8 de junio de 2016

27, Y ALGUNA MÁS..., FORMAS DE DESCRIBIR. TIPOS DE DESCRIPCIÓN. EL TEXTO DESCRIPTIVO. (III).


TEMAS QUE VAMOS A DESARROLLAR
SECCIÓN I.
1. Definición de Descripción.
2. Características generales del texto descriptivo.
3. Fases en todo proceso descriptivo.
SECCIÓN II.
4. Operaciones de organización en la descripción.
5. Función comunicativa de la descripción.
6. Tipos de descripción atendiendo al descriptor.
SECCIÓN III.
7. Tipos de descripción atendiendo al objeto de descripción.
8. Tipos de descripción atendiendo a la estructura del texto.
9. Tipos de descripción atendiendo a las relaciones estructurales establecidas en la descripción (Mieke Bal).
10. Bibliografía.


7. TIPOS DE DESCRIPCIÓN, ATENDIENDO AL OBJETO DE DESCRIPCIÓN O REFERENTE.

La “écfrasis” (ἔκφρασιϛ) o “descriptio” (descripción), es el término griego que en la retórica antigua designaba cualquier tipo de descripción vívida capaz de poner el objeto descrito delante de los ojos del receptor, según la antigua definición de Hermógenes de Tarso (h. 160 - h. 225), y que los latinos llamaron “evidentia”..., por más que algunos quieran acotar su significado en la actualidad exclusivamente a “la descripción literaria de una obra de arte visual”.
[Heinrich Lausberg define la “evidentia” como “la descripción viva y detallada de un objeto mediante la enumeración de sus peculiaridades sensibles” (Lausberg, Heinrich . Manual de retórica Literaria. Madrid: Gredos, 1967, § 810].

La écfrasis, por tanto, tiene como característica fundamental, la de convertir al oyente/lector/receptor en un espectador, que irá descubriendo y conociendo poco a poco el objeto descrito por el descriptor, cual si fuera un pintor: describir es pintar con palabras; o un espectador cinematográfico, diríamos hoy.

Ésta en la Retórica Clásica venía establecida:

● como una “digressio” (digresión) , adición retardatoria, que se incluía en la “narratio”,
● o como discurso epidíctico o demostrativo.
Según Quintiliano:
● cuando las descripciones son de procesos pertenecen a la “narratio”,
● cuando las descripciones son de personas y cosas forman parte del discurso epidíctico (esto es, del género destinado a “mostrar”, en el que su objeto es algo que se considera consabido por el orador y los oyentes, bajo la conocida fórmula de “x es y”, por lo que la dirección del discurso puede ser elogiosa (encomio, alabanza) o contraria (vituperio) .
[Cfr.: Lausberg, H.. Manual de retórica literaria. Madrid: Gredos, 1967, § 61 y 239].

Aunque hay que decir también que éstas últimas también pueden incluirse como “digresiones” dentro de la “narratio” .
[Cfr.: Lausberg, H.. Manual de retórica literaria. Madrid: Gredos, 1967, §810].

Los autores clásicos de los “Progymnásmata” (“Ejercicios de Retórica”: Elio Teón de Alejandría, Hermógenes de Tarso y Aftonio) o “praeexercitamentum” (en latín, a partir de Prisciano en el siglo VI), coincidieron en subrayar que la característica fundamental de la écfrasis o descripción es dotar de vida al relato, acercándolo al lector para crear una imagen visual. Es decir, en definición de Elio Teón , la descripción es

«una composición que expone en detalle y presenta ante los ojos de manera manifiesta el objeto mostrado».
[Reche Martínez, M. Dolores (ed.). Teón. Hermógenes. Aftonio. Ejercicios de retórica. Madrid: Gredos, 1.991, pág. 21 y 136].
Y siempre pusieron de modelo la descripción del escudo de Aquiles, que Homero hace en la Ilíada (18, vv. 462-613).

A partir de ésta, dentro de la Retórica Clásica se establecieron inicialmente cuatro modalidades de descripción:

Prósoma (πρόσωμα).

Descripción de personas.
Solía ponerse el ejemplo de la descripción que hizo Homero (Ilíada, II, 217 y ss.) de Tersites, soldado alborotador, calumniador, que

« Fue el hombre más feo que llegó a Troya, pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían sobre el pecho, y tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por rala cabellera».

Prágmata (πράγματα) .
Descripción de circunstancias o hechos y acciones. Por ejemplo, "la descripción de una guerra, paz, tempestad, hambre, epidemia, terremoto…”.
Tópoi (Τόποι).
Descripción de lugares, con sus variantes de lugares ficticios (topotesia) y lugares reales (topografía): un prado, playas, ciudades, islas, desiertos...
Crónoi ( χρόνοι).
Descripción de períodos de tiempo: épocas otoñales, festividades, etc…
Elio Teón añadirá
Descripción de “modos” o costumbres.
Dirá, “cuales son los bagajes, las armas y las máquinas de guerra, en lo que respecta al modo en que se hizo cada preparativo, como en Homero en la fabricación de las armas y en Tucídides el cerco de los platenses y la construcción de la máquina de guerra”.
Veamos el ejemplo de Tucídides:

« Aserraron por la mitad a lo largo una viga, acanalaron cada media, de manera que, juntas, formaban hueco como flauta; de uno de los extremos salía un hierro hueco, y vuelto hacia abajo como pico, y de éste estaba colgado de unas cadenas un caldero de cobre lleno de brasas, de pez y de azufre. Llevando sobre ruedas esta máquina, la juntaron con el muro por la parte que casi todo estaba formado con madera y sarmientos. Puesta allí, y soplando con grandes fuelles, por el agujero del otro extremo de la viga pasó el aire por el hueco, y volviendo por el pico de hierro, soplaba en el caldero, de manera que la llama grande que salía de él incendió el muro, de tal modo que, no pudiendo estar en él los que lo defendían, huyeron, y tomadas las defensas, entraron los beocios en la ciudad, prendieron cerca de doscientos de los que la defendían y mataron a muchos; los demás se salvaron acogiéndose a las naves que estaban en el puerto».
[Gracián, Diego (trad.). Tucídides. Historia de la guerra del Peloponeso, IV, 12. Barcelona: Orbis, 1986, pág. 258].

Descripción de animales .
Dirá, ”como hace Herodoto con la ibis, los hipopótamos y los cocodrilos egipcios”.
He aquí el ejemplo de la descripción del cocodrilo:

« Hablemos ya de la naturaleza del cocodrilo, animal que pasa cuatro meses sin comer en el rigor del invierno, que pone sus huevos en tierra y saca de ellos sus crías, y que, siendo cuadrúpedo, es anfibio sin embargo. Pasa fuera del agua la mayor parte del día y en el río la noche entera, por ser el agua más caliente de noche que la tierra al cielo raso con su rocío. No se conoce animal alguno que de tanta pequeñez llegue a tal magnitud, pues los huevos que pone no exceden en tamaño a los de un ganso, saliendo a proporción de ellos en su pequeñez el joven cocodrilo, el cual crece después de modo que llega a ser de 17 codos, y a veces mayor. Tiene los ojos como el cerdo, y los dientes grandes, salidos hacia fuera y proporcionados al volumen de su cuerpo, y es la única fiera que carezca de lengua. No mueve ni pone en juego la quijada inferior, distinguiéndose entre todos los animales por la singularidad de aplicar la quijada de arriba a la de abajo. Sus uñas son fuertes, y su piel cubierta de escamas, que hacen su dorso impenetrable. Ciego dentro del agua, goza a cielo descubierto de una agudísima vista. Teniendo en el agua su guarida ordinaria, el interior de su boca se le llena y atesta de sanguijuelas. Así que, mientras huye de él todo pájaro y animal cualquiera, solo el reyezuelo es su amigo y ave de paz, por lo común, de quien se sirve para su alivio y provecho, pues al momento de salir del agua el cocodrilo y de abrir su boca en la arena, cosa que hace ordinariamente para respirar el céfiro, se le mete en ella el reyezuelo y le va comiendo las sanguijuelas, mientras que la bestia no se atreve a dañarle por el gusto y solaz que en ello percibe».
[Herodoto de Halicarnaso. Los nueve libros de la historia, II, 68. Barcelona: Pau, 1976. Vol. I].

[Reche Martínez, M. Dolores (ed.). Teón. Hermógenes. Aftonio. Ejercicios de retórica. Madrid: Gredos, 1.991, pp. 136-138].
Y Aftonio implementará la relación con,
La descripción de plantas.
Además, señalará expresamente que si la descripción se hace de personas su orden será desde la cabeza a los pies; si es de acciones, a partir de circunstancias anteriores, luego simultáneas y posteriores; si es de épocas y lugares, a partir de elementos que les rodean y que se dan en ellos.
[Reche Martínez, M. Dolores (ed.). Teón. Hermógenes. Aftonio. Ejercicios de retórica. Madrid: Gredos, 1.991, pp. 253-254].

Finalmente, en el siglo V, Nicolao incluirá:
La descripción de festivales.

La descripción de obras de arte.

[Cfr.: Bartsch, Shadi. Decoding the Ancient Novel: The Reader and the Role of Description in Heliodorus and Achilles Tatius. Princeton: Princeton University Press, 1989, pág. 10].

Si la descripción es realista, animada, como una representación llena de imágenes y como "vivida" en el instante de su representación, entonces nos hallamos ante una hipotiposis (del griego antiguo ὑποτύπωσις), que a decir de Quintiliano es "la imagen de las cosas, tan bien representada por la palabra que el oyente cree verla mejor que sentirla".

Según el objeto descrito o el modo de representarlo, como ya hemos mencionado antes, hablaremos de prosopopeya (referido al aspecto exterior de una persona), topografía (referido a la descripción de un lugar) y etopeya (referida a la descripción de las costumbres).

Cuando la hipotiposis es breve se denomina diatiposis o evidencia, y cuando la hipotiposis se apoya en metonimias, metáforas y otras figuras retóricas, se denomina "hipotiposis retórica".

Actualmente se denomina écfrasis a la descripción de una obra de arte, tal y como pone de manifiesto Umberto Eco: «cuando un texto verbal describe una obra de arte visual, la tradición clásica habla de écfrasis», o Leo Spitzer: “la descripción poética de una obra de arte pictórica o escultórica”.

Por nuestra parte, vamos a establecer una clasificación, atendiendo al objeto a describir, en que éste sea una realidad física o una realidad abstracta. Si es una realidad viva, distinguiremos entre persona, animal o vegetal, y cosa. Si es una realidad abstracta, entre sentimientos, espacio y tiempo, como puede verse en este cuadro:

Procedamos pues a analizar el esquema exhaustivamente.

REALIDADES FÍSICAS

■ DESCRIPCIÓN DEL HOMBRE.

① PROSOPOGRAFÍA.
La prosopografía es la descripción de una persona, ya sea en su fisionomía o aspecto físico externo (color de piel, estatura, color de ojos, forma de la cara, contextura, color, forma y tamaño del cabello, estatura, expresión de su rostro, facciones), ya sea en su indumentaria, empaque, estampa, imagen o estilo propio.

A lo largo de la historia ha habido siempre un canon de belleza de época, que ha ido variando [cf.: el documental de RTVE "Historia de lo cotidiano - El canon de belleza"], reflejándose en todas las artes.

Por tanto, literariamente, al describir a una persona, se han empleado diversas consignas o tópicos (recordemos el caso del tópico "descriptio puellae").
[cfr.: Pérez Parejo, Ramón. "El canon de belleza a través de la Historia: un método de descripción de personas para alumnos de E/LE", in Espéculo, 34 (2.006-2.007).
Si estás interesado en más ejemplos y modelos del tópico "descriptio puellae", puedes visitar nuestra entrada del tópico.]
.

