16 de julio de 2025

RESUMEN DE "EL ÚLTIMO ENIGMA", de JOAN MANUEL GISBERT.


Gisbert, Joan Manuel. (2000). El último enigma.
Zaragoza: Edelvives, 2009, 2ª ed., 19ª impr.

"El último enigma" de Joan Manuel Gisbert es una novela de misterio, intriga y aventuras ambientada en la fascinante Flandes (Países Bajos) del año 1564. En este período, este territorio estaba bajo dominio del rey Felipe II de España (heredado de su padre Carlos I de España y V de Alemania), con una situación difícil por la tensión que había tanto religiosa (el rey intentaba imponer las nuevas directrices de la Contrarreforma tridentina) como política (el rey intentaba centralizar el poder, a lo que se oponía la nobleza y el sector comercial, por lo que la salida del cardenal Granvela -representante del rey en Flandes- de este territorio, en marzo de 1564, fue vista como una victoria por la nobleza en este pulso con el rey). Estos elementos conllevarán que luego, entre 1568 hasta 1648 el territodio de Flandes estuviera en permanente lucha (la Guerra de los Ochenta Años). Aunque el contexto histórico es real, la trama es ficticia y se centra en la intriga y el misterio más que en la recreación histórica precisa. De este modo, la novela reflejará la tensión entre el saber, la superstición y el poder de la Iglesia, así como la persecución de sociedades secretas y la represión del pensamiento libre, pero de un modo literaturizado.

La historia está expuesta por un narrador omnisciente, en tercera persona, que conoce los pensamientos y sentimientos de todos los personajes (por ejemplo: "cuando regresaba a la posada, Ismael tuvo una sensación de lo más extraña", "al posadero le extrañaron mucho aquellos deseos, pero no quiso hacer preguntas para no implicarse más. Sospechaba algo turbio en todo aquel asunto"...), lo que permite al lector acceder a diferentes perspectivas y, a la vez, mantener el misterio. Esta se centra en la Hermandad del Enigma de Salomón, una sociedad secreta cuyos miembros comienzan a perder la cordura tras recibir un enigmático manuscrito conocido como el Enigma de Salomón. Este enigma, lejos de ser un simple desafío intelectual, es, en realidad, una trampa mortal diseñada para desmantelar a la Hermandad desde dentro.

De este modo, el relato se despliega en dos hilos argumentales que van trenzándose alternativamente (no siempre de manera regular), recibiendo la información el lector de manera fragmentaria, incrementando el suspense. Además, la narración no lineal de esta novela genera ambigüedad: el lector duda sobre el orden de los sucesos y las verdaderas intenciones de algunos personajes hasta que la trama converge. El relato gana de este modo en profundidad, ya que distintos hilos temporales y espaciales terminarán revelando conexiones inesperadas:

① Por un lado, tenemos al abogado Bartolomé Loos, quien, desesperado, busca la ayuda del doctor Jacob Palmaert en Brujas (este es un estudioso de enfermedades mentales, que inicialmente parece ayudar, pero que se revelará como uno de los artífices del falso enigma y la locura de la Hermandad). Loos está preocupado por la salud mental de sus compañeros de la Hermandad, quienes han sucumbido a la locura al intentar resolver el enigma. Además, teme por su propia vida, ya que sospecha que hay un traidor entre ellos.

② Por otro lado, en Amberes, encontramos a Ismael, un joven huérfano de doce años que trabaja en la posada "La Encrucijada", envíado por su tío para que le advierta de la llegada de un miembro de la Hermandad. Ismael lo hace complacido, pues está obsesionado con la idea de convertirse en aprendiz de los Maestros de los Enigmas. Tras cruzarse con un misterioso hombre que dice ser Juan de Utrecht (un colaborador de la Inquisición, ambicioso y manipulador, que será el responsable directo de la conspiración contra la Hermandad, y que terminará siendo asesinado, víctima de su propia maldad), decide seguirlo y se ve arrastrado a la peligrosa red de la Hermandad. Este personaje juvenil evolucionará de ser un niño ingenuo a ser testigo de la traición y la locura, logrando finalmente su objetivo de ser discípulo, pero perdiendo parte de su inocencia. Así, se convertirá Adrián Gheel, Maestro de Enigmas, natural de Breda, que se hace pasar por otra persona, Juan de Utrecht, para protegerse, en su modelo a seguir y su mentor final, por mucho que Sebastián Leiden, su tío y tutor, canónigo que representa la autoridad y la tradición, lo fuera para este al inicio de la novela.

A medida que la trama avance se irán revelando las verdaderas intenciones del colaborador de la Inquisición, Lucas Lauchen, y del propio doctor Palmaert, quienes han tramado un plan en torno al falso enigma para acabar con la Hermandad, acusada de herejía. El enigma resulta ser un engaño, y la locura de los Maestros es el resultado de la manipulación y el miedo, no de un misterio genuino. El desenlace desvelará la traición y la lucha por la supervivencia de los pocos miembros que aún conservan la cordura, mientras Ismael finalmente logra ser aceptado como aprendiz, aunque a un alto costo personal y moral.

Externamente, la obra se estructura en 23 capítulos, cada uno de los cuales está delimitado y suele centrarse en un personaje o situación concreta, alternando entre las dos tramas principales, y cuyo detalle ofrecemos a continuación.

CAP. I. Petición de auxilio en plena noche (pp. 7 a 11).
► A media noche del 5 de abril de 1564, en la localidad de Brujas, el abogado Bartolomé Loos acude urgentemente a casa del doctor Palmaert, "hombre huraño y sombrío", de "pobladas cejas", (pero de) "una reconocida eminencia en las enfermedades y desórdenes de la mente". Necesita que le acompañe "a poca distancia de aquí, en mi casa, porque varias personas están siendo consumidas por el más extraño mal del pensamiento que nunca haya padecido un ser humano", más aún, estos parecen muertos en vida.

CAP. II. El hombre que miraba desde la oscuridad (pp. 12 a 14).

