3 de septiembre de 2015

ARGUMENTO DE "EL CONDENADO POR DESCONFIADO" DE TIRSO DE MOLINA.


Iª JORNADA (vv. 1-1.013).

En los alrededores de Nápoles, retirado en una agresta selva, un ermitaño de treinta años de edad, llamado Paulo lleva diez años en oración y recogimiento. Cierto día, vencido por el sueño, ve a la muerte y a un Dios justiciero que airado y con cruel semblante le condena a los infiernos. Al despertar, ante este temor, quiere saber cuál será su destino final, y con soberbia solicita a Dios que le revele si ha de condenarse como le señaló el sueño o ha de ir al Paraíso. Preguntará hasta en seis ocasiones, quejándose que después de tantas penitencias, no sabe si se salvará o no. Ante esta insistencia, el demonio, disfrazado de ángel, aprovechándose de este momento de desconfianza y soberbia del ermitaño, que una séptima vez está demandando este conocimiento, se le aparece y le dice: «Dios, Paulo, te ha escuchado…/; ve a Nápoles, y a la puerta/ que llaman allá del Mar,/ que es por donde tú has de entrar/ a ver tu ventura cierta/ o tu desdicha verás/ cerca de allá –estáme atento-/ un hombre.../ que Enrico tiene por nombre,/ hijo del noble Anareto;/ conocerásle, en efeto,/ por señas, que es gentil hombre,/ alto de cuerpo y gallardo./…Sólo una cosa has de hacer/… Verle y callar,/ contemplando sus acciones,/ sus obras y sus palabras./…Dios que en él repares quiere,/ porque el fin que aquél tuviere,/ ese fin has de tener” (vv. 249-278).

Paralelamente, se desarrolla una escena en la cual se nos muestra cómo es el trato de un tal Enrico con su novia Celia, a través del diálogo de Lisandro y Octavio, que habiendo sabido el primero de la belleza de ésta, quiere a toda costa conocerla. Advertido por Octavio de que ha quitado “la hacienda a muchos/ que son en su amor novicios”, que se olvide de ella, finalmente deciden entrar en su casa con el ardid de que saben que es buena poeta, y por ello quieren que les componga un poema para sus damas, y ver si su comportamiento es tal. Pillados por Enrico, se entablan una serie de cuchilladas y huyen (vv. 334-539). Tras la trifulca, y apoderándose Enrico del collar y anillo que le dieron en ofrenda por los poemas Lisandro y Octavio a Celia, ésta le pide “que nos lleves esta tarde/ a la Puerta del Mar”. A lo cual accede Enrico.

Tornamos nuevamente a Paulo, que se encamina gozoso a Nápoles junto a Pedrisco, quienes se quedan esperando a la Puerta del Mar a Enrico. En esto se hallan cuando aparecen varios galanes con sus amigas que se disponen a merendar en la playa. Escucha Paulo que Enrico, para pasar el rato, propone “que cuente cada uno de voarcedes/ las hazañas que ha hecho en esta vida,/ quiero decir hazañas, latronicios,/ cuchilladas, heridas, robos, muertes,/ salteamientos y cosas de este modo/… Y al que hubiere/ hecho mayores males, al momento/ una corona de laurel le pongan/ cantándole alabanzas y motetes” (vv. 688-697). Así lo hacen y cada uno de los concurrentes (Escalente, Cherinos) hace su lista [como en el Tenorio de Zorrilla]. Mas a todos vence Enrico, quien en su parlamento (vv. 724-903) se nos muestra como mal criado, espadachín, matón, estafador y forzador de mujeres, sacrílego, que ha llegado ya al refinamiento de hacer mal por gusto y de jurar de continuo para más ofender al cielo: “no digo jamás palabra/ si no es con juramento,/ un pese o un por vida,/ porque sé que ofendo al cielo” (vv. 844-847). Pero, a pesar de todo, tiene cierta piedad filial hacia su padre (“mi viejo padre sustento,/ que ya le conoceréis / por el nombre de Anareto. / Cinco años ha que tullido/ en una cama le tengo,/ y tengo piedad con él/ por estar pobre el buen viejo;/ y como soy causa, al fin/ de ponerlo en tal extremo,/ por jugarle yo su hacienda/ el tiempo que fui mancebo”, vv. 873-883) y amor hacia su amada novia Celia (“yo estoy/ preso por los ojos bellos/ de Celia, que está presente;/ todos la tienen respeto/ por mí, que la adoro” , vv. 866-870).