Una de las características fundamentales de la prosopografía es que para generar su mensaje deberá emplear diversos adjetivos para la descripción física, como podemos ver en este cuadro resumen:


Pues bien, como hemos señalado más arriba, Aftonio indicó que
«es necesario que quienes describen personajes vayan desde el principio hasta el fin, esto es, de la cabeza a los pies».
Por ello, el canon descriptivo se mantendrá generalmente en un orden descendente: primero se describen los cabellos, después la frente, luego las cejas y el entrecejo, los ojos, las mejillas y su color, la nariz, la boca, los dientes, la barbilla, el cuello, la nuca, las espaldas, los brazos, las manos, el pecho, el talle, el vientre, las piernas y los pies.

Observémoslo en este (auto)retrato del Arcipreste de Hita:

« muy ancho de cuerpo, piernas fuertes, membrudo,
cabeza no pequeña, velloso, pescozudo,
el cuello no muy largo, pelinegro, orejudo:

las cejas separadas, negras como el carbón,
es erguido su andar, tiene aires de pavón;
muy firmes son sus pasos, y en buena dirección.
Tiene nariz muy larga, le falta proporción.

Las encías rojas y la voz grave,
la boca no pequeña, labios regulares,
más gruesos que delgados, rojos como el coral;
las espaldas muy anchas, las muñecas igual.

Sus ojos son pequeños, tirando a morenazo;
pectorales muy fuertes, muy fornido su brazo,
las piernas son perfectas; el pie, chico pedazo.
Señora, no vi más; su amor va en este abrazo».

[Ruiz, Juan (Arcipreste de Hita). Libro de Buen Amor, cc. 1.485-1.488].

O en la prosopografía que se hace de Melibea en La Celestina:

CALISTO.- Comienzo por los cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son y no resplandecen menos. Su longura hasta el postrero asiento de sus pies, después crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras.
SEMPRONIO.- Más en asnos.
CALISTO.- ¿Qué dices?
SEMPRONIO.- Dije que esos tales no serían cerdas de asno.
CALISTO.- ¡Ved qué torpe y qué comparación!
SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo?
CALISTO.- Los ojos verdes rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas y alzadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labios colorados y grosezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre cuando las mira! La tez lisa, lustrosa, el cuero suyo oscurece la nieve, la color mezclada, cual ella la escogió para sí.
SEMPRONIO.- ¡En sus trece está este necio!
CALISTO.- Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las uñas en ellos largas y coloradas, que parecen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que ver yo no pude, no sin duda, por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor que la que Paris juzgó entre las tres deesas».

[Rojas, Fernando de. Tragicomedia de Calixto y Melibea].

Cuando solamente se describe el físico de una persona, desde la cabeza a los pies, la prosopografía se denominará “eficción”.

Pero la prosopografía no se limita al aspecto físico exterior de las personas, sino que además incluye otros elementos externos, que deberemos tener en cuenta, como la vestimenta o indumentaria, los complementos o accesorios, por un lado, y el empaque, elegancia, disposición, etc., por otro:

Veamos este aspecto en un ejemplo de Galdós:

« El rostro de Almudena, de una fealdad expresiva, moreno cetrino, con barba rala, negra como el ala del cuervo, se caracterizaba principalmente por el desmedido grandor de la boca, que, cuando sonreía, afectaba una curva cuyos extremos, replegando la floja piel de los carrillos, se ponían muy cerca de las orejas. Los ojos eran como llagas ya secas e insensibles, rodeados de manchas sanguinosas; la talla mediana, torcidas las piernas. Su cuerpo había perdido la conformación airosa por la costumbre de andar a ciegas, y de pasar largas horas sentado en el suelo con las piernas dobladas a la morisca. Vestía con relativa decencia, pues su ropa, aunque vieja y llena de mugre, no tenía desgarrón ni avería que no estuvieran enmendados por un zurcido inteligente, o por aplicaciones de parches y retazos. Calzaba zapatones negros, muy rozados, pero perfectamente defendidos con costurones y remiendos habilísimos. El sombrero hongo revelaba servicios dilatados en diferentes cabezas, hasta venir a prestarlos en aquella, que quizás no sería la última, pues las abolladuras del fieltro no eran tales que impidieran la defensa material del cráneo que cubría. El palo era duro y lustroso; la mano con que lo empuñaba, nerviosa, por fuera de color morenísimo, tirando a etiópico, la palma blanquecina, con tono y blanduras que la asemejaban a una rueda de merluza cruda; las uñas bien cortadas; el cuello de la camisa lo menos sucio que es posible imaginar en la mísera condición y vida vagabunda del desgraciado hijo de Sus».
[Pérez Galdós, Benito. Misericordia. Cap. IV.].

Y mucho más claro en este otro:

« Habíamos ido a residir en casa de la prima de mi amo, la cual era una señora, a quien el lector me permitirá describir con alguna prolijidad, por ser tipo que lo merece. Doña Flora de Cisniega era una vieja que se empeñaba en permanecer joven: tenía más de cincuenta años; pero ponía en práctica todos los artificios imaginables para engañar al mundo, aparentando la mitad de aquella cifra aterradora. Decir cuánto inventaba la ciencia y el arte en armónico consorcio para conseguir tal objeto, no es empresa que corresponde a mis escasas fuerzas. Enumerar los rizos, moñas, lazos, trapos, adobos, bermellones, aguas y demás extraños cuerpos que concurrían a la grande obra de su monumental restauración, fatigaría la más diestra fantasía: quédese esto, pues, para las plumas de los novelistas, si es que la historia, buscadora de las grandes cosas, no se apropia tan hermoso asunto. Respecto a su físico, lo más presente que tengo es el conjunto de su rostro, en que parecían haber puesto su rosicler todos los pinceles de las Academias presentes y pretéritas. También recuerdo que al hablar hacía con los labios un mohín, un repliegue, un mimo, cuyo objeto era, o achicar con gracia la descomunal boca, o tapar el estrago de la dentadura, de cuyas filas desertaban todos los años un par de dientes; pero aquella supina estratagema de la presunción era tan poco afortunada, que antes la afeaba que la embellecía.
Vestía con lujo, y en su peinado se gastaban los polvos por almudes, y como no tenía malas carnes, a juzgar por lo que pregonaba el ancho escote y por lo que dejaban transparentar las gasas, todo su empeño consistía en lucir aquellas partes menos sensibles a la injuriosa acción del tiempo, para cuyo objeto tenía un arte maravilloso».

[Pérez Galdós, Benito. Trafalgar. Cap. VIII.].

O en esta descripción de Pérez de Ayala:

« Tigre Juan, de cincuenta arriba, iba vestido a lo artesano: caminaba sin corbata, almilla de bayeta amarilla, que le asomaba por el chaleco coma y éste de tartán a cuadros. De cintura abajo se ataviaba con un labriego de la región: calzones cortos, de estameña; polainas de paño negro, abotonadas hasta la corva; medias de lana cruda y zuecos de haya, teñidos de amatista, con entalladuras ahuesadas. Andaba siempre a pelo. Su pelambre era tupido, lanudo, entrecano, que casi le cubría la frente y orejas, como montera pastoril de piel de borrego. Al hablar, que enarcaba o fruncía las cejas con metódico ritmo y rapidez, este recio capacete piloso resbalaba, de una pieza, hacia adelante y hacia atrás, como lubrificado, sobre la gran bola del cráneo. También al hablar se le agitaban, en ocasiones, las orejas. En el pescuezo flaco, rugoso, curtido, avellanado y retráctil, tan pronto largo de un palmo como enchufado entre las clavículas (al encogerse de hombros suprimía el cuello), estaba espetada, afirmada, la testa con rara energía, mostrando, en una manera de altivez, el rostro cuadrado, obtuso, mongólico, con mejillas de juanete, ojos de gato montés y un mostacho lustroso y compacto, como de ébano, que pendía buen trecho por entre ambas extremidades. Su piel, así por la entonación como por la turgencia (piel jalde, tirante, bruñida), parecía de cobre pulimentado. Cuando una emoción fuerte o el humor de la cólera, que tal vez le domeñaba, se le subían a la cabeza, la dura cara de cobre se ponía broncínea, verde cardenillo, como si, de súbito, se oxidase con la acidez de los sentimientos. La faz, bárbara e ingenua, de Tigre Juan, guardaba cierta semejanza con la de Atila».
[Pérez de Ayala, Ramón. Tigre Juan. Barcelona: Bibliotex, 2001, pp. 13 y 14].

② ETOPEYA.
La etopeya consiste en la descripción de los rasgos psicológicos y morales de una persona, de sus cualidades, costumbres, sentimientos, ideas, carácter, personalidad, valores, etc.
Veámoslo en un ejemplo de Valera:

« Don Gumersindo tenía excelentes cualidades: era afable, servicial, compasivo, y se desvivía por complacer y ser útil a todo el mundo, aunque le costase trabajo, desvelos y fatiga, con tal de que no le costase un real. Alegre y amigo de chanzas y burlas, se hallaba en todas las reuniones y fiestas, cuando no eran a escote, y las regocijaba con la amenidad de su trato y con su discreta aunque poco ática conversación. Nunca había tenido inclinación alguna amorosa a una mujer determinada; pero inocentemente, sin malicia, gustaba de todas, y era el viejo más amigo de requebrar a las muchachas y que más las hiciese reír que había en diez leguas a la redonda».
[ Valera, Juan. Pepita Jiménez. Barcelona: Orbis, 1984, pág. 12.].

O en este de Antonio Machado:

« Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar
».

[Machado, Antonio.. "Retrato", in Campos de Castilla (1907-1917).
Caudet, Francisco (ed. y est.). Antonio Machado. Antología comentada. Vol. 1. Madrid: De la Torre, 1999, pág. 143.
Puedes escuchar este poema, musicado e interpretado por Joan Manuel Serrat, pinchando AQUÍ.].

③ RETRATO.
Cuando la prosopografía y la etopeya se mezclan, tendremos lo que denominamos “retrato”. Es decir, se describen sus rasgos físicos y de personalidad, así como sus cualidades, contestándonos a las preguntas: ¿cómo es? y ¿quién es?

Al hacer un retrato, por regla general el descriptor se detiene más en ciertas partes del cuerpo, que en todas, en ciertas características que le llaman la atención, más que en otras. Dependiendo de las épocas, se ha mantenido un canon más estricto o no.
[Cfr.: García de la Concha, Víctor. "El retrato literario en el Renacimiento", in Príncipe de Viana. Anejo 18, pp. 137-152].

Así, fray Luis de León fue descrito por Francisco Pacheco de la siguiente manera:

« En lo natural fue pequeño de cuerpo en devida proporción; la cabeza grande, bien formada, poblada de cabello crespo i el cerquillo cerrado; la frente espaciosa, el rostro más redondo que aguileño (como la muestra el retrato), trigueño el color, los ojos verdes i vivos. En lo moral, con especial don de silencio, el ombre más callado que se a conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos; con estremo, abstinente i templado en la comida, bevida i sueño; de mucho secreto, verdad i fidelidad; puntual en palabras i promessas; compuesto, poco o nada risueño. Leíase en la gravedad de su rostro el peso de la nobleza de su alma».


En el Capítulo I de la Iª Parte de "El Quijote", Cervantes nos hace el retrato estático más famoso de la literatura, el de don Quijote: primero a través de sus posesiones, luego su fisonomía, luego nos habla de sus costumbres:


« En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches , duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo , y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza».

Y en el Capítulo XIII de la Iª Parte, nos dará la descripción de Dulcinea:

«…su nombre es Dulcinea; su patria el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro; su frente, campos Elíseos; sus cejas, arcos del cielo; sus ojos, soles; sus mejillas, rosas; sus labios, corales; perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos; su blancura, nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas».

[Cfr.: Senabre, Ricardo. El retrato literario. México: Colegio de España, 1997.]

④ AUTORRETRATO.
Si es el propio autor o personaje quien se describe hablamos de autorretrato.
He aquí el que se hizo a sí mismo Miguel de Cervantes:

« Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de 'La Galatea' y de 'Don Quijote de la Mancha', y del que hizo el 'Viaje del Parnaso', a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria».

