"El amante liberal" es una de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes (escritas entre 1590 y 1612), publicadas en 1613. Se trata de una novela italianizante de corte bizantino, llena de aventuras y pruebas (siempre causantes de resultados), ambientada exóticamente en el Mediterráneo oriental (Chipre), mediante enumeración de topónimos, que explora temas como el amor, la libertad y la transformación personal a través del sufrimiento y la experiencia, todo en un ambiente turco-árabe de costumbresy vocabulario, que deja entrever las propias vivencias del escritor durante su cautiverio en Argel, y velando una crítica evidente a las normas sociales sobre el amor y el matrimonio.
El relato comienza "in medias res", expresando Ricardo (protagonista) directamente su emotivo desconsuelo (elegía) mediante exclamaciones y preguntas retóricas. Este es un cautivo cristiano (esclavo de Hazán Bajá), que se queja de su destino ante las ruinas (locus vastus) de la destrozada, hacía dos años, ciudad de Nicosia (Chipre) [Nicosia fue ganada por los turcos en septiembre de 1570], evocando a la par lo que ha acontecido con la ciudad con lo que le ha sucedido a él personalmente (las ruinas se vuelven en imagen y confidente de su estado amoroso y personal): "tal es mi desdicha, que en la libertad fui sin ventura, y en el cautiverio ni la tengo ni la espero". Se halla allí esperando a que su amo haga la entrada a la ciudad como nuevo bajá de ella, cosa que no puede hacer hasta que el destituido salga. Llevan en la campiña ya cuatro días.
Al pronto, será abordado por Mahamut (quien se convertirá en su amigo fiel, su colaborador y confidente), que parece ser un joven turco ("mancebo, de muy buena disposición y gallardía"), pero que resulta ser un cristiano renegado ("no ignoras el deseo encendido que tengo de no morir en este estado que parece que profeso, pues, cuando más no pueda, tengo de confesar y publicar a voces la fe de Jesucristo, de quien me apartó mi poca edad y menos entendimiento, puesto que sé que tal confesión me ha de costar la vida"), que también está cautivo, y que se nos comenta que fue amigo suyo de la infancia ("entrambos de una misma patria y habernos criado en nuestra niñez juntos"), a pesar de no existir en ningún momento reconocimiento de que eso sea cierto por parte de Rodrigo. Mahamut (del que nunca sabremos su nombre cristiano), sirve al cadí de la ciudad ("es mi amo el cadí desta ciudad -que es lo mismo que ser su obispo-"). Este intentará consolar a Ricardo, pero para ello le pide que le cuente la causa real de su tristeza, pues presume que no ha de ser por la pérdida de la libertad.
Ricardo revela entonces que su desventura se debe a su amor no correspondido por Leonisa (protagonista), hija de Rodolfo Florencio, hermosa mujer, original de su misma población, Trápana (Sicilia). Esta es retratada bajo el prisma deformante de la literatura renacentista (descriptio puellae), que ve a la amada como una encarnación de las supremas virtudes (donna angelicata), exaltado sus características físicas hiperbólicamente y consagrándose sin condiciones a ella (religio amoris), aunque le rechace hasta el fin de sus días, y que nos recuerda a la descripción que hizo Cervantes de Dulcinea: "que era la de más perfecta hermosura que tuvo la edad pasada, tiene la presente y espera tener la que está por venir; una por quien los poetas cantaban que tenía los cabellos de oro, y que eran sus ojos dos resplandecientes soles, y sus mejillas purpúreas rosas, sus dientes perlas, sus labios rubíes, su garganta alabastro; y que sus partes con el todo, y el todo con sus partes, hacían una maravillosa y concertada armonía, esparciendo naturaleza sobre todo una suavidad de colores tan natural y perfecta, que jamás pudo la envidia hallar cosa en que ponerle tacha". Añade que desde sus "tiernos años, o a lo menos desde que tuve uso de razón, no sólo la amé, mas la adoré y serví con tanta solicitud como si no tuviera en la tierra ni en el cielo otra deidad a quien sirviese ni adorase". Y aunque inicialmente los padres dejaron que la pretendiera, en cambio Leonisa deseaba a Cornelio (antagonista inicial), hijo de Ascanio Rótulo, descrito como un "lindo", es un "mancebo galán, atildado, de blandas manos y rizos cabellos, de voz meliflua y de amorosas palabras, y, finalmente, todo hecho de ámbar y de alfeñique, guarnecido de telas y adornado de brocados".