Al acabar de oír las andanzas de Enrico, Paulo rompe a llorar desconsolado, puesto que si su destino estaba ligado a él, lo que infiere es que irá al infierno, pues cómo va a ir al cielo “si vemos/ tantas maldades en él,/ tantos robos manifiestos,/ crueldades y latrocinios,/ y tan viles pensamientos?” (vv. 925-929).

Concluye esta Iª Jornada con las quejas de Paulo al cielo (vv. 936-1.013): “Diez años y más, Señor,/ ha que vivo en el desierto/ comiendo yerbas amargas,/ salobres aguas bebiendo,/ sólo porque vos, Señor,/ juez piadoso, sabio, recto,/ perdonareis mis pecados./ ¡Cuán diferente lo veo!/ Al infierno tengo de ir./ Ya me parece que siento/ que aquellas voraces llamas/ van abrasando mi cuerpo./… Que allá volvamos pretendo;/ pero no a hacer penitencia,/ pues que ya no es de provecho./ Dios me dijo que si aquéste / se iba al cielo, me iría al cielo, / y al profundo si al profunda./ Pues es ansí, seguir quiero/ su misma vida. Perdone/ Dios aqueste atrevimiento./ Si su fin he de tener, / tenga su vida y sus hechos,/ que no es bien que yo en el mundo/ esté penitencia haciendo,/ y que él viva en la ciudad/ con gustos y con contentos, / y que a la muerte tengamos/ un fin./ … En el monte hay bandoleros;/ bandolero quiero ser,/ porque así igualar pretendo/ mi vida con la de Enrico,/ pues su mismo fin tenemos./ Tan malo tengo de ser/ como él, y peor si puedo;/ que pues ya los dos estamos/ condenado al infierno,/ bien es que antes de ir allá/ en el mundo nos venguemos”.

IIª JORNADA (vv. 1.013-2.057).

Se inicia la jornada con la intención de Enrico, tras haber perdido en el juego cierto dinero, de ejercer su oficio de matón y matar a Albano por un lado y por otro a Octavio. Cita a sus compadres para ello, y mientras llega la hora, se va a asistir a su padre (“que esta virtud solamente/ en mi vida distraída/ conservo piadosamente,/ que es deuda al padre debida/ el serle hijo obediente”, vv. 1.070-1.074), en presencia del cual se muestra amoroso: le trae la comida que compró con el dinero quitado a su amante, reservado del juego o robado; le pone a la mesa y escucha los consejos que le da, incluso le dice que va a casarse por no desobedecerle [escena que a Menéndez Pidal le recuerda la de los cuentos del cazador Dharmavyadha y el del carnicero Jacob, pues en ambas los protagonistas sirven por sí mismos de comer a sus padres y éstos les bendicen, como hacemos constar en las fuentes de esta obra]. Finalmente, el viejo Anareto se adormece.

Llega Galván y le notifica a Enrico que ya está todo preparado para poder matar a Albano, pero éste, por respeto a su padre, en viendo las canas de aquél, decide no matarle (“pero en llegando a mirar/ las canas que supe honrar/ porque en mi padre las vi,/ todo el furor reprimí/ y las procuré estimar./ Si yo supiera que Albano/ era de tan larga edad,/ nunca de Laura al hermano/ prometiera tal crueldad”, vv. 1285-1.294). Sobre esto se levanta pendencia con el pagador, que es Octavio, quien reclama su dinero. Enrico en la trifulca lo mata (“a hombres como tú arrogantes/ doy la muerte yo, no a viejos”, vv. 1.325-1.326), y de las garras de la justicia escapa tirándose al mar, no sin antes encomendarse a Dios y lamentar dejar aquí a su padre (“tened misericordia de mi alma,/ Señor inmenso, que aunque soy tan malo, / no dejo de tener conocimiento / de vuestra santa fe. Pero, ¿qué hago?/ ¿Al mar quiero arrojarme cuando dejo triste, afligido, un miserable viejo?/ Al padre de mi vida volver quiero, / y llevarle conmigo; a ser Eneas/ del viejo Anquises”, vv. 1.358-1.366).