O este otro que Pablo Neruda hizo de sí mismo:

« Por mi parte, soy o creo ser duro de nariz,
mínimo de ojos, escaso de pelos
en la cabeza, creciente de abdomen,
largo de piernas, ancho de suelas,
amarillo de tez, generoso de amores,
imposible de cálculos,
confuso de palabras,
tierno de manos, lento de andar,
inoxidable de corazón,
aficionado a las estrellas, mareas,
maremotos, administrador de
escarabajos, caminante de arenas,
torpe de instituciones, chileno a perpetuidad,
amigo de mis amigos
, mudo
de enemigos,
entrometido entre pájaros,
mal educado en casa,
tímido en los salones, arrepentido
sin objeto, horrendo administrador,

navegante de boca
y yerbatero de la tinta,
discreto entre los animales,
afortunado de nubarrones,
investigador en mercados, oscuro
en las bibliotecas,
melancólico en las cordilleras,
incansable en los bosques,
lentísimo de contestaciones,
ocurrente años después,
vulgar durante todo el año,
resplandeciente con mi
cuaderno, monumental de apetito,
tigre para dormir, sosegado
en la alegría, inspector del
cielo nocturno,
trabajador invisible,
desordenado, persistente, valiente
por necesidad, cobarde sin
pecado, soñoliento de vocación,
amable de mujeres,
activo por padecimiento,
poeta por maldición
y tonto de capirote».

⑤ CARICATURA.
La caricatura, que es una descripción en la que se abultan exageradamente ciertos rasgos con intención irónica o humorística, se concreta en la deformación de los elementos reales.

Quevedo nos dejó una fabulosa caricatura del Dómine Cabra en "El Buscón".

« Supo que había en Segovia un licenciado Cabra que tenía por oficio de criar hijos de caballeros, y envió allá al suyo y a mí para que le acompañase y sirviese. Entramos primer domingo después de Cuaresma en poder de la hambre viva, porque tal lacería no admite encarecimiento. El era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay mas que decir para quien sabe el refrán que dice, ni gato ni perro de aquella color. Los ojos avecinado... en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos: tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes: la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio, porque cuestan dinero; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no se cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía que se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de media abajo, parecía tenedor, o compás con dos piernas largas y flacas; su andar, muy despacio; si se descomponía algo, se sonaban los güesos como tablillas de San Lázaro; la habla, ética; la barba, grande, por nunca se la cortar por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver las manos del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de los otros. Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos de caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por cuerpo de rana: otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra y desde lejos entre azul: llevábala sin ceñidor; no traía ni cuello ni puños; parecía, con los cabellos largo; y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues su aposento, aún arañas no había en él; conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba; la cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas; al fin, era archipobre y protomiseria».
[Quevedo, Francisco.- Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños. Libro I. Cap. III].

Igualmente, es famosa la caricatura del "romántico" realizada por Mesonero Romanos:

« Quedó, pues, reducido todo el atavío de su persona a un estrecho pantalón que designaba la musculatura pronunciada de aquellas piernas; una levitilla de menguada faldamenta, y abrochada tenazmente hasta la nuez de la garganta; un pañuelo negro descuidadamente añudado en torno de ésta, y un sombrero de misteriosa forma, fuertemente introducido hasta la ceja izquierda. Por bajo de él, descolgábanse de entrambos lados de la cabeza dos guedejas de pelo negro y barnizado, que, formando un bucle convexo, se introducían por bajo de las orejas, haciendo desaparecer éstas de la vista del espectador; las patillas, la barba y el bigote, formando una continuación de aquella espesura daban con dificultad permiso para blanquear a dos mejillas lívidas, dos labios mortecinos, una afilada nariz, dos ojos grandes, negros y de mirar sombrío; una frente triangular y fatídica. Tal era la 'vera efigies' de mi sobrino, y no hay que decir que tan uniforme tristura ofrecía no sé qué de siniestro e inanimado, de suerte que no pocas veces, cuando cruzado de brazos y la barba sumida en el pecho, se hallaba abismado en sus tétricas reflexiones, llegaba yo a dudar de si era él mismo o sólo su traje colgado de una percha; y acontecióme más de una ocasión el ir a hablarle por la espalda, creyendo verle de frente, o darle una palmada en el pecho, juzgando dársela en el lomo».
[Mesonero Romanos. "El romanticismo y los románticos", in Escenas matritenses. Madrid: Ignacio Boix, 1845, pág. 329].

Veamos ahora ésta de Galdós:

« Llamábanla la tía Roma, no sé por qué (me inclino á creer que este nombre es corrupción de Jerónima), y era tan vieja, tan vieja y tan fea, que su cara parecía un puñado de telarañas revueltas con ceniza; su nariz de corcho ya no tenía forma; su boca redonda y sin dientes, menguaba o crecía, según la distensión de las arrugas que la formaban. Más arriba, entre aquel revoltijo de piel polvorosa, lucían los ojos de pescado, dentro de un cerco de pimentón húmedo. Lo demás de la persona desaparecía bajo un envoltorio de trapos y dentro de la remendada falda, en la cual había restos de un traje de la madre de Doña Silvia, cuando era polla».
[Benito Pérez Galdós. Torquemada en la hoguera. Cap. VI].

O esta caricatura ya grotesca, también de Galdós:

« Al poco rato entró en el despacho un hombre muy flaco, de cara enfermiza y toda llena de lóbulos y carúnculas, los pelos bermejos y muy tiesos, como crines de escobillón, la ropa prehistórica y muy raída, corbata roja y deshilachada, las botas muertas de risa. En una mano traía el sombrero que era un claque del año en que esta prenda se inventó, el primogénito de los claques sin género de duda, y en la otra un lío de carteras-prospectos para hacer suscripciones a libros de lujo, las cuales estaban tan sobadas, que la mugre no permitía ver los dorados de la pasta. Impresionó penosamente a la compasiva Jacinta aquella estampa de miseria en traje de persona decente, y más lástima tuvo cuando le vio saludar con urbanidad y sin encogimiento, como hombre muy hecho al trato social».
[Pérez Galdós, Benito. Fortunata y Jacinta. Iª Parte, Cap. VIII].

Otro ejemplo más sería:

«Sesenta años muy cumplidos; alta y no muy gallarda estatura; ojos grandes y vivos; morena y arrugada tez, de color puchero alcorniano y con más dobleces que pellejo de fuelle, pelo blanco y fuerte, con rizados copetes en ambas sienes, uno de los cuales servía para sostener la pluma de escribir sobre la oreja izquierda; boca sonriente, hendida, a lo Voltaire, con más pliegues que dientes y menos dientes que palabras; barba rapada de semana en semana, monda o peluda, según que era lunes o sábado; quijada tan huesuda y cortante, que habría servido para matar filisteos y que tenía por compañero y vecino a un corbatín negro, durísimo y rancio, donde se encajaba aquélla como la flor en el pedúnculo; un gorrete, de quien no se podía decir que fue encarnado, si bien conservaba históricos vestigios de este color, la cual prenda no se separaba jamás de la cúspide capital del maestro; luenga casaca castaña, aunque algunos la creyeron nuez por lo descolorida y arrugada; chaleco de provocativo color amarillo, con ramos que convidaban a recrear la vista en él, como en un ameno jardín; pantalones ceñidos, en cuyo término comenzaba el imperio de las medias negras, que se perdían en la lontananza oscura de unos zapatos con más golfos y promontorios que puntadas y más puntadas que lustre; manos velludas, nervudas y flacas, que ora empuñaban crueles disciplinas, ora la atildada pluma de finos gavilanes».
[Pérez Galdós, Benito. Fortunata y Jacinta. Iª Parte, Cap. VIII].

Fijémonos ahora en esta caricatura elaborada por Emilia Pardo Bazán:

« ...hallábase acurrucada junto al pote una vieja, que sólo pudo Julián Alvarez distinguir un instante -con greñas blancas y rudas como cerro, que le caían sobre los ojos, y cara rojiza al reflejo del fuego- (...) La última tertuliana que se quedaba, la que secreteaba más tiempo y más íntimamente con Sabel, era la vieja de las greñas de estopa entrevista por Julián la noche de su llegada a los pazos. Era imponente la fealdad de la bruja: tenía las cejas canas, y de perfil le sobresalían, como también las cerdas de un lunar; el fuego hacía resaltar la blancura del pelo, el color atezado del rostro y el enorme bocio o papera, que deformaba la garganta del modo más repulsivo. Mientras hablaba con la frescachona Sabel, la fantasía de un artista podía evocar los cuadros de tentaciones de San Antonio, en que aparecen juntas una asquerosa hechicera y una mujer hermosa y sensual, con pezuña de cabra».
[ Emilia Pardo Bazán. Los Pazos de Ulloa. Cap. V].

A veces, la caricatura se convierte en sátira, como en esta descrpción que hace Galdós de Fernando VII:

«Es la suya la más antipática de las fisonomías, así como es su carácter el más vil que ha podido caber en un ser humano. Estupenda nariz, que, sin ser deforme, como la del conde duque de Olivares; ni larga, como la de Cicerón; ni gruesa, como la de Quevedo; ni tosca, como la de Luis XI, era más fea que todas éstas, formaba el más importante rasgo de su rostro, bastante lleno, abultado en la parte inferior y colocado en un cuerpo de buenas proporciones. La vanidad austriaca no hubiera puesto su boca prominente debajo de la nariz borbónica, símbolo de doblez, con más acierto y simetría que como estaba en la cara de Fernando VII. Dos patillas muy negras y pequeñas le adornaban los carrillos, y sus pelos erizados a un lado y otro parecían puestos allí para darle la apariencia de un tigre en caso de que su carácter cobarde le permitiera dejar de ser chacal. Eran sus ojos grandes y muy negros, adornados con pobladísimas cejas que los sombreaban, dándoles una apariencia por demás siniestra y hosca».
[ Benito Péres Galdós. La fontana de oro ].

⑥ COSIFICACIÓN o REIFICACIÓN.
Es uno de los elementos deshumanizantes y degradadores, habitual en el habla común, muy empleado desde antiguo, siendo un virtuoso de ello Quevedo.
[Cfr.:Artal, Susana G. "Nuevas notas acerca de la deshumanización del cuerpo humano en la prosa satírica de Quevedo", in AISO, III (1993), pp. 39-aa].

La cosificación o reificación consiste en reducir a la condición de cosa a una persona, o materializar una noción abstracta (p. ej.: el tiempo).

« Si eres campana, ¿dónde está el badajo?
Si pirámide andante, vete a Egito;
Si peonza, al revés trae sobrescrito;
Si pan de azúcar, en Motril te encajo.

Si chapitel, ¿qué haces acá abajo?
Si de disciplinante mal contrito
Eres, el cucurucho y el delito;
Llámente los cipreses arrendajo.

Si eres punzón, ¿por qué el estuche dejas?
Si cubilete, saca el testimonio;
Si eres coroza, encájate en las viejas.

Si büida, visión de San Antonio;
Llámate Doña Embudo con guedejas,
Si mujer, da esas faldas al demonio».

[Fco. de Quevedo: "Mujer puntiaguda con enaguas"].

Fijémonos ahora en este ejemplo de Jaime Sabines:

« ¿De maderas preciosas, de marfil,
de minerales de la luna,
de rosas maceradas,
de vapor de llanto
?
¿Estabas hecha solamente de alma?

Castillo encantado
era tu cuerpo frágil, delgado
vaso de uvas y azucenas, de cristales y sueños,
licor sagrado
.

Estabas hecha un poco de Luis Donaldo.
En sus segundas nupcias, ahora subterráneas,
el viento pasará todos los días
de la mano del sol a saludarlos».

[Sabines, Jaime. "¿De qué estabas hecha, Diana Laura?"].