(Esta figura del "lindo", más propia de las obras teatrales del Sigo de Oro, es un personaje tipo que se caracteriza por su vanidad, coquetería, y afán por agradar, a menudo con poca sustancia o inteligencia real. Suele ser un joven noble o caballero, utiliza la moda y las buenas maneras como herramientas para ascender socialmente y conquistar mujeres, aunque su elegancia y encanto a menudo son superficiales. Aquí hará la función de obstáculo inicial en la relación de Ricardo y Leonisa: es el ejemplo del amor superficial y convencional, frente al de Ricardo, que será el generoso, verdadero, fruto de una trnsformación vital y moral. Estos elementos contrapuestos y rivales serán los que propicien a Leonisa ejercer su "libertad" para elegir al final ).Dado que Cornelio tenía mayor riqueza, los padres finalmente reconocieron que era un mejor candidato y, por lo tanto, aprobaron sus atenciones y galanteos. Un día, durante una fiesta en el jardín camino de las Salinas, propiedad de Ascanio, Ricardo, movido por los celos, increpó a Cornelio y a Leonisa, que estaban solazándose, lo que desembocó en una pelea. Hallándose en esta situación, inesperadamente, un grupo de piratas turcos establecidos en la zona de Túnez (corsarios de Biserta) desembarcan en una cala cercana sin ser vistos, e irrumpen subrepticiamente, haciendo varios prisoneros, como era costumbre, entre los cuales se hallarán Ricardo, quien actuó valientemente (con "cuatro disformes heridas") y Leonisa ("que aún estaba desmayada" del susto).Los cautivos son llevados a la isla de la Fabiana (que forma parte del archipiélago de las Egadas) en tanto se negocian su rescates. Aquí, "por primera vez", Leonisa siente compasión por Rodrigo al intervenir para que no fuera ahorcado, argumentando a los corsarios que pueden pedir una cuantiosa suma por él, pues es personaje principal. Esta súplica se produjo como consecuencia de que los piratas, que habían perdido a cuatro de los suyos, querían vengarse en la persona de Rodrigo. Perdonado, desviarán su atención y empeño en las negociaciones de rescate, pero fracasarán por el interés de los corsarios y por la codicia de sus captores —especialmente del arráez principal llamado Yzuf—, que quiere a Leonisa para sí. En estas conversaciones Rodrigo da muestras de gran generosidad, diciendo a su mayordomo "que en ninguna manera tratase de mi libertad, sino de la de Leonisa, y que diese por ella todo cuanto valía mi hacienda; y más, le ordené que volviese a tierra y dijese a sus padres de Leonisa que le dejasen a él tratar de la libertad de su hija, y que no se pusiesen en trabajo por ella". Para hacerse con Leonisa, el arráez Yzuf pedirá grandes sumas por los dos ("por Leonisa seis mil escudos, y por mí cuatro mil, añadiendo que no daría el uno sin el otro. Pidió esta gran suma, según después supe, porque estaba enamorado de Leonisa"). Cuando los corsarios solicitan las cantidades a los parientes, "los padres de Leonisa no ofrecieron de su parte nada, atenidos a la promesa que de mi parte mi mayordomo les había hecho, ni Cornelio movió los labios en su provecho; y así, después de muchas demandas y respuestas, concluyó mi mayordomo en dar por Leonisa cinco mil y por mí tres mil escudos" ). Establecidos los importes, solicitó el mayordomo tres días para reunir el dinero. Mas, en ese tiempo, quiso "la ingrata fortuna" que aparecieran seis naves cristianas, precipitando la huída de los turcos hacia Berbería, llevándose con ellos a los cautivos, e impidiendo el rescate. Fondeados después en la isla de Pantanalea (entre Sicilia y Túnez), hicieron descanso y reparto del botín las dos galeotas que habían participado en la incursión en Trápana. Así, Yzuf decide quedarse con Leonisa, a quien quería desposar, a cambio, le dará al otro arráez, llamado Fetala, "seis cristianos, los cuatro para el remo, y dos muchachos hermosísimos, de nación corsos, y a mí con ellos", separándose, de esta manera, Ricardo y Leonisa y viajando cada cual en diferente galeota con destinos diversos (hacia Trípoli de Berbería