes en Teócrito de Siracusa (ca. 310 - 260 a.d.n.e.), que compuso unos Idilios (etimológicamente εἰδύλλιον significa 'escena, pequeño cuadro'), y que dan la forma primera al subgénero bucólico o idílico pastoril. Quizá inicialmente estuvo conexa con los cantos a Dionisos por parte de los pastores de la isla de Cos, por lo que acabó relacionándose la actividad de los 'boyeros' -βουκόλος, de ahí bucólico (βουκολικός)- con el canto pastoril, en un escenario campestre -alejado del entorno urbano-, y donde los motivos de flores, árboles, brisas, aves, abejas y alba son repetidos. Esta naturaleza, bien sean las tierras de Siracusa, bien las referidas a los frondosos bosques y prados fértiles de Arcadia (en el Peloponeso, la tierra del dios Pan, el dios de los pastores), será contemplada externamente y nunca se funde con los sentimientos del poeta.

IDILIO XI: El cíclope,

de Teócrito de Siracusa.

Traducción de Ipancro Acaico
(México: Imprenta de Ignacio Escalante, 1877).


Ningún remedio contra Amor, ni ungüento
Ni leves polvos hay, según noticias,
Sino las Musas; gran medicamento,
Que aunque germina en nuestro suelo ¡oh Nicias!
No es el poder hallar fácil intento.
Y tú, que de las Nueve eres delicias,
Y de la ciencia médica las llaves
Tienes al mismo tiempo, bien lo sabes.

Así pasaba plácida la vida
Aquí en Sicilia el Cíclope afamado
Polifemo el de antaño, a la garrida
Galatea siguiendo enamorado.

El bozo aun no cubría la encendida
Mejilla, ni su labio nacarado;
Y no nutrían rosas ni manzanas
Su ciego amor, mas furias inhumanas.

Nada cuidaba ya: del monte al hato
La grey tornaba sin pastor ni guía;
A su bella cantando el insensato
Desde el alba
en la playa se escocía:
De Venus le causó tal arrebato
El dardo que en el pecho hondo tenía.
Halló el remedio; así con tosca boca
Mirando al mar, cantaba en alta roca:

¿Por qué, cándida Ninfa Galatea,
Del que rendido te ama huyes esquiva?
Tu pura tez cual requesón blanquea.
Y más que un ternerillo eres altiva;
Cual uva que inmatura verdeguea
Amarga, y que un cordero más festiva,
Llegas si al dulce sueño cierro el ojo,
Y al despertar, de huir te viene antojo.

Huyes de mí cual tímido cordero
Huye al mirar al espumante lobo.
¡Niña! De tí me enamoré primero
Cuando mi madres y tú, bajo aquel pobo
Jacintos deshojabais: yo el sendero
Al monte os enseñé, y en dulce arrobo
Me tienes hoy, y siempre, desde entonce;
Mas tú, lo sé, ¡por Jove! eres de bronce.

¡Bellísima mujer! ¿Por qué se aleja
De mí tu corazón, mi amor comprende?
¿Es porque una tan solo, hirsuta ceja
Por mi frente larguísima se extiende,
Que llega de una oreja a la otra oreja,
Y abajo un ojo solitario esplende?
¿Es porque encima de mi labio asoma
Ancha nariz desagraciada y roma?

Pero tal como soy, pacen millares
De ovejas pingües en el campo mío;

La mejor leche ordeño y bebo a mares,
Y queso no me falta, ya en estío,
Ya en medio del otoño lo anhelares
O del extremo invierno en lo más frío;
Y siempre están henchidos mis cestones
De frutas y variadas provisiones.

En pulsar la zampoña soy más diestro
Que ningún otro Cíclope en contorno,
Y cantándote a ti y el amor nuestro,
,
¡Mi prenda, mi manzana!, al hogar torno
A media noche. Para ti amaestro
Once venadas, de mi grey adorno,
Todas fecundas ya, con cervatillos,
Y de oso cuatro bellos cachorrillos.

Tuyo todo será. Ven y disfruta
De mi riqueza, y deja que las olas
Se estrellen en la playa:
tú en mi gruta
Más dulce vivirás conmigo a solas.
Laurel y vides de sabrosa fruta,
Cipreses tengo allí, hiedras y violas;
Y agua fresca me manda el Mongibelo
De nieve derretida,
don del cielo.

¿Quién vivir en el mar a tal prefiere?
De vello aunque me cubre áspero toldo,
Tengo leña de encino; y nunca muere
La lumbre de mi hogar bajo el rescoldo.
Pero sin ti, si tu desden me hiere,
A que se abrase mi alma yo me amoldo,
Y aun la única pupila con que veo,
Prenda la más valiosa que poseo.

¡Triste de mí! ¿Por qué no vine al mundo
Con aletas de pez? Tu rauda planta
Siguiéndote besara en lo profundo
Del piélago furioso que me espanta.
Diérate lirios blancos sin segundo
Y la amapola, cuyo rojo encanta:
Aquellos en invierno, ésta en verano,
Que darlos a la vez no está en mi mano.

¡Oh niña! Si arribare cierta nave
Aquí a nadar me enseñará siquiera
Un marinero audaz, que el arte sabe.
En el fondo del mar de esta manera
Probaré qué placer en vivir cabe.
¡Oh Galatea, sal! y una vez fuera
Tornar olvida a tu espumosa casa,
Como sentado aquí, a mí mismo pasa.

Ven a pacer conmigo mi rebaño,
Y la leche a ordeñar y a hacer el queso.
Sola mi madre es causa de mi daño
Que no te habló jamás de mi embeleso,
Aunque por ti miraba de año en año
Que me iba consumiendo hasta el exceso.
Diré que entrambos pies y la cabeza
Me duelen, y tal vez le dé tristeza.

¡Triste Cíclope, Cíclope! ¿Tu juicio
Adonde huyó? Mejor es que recuerdes
De tejer canastillas el oficio
Y a tus ovejas cortes ramas verdes.
Ordeña el animal a tu servicio:
Tras la cabra del monte ¿a qué te pierdes?
Hallar es fácil otra Galatea
Que más hermosa y menos fiera sea.

Mil vírgenes me invitan a la danza,
Y la noche que accedo al llamamiento
Respiran todas gozo y bienandanza:
¡Mi grandeza y valer no en vano siento!—
Fomentaba su amor y su esperanza
Polifemo cantando; y más contento
Pasaba así la vida placentera
Que si montones de oro poseyera.