Veamos esta cosificación de doña María Salomé, en una momia, de Galdós:

«Doña María Salomé estaba tan momificada que parecía haber sido remitida en aquellos días del Egipto, y que la acababan de desembalar para exponerla a la curiosidad de los amantes de la etnografía. Fija en su silleta baja, que había llegado a ser parte de su persona, se ocupaba en arreglar perifollos para decorarse, y a su lado se veían, en diversas cestillas de mimbre, plumas apolilladas, cintas de matices mustios, trapos de seda arrugados y descoloridos como las hojas de otoño, todo impregnado de un cierto olor de tumba, mezclado de perfume de alcanfor. Decían malas lenguas que al hacerse ropa juntaba los pedazos y se los cosía con la misma piel; también decían que comía alcanfor y que estaba forrada con cabritilla. Boberías maliciosas son éstas, de que los historiadores serios no debemos hacer caso».
[Pérez Galdós, Benito. Un faccioso más y algunos frailes menos].

⑦ ANIMALIZACIÓN.
Es otro de los elementos deshumanizantes y degradadores empleados en retórica, consiste en una descripción que dota o atribuye las características de un animal, mediante comparación, a una persona, y que sirve para crear un ambiente grotesco y caricaturesco.

Fue empleado abusivamente durante la Edad Media (recordemos, por ejemplo,"El espejo del mundo" de Alonso de Jaén, que simbolizó a toda una serie de "ombres de mala vida, tiranos, robadores, destruydores..." a través de animales carroñeros y depredadores, mientras que a los "ombres de simple condición" lo hizo a través de hervíboros; o la simbología de los bestiarios, de la heráldica, del infierno dantesco,etc.).
[Nogales Rincón, David. "Animalización, sátira y propaganda real: la metáfora y la alegoría animal como instrumento político en la Castilla bajomedieval (siglos XIV-XV)", in Revista Signum, 11-1 (2010), pp. 267-296])

Ya lo vemos en antiguos textos griegos, como en Semónides de Amorgos:


De modo diverso la divinidad hizo el talante de la mujer
desde un comienzo. A la una la sacó de la híspida cerda:
en su casa está todo mugriento por el fango,
en desorden y rodando por los suelos.
Y ella sin lavarse y con vestidos sucios,
revolcándose en estiércol se hincha de grasa.

A la otra la hizo Dios de la perversa zorra,
una mujer que lo sabe todo. No se le escapa
inadvertido nada de lo malo ni de lo bueno.
De las mismas cosas muchas veces dice que una es mala,
y otras que es buena. Tiene un humor diverso en cada caso.

Otra, de la perra salió; gruñona e impulsiva,
que pretende oírlo todo, sabérselo todo,
y va por todas partes fisgando y vagando
y ladra de continuo, aun sin ver a nadie.
No la puede contener su marido, por más que la amenace,
ni aunque, irritado, le parte los dientes a pedradas,
ni tampoco hablándole con ternura,
ni siquiera cuando está sentada con extraños;
sino que mantiene sin pausa su irrestañable ladrar.

A otra la moldearon los Olímpicos del barro,
y la dieron al hombre como algo tarado. Porque ni el mal
ni el bien conoce una mujer de esa clase.
De las labores sólo sabe una: comer.
Ni siquiera cuando Dios envía un mal invierno,
por más que tirite de frío, acerca su banqueta al fuego.

Otra vino del mar. Ésta presenta dos aspectos.
Un día ríe y está radiante de gozo.
Cualquiera de fuera que la ve en su hogar la elogia:
No hay otra mujer más agradable que ésta
ni más hermosa en toda la tierra.
Al otro día está insoportable y no deja que la vean
ni que se acerque nadie; sino que está enloquecida
e inabordable entonces, como una perra con cachorros.
Es áspera con todos y motivo de disgusto
resulta tanto a enemigos como a íntimos.
Como el mar que muchas veces sereno
y sin peligro se presenta, alegría grande a los marinos,
en época de verano, y muchas veces enloquece
revolviéndose en olas de sordo retumbar.
A éste es a lo que más se parece tal mujer
en su carácter: al mar que es de índole inestable.

Otra procede del asno apaleado y gris,
que a duras penas por la fuerza y tras los gritos
se resigna a todo y trabaja con esfuerzo
en lo que sea. Mientras tanto come en el establo
toda la noche y todo el día, y come ante el hogar.
Sin embargo, cuando se trata del acto sexual,
acepta sin más a cualquiera que venga.

Y otra es de la comadreja, un linaje triste y ruin.
Pues ésta no posee nada hermoso ni atractivo,
nada que cause placer o amor despierte.
Está que desvaría por la unión de Afrodita,
pero al hombre que la posee le da náuseas.
Con sus hurtos causa muchos daños a sus vecinos,
y a menudo devora ofrendas destinadas al culto.

A otra la engendró una yegua linda de larga melena.
Ésta evita los trabajos serviles y la fatiga,
y no quiere tocar el mortero ni el cedazo
levanta ni la basura saca fuera de su casa,
ni siquiera se sienta junto al hogar para evitar
el hollín. Por necesidad se busca un buen marido.
Cada día se lava la suciedad hasta dos veces,
e incluso tres, y se unta de perfumes.
Siempre lleva su cabello bien peinado,
y cardado y adornado con flores.
Un bello espectáculo es una mujer así
para los demás, para su marido una desgracia,
de los que regocijan su ánimo con tales seres.

Otra viene de la mona. Ésta es, sin duda,
la mayor calamidad que Zeus dio a los hombres.
Es feísima de cara. Semejante mujer va por el pueblo
como objeto de risa para toda la gente.
Corta de cuello, apenas puede moverlo,
va sin trasero, brazos y piernas secos como palos.
¡Infeliz, quienquiera que tal fealdad abrace!
Todos los trucos y las trampas sabe
como un mono y no le preocupa el ridículo.
No quiere hacer bien a ninguno, sino que lo que mira
y de lo que todo el día delibera es justo esto:
cómo causar a cualquiera el mayor mal posible.

A otra la sacaron de la abeja. ¡Afortunado quien la tiene!
Pues es la única a la que no alcanza el reproche,
y en sus manos florece y aumenta la hacienda.
Querida envejece junto a su amante esposo
y cría una familia hermosa y renombrada.
Y se hace muy ilustre entre todas las mujeres,
y en torno suyo se derrama una gracia divina.
Y no le gusta sentarse con otras mujeres
cuando se cuentan historias de amoríos.

Tales son las mejores y más prudentes
mujeres que Zeus a los hombres depara.
Y las demás, todas ellas existen por un truco
de Zeus, y así permanecen junto a los hombres.
Pues éste es el mayor mal que Zeus creó:
las mujeres. Incluso si parecen ser de algún provecho,
resultan, para el marido sobre todo, un daño.
Pues no pasa tranquilo nunca un día entero
todo aquel que con mujer convive,
y no va a rechazar rápidamente de su casa al hambre,
odioso compañero del hogar, dios de mal temple.
Cuando piensa un hombre gozar de mejor ánimo
en su hogar, por gracia de los dioses o fortuna humana,
encuentra ella un reproche y se arma para la batalla.
Pues donde hay mujer no puede recibirse con agrado
ni siquiera a un huésped que acude a la casa.
La que parece, en efecto, que es la más sensata,
Ésa resulta ser la que más ofende a su marido,
y mientras anda él de pasmarote, sus vecinos
se ríen a su costa, viendo cuánto se equivoca.
Cada uno hará elogios recordando a su propia
mujer, y censuras cuando evoque a la de otro.
¡Y no advertimos que es igual nuestro destino!
Porque éste es el mayor mal que Zeus creó,
y nos lo echó en torno como una argolla irrompible,
desde la época aquella en que Hades acogiera
a los que por causa de una mujer se hicieron guerra.

[Semónides de Amorgos.- "Yambo a las mujeres", in García Gual, Carlos (trad. y ed.).- Antología de la poesía lírica griega. Siglos VII-IV. Madrid. Alianza.1983]

La animalización fue una característica de las descripciones de las novelas realistas y naturalistas del siglo XIX (Galdós, Clarín...) [Cruz Giráldez, Miguel. "Procedimientos degradadores en la prosa de 'Clarín': la animalización en 'La Regenta'", in Cauce, 9 (1986, pp. 117-139]:

« Era don Cayetano un viejecillo de setenta y seis años, vivaracho, alegre, flaco, seco, de color de cuero viejo, arrugado como un pergamino al fuego, y el conjunto de su personilla recordaba, sin que se supiera a punto fijo por qué, la silueta de un buitre de tamaño natural; aunque según otros más se parecía a una urraca, o a un tordo encogido y despeluznado. Tenía sin duda mucho de pájaro en figura y gestos, y más visto en su sombra».
[Alas Clarín, Leopoldo. La Regenta].

Y es que el proceso de animalización humana es una de las constantes del lenguaje común y cotidiano, como expresión metafórica inicial, y como lexicalización posterior.
[Echevarría Isusquiza, Isabel. "Acerca del vocabulario de la animalización humana", in Círculo de Lingüística Aplicada a la Comunicación, 15 (2003), en red, http://pendientedemigracion.ucm.es/info/circulo/no15/index.htm .]

Pero la animalización no sólo se da en los hombres, también en los objetos (recordemos sólo a título de ejemplo que decimos "paso de cebra" "perrito caliente", etc.
[Cfr.: Herrero Ingelmo, José Luis. "La animalización de los objetos: historias del cambio semántico", in Garcés Gómez, María del Pilar (coord.). Léxico, historia y diccionarios. La Coruña: Univ. da Coruña-Serv. de Publicaciones, 2015, pp. 207-230]

⑧ ANTROPOMORFISMO o PROSOPOPEYA.
Consiste en dotar de forma, características o atributos humanos a animales, cosas o ideas; o en atribuir a las cosas inanimadas o abstractas, acciones y cualidades propias de seres animados.

Veamos, por ejemplo, cómo unos libros se convierten en seres humanos:

«Detrás del sillón de la mesa había un largo estante del tamaño de la pared, cuyas puertas tenían, en vez de vidrios, rejillas de alambres, y por los huecos de éstas asomaban sus caras amarillentas los legajos, como enfermos que se asoman a las rejas de un hospital. Muchos tenían cruzados de cintas rojas y cartoncillos colgantes con rótulos. Algunos estaban tendidos horizontalmente, semejando no ya enfermos, sino verdaderos cadáveres que no volverían a la vida aunque les royesen ratones mil; otros estaban, inclinados sobre sus compañeros, como borrachos o malheridos, y los menos aparecían completamente erguidos y derechos. Éstos eran los que se asían a las rejillas, y aun echaban fuera sus cintas rojas cual si meditaran una evasión arriesgada».
[Pérez Galdós, Benito. Un faccioso más y algunos frailes menos].

La prosopopeya es habitual en la religión y mitos, en donde los dioses tienen formas, cualidades y usos humanos (antropoteísmo), desviándose al proceso inverso, en el que algunos humanos (los héroes o semidioses) adoptaban atributos divinos (teomorfismo) o considerándose a elementos de la naturaleza como dioses con atributos humanos (los ríos, montañas, árboles...), ha sido empleado en las fábulas, cuentos, etc., fundamentalmente para dotar a los animales de cualidades humanas. En el lenguaje cotidiano está presente en muchos términos referidos a la climatología.

El antropomorfismo puede, pues, consistir en:

a) dotar a lo no humano de un cuerpo humano: ejemplo de ello sería la mitología.
Veamos el caso de Dafne y Apolo (Febo, el Sol), rememorado por Quevedo:

« Delante del Sol venía
Corriendo Dafne, doncella
De extremada gallardía,
Y en ir delante tan bella,
Nueva Aurora parecía.

Cansado más de cansalla
Que de cansarse a sí Febo,
A la amorosa batalla
Quiso dar principio nuevo,
Para mejor alcanzalla.

Mas viéndola tan crüel,
Dio mil gritos doloridos,
Contento el amante fiel
De que alcancen sus oídos
Las voces, ya que no él.