él, hacia Biserta ella). En la despedida, a distancia, mirándose el uno al otro, acaban desmayándose, pues tanto era el sentimiento contenido de los protagonistas. Iniciado el viaje, al pronto, una tormenta que duró todo el día y noche, destruirá la embarcación en la que viaja Leonisa, dándola por muerta Ricardo, pues los de su galeota intentaron buscar supervivientes. No encontrados, la galeota puso rumbo a su destino, y "en tres días y tres noches, pasando a la vista de Trápana, de Melazo y de Palermo, embocó por el faro de Micina (Mesina), con maravilloso espanto de los que iban dentro y de aquellos que desde la tierra los miraban". Al tomar tierra en Trípoli de Berbería (en Libia), Ricardo se convierte en esclavo del rey de Trípoli, pues a los tres días de haber desembarcado allí, el arráez Fetala falleció de "un dolor en el costado", y este se hizo con la fortuna del corsario, yendo, finalmente, a parar con sus huesos, a los quince días, en Chipre, pues su nuevo amo había sido nombrado virrey de la isla. Y aquí es donde se encuentra ahora con Mahamut.
Acabado ese periplo narrado en analepsis por Ricardo, le pedirá el doliente enamorado a Mahamut que le ayude a conseguir que su amo le quiera matar, pues solo desea abandonar esta vida, pero el muchacho le dice que lo que hará es facilitarle que cambie de amo, y pueda estar con él "y, estando en mi compañía, el tiempo nos dirá lo que habemos de hacer, así para consolarte, si quisieres o pudieres tener consuelo, y a mí para salir désta a mejor vida, o, a lo menos, a parte donde la tenga más segura cuando la deje". Dicho esto, Mahamut acompaña a Ricardo a las tiendas de sus señores, para ver la ceremonia de la toma del posesión de su cargo de bajá a Hazan, pues ya estaba llegando el saliente Alí Bajá con su séquito. Tras las ceremonias entre ambos señores, la costumbre establece que el primer acto del que toma posesión sea hacer justicia ante las quejas contra el saliente bajá, Alí Bajá. Apenas hubo reclamaciones, y de poca monta, por lo que pronto terminó la ceremonia. Luego, observan cómo a la tienda del virrey llega un viejo mercader judío dispuesto a vender a una hermosa esclava cristiana, que resulta ser Leonisa, sobreviviente del naufragio ocurrido en la isla de Pantanalea. Vestida ricamente y de manera berberisca (haciendo Cervantes una hermosa descripción), su belleza provocará una disputa entre los virreyes turcos (Hazán Bajá, el amo de Ricardo, y Alí Bajá), quienes desean regalársela al Sultán (al Gran Señor Selín), e incluso en el cadí (juez religioso musulmán, amo de Mahamut): "Quedó a la improvisa vista de la singular belleza de la cristiana traspasado y rendido el corazón de Alí, y en el mismo grado y con la misma herida se halló el de Hazán, sin quedarse esento de la amorosa llaga el del cadí, que, más suspenso que todos, no sabía quitar los ojos de los hermosos de Leonisa". El cadí, astuto, interviene de mediador y logra quedarse con Leonisa (pagando cada uno de los virreyes 2.000 doblas por ella, añadiéndose después otras 2000 por los vestidos que llevaba, y que pagó el cadí), prometiendo llevarla ante el Sultán, aunque en realidad planea quedársela para sí mismo. Ricardo, que ha reconocido a Leonisa (generándose de este modo el proceso de anagnórisis, fundamental en este tipo de novelas), aunque todavía no puede hablar con ella, confía en el apoyo de Mahamut para que le ayude a pasar a pasar al servicio del cadí (tal y como le sugirió anteriormente), bajo el nombre de Mario, y así poder estar cerca de Leonisa. Todo ello con sigilo, para no sobresaltar a la muchacha ni prevenir a ninguno de los señores. Ido Mahamut con ella a la casa de su señor, Ricardo se queda en la tienda de los bajáes, escuchando como el cadí le pregunta al judío el modo y el lugar donde consiguió a la cristiana. Pero cuando iba a relatarlo, se vieron interrumpidos, pues solicitaban su presencia ante los bajáes, con lo cual, se generará una demora sobre este conocimiento, que será explicado más tarde por boca de la propia muchacha.