■ En ese momento, pero a mucha distancia de Brujas, en Amberes, un hombre se introduce en la posada llamada "La Encrucijada", que está a las afueras de esa localidad. Algo misterioso tiene este caballero, pues se pondrá en una esquina sin luz, intentando que de él solo se vea un bulto, y así nadie pueda reconocerlo. Además, una atmósfera tenebrosa parece portar, pues el narrador nos dice que "el hombre entró en el albergue acompañado por una fuerte ráfaga de viento. Como pájaros muertos que lo acompañaran, con én entraron volando hojas recién arrancadas de los árboles". Este es "de edad mediana. Estaba tenso y alerta. Sus ojos miraban con intensidad, distantes, escrutadores. No parecía falto de energía ni de capacidad de reacción. Su aspecto, por lo demás, era misterioso y reflexivo". El posadero se le acercó para atenderle, ordenando el caballero que cuidaran de su caballo ("es pardo con una mancha negra alrededor del ojo izquierdo"), le dieran algo de cenar a él y una habitación silenciosa.
Ismael, un muchacho que lleva dos semanas sirviendo en el mesón, en su fantasía, imagina que se trata de un Maestro de Enigmas. Le sirve la mesa con ánimo de conocer cosas de él, pero enseguida se retiró, siguiendo al mesonero, a su habitación.

CAP. III. El enigma de Salomón (pp. 15 a 20).
► Mientras, en Brujas, el doctor Palmaert acompaña al abogado en su coche de caballos. Durante el trayecto a casa de Bartolomé Loos, le explica este que hay una Hermandad llamada del Enigma de Salomón (de la cual el doctor ha oído hablar, pero que la considera "extravagante"), que tiene siglos de historia y a la cual pertenece, y que se dedica a aprender el "arte y la ciencia de los enigmas". El Enigma de Salomón consiste en el conocimiento del "secreto del mundo", legado por escrito por este, para que futuras generaciones pudieran descifrarlo. Pero pesa sobre los que lo intentan una maldición, y es que puede "llevarlos a graves estados de inquietud y angustia" si no consiguen "descubrir su verdadera solución". Ellos lo han encontrado, dice el abogado, y cada uno tiene una copia del manuscrito de Salomón, para intentar descifrarlo cada uno por su cuenta. Todos los que lo han leído están locos, menos él, pues le llegó la copia el último y no lo ha leído todavía.

■ CAP. IV. Las dudas del canónigo Leiden (pp. 21 a 25).

■ Bajo la oscuridad de la noche y el fuerte viento, Ismael acude a ver a su tío remoto, que es también su tutor a falta de más parientes, el canónigo de la catedral de Amberes, Sebastián Leiden, para contarle que cree que el extraño que está durmiendo en "La Encrucijada" podría ser uno de los Maestros de Enigmas. Él, desde que su tío le habló de esta Hermandad, quiere arrimarse a uno de ellos, por lo que le solicita que vaya a comprobar si puede o no pertenecer a ella. Y, aunque no está muy convencido de ir, al final le promete a Ismael que irá al romper el alba a la posada. Pero, cuando se marcha el muchacho de la habitación del clérigo, "el miedo estaba transformando la expresión de su cara".
CAP. V. Perdidos en un laberinto (pp. 26 a 33).
► Llegados a casa de Bartolomé Loos, este le advierte al doctor Palmart que son seis los enfermos (Maestros de la Hermandad) uno de ellos mujer, y que están cada uno en una habitación distinta, pues el propósito era leer el texto y tratar de descifrarlo individualmente, pero "sus mentes se han ido quedando invadidas, extraviadas, como si el Enigma fuese un laberinto donde el pensamiento se pierde sin remedio". El doctor Palmaert hizo un breve reconocimiento, en solitario, a cada uno de los enfermos, empezando por la mujer. Tras él le hizo saber a Bartolomé Loos, que efectivamente se "habían extraviado en un laberinto mental". Le pide entonces que le diga quién fue el que envió los textos a los miembros de la Hermandad. Loos piensa que debió ser alguno de los cinco restantes miembros, pues la sociedad se compone de un total de doce, y solo se conocen entre ellos, pero quién exactamente no podría asegurarlo, pues el que los repartió no dio su nombre. Esto le lleva a la conclusión de que "alguien quiere destruir la Hermandad. Y ese alguien, por incomprensible y espantoso que parezca, es uno de nosotros". El doctor añade después lo que ha averiguado en su primer reconocimiento, y es que "ninguno de ellos es capaz de recordar cuál era el planteamiento enigmático que acabó llevando su pensamiento al extravío. Tampoco conservaron el documento. Siguiendo las instrucciones que lo acompañaban, memorizaron el texto y luego lo destruyeron". A Loos no le ha ocurrido nada porque lo tiene sin abrir. El doctor le dice que se lo entregue para estudiarlo. Una vez en su poder, decide marcharse, no sin antes recomendarle a Loos que les dé de beber a sus compañeros seis veces al día una infusión de hierbas cuya mezcla le dejará al cochero. Finalmente, le indica que cuando sepa qué hacer, volverá.

CAP. VI. Misteriosa conversación de madrugada (pp. 34 a 38).

■ Ismael regresa a la posada. En su trayecto, todo le augura muerte, por lo que aceleró el paso. Además, tiene la sensación de que alguien le está acechando. Y es verdad, pues nada más introducirse en la vivienda, una sombra oculta entre los arbustos del bosque, que estaba esperando la señal de una vela en la primera planta, trepó "al techo del cobertizo, se encaramó a una cornisa, anduvo unos pasos por ella con cuidado, llegó a la ventana de donde habían partido las señales, que se abrió, y se introdujo con sigilo". Es un muchacho como él, que hablará con el viajero llegado esa noche a la posada. Ismael les escucha susurrar detrás de la puerta, aunque solo oye que "la Hermandad necesita de nosotros". Al poco, el muchacho salta nuevamente por la ventana y se va. Ismael, contento por saber que es un miembro de la Hermandad, se asegura de que el viajero continúa en su habitación.

CAP. VII. Un muerto montado a caballo (pp. 39 a 44).
■ Ismael determina marcharse con el caballero a Brujas, por lo que escribe una nota para su tío, contándole lo acontecido y su decisión de seguirle antes de que amancezca, pues es la voluntad que el ha mostrado. La deja sobre un jergón sobre el que duerme, bien visible, para que en cuanto llegue al alba, como le prometió, pueda verla. Después se preparó un caballo para poder seguir al caballero. "Mucho antes del amanecer, el desconocido viajero abandonó la posada", siguiéndole después Ismael. Todo parecía ir bien, alcanzándolo unas veces, otras alejándose, persiguiendo a aquel bulto montado a caballo que veía a distancia, hasta que, de pronto, este "se golpeó con una rama baja y cayó sobre el suelo musgoso. No se levantó ni hizo el menor movimiento: quedó caído en tierra". Ismael empezó a tener miedo. Veía el bulto en el suelo, pero también, inmóvil, "un hombre. Se ocultaba a un lado del camino, aguardando a Ismael".

