1 de julio de 2019

MINILECTURA. Fragmento de "EL JARAMA", de RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO (1927-2019)


Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019), español.
Premio Cervantes en 2004.

Gotas de vino resbalaron del cuello de Lucita y caían en el polvo.
—Pues Lucita tampoco lo hace mal esta tarde.
—No, ¡qué va! No se nos queda atrás.
Luci movía el pelo:
—Para que no digáis.
—Di tú que sí, monada. Hay que estar preparados para la vida moderna. Arrímame la botella, haz el favor.
Tito dijo:
—Despacio, tú también. Nadie nos corre.
—A mí, sí.
—Ah, entonces no digo nada. Toma la botellita, toma. ¿Y quién te corre, si se puede saber?
Daniel sonrió mirando a Tito; se encogía de hombros:
—La vida y tal.
Embuchó un trago largo. Tito y Lucita lo miraban.
—Aquí cada uno se vive su película —dijo ella.
—Eso será. Pues lo que es yo, me comía ahora un bocadillo de lomo de los de aquí te espero. Me ponía como un tigre.
—¿Tienes hambre? Pues mira a ver si apañas algo en las tarteras.
—¡Qué va!; bien visto lo tengo. Por lo menos la mía está más limpia que en el escaparate.
—Yo me parece que debe de quedarme una empanada o dos —dijo Lucita—.Alárgame la merendera que lo veamos.
—Mucho, Lucita. ¿Cuál es la tuya?
—La otra de más allá. Ésa. Lo único, que deben de estar deshechas a estas horas.
—Como si no. Ya lo verás qué pronto se rehacen.
Abrieron la tartera. Estaban las empanadas en el fondo, un poco desmigajadas.
Tito exclamó:
—¡Menudo! Verdaderas montañas de empanada. Con esto me pongo yo a cuerpo de rey.
—Ello por ello. Has tenido suerte.
—Te diré. Gracias, encanto.
—De nada, hijo mío.
—Aquí hay de todo, como en botica —comentaba Daniel.
—¿Queréis un poco?
—Quita. ¡Comer nada ahora!
—Tú, Daniel, te mantienes del aire —decía Lucita—. No sé cómo no estás más flaco de lo que estás.
—¿Y tú tampoco quieres, Lucita?
—No, Tito, muchas gracias.
—Las gracias a ti.
Metía los dedos y se llevaba a la boca trocitos de empanada.
—¡Está cañón! —decía con la boca llena, salpicando miguitas.
—Te gustan, ¿eh?
—No están podridas, no señor.
—No es menester que lo digas —añadía Daniel.
—Pásame el vino, haz el favor, que esto requiere líquido encima.
—Así estarán de secas, con tanto calor, que no eres capaz ni de pasarlas. Parece que estás comiendo polvorones. ¿Qué, Luci, lo hacemos de reír?
—Déjalo, pobre hombre, comer tranquilo por lo menos.
Le daban la botella. Tito seguía picando un trocito tras otro de empanada; dijo:
—A mí no me hacía reír ahora ni Charlot.
Daniel se dio media vuelta en el suelo:
—Chico, no puedo verte comer. Se me aborrece hoy la comida. Es una cosa, que sólo de ver comer a otro delante mío me da la basca, palabra.
—Estarás malo —decía Luci, mirándole la cara.
—No sé.
—No lo estás —dijo Tito—; te lo digo yo. Porque el vino en cambio te entra que es un gusto.
—Ni el vino siquiera.
—¡Anda la osa! Pues si te llega a entrar…
—Ni nada, como lo oyes, textual.

—Entonces, hijo mío, no te comprendo. Si dices que tanto asco te da el vino, no sé a ti quién te manda beber. ¿Tú ves esto, Lucita? Este hombre no está bien de la cabeza.
Lucita se encogía de hombros.
—Mandármelo, nadie. Yo que tengo precisión de ello. ¿Qué hacemos aquí, si no?
—También son ganas —dijo Tito—. Yo a este tío es que no lo acabo de entender. Chico, entonces tú a lo que has venido ahora al río es a pasarlo mal. No te bañas, no comes, y ahora sales con esto. Para eso se queda uno en Madrid y acabas antes.
—Será que tiene alguna pena —comentaba Lucita sonriendo.
—Ah, mira. Pues bien pudiera ser por ahí. Anda, bonito, que te han calado. Confiésate aquí ahora mismo con nosotros.
Daniel, tendido boca arriba, miraba hacia los árboles. Giró los ojos hacia ellos.
—¿Qué? —sonreía—. No hay nada que confesar.
—Sí, zorrillo; no te escabullas ahora. Cuéntanos lo que tienes en ese corazoncito. Estás en confianza.
—Pues vaya un par. ¿Qué querrán que les cuente?
—Bebes para olvidar.
—Bebo porque se tercia, porque me habré levantado de una manera, esta mañana.
—¿De qué manera?
—De una especial.
—Calla, loco…
—Aquí no se sabe quién está más loco.
—Sí que se sabe, sí.
—¿Sí? Bueno, pues yo mismo, venga. Échame el vino para acá.
—Tómalo, hermano, a ver si te pones peor.
—O mejor. Eso no se sabe.
Tito asentía:
—Ah, pudiera. Después se verá. Los hay que sanan.
—Vamos allá. Arriba con el nene.
Empinó el vidrio, hasta que el culo de la botella quedó mirando el cielo, y glogueó largamente.
—Y menos mal que no tiene ganas —le decía Tito a Lucita, dándole con el codo.
Daniel bajó la botella y respiró. Luego dijo, mirándolos, con una risa en toda la cara:
—Que pase el siguiente.
—Lucita, te tocó. Vamos a ver cómo te portas.
Ella cogía el vino y decía antes de beber:
—De ésta sanamos los tres, o nos volvemos de remate.
Tito y Daniel la jaleaban mientras bebía:
—¡Hale, macha! ¡Ahí tú!
Lucita bajó la botella y les dijo:
—Bueno, luego vosotros os encargáis de llevarme a mi casa, ¿eh?
—A saber… A saber quién llevará a quién.
Estaban ahora los tres muy juntos; Lucita en el medio. Bebió Tito también. Daniel dijo:
—Ahora es cuando comienzo yo a disfrutar.
Juntaron las cabezas y se cogieron los tres, con los brazos cruzados por las espaldas. Se reían mirándose. Proseguía Daniel:
—¿Pues sabes que eres tú una chica estupenda, Luci? Mira, palabra que hasta hoy no te había conocido en todo lo que vales. Eres lo mejorcito de la pandilla, para que tú veas. Como lo digo lo siento. ¿No te parece, Tito? ¿A que sí? ¿A que estás conmigo en que Luci, con mucha diferencia?, ¿eh?, con mucha diferencia…
Los tres se columpiaban agarrados, con las cabezas juntas.
—Y a simpática —continuaba Daniel—, y a guapa…
—¡Huy, guapa, hijo! ¿Guapa yo? ¡Éste ve doble ya! ¿No te lo digo? Tú ves visiones, chico, para decir que soy guapa.
—¡Tú a callar!, ¡no te han pedido la opinión! He dicho guapa y se ha concluido.
Y además, eso sí, se me ocurre una idea. Te vamos a nombrar… verás; te vamos a nombrar nuestraaa… Te vamos a nombrar… Bueno, es lo mismo. Algo.




BIBLIOGRAFÍA.-

Sánchez Ferlosio, Rafael. El Jarama (1955). Barcelona: Destino, 1956.







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