Mas envidioso de ver
Que han de gozar gloria nueva
Las palabras en su ser,
Con el viento que las lleva
Quiso parejas correr
.

Pero su padre, celoso,
En su curso cristalino
Tras ella corrió furioso,
Y en medio de su camino
Los atajó sonoroso.

El Sol corre por seguilla,
Por huir corre la estrella;
Corre el llanto por no vella,
Corre el aire por oílla,
Y el río por socorrella.

Atrás los deja arrogante,
Y a su enamorado más,
Que ya, por llevar triunfante
Su honestidad adelante,
A todos los deja atrás.

Mas viendo su movimiento,
Dio las razones que canto,
Con dolor y sin aliento,
Primero al correr del llanto
Y luego al volar del viento:

Di, ¿por qué mi dolor creces
Huyendo tanto de mí
En la muerte que me ofreces?
Si el Sol y luz aborreces,
Huye tú misma de ti.

»No corras más, Dafne fiera,
Que en verte huir furiosa
De mí, que alumbro la Esfera,
Si no fueras tan hermosa,
Por la noche te tuviera.

»Ojos que en esa beldad
Alumbráis con luces bellas
Su rostro y su crueldad,
Pues que Sois los dos estrellas,
Al Sol que os mira, mirad.

»¡En mi triste padecer
Y en mi encendido querer,
Dafne bella, no sé cómo
Con tantas flechas de plomo
Puedes tan veloz correr!

»Ya todo mi bien perdí;
Ya se acabaron mis bienes;
Pues hoy corriendo tras ti,
Aun mi corazón, que tienes,
Alas te da contra mí.»

A su oreja esta razón,
Y a sus vestidos su mano,
Y de Dafne la oración,
A Júpiter soberano
Llegaron a una sazón.

Sus plantas en sola una
De lauro se convirtieron;
Los dos brazos le crecieron,
Quejándose a la Fortuna
Con el ruido que hicieron.

Escondióse en la corteza
La nieve del pecho helado,
Y la flor de su belleza
Dejó en la flor un traslado
Que al lauro presta riqueza.

De la rubia cabellera
Que floreció tantos mayos,
Antes que se convirtiera,
Hebras tomó el Sol por rayos,
Con que hoy alumbra la esfera.

Con mil abrazos ardientes,
Ciñó el tronco el Sol, y luego,
Con las memorias presentes,
Los rayos de luz y fuego
Desató en amargas fuentes.

Con un honesto temblor,
Por rehusar sus abrazos,
Se quejó de su rigor,
Y aun quiso inclinar los brazos,
Por estorbarlos mejor.

El aire desenvolvía
Sus hojas, y no hallando
Las hebras que ver solía,
Tristemente murmurando
Entre las ramas corría
.

El río, que esto miró,
Movido a piedad y llanto,
Con sus lágrimas creció,

Y a besar el pie llegó
Del árbol divino y santo.

Y viendo caso tan tierno,
Digno de renombre eterno,
La reservó en aquel llano,
De sus rayos el Verano,
Y de su hielo el Invierno».

[Quevedo, Francisco de "De Dafne y Apolo, fábula"].

b) dotar a lo no humano de actividades humana pero guardando su propia apariencia física: los animales de las fábulas y cuentos.

« Votaban los animales para elegir un rey. El camello y el elefante se pusieron en fila disputándose los sufragios, ya que esperaban ser preferidos sobre los demás gracias a su tamaño y su fuerza.
Pero llegó el mono y los declaró a los dos incapacitados para reinar.
-El camello no sirve -dijo-, porque no se encoleriza contra los malhechores. El elefante tampoco nos sirve porque tendremos que estar temerosos de que nos ataque un marrano, animal a quien teme el elefante».

c) dotar a lo no humano de acciones propias del hombre (verbos), y sólo eso:
Por ejemplo, a una ciudad:

« La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.
Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo diez y seis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura».

[Alas, Leopoldo (Clarín). La Regenta].

O a una estación del año:

« El otoño viste
hojas amarillas,
Un impermeable
y botas calentitas
.

El otoño viene
cargado de
viento
y un gran paraguas para el aguacero.

El otoño pinta
todo de marrones
y regala nueces, piñas y piñones».

O al agua y un árbol:

« El agua que está en la alberca
y el verde chopo son novios

y se miran todo el día
el uno al otro.

En las tardes otoñales,
cuando hace viento, se enfadan: el agua mueve sus ondas,
el chopo sus ramas;
las inquietudes del árbol
en la alberca se confunden
con inquietudes de agua.

Ahora que es la primavera,
vuelve el cariño; se pasan
toda la tarde besándose silenciosamente.
Pero
un pajarillo que baja
desde el chopo a beber agua,
turba la serenidad
del beso con temblor vago.

Y el alma del chopo tiembla
dentro del alma del agua».

[Salinas, Pedro. Presagios].

Fijémonos cómo en la prosopopeya la relación se establece entre el verbo y un sustantivo de cosa o entre un adjetivo y un sustantivo de cosa.

« Ya vuelve la primavera:
Suene la gaita, —ruede la danza:
Tiende sobre la pradera
El verde manto —de la esperanza.

Sopla caliente la brisa:
Suene la gaita, —ruede la danza:
Las nubes pasan aprisa,
Y el azur muestran —de la esperanza.

La flor ríe en su capullo:
Suene la gaita, —ruede la danza:
Canta el agua en su murmullo
El poder santo —de la esperanza.

¿La oís que en los aires trina?
Suene la gaita, —ruede la danza:
—«Abrid a la golondrina,
Que vuelve en alas —de la esperanza.»—

Niña, la niña modesta:
Suene la gaita, —ruede la danza:
El Mayo trae tu fiesta
Que el logro trae —de tu esperanza.

Cubre la tierra el amor:
Suene la gaita, —ruede la danza:
El perfume engendrador
Al seno sube —de la esperanza.

Todo zumba y reverdece:
Suene la gaita, -ruede la danza:
Cuanto el son y el verdor crece,
Tanto más crece —toda esperanza.

Sonido, aroma y color
(Suene la gaita, —ruede la danza)
Únense en himnos de amor,
Que engendra el himno —de la esperanza.

Morirá la primavera:
Suene la gaita, —ruede la danza:
Mas cada año en la pradera
Tornará el manto —de la esperanza.

La inocencia de la vida
(Calle la gaita, —pare la danza)
No torna una vez perdida:
¡Perdí la mía! —¡ay mi esperanza!».

[Piferrer, Pablo. Canción de la Primavera].

d) dotar a lo no humano de lenguaje; es decir, no se humaniza nada más que esta característica, siendo habitual en las denominadas "personificaciones" de la naturaleza, pero también en las fabulas y cuentos;
"la noche había pintado su sombra en la arena
La noche susurraba su sinfonía de fauna..."

(Dina Grutzendler)

El aire rogó al fuego que no le calentase con demasía; porque si le calentaba demasiadamente, el agua no recibiría de él la humedad.
La tierra tuvo envidia de que el fuego y el aire habían concordado el higo; y así, pidió al fuego que concordase con ella en la pimienta.
Dijo el agua al fuego que su frialdad valía más en el estío contra las calenturas que padecían los enfermos, que su calor en el invierno contra la frialdad que padecen los hombres sanos.
El fuego decía mal de la tierra porque es negra, y decía bien de ella porque es seca."
(Ramón Llull. El árbol de la ciencia).

e) dotar a lo no humano de pensamiento: frecuente cuando se trasladan los sentimientos o estados anímicos del autor o personaje a la naturaleza, y que se utiliza también en las "personificaciones".
"cuando el viento meditaba
si era pez u oropéndola,
¡ya te comenzaba a amar!"

(Antonio de Undurraga. La siesta de los peces).
⑨ VEGETALIZACIÓN.
Tanto humanización de lo vegetal (para Miguel Hernández, por ejemplo la higuera es un símbolo de masculinidad y virilidad, al asociar la savia lechosa que desprenden sus hojas y tallos, la forma testicular de los higos...: «su más confusa pierna, por asalto,/ náufraga higuera fue de higos en pelo/ sobre nácar hostil, remo exigente») como vegetalización de lo humano.
"Reparad en esa esbelta morena, con la frente inclinada sobre el hombro de su pareja: mirad sus ojos de fuego velados por sus lánguidos párpados, sus labios entreabiertos, encendidas sus mejillas, palpitante el seno, flexible como un junco la cintura, y pisando el suelo apenas con las puntas de sus menudos pies".
(José María de Pereda. Esbozos y rasguños. "Fisiología del baile").
Estas imágenes, además, fueron muy comunes en la poesía oriental y andalusí. Veamos algunos ejemplos:
“En el jardín hay imágenes tuyas; por su causa
se conmueven mis ojos y mi corazón apasionado.
La rama es tu talle; las flores, la túnica;
la rosa es tu mejilla y las margaritas, tu boca
”.

(Abu Ya‘far ibn Sa‘id)
“En las bocas sonrientes de las margaritas,
la nieve deposita una saliva fresca y helada.

(Ibn Jafaya)
“Vestida de nácar rojo
llega a ti la granada repleta de perlas.
Te parecerá al abrirla un estuche delicioso
que encierra bermejos corales.
Son granos que se parecen a las encías de la amada
por su dulce jugo o, si quieres, por su aspecto

(Ibn Faray de Jaén).
[Moral, Celia del. (2009). "Jardines y fuentes en Al-Andalus", in MEAH, 58 (2009), pp. 223-249[.

La vegetalización visual es un recurso muy empleado por Rafael Alerti y Miguel Hernández (la boca de la amada es «trémula zarzamora suavemente dentada/ donde vivo arrojado», «zarza es tu mano si la tiento», [es tu boca]«amapola, flor», «tu tobillo de junco, mi tormento,/ teme que inunde el nardo de tu pierna/ y crezca más y ascienda hasta tu frente», etc...), por ejemplo.

Muchachita de luengos cabellos de oro
y figura que sólo sueña el pintor,
que deshojas las flores del gran tesoro
de los pocos abriles sin un amor.

Ama, hoy que en tu boca canta la risa
como un pájaro de oro que hizo el nidal
en tu ebúrnea garganta donde la brisa
que la cerca perfuma su áureo cristal.

Hoy que estás en la aurora roja y galana
que la vida nos brinda sólo una vez;
hoy que es fresa tu boca, coral y grana
y alabastro bruñido tu tersa tez.

Que es tu cuerpo un magnífico y airoso
nardo; que es tu pecho turgente, rosa
y marfil;
que es tu cuello el de un cisne níveo y gallardo
y tu aliento fragancias tiene de Abril.

¡Ama! Linda muchacha de ojos de maga
y de labios purpúreos llenos de miel.
¡No es eterna tu aurora, su luz se apaga...
y la sigue la noche negra y cruel!

¡Ama linda muchacha! Bajo tu reja
florecida, te aguarda con hondo afán,
-el chambergo tirado sobre la ceja
y una hoguera en el pecho- gentil galán.

Dale, dale que calme tales ardores
lo más puro de tu alma... ¡No tu desdén!
¡Ama, niña! No aguardes a que esas flores
de tu cuerpo y tu reja mustias estén
.

¡Ama, vive la vida bella e inquieta!
No te muestres esquiva, que no es virtud...
Es..., lo dijo, filósofo, grande poeta:
«¡Juventud sin amores, no es juventud!»

(Miguel Hernández.- Amorosa).
[Puedes escuchar el poema pinchando aquí http://antologiapoeticamultimedia.blogspot.com.es/2015/06/amorosa.html, musicado por el Grupo JARCHA]
⑩ MINERALIZACIÓN.
Este recurso ha sido muy frecuente en nuestra literatura. Fue común en la poesía oriental, pudiendo rastrearlo en la Biblia (el cuello de la novia es "torre de marfil", y el cuerpo del amado "como claro marfil cubierto de zafiros", "sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino", en el "Cantar de los Cantares", p. ej.) y en los poetas andalusíes.
Labios de rubí con hileras de perlas,
ojos como flechas aguzadas,
bellas mejillas cual rosas encarnadas,
rostro sembrado de jardines del Edén,
moldeado sobre gentil tallo de bedelio,
en tálamo fiel criado,
bien guardado; así son los males de su amor
en el corazón del amante, enfermedad sin cura;
con fuego de pasión le sacia de amarguras,
le escancia al ausentarse veneno de serpiente (...)