CAP. VIII. La hora de la desgracia (pp. 45 a 53).
► El canónigo Sebastián Leiden, tal y como prometió, cuando ya estaba casi el alba resplandeciendo de púrpura, llegó a "La Encrucijada". Preguntó al posadero si el anónimo caballero continuaba en la posada, pues quería hablar con sigilo con él, y diciéndole este que sí, le rogó que hiciera lo posible porque su sobrino no se enterara de que él estaba allí. El posadero le manifesto que no había problema, pues inmovilizaría la puerta del desván donde dormía con una cuerda para que no pudiera abrirla. Una vez que lo hizo, el canónigo le solicitó que le llevara a hablar con el forastero. Cuando subieron a la habitación, descubrieron que este había dejado unas monedas para el posadero y "un pequeño medallón que tenía grabado un interrogante ornamentado", que se quedó el canónigo. Después, ordenó que buscara a su sobrino, pero solo le pudo dar el escrito que le había dejado para él.

Palmert y el abogado, "en aquellos momentos, en las afueras de Brujas, cerca de la casa del letrado Bartolomé Loos" contemplan como "cuatro brazos temblorosos levantaban del fondo de un barranco el cuerpo inerte de uno de los Maestros de la Hermandad del Enigma de Salomón", Nicolás. No saben si alguien le ha empujado o se ha tirado él. Como los dos criados tienen dificultades para subir el cuerpo, Loos decide retirarse para enviar un mensajero a Gante e informar a su mujer de lo sucedido. En el camino a casa le pregunta al médico si ya ha leído el manuscrito, quien le indica que sí, "tiene un atractivo morboso al que es difícil sustraerse", por lo que "necesitaré tiempo para sacarlos [a los enfermos] de ese peligroso lugar en que se encuentran, si es que consigo hacerlo".

CAP. IX. La inseguridad de los caminos (pp. 54 a 58)

■ El hombre oculto al lado del camino resulta que es el caballero de la posada al que seguía Ismael. Este le pregunta que por qué le sigue, contestándole que porque sabe quién es, y quiere ser su criado y alumno. El caballero lo reconoce, y le pregunta que quién cree que es. El muchacho le dice que es "uno de los Maestros de Enigmas de la secreta Hermandad de Salomón". Y aunque este lo niega, el muchacho le dice que su "tío lejano y protector, Sebastián Leiden, canónigo de la catedral de Amberes, me colocó por unos días en la posada hasta que llegarais vos". El viajero le pregunta si es ese canónigo quien le ha pedido que le siga. Al decir Ismael que no, que ha sido todo por su cuenta, le enseña el viajero el bulto caído en tierra, que cree el chiquillo que es un muerto, y que no era más que un cúmulo de ramas cubierto con capote. Se despide de él, diciéndole que regrese a casa, y que le diga a su tío que se llama Juan de Utrecht. Parece que así lo va a hacer, pero está decidido a hacerse su discípulo, así que "cuando ya fue suficiente la distancia, se detuvo".

CAP. X. El agente de la Inquisición (pp. 59 a 64).
Regresado a la catedral, Sebastián Leiden manda aviso al "siniestro" y "gigantesco" Lucas Lauchen, "colaborador de la Inquisición en Flades", sobre lo ocurrido en "La encrucijada". Este llegó inmediatamente para recabar todos los datos, interrogando a Leiden. Solo puede decirle que Juan de Utrecht, el principal aliado que tienen dentro de la Hermandad, estuvo en la posada, para establecer la reunión que habían planificado (sabe que estuvo allí por el medallón encontrado en la habitación, que tiene las iniciales J y U, con el emblema de la hermandad), pero desconoce por qué no se quedó, siendo como era crucial esa reunión para "la definitiva destrucción de la Hermandad del Enigma de Salomón, esa aberración herética que busca revelaciones al margen de la fe". También le da a conocer que puso a sus sobrino como vigilante de la posada para que le advirtiera de la llegada de este, como así hizo. El que el canónigo haya usado a Ismael como espía disgusta mucho a Lucas Laucen, recelando de que alguien más pueda saber más de la cuenta, por lo que le dice que ha sido un error por su parte y ya no podrá ayudarle a alcanzar la dignidad de obispo, como era su deseo y la causa de colaborar con él. En todo caso, comunicará todo lo sucedido al Santo Oficio.

CAP XI. Ante el fuego (pp. 65 a 72).

■ Ismael piensa que Juan de Utrecht querrá descansar, en su camino hacia Brujas, en el "Albergue de Flandes", pues "las demás posada eran demasiado nauseabundas y cochambrosas", por lo que decide seguirle a bastante distancia, incluso encaminarse hacia allí por otro camino, para llegar antes que él y no ser visto. Cuando llegó el caballero a la posada, estuvo un rato en la taberna y enseguida subió a su cuarto con un fardo "medianamente abultado". Es entoces cuando Ismael, que se mantuvo fuera escondido, penetró en el albergue, y, haciéndose pasar por su criado, solicitó al mesonero que le indicara dónde estaba su habitación. Subió al piso de arriba y llamó a la puerta. Al verlo, el caballero se quedó sorprendido, y aunque, inicialmente, le recriminó que ya le había indicado que su propósito de ser acogido como criado o discípulo no tenía ningún sentido, finalmente le hace pasar. Queriendo demostrarle que no sabe nada de enigmas, le hará una serie de pruebas, intentando que las resuelva: el del ahogado que ve su reflejo, el del hombre que en el valle busca el eco, y el de la pareja que va buscándose en línea recta, pero cada vez se alejan más. A todos dio cumplida respuesta. Finalmente, el caballero lo deja en la habitación, encerrado, frente a la ventana, mirando la luna. Ismael cree que es un enigma que le ha planteado: "un muchacho mira la luna a través de una ventana, como ahora estás haciendo tú. Dime: ¿cuál es el futuro que le aguarda?".
CAP. XII. La negra flor de la locura (pp. 73 a 79).
► Mientras, en Brujas, el doctor Jacob Palmaert se reune con el abogado Loos en casa de este. Le comunica que otros dos miembros de la Hermandad, Theo y Lucius, que estaban en Aachen, descansan ahora en su casa en sendas habitaciones. Acudieron desquiciados, pero los ha podido tranquilizar. El doctor le pregunta por los restantes miembros, contestándole Loos que el decano Julián está moribundo en Ostende, de una larga enfermedad que padecía antes de los envenamientos de los manuscritos, y que teme por otro, establecido en Breda, pues tal vez "le haya ocurrido algún percance grave en el camino", ya que debería haber llegado hace tiempo, toda vez que partió hacía tres semanas. Finalmente, tampoco ha llegado Juan de Utrecht, de quien tiene reticencias, incluso considera que podría ser un infiltrado y el que les haya envenenado. Loos le solicita a Palmert que, antes de que vea a los nuevos huéspedes, vaya a ver primero a Sofía, pues "hay algo en ella que me espanta, una especie de lucidez escalofriante, una serenidad anormal, como de otro mundo". Así lo hace el doctor. AL entrar en su habitación la encuentra de pie, aparentemente dormida, mas, cuando habla con ella, ve que realmente ha entrado en las profundidades de la locura.