Cambiando de escena, entretanto, Mahamut, que está acompañando a Leonisa a casa del cadí, le hace un breve interrogatorio, queriendo saber la predisposición que tiene la joven hacia Ricardo, la cual es claramente favorable y negativa hacia su adversario Cornelio, tras la cobardía mostrada cuando fue capturada ("Yo, señor, como ya os he dicho, soy la poco querida de Cornelio y la bien llorada de Ricardo, que, por muy muchos y varios casos, he venido a este miserable estado en que me veo"). Mahamut, intencionadamente, le ha mentido, diciéndole que los conoce a los dos, los cuales están prisioneros aquí: "a Cornelio le cautivaron unos moros de Trípoli de Berbería y le vendieron a un turco que le trujo a esta isla, donde vino con mercancías, porque es mercader de Rodas, el cual fiaba de Cornelio toda su hacienda"; y Rodrigo "vino ... con un cosario que le cautivó estando en un jardín de la marina de Trápana, y con él dijo que habían cautivado a una doncella que nunca me quiso decir su nombre. Estuvo aquí algunos días con su amo, que iba a visitar el sepulcro de Mahoma, que está en la ciudad de Almedina, y al tiempo de la partida cayó Ricardo muy enfermo y indispuesto, que su amo me lo dejó, por ser de mi tierra, para que le curase y tuviese cargo dél hasta su vuelta, o que si por aquí no volviese, se le enviase a Constantinopla, que él me avisaría cuando allá estuviese". Es así como descubre que la muchacha se ha prendado finalmente de Ricardo. Llegados a la casa del cadí, Halima, esposa cristiana de este, hija de griegos y también convertida, se queda con Leonisa.
Mahamut regresa a las tiendas de los bajáes y le da cuenta de todo a Ricardo, quien no cabe en sí de gozo. Pero Cervantes introduce después un nuevo excurso que le sirve para darnos muestra de su vena poética con unos versos. De este modo, dice Rodrigo, que la venta de Leonisa le recuerda a lo que le contó una vez su padre, y es que, estando cierta vez el emperador Carlos V en Túnez, le presentaron a una mora de singular belleza y cabellos rubios (cosa rara en las de su raza). En esto entraron en su tienda dos caballeros, poetas, uno andaluz y el otro catalán-. Al ver tanta hermosura, el poeta andaluz le dedicó cinco versos de una copla, deteniéndose por no saber continuarla al no encontrar rima. Esto propició que fuera el catalán el que la acabara con cinco versos más. Finalmente le pide Mahamut que se los recite. De este modo, quiere expresar Rodrigo el sentimiento tierno que tiene hacia Leonisa, pues sintió lo mismo que los caballeros poetas.