Enrico será luego rescatado del mar por la cuadrilla de bandidos que ha creado Paulo.

Mas es ahora Pedrisco quien nos cuenta cómo se hizo bandolero Paulo (vv. 1.395-1.410).

Oye Paulo cantos y música, y aparece un pastorcillo (en realidad es un ángel) tejiendo una corona mientras busca a una oveja descarriada, cantando: “No desconfíe ninguno,/ aunque grande pecador,/ de aquella misericordia/ de que más se precia Dios” (vv. 1.477-1.480), e incitandole a que crea en la misericordia de Dios y se arrepienta. Éste llegará a preguntarle: “¿y Dios ha de perdonar/ a un hombre que le ofendió/ con obras y con palabras/ y pensamientos?” (vv. 1.515-1.518). A ello le responde el pastorcillo que sí, pues “diole Dios libre albedrío,/ y fragilidad le dio/ al cuerpo y al alma; luego,/ dio potestad con acción/ de pedir misericordia,/ que a ninguno le negó” (vv. 1.541-1.546). Además, le recuerda que ha de tener en cuenta “que es Dios misericordioso,/ y estima al más pescador” (vv. 1.563-1.564). Cuando desparece el pastorcillo, se queda reflexionando sobre lo dicho por él: “que el hombre que se arrepiente/ perdón en Dios hallará” (vv. 1.631-1.632).

En esto se halla Paulo, cuando Pedrisco le dice que han rescatado de las aguas a Enrico. Para probar si en algún momento Enrico pedirá misericordia a Dios y se arrepentirá, le manda atar a un árbol para que le asaeten, y, mientras los bandidos se preparan (falsamente) para ello, aparece Paulo vestido de ermitaño con cruz y rosario, predicándole que se arrepienta antes de morir. Pero aquél, tantas veces como éste le pide que se arrepienta tantas veces le dirá que no lo hará. Verificado que no ha de arrepentirse, Paulo se desespera, pues sabe que no hallará perdón de Dios al tener su destino unido al de Enrico. Lo manda desatar y le cuenta la revelación que tuvo del ángel sobre la suerte que les une a ambos (vv. 1.914-1.967). Mas Enrico le replicará con una gran reprimenda : «Las palabras que Dios dice/ por un ángel son palabras, / Paulo amigo, en que se encierran/ cosas que el hombre no alcanza./ No dejara yo la vida/ que seguías, pues fue causa/ de que quizá te condenes / el atreverte a dejarla./ Desesperación ha sido/ lo que has hecho, y aun venganza/ de la palabra de Dios,/ y una oposición tirana/ a su inefable poder;/ y en ver que no desenvaina/ la espada de su justicia/ contra el rigor de tu causa,/ veo que tu salvación/ desea; mas, ¿qué no alcanza/ aquella piedad divina,/ blasón de que más se alaba?/ Yo soy el hombre más malo/ que naturaleza humana/ en el mundo ha producido;/ el que nunca habló palabra/ sin juramento; que a tantos/ hombres dio muertes tiranas;/ el que nunca confesó/ sus culpas, aunque son tantas; / el que jamás se acordó/ de Dios y su Madre Santa;/ ni aun ahora lo hiciera,/ con ver puestas las espadas/ a mi valeroso pecho;/ mas siempre tengo esperanza/ en que tengo de salvarme,/ puesto que no va fundada/ mi esperanza en obras mías/ sino en saber que se humana/ Dios con el más pecador/ y con su piedad se salva»(vv. 1.968-2.007).