CAP. XIII. Decisiones inesperadas y viajeros ocultos por cortinajes (pp. 80 a 86).

■ Cansado Ismael de esperar frente a la ventana, y de no hallar solución al enigma planteado, decide sentarse cerca de la comida que el dueño del albergue había llevado al caballero. Cuando había empezado a comer, llegó nuevamente este. Le dice que le dejará que le acompañe y que le ha dicho al posadero que le prepare un cuarto y le dé comida. Ilusionado, el muchacho bajó y acompañó a la mujer del posadero a la cocina para comer. Luego, le llevó a una amplia habitación, separada por una cortina, donde dormía un hombre. Le dice que no haga ruido, pues el viajero pagó por toda la habitación. De este modo, Ismael pudo cenar y dormir tranquilamente. Al clarear el día, le despertó Juan de Utrecht, indicándole que cada uno va a viajar solo y a distancia hasta llegar a Brujas. Cuando llegue allí, deberá preguntar por el abogado Bartolomé Loos, pues él se dirige a su casa. Le advierte que debe llegar antes de tres días, por lo que le da unas monedas por si tuviera que cambiar de caballo. Una vez que se marchó el caballero, Ismael siente curiosidad por saber quién es el viajero que ha dormido a su lado, pero no hay nadie. "Ismael no sospechó que su compañero de cuarto era el misterioso muchacho que había entrado y salido por una ventana de La Encrucijada. No sabía aún que ese joven, en secreto, acompañaba también al hombre llamado Juan de Utrecht en su viaje a Brujas".

► Dos horas más tarde, Lucas Lauchen llegó al "Albergue de Flandes". Allí se reunió con "dos hombres patibularios", quienes le explican cómo actuó el caballero durante su estancia, indicando también que va acompañado de Ismael. Les da orden de que maten al muchacho antes de que llegue a Brujas, sin saña ("aunque su muerte es necesaria, el muchacho no es culpable de nada"), y escondiendo bien su cuerpo para que no sea nunca hallado; él mismo se encargará del caballero.

CAP. XIV. El diagnóstico de Jacob Palmaert (pp. 87 a 93).
► Al anochecer, el abogado Loos visita al doctor Palmer en su casa. Este le comunica que, después de haber estudiado a los miembros de la Hermandad que se alojan en su casa, que "haya forma humana de volver a iluminar la oscuridad de sus mentes". Loos se lamenta de que "tantos hombres de talento perdidos para la actividad del pensamiento (...): astrónomos, matemáticos, profesores de lógica, gramáticos, retóricos, eruditos en variadas ramas del saber y de la ciencia". Luego le pide al doctor que le formule cuáles son las "frases envenenadas que forman el texto que los ha trastornado", y, auqnue se muestra reacio al principio, finalmente le explica cuál es el planteamiento inicial: "El texto le propone al Maestro de Enigmas que conciba mentalmente una gran casa con treinta y tres estancias, cada una de las cuales debe estar dividida en tres partes distintas y bien diferenciadas. Ello da en total noventa y nueve diferentes espacios o ámbitos. Quien se enfrenta al Enigma tiene que verlos y sentirse sucesivamente en ellos hasta tener todo el conjunto de estancias y lugares dominado". Al conocerlo, Loos quiere empezar a desentrañarlo, pero le advierte el doctor que lo deje, pues seguirá el camino de sus amigos. Afortunadamente, en esos momentos, les interrumpieron dos criados: "uno era de la casa, servidor de Palmaert. El otro acababa de llegar: era el anciano mayordomo de Bartolomé Loos". Le indica el anciano al abogado que "un muchacho con la cabeza rapada y disfrazado con un hábito de franciscano ha sido sorprendido por uno de los mozos cuando intentaba entrar en la casa", quien ha dicho ser "discípulo del Maestro Juan de Utrecht". Le ha contado, además, que dos bandidos le han querido matar. Palmert pide entonces que se lo traigan para interrogarle, pero el muchacho huyó de casa del abogado al mostrarse ante él Sofía, quien "parecía una resucitada que volviera de la sepultura". Salidos del despacho los criados y el doctor Palmert, Loos aprovechó para coger un objeto del escritorio, sin que le vieran.

CAP. XV. A la desesperada (pp. 94 a 100).

■ Ismael, tras escapar de la casa de Loos se escondió en una herrería abandonada, próxima a la casa del abogado. Allí, se realiza una interrupción cronológica, recordando el muchacho cómo había llegado a esa situación, y bajo la técnica narrativa de analepsis, se nos revela que al llegar a una encrucijada de caminos, cerca de Brujas, Juan de Utrecht le estaba esperando. Este le indicó que tomara precauciones, incluso con los guardias de las puertas de la ciudad. Por eso, le dio para que se disfrazara un hábito de franciscano, con el propósito de que con esa apariencia se incorporara a un séquito de "frailes mendigos encapuchados" que habitualmente, a la caída de la tarde, suele regresar a la ciudad. De esta manera, unido a ellos podrá pasar desapercibido. Y, para hacerlo más real, le rapó la cabeza. Asimismo, le indicó que dejara el caballo, pues estos frailes van siempre andando. Así actuó en todo, mas, cuando estaba con el séquito de frailes, dos hombres embozados se pusieron al lado de un joven fraile bajito, al que mataron. Ismael, al acercarse para ver si sigue vivo, descubrió que su aspecto era muy semejante al suyo, por lo que intuye que se han equivocado los asesinos y que era a él a quien querían matar. Temeroso, rápidamente volvió a incorporarse al séquito hasta que cruzó las puertas de la ciudad, momento en el que lo abandonó. Tras preguntar dónde podría encontrar la casa de Loos, se encaminó hacia ella. Allí, saltó los muros de la vivienda del abogado, pero fue cogido por sorpresa por sus criados. Por suerte, aprovechando la repentina aparición de Sofía, "capaz de hacer estremecer al más pintado a causa de su mortuorio aspecto", pudo escapar. Hecha esta remembranza, decide ir al convento de los frailes en busca de refugio.