Pasados unos días, Mahamut consigue que Ricardo pase a ser posesión de su cadí [no se nos dice cómo lo ha conseguido], cambiándose el nombre a "Mario", "porque no llegase el suyo a oídos de Leonisa antes que él la viese". Cierto día, viendo Halima al nuevo esclavo de su señor, llamado Mario (Ricardo), se quedó locamente prendada de él, lo cual comunicó íntimamente a Leonisa, "a quien ya quería mucho por su agradable condición y proceder discreto, y tratábala con mucho respecto, por ser prenda del Gran Señor". Como esta dijo que le habían dicho que era paisano de Mahamut (y, por tanto, de Leonisa), le preguntó su nombre. Pero comentó no conocer a nadie llamado "Mario", por lo que solicitó verlo para poder saber su identidad. Paralelamente, el cadí le mostrará a Mario/Ricardo y Mahamut el amor que siente por Leonisa, por lo que le pide a Mario que hable con ella: si consigue ganarse su favor, les dará a los dos la libertad y riquezas. Todo ello, sin saber ninguno de los dos amos nada acerca de la relación de sus respectivos "amados deseados" con sus siervos. Ricardo consigue así ver y hablar con Leonida secretamente (con la confabulación de sus respectivos amos, facilitándoles el encuentro a ambos). Primero se disculpará Ricardo por haberle hecho creer Mahamut que había muerto, después Leonida le hace saber que Halima está enamorada de él y que hay que tener mucho cuidado, solicitándole que atienda al deseo de su ama: "si a él quisieres corresponder, aprovecharte ha más para el cuerpo que para el alma; y, cuando no quieras, es forzoso que lo finjas, siquiera porque yo te lo ruego y por lo que merecen deseos de mujer declarados". Aunque no quiere el enamorado trocar su ánimo hacia Leonida, finalmente cede a su petición y dice que así hará. Pide, en pago de ello, que le relate lo que le sucedió tras el naufragio. Se genera así un nuevo excurso dilatorio, pero necesario para averiguar cómo sobrevivió la muchacha, y que se dejó interrumpido cuando el judío iba a relatarlo.
Leonisa le explicará como embistió su galeota contra las peñas en Pantanalea; la manera en que se salvaron él y algunos más de los tripulantes de la nave, atándola el arráez a dos barriles vacíos, que arrastró hasta la orilla (y como se golpeó este contra las rocas y murió); como parte de la tripulación la salvó, quedando ocho dias en la isla escondidos y "guardándome los turcos el mismo respecto que si fuera su hermana, y aun más", al cabo de los cuales, viendo un bajel de moros y haciéndoles señales, fueron recogidos; el modo con que un judío que iba en el bajel la compró antes de llegar a Trípoli, y el acoso amoroso que tuvo por parte de este, el cual, desistiendo de sus intentos fallidos, finalmente la vendió a los bajáes y al cadí, tal y como ya sabe. Le dice, además, que también ella creyó que él había muerto.
Tras las explicaciones, entrarán los dos jóvenes a diseñar qué hacer con sus respectivos amos enamorados. Leonisa le dará ánimos que "antes la entretengan que desesperen" y Ricardo hará lo mismo con el cadí, pero guardando "la seguridad de mi honor (...), pues yo pongo mi honor en tus manos, bien puedes creer dél que le tengo con la entereza y verdad que podían poner en duda tantos caminos como he andado, y tantos combates como he sufrido". Saben que el verse, de momento, no va a tener impedimento, pues lo desean sus amos respectivos, para conseguir sus propios fines. Finalmente, Leonisa le hace ver su nueva y distinta predisposicion hacia él: "Conténtate con que he dicho que no me dará, como solía, fastidio tu vista, porque te hago saber, Ricardo, que siempre te tuve por desabrido y arrogante, y que presumías de ti algo más de lo que debías. Confieso también que me engañaba, y que podría ser que hacer ahora la experiencia me pusiese la verdad delante de los ojos el desengaño; y, estando desengañada, fuese, con ser honesta, más humana". Con esta esperanza, Ricardo se muestra dispuesto a hacer cambiar el criterio que tenía Leónida de él: "quizá la experiencia te dará a entender cuán llana es mi condición y cuán humilde, especialmente para adorarte; y sin que tú pusieras término ni raya a mi trato, fuera él tan honesto para contigo que no acertaras a desearle mejor".