(Yehudah Ben Samuel Halevi)
Luego en los tópicos petrarquistas (cabellos de oro, labios de rubí o coral, dientes como perlas, pechos como zafiros, cuello de mármol o alabastro, marfil las manos... [Cfr. la descripción de Dulcinea del Toboso, de Miguel de Cervantes, que hemos expuesto más arrba]), llegándose a decir que
El canon petrarquista de la belleza física femenina que se impuso casi tres siglos condujo a la autonomía estética convirtiendo el cuerpo femenino en simulacro de joya más que en mímesis de carne [... Así] al cabello le correspondía el oro, el sol, el ámbar, los topacios; al rostro, la nieve y las rosas, el lirio y la azucena; a la frente, el cristal; a los ojos, los zafiros y la esmeralda; a la boca, el rubí o el coral; [a los dientes, las perlas]; al cuello, el marfil [y cristalino]; al pecho, el mármol, [marfil y adamantino]
[Martí, Josep. Desvelando el cuerpo. Perspectivas desde las ciencias sociales y humanas. Madrid: CSIC, 2010, pp. 183 y 184, respectivamente]
Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas,

ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, oh claro son invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo te den muerte.

(Luis de Góngora).
De pura honestidad templo sagrado
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro Sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta y tus virtudes reza.

(Luis de Góngora).
Su continuidad llega desde la época romántica hasta nuestros días.
Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos...
Lo arrancaron para ti
de la corona de Dios.

(Madrigal de de José de Espronceda)

Tengo el alma enamorada
tanto o más que muchos otros
porque es vital en nosotros
ver tu imagen agraciada.
En tu cara sonrosada
se destaca el carmesí
y precisamente ahí
donde quiero darte un beso
para dicha y embeleso
tus labios son un rubí.

Te yergues con tu hermosura
por doquiera en soberana
pues de divina y humana
en ti se da la mixtura.
A través de tu figura
la belleza viene a nos
y el rubí que tienes vos
y que luces con talento
está para más contento
partido por gala en dos.

Y yo creo necesaria
la visión de tu pasado
en ese cielo sagrado
que te dio su luminaria.
Tus padres una plegaria
elevaron hasta allí
y en el cielo azul turquí
los ángeles en acción
entraron y el corindón
lo arrancaron para ti.

Y aquí me tienes prendado
de tu voz angelical,
de tu mirada sensual
y tu cuerpo delineado.
Por ese beso anhelado
de tus pasos sigo en pos
y si yo no digo ¡adiós!
a lo que tu boca tiene
es porque el rubí proviene
de la corona de Dios.

(José Zorrilla. "Tus labios son un rubí").

Rubén Darío es el poeta de las piedras preciosas, como lo tituló Amado Nervo, y Pablo Neruda de la piedra dura (recordemos sus libros "Las piedras de Chile", "Las piedras del cielo"), en Alberti está presente, por ejemplo, en "Cal y Canto", de modo tal que Carlos Edmundo d'Ory llegó a decir que la "poesía es un vómito de piedras preciosas".
"Como la copa de la arcilla era
la raza mineral, el hombre
hecho de piedras
y de atmósfera
limpio como los cántaros, sonoro."

(Pablo Neruda, "La lámpara en la tierra").
"España, cristal de copa, no diadema,
sí machacada piedra, combatida ternura
de trigo, cuero y animal ardiendo..."

(Pablo Neruda, "España en el corazón").

⑪ MUÑEQUIZACIÓN.
Deformación de los personajes, que nos son presentados como muñecos, peleles, títeres, fantoches o simples máscaras. La sátira y el sarcasmo han usado mucho de esta técnica desde el siglo XVI, pero será Valle Inclán quien la dote de un continuo estilístico.

Podemos verlo en "La Regenta" de Clarín (Olvido Páez es "un maniquí cargado de artículos de moda"; don Víctor un "muñeco de resorte que sale de una caja de sorpresas"...); en "Luces de Bohemia" (“merodean mozuelas pingonas y viejas pintadas como caretas”, "Don Latino guiña el ojo, tuerce la jeta, y desmaya los brazos haciendo el pelele”)o "Tirano Banderas" de Valle-Inclán, en "La venganza de don Mendo", en "La Colmena" de Cela, en "La verdad sobre el caso Savolta" de Eduardo Mendoza...

⑫ ESPERPENTO.
Llamamos "esperpento" a la descripción en la que la distorsión de la realidad es aberrante, y se caracteriza por la estilización grotesca de los personajes y las situaciones, y el predominio de la violencia verbal, los detalles grotescos y extravagantes, y una visión amarga y degradada de la realidad.

El concepto de esperpento hace aparición en 1920 con Luces de Bohemia de Valle Inclán, pero podemos encontrar vestigios anteriores en su misma obra (Martes de Carnaval, por ejemplo). Valle escribió:

"hay una manera de ver el mundo artística o estéticamente, que es mirar el mundo desde un plano superior y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de ironía".
Tiene sus antecedentes en Cervantes, Quevedo, Goya, y lo encontraremos también arraigado en el panorama literario de fines del XIX y principios del XX, emparentado con el expresionismo pictórico y literario, el futurismo italiano, el dadaísmo, Apollinaire, Pirandello, Kafka...

El lenguaje que usa el esperpento es violento, mordaz y sarcástico y su técnica presenta dos significados:

■ el aparente de burla y caricatura de la realidad;
■ y el significado profundo, cargado de crítica e intención satírica, que suele ir más en clave y constituye la auténtica lección moral, pero sin aburrido sermoneo.
Algunos procedimientos para conseguir este objetivo son:
1. Lo grotesco como forma de expresión:
■ la degradación de los personajes, mediante:
• la cosificación o reificación (los bohemios son melenas, los policías bultos...),
• la reducción a mero signo o a muñecos: muñequización (son marionetas, fantoches, peleles),
• la animalización o fusión de formas humanas y animales (don Latino ladra como un perro),
■ la literaturización del lenguaje coloquial, frecuentemente investido de todo tipo de intertextualidades,
■ el abuso del contraste,
■ la presentación de lo extraordinario como normal y verosímil,
■ la mezcla de mundo real y de pesadilla,
■ la distorsión de la escena exterior.
2. La deformación sistemática de la realidad:
■ la apariencia de burla y caricatura de la realidad,
■ la constante ironía,
■ el significado profundo, semitransparente, cargado de crítica e intención satírica que constituye la auténtica lección moral.
3. La presencia de la muerte como personaje fundamental.
⑬ ICONO.


⑭ SEMBLANZA.
Descripción selectiva, física o moral de una persona, generalmente acompañada de una breve biografía. La RAE la califica de "esbozo biográfico": recordemos las semblanzas de "Claros Varones de Castilla" de Fernando del Pulgar y las "Generaciones y semblanzas" de Fernán Pérez de Gúzmán.

La semblanza puede ser: histórica, de un un período o momento determinado; personal, de un personaje concreto; póstuma, dando a conocer y ponderando los valores de un personaje recientemente fallecido; etc.

En el periodismo podemos hablar también de entrevista de perfil o semblanza, que es una amplia descripción de la persona, haciendo un retrato con finos detalles y revelando aspectos íntimos del personaje, llegando a ser "la más pública de las conversaciones privadas", realizando una descripción física y psicológica del personaje, remarcando los hábitos, gestos y maneras, haciendo una valoración subjetiva, conformándose con anécdotas y vivencias, información biográfica, descripciones del entorno, declaraciones propias del personaje, entrevistas y opiniones de personas próximas, etc...; todo ello con la finalidad de humanizar y acercar al personaje. El perfil se distingue del "sketch", en que éste último no profundiza tanto, nos da un rápido vistazo del individuo y nos cuenta por qué ese sujeto es importante.

Martín Vivaldi distingue entre tres variantes biográficas en el periodismo: la nota biográfica, la biografía y la semblanza. Define esta última como una biografía incompleta:

"En ella se eligen sólo aquellos hechos reveladores del carácter, los más salientes y significativos"; es decir, "la diferencia que hay entre una semblanza y una biografía es la misma que existe entre un dibujo al carbón (un apunte expresivo) y un retrato al óleo. Lo cual no quiere decir que este procedimiento sea mejor o peor que aquél. Son diferencias de técnica, no de valor".
Además, podemos, a su vez, hallar tres tipos de semblanzas periodísticas:
1. El obituario: Es una semblanza póstuma, con la que se intenta hacer un recuento del contexto, la trascendencia pública y el significado de la vida del recién fallecido. También se conoce al obituario como necrología o necrológica.
2.La semblanza de grupos y lugares: busca comprender un fenómeno de importancia simbólico-social. El centro de interés no es una persona sino un grupo y su relación o influencia en un lugar determinado.
3.La semblanza de actividades y objetos, que se centra en actividades religiosas, culturales, objetos de estima o veneración concretos...
⑮ GENEALOGÍA.
Descripción y relación pormenorizada de los progenitores, ascendientes y descendientes de una persona o animal.
"Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, fue hijo del marqués de Denia y nieto de san Francisco de Borja. Protegido por su padre y por su tío, el arzobispo de Sevilla, se educó en la corte de Felipe II."
⑯ LAUDATORIA.
Alabanza que se hace de una persona, haciendo una descripción de los hechos o virtudes que posee, dando una visión idealizada sobre la misma, ensalzándola y distinguiéndola mediante encomios y honores sobre los hechos que ha realizado, o sobre el proceder, costumbres y posiciones con que se condujo a lo largo de su vida.

Veamos este poema laudatorio:

Del país del sueño, tinieblas, brillos,
donde crecen plantas, flores extrañas,
entre los escombros de los castillos,
junto a las laderas de las montañas;
donde los pastores en sus cabañas
rezan, cuando al fuego dormita el can,
y donde las sombras antiguas van
por cuevas de lobos y raposas,
ha traído cosas muy misteriosas
don Ramón María del Valle-Inclán.

Cosas misteriosas, trágicas, raras,
de cuentos oscuros de los antaños,
de amores terribles, crímenes, daños,
como entre vapores de solfataras,
caras sanguinarias, pálidas caras,
gritos ululantes de pena y afán,
infaustos hechizos, aves que van
bajo la amenaza del gerifalte,
dice en versos ricos de oro y esmalte
don Ramón María del Valle-Inclán.

Sus aprobaciones diera el gran Will,
y sus alabanzas el gran Miguel,
a quien ya nos cuenta cuentos de abril
o poemas llenos de sangre y hiel.

Para él la palma con el laurel
que en manos de España listas están,
 pues mil nobles lenguas diciendo van
que han sido ganadas en buena lid
por el otro manco que hay en Madrid,
don Ramón María del Valle-Inclán.
Señor, que en Galicia tuviste cuna,
mis dos manos estas flores te dan,
amadas de Apolo y de la Luna,
cuya sacra influencia siempre nos una,
don Ramón María del Valle-Inclán.

(Rubén Darío. "Balada laudatoria a Ramón María del Valle-Inclán").
⑰ PARALELA.
Descripción que se hace de dos personas o de personajes, en la cual se contraponen sus características mediante oposición, para que ciertas características y diferencias entre cada uno de los personajes destaquen con mayor acentuación y fuerza. La descripción en paralelo se puede hacer sobre personajes reales o ficticios.
Recordemos las "Vidas paralelas" de Plutarco.

⑱ CARACTERISMO.
Descripción de la forma de hablar, expresarse o comunicarse un individuo, y que conlleva peculiaridades etopéyicas.