CAP. XVI. Yo me hago cargo del muchacho (pp. 101 a 106).
► El doctor Jacob Palmert intuyo que el muchacho iría a refugiarse al convento de los franciscanos, de modo que se dirigió también él allí. Allí preguntó al prior si ya estaba bajo su hospitalidad un "muchacho [que] es pupilo de un erudito amigo mío, Juan de Utrecht, hombre de gran mérito a quien tengo en alta estima". Este, receloso al principio, le formuló varias preguntas sobre el muchacho, cuyas respuestas fueron concordes con la versión que dió Ismael previamente al abad. Tras lo cual, cedió y le dijo que iría a preguntar si estaba en el convento.

Al mismo tiempo, Juan de Utrecht estaba rondando la casa de Loos, pero como su intuición le decía que tal vez le hubieran tendido una trampa, decidió no pasar dentro, alejándose de ella.

■ Al pronto, en el convento, llegó Ismael ante Palmert, y, aunque, al ver al doctor, "su aspecto le resultaba poco agradable, pero no por ello pensó que fuese a hacerle daño", decidió irse con él.
CAP. XVII. Una larga noche en vela (pp. 107 a 113).
► Jacob Palmaert no podía dormir esa noche. Mientras los criados, que habían regresado del fallido intento de búsqueda de Ismael, descansaban en sus catres, él pensaba en el muchacho, quien debido a la administración de un narcótico, estaba dormido oculto en uno de los desvanes. Palmaert tiene que decidir el destino del chico antes del alba, pero estaba inseguro y dudaba si dejarlo vivir o mandarlo matar, ya que pensaba que Ismael "conocía secretos que debían permanecer ignorados". Mientras meditaba sus opciones, Palmaert vio una sombra merodeando cerca de su casa. No llegó a saber que era Juan Utrecht, quien decidió al poco alejarse. Poco después, tres hombres se acercaron, sin ocultarse, liderados por uno muy alto, que se presentó como Lucas Lauchen, un "servidor de la verdad", acompañado de los dos sicarios. Palmaert, aliviado, pues lo estaba esperando, se presentó y conversó con él.

Mientras tanto, en otra parte de la casa, Loos también estaba desvelado, preparándose para actuar de la manera que realmente le interesaba. Tenía en sus manos el objeto robado del escritorio de Palmaert, que era una prueba clave, "intacto, sin abrir, como él se lo había entregado días antes".

La conversación entre Palmaert y el colaborador de la Inquisición, Lucas Lauchen, giró en torno a la situación de la Hermandad relacionada con un enigma de Salomón, cuya maniobra orquetsda por ellos había causado "un efecto devastador", según el doctor. Lauchen les desea el mismo resultado "a los que se desvían del camino recto", y les desea el mismo final a "a los Hermanos del Espíritu Santo, a los brujos cabalistas, a los iluminados, a los reformistas, a los adoradores del Zodíaco y a todos los que oscurecen el brillo de la auténtica fe". Asimismo, expresa preocupación por Juan de Utrecht, quien se había comportado de forma extraña y huyó de Amberes. Palmaert sugiere, entonces, que Juan de Utrecht quizá sea un traidor, y Lauchen coincide en que su conducta no era muy confiable. De todas formas, Palmaert estaba convencido de que Juan de Utrecht acabara yendo a su casa al enterarse de que su discípulo estaba allí. Lauchen, sin embargo, se muestra incrédulo, pues sabe que la noche anterior cerca de Brujas, murió Ismael. Palmaert, confiado, le responde que eso es inexacto puesto que el chico está vivo y se encuentra en su casa, dejando a Lauchen perplejo, quien le espeta: "No sé a quién tiene aquí, doctor Palmaert, pero no es el muchacho que usted cree".

CAP. XVIII. Despertar en el fondo de un pozo de miedo (pp. 114 a 119).

■ Ismael, logró vomitar el narcótico que debería haberle mantenido inconsciente durante mucho tiempo, por lo que, al amanecer, tambaleándose y con el estómago revuelto, logra escaparse de la casa del doctor Palmaert, pues este se había confiado en exceso sobre el efecto del narcótico y no había cerrado la puerta. Además, la llegada de Lauchen le hizo no prestar atención al muchacho. Mientras se mueve cautelosamente por la oscuridad Ismael, escucha a Palmaert y Lauchen hablar sobre su situación, sintiéndose cada vez más horrorizado. Al darse cuenta de que pronto irían a buscarlo, Ismael escapó por una ventana, corriendo con todas sus fuerzas, sintiendo que la noche de Brujas lo protegía como una niebla.