Leonida acudió a las habitaciones de Halima, y "acrecentó en Halima el torpe deseo y el amor, dándole muy buenas esperanzas que Mario haría todo lo que pidiese". Por su parte, Rodrigo, asesorado por Mahamut, "acordaron entre los dos que le desesperasen y le aconsejasen que lo más presto que pudiese la llevase a Constantinopla, y que en el camino, o por grado o por fuerza, alcanzaría su deseo; y que, para el inconveniente que se podía ofrecer de cumplir con el Gran Señor, sería bueno comprar otra esclava, y en el viaje fingir o hacer de modo como Leonisa cayese enferma, y que una noche echarían la cristiana comprada a la mar, diciendo que era Leonisa, la cautiva del Gran Señor, que se había muerto". Contado todo esto al cadí, encuentra una dificultad, y es que su mujer Halima querrá acompañarle a Constantinopla, por lo que decide que "en cambio de la cristiana que habían de comprar para que muriese por Leonisa, serviría Halima, de quien deseaba librarse más que de la muerte". Dicho y hecho, en veinte días "aderezó un bergantín de quince bancos, y le armó de buenas boyas, moros y de algunos cristianos griegos", poniendo el cadí, acompañado de Halima, Leonisa, Ricardo, Mahamut y otros familiares, rumbo a Constantinopla, supuestamente para presentar a la cautiva al sultán. A los dos días de viaje, aconsejeron los muchachos al cadí, que Leonisa debía retirarse y aparentar estar enferma, para continuar con su plan del falso fallecimiento de esta. Por su parte, Halima incitaba a Mahamut y Ricardo a que cuanto antes se revolvieran contra su marido y señor y se hiciesen con la nave, a lo que los muchachos sugerían prudencia y buscar el momento oportuno. Pero a los seis días de viaje, cansado el cadí del fingimiento de la enfermedad, decide que ya es hora de matar a su esposa, señalando el día siguiente para que se cumpliera su propósito.
Pero un nuevo incidente se interpondrá en la resolución del conflicto. Hazán Bajá, deseoso también de Leonisa, aunque despidió al cadí en el puerto, nada más alejarse envió tras ellos un barco con cincuenta soldados, con el ánimo de apresar el bergantín del cadí y sus riquezas, sin dejar a nadie vivo, salvo a Leonida. Cuando estaban a punto de ser arrollados por este bajel, vieron que otro navío, este de características cristianas, se les acercaba por el otro lado, con lo cual no supieron qué hacer. Pronto les abordaron los del bajel de Hazán Bajá e inmediatamente llegaron por el otro lado los supuestos cristianos para hacer lo mismo. En realidad eran los hombres de Alí Baja, que iban disfrazados. El cadí increpará a unos y a otros, haciéndoles ver que venían todos movidos por "el apetito lascivo" de sus señores y "a estas palabras suspendieron todos las armas, y unos a otros se miraron y se conocieron, porque todos habían sido soldados de un mismo capitán y militado debajo de una bandera; y, confundiéndose con las razones del cadí y con su mismo maleficio, ya se les embotaron los filos de los alfanjes y se les desmayaron los ánimos". Pero Alí, que seguía con su deseo, acometió al cadí, visto lo cual volvieron a ensañarse ambas tripulaciones entre ellos y contra los del cadí, de modo que apenas quedó vivo un pequeño grupo de turcos. En medio del caos, Mahamut, Ricardo, los griegos y dos sobrinos de Halima logran apoderarse del barco amotinado, exterminan a los restantes enemigos y trasladan los bienes y las personas a la nave de Alí (que había fallecido en la refriega), por ser nave mejor preparada para la huida. Entonces, antes de marcharse, le ofrecen a Halima irse a Chipre con su esposo y la mitad del botín, respondiendo esta que se hiría con ellos (pues sigue pensando en conquistar a Ricardo). Dejan al cadí con vida —herido y abatido—, permitiéndole volver a Chipre tras recibir parte de sus riquezas, agradeciéndole la libertad que le daban y la posibilidad de comunicar al Gran Señor los agravios recibidos por los los bajáes. Le disgustó que su esposa se quedara con ellos, aunque aprovechó para pedir un último favor a Leonida, de quien seguía enamorado: que le abrazara y le pusiera las manos sobre su cabeza, para curarle del golpe recibido por Alí, cosa que consintió la muchacha.