■ DESCRIPCIÓN DE COSAS.
① CRINOGRAFÍA.
La obeictografía o crinografía consiste en describir un objeto de manera detallada y ordenada, dando respuesta, al menos, a las siguientes preguntas:

1. ¿Qué es?
2. ¿cómo es?
relacionado con el tacto:
¿De qué material está hecho?
¿Qué forma tiene?
¿Cuál es su textura?
¿qué tamaño tiene?
¿cuál es su peso?
relacionado con la vista:
¿De qué color es?
relacionado con el gusto:
¿cuál es su sabor?
relacionado con el olfato:
¿Cuál es su olor?
relacionado con el oído:
¿Cómo suena o qué sonidos emite?
3. ¿De qué partes se compone?
De arriba abajo o viceversa
De dentro afuera o viceversa
4. ¿Para qué sirve?
5. ¿Quién lo usa?
6. ¿Dónde se usa?
7. ¿Quién lo creó, inventó, modificó...?
8. ¿Cuándo se creó, inventó, modificó...?
...
Ahora bien, este tipo de descripción tan exhaustiva corresponde a textos científicos, enciclopédicos, etc. En literatura se suele hacer una selección a la hora de describir los objetos.
Apartado ázia la Rexa del Pueblo, catorze pies de los Túmulos, se plantó vn Árbol de luzes, vn Candelero de Bronze, de extraordinaria hechura, y grandeza. Tenia quinze pies de alto; los tres se llevaba vn Pedestal fuerte, que le servia de fundamento, sobre quien cargava vna Coluna redonda, de seis de altura, vestida de hermosos Festones, que subiendo en diminución, sustentava vn Jarrón, que le servia de Chapitel, con vn Baraustre istriado, que á siete pies dava fin, rematando en vna Arandela para vna Hacha. Del Jarron, por vn lado, y por otro, salian diverfos ramos, poblados de hojas, Vichas, y Mascarones, partiendose en otros, que haziendo ayrosos Duelos, y salidas, bolvian à tocar en el tronco (llamémosle assi) saliendo luego en proporcionada igualdad, à rematar en ocho Arandelas para otras tantas Hachas, que en contorno de la de en medio, la dexavan mas elevada, y crecida. Llenó, y autorizò mucho la magestad de los Túmulos, este Árbol, que con frutos de luzes alumbró en ellos tan altos desengaños.
(Francisco de los Santos. Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial...". Madrid: Imprenta de Juan García, 1598, pag. 153).
—¿Y se han llevado muchas cosas?
—Joyas, plata, algo de dinero..., lo típico. Casi nada de excesivo valor. Lo más valioso: un anillo de oro y diamantes valorado en varios millones de pesetas.
—¡Dios! ¿Se trata del anillo del diamante?
El inspector sacó su libreta de notas y un bolígrafo e hizo en ella una consulta rápida.
—Efectivamente, por la descripción que dio la dueña de la casa, puede tratarse de ese anillo.
—Yo se lo regalé antes de casarnos.
—¿Puede darme alguna información más detallada sobre esa joya?, ¿alguna descripción?
—Pues no sé qué decirle... Hace años que no lo he visto. Era un aro de oro de veinticuatro quilates con un diamante grande color coñac rodeado por otros más pequeños, no sé como decirle...

(Rufas Tenas, José Ignacio. "El anillo de Alejandra". 2003, pág. 70).
El método de descripción de objetos también se puede llevar a cabo a través de comparación con otro u otros objetos, estableciendo analogías de semejanzas y diferencias.

② SOMATOPEYA.
Descripción por la cual se da forma corpórea a elementos o conceptos que no la tienen. Por ejemplo, describir a la justicia como una mujer vendada y con una balanza y espada.

③ PRAGMATOGRAFÍA.
Descripción de cosas, sucesos o acciones.

Lo que sí le molestaba, era el procedimiento de sacar los muertos del carro en donde los traían del depósito del hospital. Los mozos cogían estos cadáveres, uno por los brazos y otro por los pies, los aupaban y los echaban al suelo. Eran casi siempre cuerpos esqueléticos, amarillos, como momias. Al dar en la piedra, hacían un ruido desagradable, extraño, como de algo sin elasticidad, que se derrama; luego, los mozos iban cogiendo los muertos, uno a uno, por los pies y arrastrándolos por el suelo; y al pasar unas escaleras que había para bajar a un patio donde estaba el depósito de la sala, las cabezas iban dando lúgubremente en los escalones de piedra. La impresión era terrible; aquello parecía el final de una batalla prehistórica, o de un combate de circo romano, en que los vencedores fueran arrastrando a los vencidos. Hurtado imitaba a los héroes de las novelas leídas por él, y reflexionaba acerca de la vida y de la muerte; pensaba que si las madres de aquellos desgraciados que iban al “spoliarium”, hubiesen vislumbrado el final miserable de sus hijos, hubieran deseado seguramente parirlos muertos.
(Pío Baroja. "El árbol de la ciencia").
Cercado es -cuanto más capaz, más lleno-
de la fruta el zurrón, casi abortada,
que el tardo otoño deja al blando seno
de la piadosa hierba encomendada:
la serba, a quien le da rugas el heno;
la pera, de quien fue cuna dorada
la rubia paja y, palida tutora,
la niega avara y pródiga la dora.

Erizo es el zurrón de la castaña
y -entre el membrillo, o verde o datilado -
de la manzana hipócrita, que engaña
a lo pálido no, a lo arrebolado,
y de la encina -honor de la montaña,
que pabellón al siglo fue dorado-
el tributo, alimento, aunque grosero,
del mejor mundo, del candor primero.
(Luis de Góngora. "Fábula de Polifemo y Galatea". Estrofas X-XI).
El zurrón -cuanto más capaz, más lleno-
es cercado de la fruta, casi abortada,
que el tardo otoño deja encomendada
al blando seno de la piadosa hierba:
la serba, a quien da rugas el heno;
la pera, de quien la rubia paja fue cuna dorada
y [como una] pálida tutora,
la niega avara y la dora pródiga.

El zurrón es erizo de la castaña
y -entre el membrillo, o verde o datilado-
de la manzana hipócrita, que engaña
no a lo pálido [sino] a lo arrebolado,
y [d]el tributo de la encina
-honor de la montaña, que fue pabellón
al siglo dorado- alimento, aunque grosero,
del mejor mundo, del candor primero.
■ DESCRIPCIÓN DE ANIMALES.
① ZOOGRAFÍA.
La descripción de los animales, atendiendo a paramétros como forma, color, extremidades, desplazamiento, nacimiento, función, alimentación, tamaño, cuerpo cubierto, etc, se denomina zoografía. Este tipo de descripción es fundamentalmente científica.

La literaria siempre selecciona elementos, y puede describir animales reales o fantásticos (el minotauro, Escila, la medusa Gorgona, el ave Fénix, el caballo alado Pegaso, los dragones Aspido y Basilisco, los centauros, la hidra de Lerne de siete cabezas, el fiero puerco de Arcadia, etc.).
[Garrosa Resina, A. (1985). "La tradición de animales fantásticos y monstruosos en la Edad Media", in Castilla: Estudios de literatura, 9-10 (1985), pp. 77-101].

Estos animales muchas veces se convierten en símbolos: recordemos el cisne parnasiano y rubendaniano, el toro hernandiano, etc...
[Martínez Cuadrado, Jerónimo (2002). "El cisne, leit-motiv de la poesía parnasiana, simbolista y modernista", in Anales de Filología Francesa, 10 (2001-2002), pp. 83-99]

Veamos la descripción de la serpiente de Calabrai, que hace Virgilio:

Existe también en los bosques calabreses aquella malvada sierpe, que, cuando levanta el pecho, descubre su escamosa espalda y su largo vientre salpicado de grandes manchas. Ésta, mientras brotan de sus fuentes los arroyos y las tierras están húmedas con la fresca primavera y los lluviosos Austros, vive en los estanques y, habitando sus orillas, sacia, cruel, su voracidad ansiosa con peces y con parleras ranas. Mas, después que se ha secado la laguna y las tierras se abren con el ardor del sol, salta sobre la tierra seca y, revolviendo sus llameantes ojos, se enfurece por los campos, exasperada por la sed y fuera de sí por el exceso del calor.
[Virgilio Marón, Publio.- Geórgicas. III, vv. 425-435].
Otros ejemplos, son:

Como góndola que viene de las islas del ensueño
adelanta el cisne blanco de inviolada vestidura;
un hostiario milagroso se creyese su figura
donde guarda el sol las hostias virginales de que es dueño.

Oración de plumas finge su ropón casto y sedeño,
metafísico es el traje que lo viste de blancura,
y desfila la Belleza bajo el arco de hermosura
de su lírica garganta de que Dios hizo el diseño.

Cual sus manos conmovidas junta y abre el sacerdote,
abre y cierra tus dos alas, y tu misa" ¡oh cisne! flote
sobre el haz de tu plumaje de alabastro y de Carrara.


Con tu pico alza la Forma por encima de tu cuello,
tú, Ministro de lo blanco, tú, Ministro de lo bello,
cual si alzases a la luna de los mármoles de un ara.
(Salvador Rueda. "El cisne", en "La procesión de la naturaleza", donde compone todos los poemas dedicados a animales).
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón; que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tien´asero…
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

(Juan Ramón Jiménez. "Platero y yo")
(...)Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas
cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.

Oh fiera independiente
de la casa, arrogante
vestigio de la noche,
perezoso, gimnástico
y ajeno,
profundísimo gato,
policía secreta
de las habitaciones,
insignia
de un
desaparecido terciopelo,
seguramente no hay
enigma
en tu manera,
tal vez no eres misterio,
todo el mundo te sabe y perteneces
al habitante menos misterioso,
tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios, tíos
de gatos, compañeros,
colegas,
discípulos o amigos
de su gato (...)

(Pablo Neruda. "Oda al gato").
② FITOGRAFÍA.
La fitografía es la descripción de las plantas. Igualmente, como en las descripciones anteriores, si son descripciones científicas muy detalladas (botánica descriptiva) empleará una serie de parámetros (principios taxonómicos) muy rígidos.

Comparemos una descripción científica y otra literaria de la rosa.

Los rosales son arbustos o trepadoras (a veces colgantes) generalmente espinosos, que alcanzan entre 2 a 5 metros de alto, en ocasiones llegan a los 20 m trepando sobre otras plantas. Tienen tallos semileñosos, casi siempre erectos (a veces rastreros), algunos de textura rugosa y escamosa, con notables formaciones epidérmicas de variadas formas, persistentes y bien desarrolladas (aguijones). Las hojas pueden ser perennes o caducas, pecioladas e imparipinnadas con entre 5 a 9 folíolos de borde aserrado y estípulas basales. Es frecuente la presencia de glándulas anexas sobre los márgenes, odoríferas o no. Las flores, que surgen en inflorescencias racimosas, formando corimbos, son generalmente aromáticas, completas y hermafroditas; regulares, con simetría radial (actinomorfas). El perianto está bien desarrollado. El hipanto o receptáculo floral prominente en forma de urna (tálamo cóncavo y profundo). El cáliz es dialisépalo, de 5 piezas de color verde. Los sépalos pueden ser simples, o a veces de forma compleja con lobulaciones laterales estilizadas. Corola dialipétala, simétrica, formada de 5 pétalos regulares (o múltiplos de 5), a veces escotados, y de variados colores llamativos, también blancos. La corola suele ser "doble" o "plena" por transformación de los estambres en pétalos, mayormente en los cultivares. El androceo está compuesto por numerosos estambres dispuestos en espiral (varios verticilos), generalmente en número múltiplo de los pétalos (5x). El gineceo apocárpico (compuesto por varios pistilos separados). Nectario presente, que atrae insectos para favorecer la polinización, predominantemente entomófila. Perigina (ovario medio), numerosos carpelos uniovulados (un primordio seminal por cada carpelo), así cada carpelo produce un aquenio. El fruto de la flor es el escaramujo, un tipo de infrutescencia denominada cinorrodón. Está compuesto por múltiples frutos secos pequeños (poliaquenio) separados y encerrados en un receptáculo carnoso (hipantio) y de color rojizo vistoso cuando está maduro.
(Rosa, in wikipedia).
Yo también hablo de la rosa.
Pero mi rosa no es la rosa fría
ni la de piel de niño,
ni la rosa que gira
tan lentamente que su movimiento
es una misteriosa forma de la quietud.