► Por otro lado, Palmaert y Lauchen comienzan a reconocer que su situación se volvía precaria; el silencio de Juan de Utrecht, un renegado que sembró la locura entre sus compañeros, y "un insignificante muchacho que ni siquiera figuraba en el plan trazado" los mantenían inquietos. Lauchen estalló en reproches hacia Palmaert por permitir la fuga del chico, pero este defendió su acción, pues rápidamente lo recupeó del convento de los franciscanos. Aunque ambos saben que Ismael podía haber oído algo crucial de su conversación, Lauchen insistió en que habían estado bajo el mismo riesgo desde el principio. La tensión entre los dos crecía en medio de acusaciones sobre la torpeza de permitir que Tobías, el discípulo de Juan de Utrecht, fuese sacrificado, lo que generaba aún más vulnerabilidad. Incluso se plantea la posibilidad de que Juan de Utrecht decida suicidarse, y si no lo hace "tal como están las cosas, habrá que ir pensando en ayudarlo".
■ Mientras tanto, Ismael se refugió en la herrería abandonada que utilizó como escondide cuando entró en Bujas. Desde allí, observaba la calleja con miedo, consciente de que esta ciudad era un entorno hostil, lleno de depredadores. Su miedo era intenso, aunque intentaba combatirlo. De repente, notó la presencia de alguien en la calle; rogó que no entrara en su escondite. La figura se acercaba lentamente, y aunque "la luz lunar era escasa", al girar la cara, Ismael reconoció a Juan de Utrecht. La admiración que alguna vez sintió por él se había evaporado, y se dio cuenta de que era un traidor que conspiraba contra aquellos que una vez consideró sus hermanos. A pesar de su necesidad de ayuda, ya no sentía deseo de auxilio de él, solo aversión y el impulso de "dirigirle los insultos más hirientes". Ismael no sabía que el hombre que conocía tenía pocas horas de vida por delante. Permaneció inmóvil y oculto, esperando a que Juan de Utrecht se alejara de su presencia, sintiéndose "tan solo y perdido como antes".
CAP. XIX. Una página secreta de la medicina (pp. 120 a 126).
► El amanecer aparece en el firmamento cuando Palmaert y Lauchen ya habían finalizado sus acaloradas discusiones, hallando, al final, un tono de amabilidad distante, conscientes de su inminente separación. Aún persistían las amenazas de Juan de Utrecht e Ismael, pero habían delegado la resolución de esos problemas en esbirros con instrucciones claras.
Lauchen anuncia que presentará su informe secreto al Tribunal del Santo Oficio, invitando a Palmaert a acompañarlo, a lo que este último se mostró escéptico, declinando la oferta.
Lauchen rememora su propuesta original de crear un falso Enigma de Salomón para inducir un extravío mental en aquellos que creyeran en su poder. El plan incluía corromper a un miembro de la Hermandad para que revelara la identidad de los restantes, siendo Juan de Utrecht el elegido, debido a sus deudas y circunstancias desesperadas. Además, explica cómo lo manipuló para que confiara en él y se convirtiera en el portador del falso enigma.
Por su parte, Palmaert señala su anticipación por observar los efectos del engaño, sabiendo que el abogado Loos había acogido a los afectados en su casa, donde él mismo podría administrarle tratamientos que debilitaran aún más sus mentes ("el abogado Loos acogió a los afectados en su casa movido por la esperanza de que yo pudiera salvarlos. Y lo que hice fue administrarles preparados que aún debilitaron más sus mentes y las hicieron más vulnerables a la acción del enigma, para que así el deterioro de los afectados continuara con la mayor pureza patológica"). El resultado del experimento fue devastador; uno de los hombres terminó suicidándose, lo que, aunque no era un resultado deseado, otorgó una nueva perspectiva sobre el experimento. Lauchen considera que "esa muerte tuvo algo de purificación" y pregunta sobre el estado de los miembros de la Hermandad. Palmaert confirma que la mayoría había quedado gravemente dañada, mencionando que solo dos, el abogado Loos y un tal Julián, habían permanecido indemnes.
La conversación continua en torno a las repercusiones del experimento en la Hermandad del Enigma de Salomón, que había quedado desmantelada y desprestigiada. Así, Lauchen se regocija porque "esto quedará como una fabulosa victoria en los anales de la lucha contra el error y la herejía" lograda sin necesidad de métodos tradicionales de la Inquisición. Al ser interrogado por el doctor sobre si tenía conocimiento del asunto el Tribunal de la Inquisición, Palmaert descubrió que solo había sido informado de manera superficial. Lucas Lauchen, complacido con el resultado, agradeció a Palmaert su colaboración ("sólo usted podía haber creado el texto que se les metió en el pensamiento a los adoradores de enigmas. Si hay alguien a quien el Tribunal debería mostrar su reconocimiento, ese alguien es el doctor Jacob Palmaert"). A pesar de la insistencia de Palmaert en que no le debía nada, Lauchen le pidió que lo acompañara a ver a los "apóstoles" en su estado deplorable, argumentando que serviría para reforzar su testificación ante el Tribunal. Palmaert accedió y sugirió que se reunirían en la residencia del abogado Loos, presentado como un colega médico de Münster. Lauchen se mostró entusiasmado con la idea de disfrazarse e inspeccionar el estado de los afectados por el experimento, mientras Palmaert le advertía sobre la naturaleza desagradable de lo que iban a observar. Finalmente, "las ruinas de la Hermandad del Enigma de Salomón" se convirtieron así en un objetivo de interés para ambos, sellando el destino de aquellos que habían caído en la trampa del conocimiento.

CAP. XX. La satisfacción final de Lucas Lauche (pp. 127 a 132).
► Por la mañana, a la misma hora que en días anteriores, Palmaert llegó a la residencia de Bartolomé Loos, esta vez acompañado por un hombre de gran estatura y un rostro amarillento (es el "profesor Snellenburg, de Münster, gran conocedor de los abismos del alma humana. Está de paso en la ciudad y le he rogado que me acompañara en el reconocimiento de esta mañana"). Al abrirse la puerta, Loos los recibió con un estado de ánimo abatido, revelando que la condición de todos los involucrados seguía deteriorándose, y que haría lo que Palmaert le había aconsejado que había que hacer cpn ellos, internarlos, pues la situación se había vuelto insostenible. Sin embargo, Loos compartió una noticia alentadora: Adrián Gheel había llegado sano y salvo desde Breda, tras haber afrontado muchas dificultades en su viaje. Palmaert muestra interés por hablar con Gheel, aunque Loos le indica que está bien, pues no llegó a recibir el manuscrito, pero se halla muy cansando debido al agotamiento del viaje. Se comenta también la falta de noticias sobre Juan de Utrecht, generando que Loos expresara sus sospechas sobre su posible traición, y sugiriendo que podría haber sido corrompido para enviar los textos que habían enloquecido a otros. Palmaert, sin profundizar, cambia de tema con la intención de observar a los enfermos. Loos muestra especial preocupación por Sofía, quien exhibía un comportamiento inquietante; se preparaba para la muerte de una manera macabra, lo que llevó a Palmaert a concluir que su internamiento debía ser inminente.