Los libertos, sin querer tomar tierra en ningún sitio, acometieron rumbo a la patria y en pocos días la divisaron. Entonces mandó Ricardo adornar la nave con "banderetas y fámulas de diversos colores de sedas" y con grandes gritos fueron recibidos en el puerto. Iba Leonisa vestida con las galas usadas en la venta del judío, y el resto se vistió con las prendas de los turcos, dando salvas los del barco y los del puerto de bienvenida. En su desembarco provocan admiración y asombro entre el pueblo y poco a poco los familiares de todos fueron llegando, quienes los reciben con suma alegría. Allí, ante los padres de Leonisa y de Cornelio, Ricardo, cogiendo de una mano a Cornelio y de otra a Leonida, renuncia a su amor por esta y ofrece sus riquezas a la pareja, creyendo que así corresponde a la voluntad y sentimientos pasados de Leonisa y haciendo gala de extraordinaria generosidad y modestia: "Ésta sí quiero que se tenga por liberalidad, en cuya comparación dar la hacienda, la vida y la honra no es nada. Recíbela, ¡oh venturoso mancebo!; recíbela, y si llega tu conocimiento a tanto que llegue a conocer valor tan grande, estímate por el más venturoso de la tierra. Con ella te daré asimismo todo cuanto me tocare de parte en lo que a todos el cielo nos ha dado, que bien creo que pasará de treinta mil escudos. De todo puedes gozar a tu sabor con libertad, quietud y descanso; y plega al cielo que sea por luengos y felices años. Yo, sin ventura, pues quedo sin Leonisa, gusto de quedar pobre, que a quien Leonisa le falta, la vida le sobra ". Pero rápidamente rectifica, reconociendo que "nadie puede mostrarse liberal de lo ajeno", es decir, que no puede disponer de la libertad de Leonisa. Leonisa, por su parte, disculpándose ante Ricardo primero, por haber sentido inclinación por Cornelio guiada "por la voluntad y orden de mis padres", suplica ahora a sus padres "que me den licencia y libertad para disponer la que tu mucha valentía y liberalidad me ha dado", reivindicando su derecho a decidir sobre su propio destino, que es unirse a Ricardo. La dan los padres y directamente se declara al joven: "¡oh valiente Ricardo!, mi voluntad, hasta aquí recatada, perpleja y dudosa, se declara en favor tuyo; porque sepan los hombres que no todas las mujeres son ingratas, mostrándome yo siquiera agradecida. Tuya soy, Ricardo, y tuya seré hasta la muerte, si ya otro mejor conocimiento no te mueve a negar la mano que de mi esposo te pido" Así, la historia concluye con la unión de Ricardo y Leonisa en presencia de "el obispo o arzobispo de la ciudad, y con su bendición y licencia los llevó al templo, y, dispensando en el tiempo, los desposó en el mismo punto". También se produjo la conversión de Mahamut y Halima, culminando con el matrimonio entre ambos y su reintegración en la comunidad cristiana.
Finalmente, se nos ofrece un brevísimo epílogo, en el que Leonisa se convierte en modelo de "discreción, honestidad, recato y hermosura"; Ricardo en paradigma de liberalidad, valor y amor verdadero; y Mahamut y Halima encarnan el arrepentimiento y la reintegración social. El relato concluye con la fama extendida por toda Italia de la pareja, bendecida con hijos, y la celebración de la justicia final sobre los deseos torcidos, el egoísmo y el abuso de poder, y con una defensa explícita de la libertad individual, especialmente la de la mujer.
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