[Aquí nuevamente señala Menéndez Pidal que se asemejan estas palabras a las del cuento de la leyenda morisca de Moisés y Jacob, donde éste le dice que siendo malvado tiene confianza en Dios y su misericordia].

IIIª JORNADA (vv. 2.058-3.005).

Estando viviendo Enrico como forajido con Paulo, se acuerda de su padre abandonado en Nápoles y decide ir a buscarlo y traérselo. Pero al entrar en la ciudad cae en manos de la justicia y es sentenciado a muerte. Es en la cárcel donde se inicia la IIIª jornada. Allí acude Celia a verle, confesándole que se ha casado con Lisardo. Su furia celosa hace que mate a Fidelio, guardián de la cárcel, ahogándole con sus cadenas, por no querer soltarle para vengarse. Después de ser fuertemente aherrojado, el demonio se le aparece y le abre un portillo en el muro del calabozo para que huya, pero éste, cuando va a salir, oye una voz que dice: “Detén el paso violento:/ mira que te está mejor/ que de la prisión librarte/ el estarte en la prisión” (vv. 2.300-2.304) … “Detente, engañado Enrico;/ no huyas de la prisión,/ pues morirás si salieres,/ y si te estuvieses, no” (vv. 2.314-2.317). Ante estas palabras, decide quedarse en prisión. No sabe por qué lo ha hecho y en el fondo está arrepintiéndose de haberse quedado.

Tras leerle la sentencia el Alcalde, le indican que hay preparados dos franciscanos dispuestos para confesarle. Los rechaza: “¿Qué cuenta daré yo a Dios/ de mi vida, ya que el trance/ último llega de mí?/ ¿Yo tengo de confesarme?/ Parece que es necedad./ ¿Quién podrá ahora acordarse / de tantos pecados viejos? / ¿Qué memoria habrá que baste / a recorrer las ofensas/ que a Dios he hecho? Más vale / no tratar de aquestas cosas./ Dios es piadoso y es grande; / su misericordia alabo;/ con ella podré salvarme” (vv. 2.395-2.408).

En estas estaba reflexionando cuando el viejo Anareto acude a la cárcel a despedirse de su hijo. Le pide que se arrepienta, y éste, con respeto y adoración filial, le dirá: “Confieso, padre, que erré;/ pero yo confesaré/ mis pecados, y después/ besaré a todos los pies/ para mostraros mi fe./ Basta que vos lo mandéis,/ padre mío de mis ojos” (vv. 2.514-2.521). Después de lo cual realizará un parlamento de arrepentimiento ante Dios y la Virgen: “Señor piadoso y eterno, / que en vuestro alcázar pisáis/ cándidos montes de estrellas,/ mi petición escuchad./ Yo he sido el hombre más malo/ que la luz llegó a alcanzar/ de este mundo, el que os ha hecho/ más que arenas tiene el mar/ ofensas, más, Señor mío,/ mayor es vuestra piedad./ Vos, por redimir el mundo/ por el pecado de Adán,/ en una cruz os pusisteis;/ pues merezca yo alcanzar/ una gota solamente/ de aquella sangre real./ Vos, Aurora de los cielos,/ vos, Virgen bella, que estáis / de paraninfos cercada,/ y siempre amparo os llamáis/ de todos los pecadores, / yo lo soy, por mí rogad./ Decidle que se acuerde/ a su Sacra Majestad/ de cuando en aqueste mundo/ empezó a peregrinar. /Acordadle los trabajos/ que pasó en él por salvar/ los que inocentes pagaron/ por ajena voluntad./ Decidle que yo quisiera,/ cuando comencé a gozar/ entendimiento y razón, / pasar mil muertes y más/ antes que haberle ofendido” (vv. 2.534-2.568).

Con esta confesión, y rogándole a su padre que le acompañe ante el patíbulo para poder verlo mientras muere, es ajusticiado.