■ Mientras tanto, Ismael, que se encontraba en la herrería, y que no ha sido echado de menos de ningún momento porque nadie se ha preocupado de él, decidido a descubrir más sobre la conspiración de Juan de Utrecht, opta por acercarse a la casa de Loos. Sin embargo, cuando está a mitad de camino, "dos sujetos de la más abyecta condición repararon en él. Resultaba inconfundible con su hábito franciscano y la cabeza rapada. Y ellos llevaban horas buscándolo por orden de Lucas Lauchen".

► Palmaert y Lauchen, por su parte, se dedican a inspeccionar las habitaciones de los miembros de la Hermandad, observando de manera clara el profundo estado de locura de los pacientes, lo que a Lauchen no le inspiraba compasión, sino que lo consideraba una magnífica prueba de éxito. La dureza de la situación presentada contrasta con la firmeza de Palmaert al defender que la realidad de los cuerpos convulsionándose en la hoguera, sería mucho más deplorable. A medida que la visita avanzaba, Loos preguntó sobre Sofía, quien había sido trasladada a un nuevo aposento, el "salón amarillo", donde afirmaba que se sentía mejor. Palmaert y Lauchen se prepararon para entrar, observando cómo la sala permanecía oscura. En su interior, escucharon una voz demencial que les daba la bienvenida, indicando, sin lugar a dudas, que Sofía había sucumbido por completo a la locura.

CAP. XXI. ¡Yo me voy de aquí, doctor Palmaert! (pp. 133 a 139).

■ Ismael se desplazaba rápidamente por las calles de Brujas, sin saber que estaba a punto de sufrir un destino similar al de Tobías, el discípulo de Juan de Utrecht. Los asesinos que lo seguían, experimentados en su oficio, planeaban sorprenderlo en un local o vestíbulo, donde uno de ellos lo empujaría, como si fuera un encontronazo, mientras el otro lo apuñalaría.

► Mientras, en casa del abogado Loos, Sofía, en el "salón amarillo", tenía un aspecto "pavoroso, como si se hubiese amortajado y embalsamado a sí misma para aparecer en el escenario de la muerte. Su rostro tenía una expresión horrible y estática, y sus ojos estaban furiosamente fijos en los dos hombres que la contemplaban como si fuese una aparición". Su risa delirante desafió la situación, agradeciendo a los hombres su generosidad, "por venir a darme vuestra sangre para que yo vuelva a la vida". Lauchen, desconcertado y aprehensivo, se sintió abrumado por la locura de Sofía y el calor sofocante, sugiriendo marcharse. Sin embargo, el médico Palmaert se interesó por un objeto que ella poseía, identificándolo como la copia del enigma que había quedado sin abrir y que estaba relacionado con el abogado Loos. Sofía, desafiando la autoridad de Palmaert, escondió el objeto, lo que generó más incertidumbre. Lauchen, confundido, cuestionó la importancia del objeto, mientras Palmaert insistía en recuperarlo, entendiendo que si se descubría que no había abierto el pliego, la deducción sobre su conocimiento previo sería inevitable. Sofía, finalmente, afirmó que "las puertas estaban cerradas" y que "los respiraderos se tragan las palabras", sumiendo a todos en una sensación de confinamiento y desesperación. La situación se tornó más extraña cuando Sofía, mostrando un rostro de desafío, anunció la llegada de los "muertos resucitados". Lauchen, cada vez más agobiado, intentó abrir la puerta, sólo para descubrir que estaba cerrada. Mientras tanto, Palmaert, absorto en lo que había descubierto, se dio cuenta de que Nicolás, a quien había visto días antes como un cadáver caído en un barranco, estaba vivo y oculto tras una cortina. Comprendiendo la gravedad de la situación, Palmaert lamentó no haberlo sospechado antes.

■ A medida que Ismael se percató de que sus perseguidores estaban a punto de atraparlo, en lugar de entrar en pánico, comenzó a gritar pidiendo ayuda. Su intento de alertar a soldados cercanos hizo que los asesinos dudaran, lo que les resultó fatal, ya que pronto fue auxiliado por la guardia. Sin perder tiempo, Ismael dirigió sus pasos hacia la casa del abogado Loos, golpeando la puerta con la esperanza de recibir asistencia.
► Lauchen y Palmaert están observando fascinados los eventos que se desarrollaban frente a ellos, con la atención centrada en la escena que presenciaban. Los otros miembros de la Hermandad, que inicialmente parecían haber perdido la razón, ahora aparecieron como miembros de un tribunal decisivo. Palmaert, lleno de rabia, comprendió que había caído en una trampa ("Me hicisteis creer que el enigma os había enloquecido para que yo me confiara hasta el punto de caer en una encerrona como ésta"). El dueño de la casa y un misterioso personaje, el Maestro de Enigmas, Adrián Gheel, hicieron su entrada, y que había fingido ser Juan de Utrecht. Tras ellos entró Mateo Sluys, procurador del Consejo de Flandes, que dice estar en una misión oficial tras ser requerido por el abogado Loos para investigar ciertas situaciones anómalas. Dando cuenta de lo que había presenciado, Sluys acusó a Palmaert y Lauchen de haber cometido actos atroces que habían dejado a dos personas gravemente enfermas debido a un enigma falsificado planteado por Palmaert.

■ Ismael, "que había entrado en el salón momentos antes acompañado por uno de los criados de la casa", pidió ser testigo, afirmando que había escuchado todo lo que se había discutido y estaba dispuesto a compartirlo, junto con información de los asesinos detenidos.
► Lauchen, consumido por la desesperación, se dio cuenta de la magnitud del desastre que los rodeaba. El ambiente estaba cargado de tensiones, manipulaciones y revelaciones, mientras se acercaba un desenlace inevitable para todos los involucrados.

CAP. XXII. Habla Adrián Gheel (pp. 140 a 149).