Paulo, mientras tanto, continua con sus andanzas de bandolero. Echado en una pradera, mientras duerme, se le aparece una vez más el pastorcillo, intentando salvarle. Éste aparece en trazas de parábola del buen Pastor, deseoso de querer encontrar a la oveja descarriada, para la que tenía la corona de flores. Mas como no la ha querido, comienza a deshacerla. Y a pesar de que a la reiterativa pregunta de Paulo sobre qué ocurriría si volviera ésta a su lado, el pastorcillo le responde que la acogería, decide arrogante seguir por su mal camino trazado, mientras observa a dos ángeles que elevan el alma de Enrico al cielo.

Llega un grupo de villanos que les perseguían a él y a los suyos, y es herido Paulo. Huye, y apartado en un escondrijo, herido de muerte, conoce cuál fue el fin de Enrico por boca de Pedrisco: “que murió cristianamente,/ confesado y comulgado,/ y abrazado con un Cristo,/ en cuya vista enclavados/ los ojos, pidió perdón/ y misericordia, dando/ tierno llanto a sus mejillas/ y a los presentes espanto./ Fuera de aqueso, en muriendo,/ resonó en los aires claros/ una música divina,/ y para mayor milagro / y evidencia más notoria/ dos paraninfos al lado/ se vieron patentemente,/ que llevaban entre ambos/ el alma de Enrico al cielo” (vv. 2.870-2.886). Paulo, incrédulo, y a pesar de la exhortación de Pedrisco de que pida perdón, muere sin confesión y es conducido al infierno.

Los villanos buscan el cadáver de Paulo, el cual localizan entre llamas, quien les dice: «Si a Paulo buscando vais, / bien podéis ya ver a Paulo, / ceñido el cuerpo de fuego/ y de culebras cercado./ No doy la culpa a ninguno/ de los tormentos que paso. / Sólo a mí me doy la culpa,/ pues fui causa de mi daño. / Pedí a Dios que me dijese/ el fin que tendría en llegando/ de mi vida el postrer día; / ofendíle, caso es llano;/ y como la ofensa vi/ de las almas el contrario,/ incitóme con querer/ perseguirme con engaños./ Forma de un ángel tomó/ y engañóme; que a ser sabio, / con su engaño me salvara;/ pero fui desconfïado/ de la gran piedad de Dios, / que hoy a su juicio llegando,/ me dijo: ‘Baja, maldito/ de mi Padre, al centro airado/ de los oscuros abismos,/ adonde has de estar penando’./ ¡Malditos mis padres sean/ mil veces, pues me engendraron! / ¡Y yo también sea maldito/ pues que fui desconfïado!» (vv. 2.944-2.974).




Puede ver la obra, en versión de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de España, bajo la dirección de Carlos Aladro e interpretada por Muriel Sánchez, Daniel Albaladejo, Jaime Soler, Arturo Querejeta, Jesús Hierónides, Juan Meseguer, Francisco Rojas..., pinchando aquí:




Si lo prefiere, puede escuchar la obra pinchando en este enlace del Ministerio de Cultura de España, en dos partes:

Iª PARTE

IIª PARTE.

Corresponde este audio a la puesta en escena de la Compañía del Teatro Español, en 1.970, bajo la versión literaria que llevaron a cabo Manuel y Antonio Machado.
Dirección: Miguel Narros.
Escenografía: Sigfrido Burmann.
Figurines: Miguel Narros.
Música: Tomás Marco.
Intérpretes: Francisco Piquer, José Luis Heredia, Juan Sala, Francisco Benlloch, Narciso Rivas, Luchy Soto, Charo López, José Luis Pellicena, Javier Loyola, Enrique Serra, Carlos Toren, Eduardo Bea, Fabio León, Guillermo Marín, Elvira Fernández, Emilio Blanco, César de Barona, Lola Lemos, Linda Benlloch, Ángel Rodal, Ana Belén, José Portillo, Francisco Vidal y José Lahoz.







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