■ Adrián Gheel le pide disculpas a Ismael por haberle hecho creer que era Juan de Utrecht y, sobre todo, por haberle puesto en grave peligro de muerte, pues como sabe, intentó proteger a Tobías, pero no lo logró, y lo mismo le podía haber pasado a él. Ismael le dice que es él el que quiso meterse en este asunto. Gheel le explica cómo se genero la trama. El primer indicio llegó a través de Tobías, el discípulo de Juan de Utrecht. Vino a verme sin que su maestro lo supiera, preocupado porque Juan estaba en tratos con un eclesiástico que quería descubrir quiénes éramos los otros miembros de la Hermandad del Enigma de Salomón. Juan estaba en una situación financiera desesperada, vulnerable a la manipulación. El canónigo Sebastián Leiden, tu pariente, estaba involucrado. Ismael queda sorprendido; no pudiendo creer que su tío pudiera actuar así. Gheel le dice que quizá pensó que era su última oportunidad de convertirse en obispo. Luego recibió un sobre anónimo con un texto que se presentaba como una traducción del Enigma de Salomón. Al leerlo, se dio cuenta de que era un falso enigma, peligroso para quienes se obsesionaban con resolverlo. Recordó las advertencias de Tobías y dedujo que alguien en contra de la Hermandad había creado ese texto. No creyó que fuera cosa del Tribunal, pero si, quizá, de un delator, como es Lucas Lauchen. Luego, estuvo retenido por dos bandidos durante varios días, que finalmente le soltaron. Cuando llegó a Utrecht, Juan ya se había suicidado por la desesperación de su traición. Entonces, Gheel se hizo pasar por Juan de Utrecht, acompañándole Tobías a Amberes, pues quería ayudarle a desenmascarar a quienes habían llevado a su maestro al suicidio. Ese fue el que oyó Ismael hablar con el supuesto Juan de Utrecht en "La Encrucijada". Finalmente, Tobías cayó en manos de los asesinos cuando estaban los dos en el desfile de frailes franciscanos para entrar en Amberes. Le dice que Lucas Lauchen es el responsable del deseo de muerte de Tobías y de Juan. La intención de Lauchen era hablar con el protagonista bajo la creencia de que este era Juan, buscando entender su comportamiento inusual y averiguar si Juan de Utrecht había revelado la traición. La falta de conocimiento de Lauchen sobre Juan permitió a Gheel hacerse pasar por él y sembrar la duda.

El abogado Loos entró y preguntó si el joven estaba al tanto de los eventos recientes. Adrián Gheel afirmó que el chico tenía una buena parte de la información y que era su turno de aclarar lo que le era incierto. Durante la conversación, Ismael inquirió sobre el Enigma de Salomón, descubriendo que al principio no sospechaban de Palmaert como autor, pero que sus habilidades escriturarias lo hacían el principal sospechoso. La estrategia del grupo incluyó simular la falsa muerte de Nicolás para hacer que Palmaert confiara en que había alcanzado sus objetivos nefastos. A través de preparaciones que debía suministrar a los enfermos, se comprobó que sus intenciones eran perjudiciales. Además, se descubrió el texto del enigma en su escritorio, el cual había creado él mismo. Ismael, queriendo saber más sobre Lauchen, recibe la respuesta de que no lo conocían pero estaban convencidos de que Palmaert contaba con un instigador, probablemente vinculado a la Inquisición. Sofía, con su talento actoral, desempeñó un papel crucial en el desenlace, logrando intimidar a los criminales.

Finalmente, Gheel anunca a Bartolomé Loos que Ismael será su discípulo, ya que el joven había demostrado gran interés y habilidad en la resolución de enigmas. Gheel resaltó que Ismael se había ganado esa oportunidad a través de su pasión y dedicación, prometiendo guiarlo en su formación como futuro Maestro de Enigmas. El exultante Ismael acepta con entusiasmo la oferta, mostrando su disposición a aprender todo lo que pudiera.

CAP. XXIII. Palabras finales (pp. 150 a 153).
► Aunque los representantes de la Inquisición en Brujas desmintieron cualquier vínculo con la Hermandad del Enigma de Salomón y aseguraron no conocer a Lucas Lauchen, sus acciones indicaron lo contrario, ya que intentaron silenciar el caso rápidamente.
Tras unos días, Lauchen desapareció sin enfrentar castigo, y posteriormente se supo que continuó sus instigaciones en Francia hasta morir apuñalado en Estrasburgo, con sus asesinos sin ser capturados.
/ Jacob Palmaert, por su parte, intentó ignorar las consecuencias de sus acciones, pero el rumor de que hombres valiosos habían perdido la razón a causa de él se propagó, haciendo que tuviera que huir a Lovaina, donde vivió resentido y en el olvido.
Los asesinos a sueldo de Lauchen fueron condenados por el asesinato de Tobías, pero el caso se presentó bajo el pretexto de un robo sin relación con la Hermandad. Aunque inicialmente condenados a muerte, su pena fue conmutada a deportación a América, sin que se supiera si realmente fueron enviados.

Sebastián Leiden, el canónigo implicado en la trama, también lamentó la muerte de Tobías y la desaparición de Ismael, abandonando toda esperanza de ser obispo. Solicitó un traslado a una lejana sede y su memoria pronto quedó borrada.
Los Maestros de Enigmas que cayeron en la trampa de Palmaert y casi perdieron la razón, gracias al apoyo de Loos, Sofía y otros, lograron recuperarse, aunque nunca más se enfrentaron a enigmas difíciles.
La Hermandad del Enigma de Salomón, tras superar la humillación, se reorganizó y continuó con sus actividades.

■ Ismael fue adoptado por el impresor Adrián Gheel, aprendiendo el oficio y el arte de los enigmas. A los 35 años, Ismael se convirtió en Maestro de Enigmas, sucediendo a Sofía tras su fallecimiento.
El enigma creado por Palmaert se ha perdido, dejando solo su planteamiento inicial conocido. Muchos todavía buscan el verdadero Enigma de Salomón, para desvelar el secreto del Universo. El autor de esta crónica es uno de esos buscadores, continuando el legado de los Maestros de Enigmas.
Internamente, la obra hemos dicho que se desarrolla alternando dos historias paralelas, la historia de la Hermandad y la de Ismael, convergiendo ambas hacia el clímax final en el capítulo XXII. Esta alternancia permite mantener el suspense y la tensión narrativa. El punto culminante se da cuando se desvela la verdad sobre el enigma y la traición de Lucas Lauchen y Palmaert, lo que desencadena la resolución de la trama. El desenlace es sorpresivo y deja una reflexión sobre la ambición, la traición y el poder destructivo del miedo y la manipulación.
El epílogo explicativo del capítulo XXIII, rápido y somero, permite al lector conocer el destino de cada uno de los personajes, proporcionando un cierre total a toda la historia.

En cuanto al tiempo, la acción transcurre en pocos días, quizá una semana, aunque la alternancia de capítulos y la narración paralela pueden dar sensación de mayor amplitud temporal. Todo comienza en el 15 de abril de 1564, pero no se nos da la fecha final.







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