No es la rosa sedienta,
ni la sangrante llaga,
ni la rosa coronada de espinas,
ni la rosa de la resurrección.
No es la rosa de pétalos desnudos,
ni la rosa encerada,
ni la llama de seda,
ni tampoco la rosa llamarada.

No es la rosa veleta,
ni la úlcera secreta,
ni la rosa puntual que da la hora,
ni la brújula rosa marinera.

No, no es la rosa rosa
sino la rosa increada,
la sumergida rosa,
la nocturna,
la rosa inmaterial,
la rosa hueca.

Es la rosa del tacto en las tinieblas,
es la rosa que avanza enardecida,
la rosa de rosadas uñas,
la rosa yema de los dedos ávidos,
la rosa ciega.

Es la rosa moldura del oído,
la rosa oreja,
la espiral del ruido,
la rosa concha siempre abandonada
en la más alta espuma de la almohada.

Es la rosa encarnada de la boca,
la rosa que habla despierta
como si estuviera dormida.
Es la rosa entreabierta
de la que mana sombra,
la rosa entraña
que se pliega y expande
evocada, invocada, abocada,
es la rosa labial,
la rosa herida.

Es la rosa que abre los párpados,
la rosa vigilante, desvelada,
la rosa del insomnio desojada.

Es la rosa del humo, la rosa de ceniza,
la negra rosa de carbón diamante
que silenciosa horada las tinieblas
y no ocupa lugar en el espacio.
(Xavier Villaurrutia. "Nocturno rosa").

REALIDADES ABSTRACTAS.

■ DESCRIPCIÓN DE SENTIMIENTOS.
① PATOPEYA.
Descripción de los sentimientos, sensaciones, emociones, etc. (el dolor, el miedo, la angustia, la felicidad, el amor, el odio, la esperanza…).
Y cuando el rostro de ojos vaciados se acerca al tuyo, despiertas con un grito mudo, sudando, y sientes esas manos que acarician tu rostro y tu pelo, esos labios que murmuran con la voz más baja [...]. Alargas tus propias manos para encontrar el otro cuerpo, desnudo, que entonces agitará levemente el llavín que tú reconoces, y con él a la mujer que se recuesta encima de ti […] pero hueles en su pelo el perfume de las plantas del patio, sientes en sus brazos la piel más suave y ansiosa, tocas en sus senos la flor entrelazada de las venas sensibles, vuelves a besarla y no le pides palabras.
(Carlos Fuentes. "Aura").
■ DESCRIPCIÓN DE ESPACIOS.
① TOPOGRAFÍA.
Cuando describimos un paisaje estamos hablando de "topografía". La descripción de un paisaje conlleva una ordenación visual, que puede ir de lo más general a lo particular, o a la inversa; haciendo zoom desde el fondo hacia lo más cercano o a la inversa; de derecha a izquierda o a la inversa...; describiendo todos sus elementos o sólo los que nos interesa seleccionar; con precisión o minuosidad, o a través de pinceladas destacables; remarcando impresiones o no, difuminando, atrayendo colores, luz, espacios, formas, y todos los componentes sinestésicos que queramos (olores, ruidos, tacto...); eligiendo momentos concretos del día (amanecer, atardecer, anochecer...), estacionales (primaverales, otoñales...), de accidentes atmosféricos (lluvia, niebla...), etc.

La formulación lingüística de la topografía abunda en sustantivos comunes concretos y topónimos, adjetivos especificativos y nula progresión en el tiempo del relato, incluyendo valoraciones personales del observador.

Los elementos lingüísticos para situar y localizar los objetos en el espacio más usados son los marcadores espaciales o deícticos de lugar, que son:

Sintagmas preposicionales (con preposiciones como "en, sobre, bajo"), funcionando de complementos circunstanciales de lugar: La señora está en la tienda.
Adverbios de lugar funcionando de complementos circunstanciales de lugar: aquí, allí, encima, afuera, arriba, debajo, delante, enfrente, detrás, fuera, cerca, lejos, etc.
Determinantes y pronombres demostrativos: Esa casa, esta casa...; enfrente de esta, de aquella, etc.
Verbos de movimiento.
Veamoslo:
"A lo lejos una torrentera rojiza rasga los montes; la torrentera se ensancha y forma un barranco; el barranco se abre y forma una amena cañada. Refulge en la campiña el sol de agosto. Resalta, al frente, en el azul intenso, el perfil hosco de las Lometas; los altozanos hinchan sus lomos; bajan las laderas en suave enarcadura hasta las viñas. Y apelotonados, dispersos, recogidos en los barrancos, resaltantes en las cumbres, los pinos asientan sobre la tierra negruzca la verdosa mancha de sus copas rotundas. La luz pone vivo claror en los resaltos; las hondonadas quedan en la penumbra; un haz de rayos que resbala por una cima hiende los aires en franja luminosa, corre en diagonal por un terreno, llega a esclarecer un bosquecillo. Una senda blanca serpentea entre las peñas, se pierde tras los pinos, surge, se esconde, desaparece en las alturas. Aparecen, acá y allá, solitarios, cenicientos, los olivos; las manchas amarillentas de los rastrojos controlan con la verdura de los pámpanos. Y las viñas extienden su sedoso tapiz de verde claro en anchos cuadros, en agudos cornijales, en estrechas bandas que presidían blancos ribazos por los que desborda la impetuosa verdura de los pámpanos.
La cañada se abre en amplio collado. Entre el follaje, allá en el fondo, surge la casa con sus paredes blancas y sus techos negruzcos. Comienzan las plantaciones de almendros; sus troncos se retuercen tormentosos; sus copas matizan con notas claras la tierra jalde. El collado se dilata en ancho valle. A los almendros suceden los viñedos, que cierran con orla de esmeralda el manchón azul de una laguna. Grandes juncales rompen el cerco de los pámpanos; un grupo de álamos desmendrados se espejea en sus aguas inmóviles.
A la otra parte de la laguna recomienza la verde sabana. Entre los viñedos destacan las manchas amarillentas de las tierras paniegas y las manchas rojizas de las tierras protoxidadas con la labranza nueva. Ejércitos de olivos, puestos en linos cuidadosos, descienden por los declives; solapadas entre los olmos asoman las casas de la Umbría; un tenue telón zarco cierra el horizonte. A la izquierda se yergue el cabezo árido de Cabreras; a la derecha el monte de Castalla avanza decidido; se detiene de pronto en una mella enorme; en el centro, sobre el azul del fondo, resalta el ingente peñón de Sax, coronado de un torreón moruno".
(Azorín (seud. de José Martínez Ruiz).- Antonio Azorín. Primera Parte. I).

Algunas características de la descripción topográfica son:
a) Sirve para enmarcar a los personajes en una acción: decorado ambiental. Este cierre puede ser:
• una mera recreación convencional
"Entróse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando a los dos en una por donde corría un pequeño y manso arroyo, a quien hacían sombra agradable y fresca otras peñas y algunos árboles que por allí estaban"
(Miguel de Cervantes. El Quijote).
• imaginario (y entonces recibe el nombre de topotesia, como veremos más abajo). Veamos una descripción "idílica" del Tajo,
...Cuyas riberas claras coronadas
de blancas flores, de purpúreas rosas,
de plantas ameníssimas cercadas,
quales muy raras, quales muy copiosas,
vnas suben al cielo leuantadas,
otras caen en las aguas sonorosas,
haziendo todas con sus sombras bellas
vmbrosos valles en el claro dellas.

Sube la yedra con el olmo asida
y en otra parte con la vid ligado;
ellas reciben de su arrimo vida
y él de sus hojas ornamento amado;
cuya bella corona sacudida
mansamente del ayre regalado,
ya se mira en el agua, y se retira,
y luego buelue, y otra vez se mira.

El verde mirto y el laurel hermoso,
aquél a Venus, éste a Febo caro;
el derecho ciprés y álamo vmbroso,
aquél oscuro y éste verde claro;
el plátano y el cedro, y oloroso
sobre todos gentil líbano raro,
su lugar apacible coronando,
aquí y allí los tray el ayre blando.

Entre cuyas vmbrosas ramas bellas,
Filomena dulcíssima cantando
ensordece la selua con querellas,
su grauíssimo daño lamentando;
lleuan los ayres los acentos dellas
los montes y las cueuas resonando,
de donde, con tristíssimo gemido,
eco responde al canto dolorido.

Donde mirando los alegres prados,
valles vmbrosos y árboles floridos,
de blancas, rojas flores matizados,
vnos brotando y otros florecidos,
los dorados cristales sossegados,
los animosos vientos desparcidos,
la Primavera con la bella Flora
que vna los viste y otra los colora..."

[Torre, Francisco de la. "Bucólica I", in Poesías. Madrid: Espasa-Calpe, 1969.
Cfr.: Pérez-Abadín Barro, Soledad. "La Bucólica del Tajo de Francisco de la Torre como poemario pastoril: visión de conjunto", in Criticón, 105 (2009), pp. 85-116]
suntuoso o no,
Llueve; la tarde triste y nebulosa.
Al beso de la lluvia fecundante
su frente inclina la purpúrea rosa,
como al ósculo fresco del amante
la enamorada virgen ruborosa.
El agua cristalina
en las frondosas ramas centellea,
cual joya de diamantes que campea
en los bellos cabellos de una ondina
el ruiseñor se oculta y enmudece,
busca el nido la obscura golondrina,
la floresta reluce y se estremece,
y la lluvia, entretanto, gime y llora,
y con sus hilos fúlgidos parece
arpa gigante de cristal sonora.

(Manuel Reina Montilla. "El sueño de una noche de verano").
fruto de la tradición literaria o no
"el sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento..."
(Miguel de Cervantes. El Quijote).
inserto en la realidad e identificable...
b) No sólo estamos hablando de la descripción de un paisaje, entendido éste como conjunto de elementos naturales, sino también cualquier disposición de objetos de producción humana, resaltando, por tanto, los interiores:
La casa vivienda era pobre, vieja y no muy amplia. Sin embargo, tenía lo que presta a las casas de los labradores asturianos mucho atractivo, una solana cuadrada abierta solamente por uno de los lados. Esta es siempre una pieza agradable ; se toma el son en ella, se trabaja, se juega; representa lo que el comedor entre los burgueses. A los dos lados de esta pieza había dos buenos cuartos: en uno dormía el matrimonio y en el otro la hija, Carmela. En la planta baja, una gran cocina con pavimento de losas; a un lado y otro dos dormitorios más chicos que los de arriba, en el uno se acomodaba Telesforo, y el otro, un cuarto trastero donde había también un grande y viejo armario que guardaba la ropa blanca y lo mejorcito de vestir que la familia poseía para los días festivos. La casa contaba, además con vasto desván, que en ciertas épocas del año se hallaba repleto de ristras de maíz y diversos frutos, nueces, avellanas, cebollas, patatas, etc.
La gran cocina tenía un lar que levantaba medio metro del suelo. Encima de él, a bastante altura, había un techo formado por varas de avellano entretejidas, llamado sardo, en el cual se colocaban las castañas para secarse y hacerse pilongas. Como el humo no tenía otro escape que el de las rendijas del sardo, a menudo la cocina se llenaba de él y se hacía insoportable para quien no estuviese acostumbrado. Había una espetera con pobre y ordinaria vajilla de barro y cacerolas de hierro y hoja de lata, con cucharas y tenedores de madera de boj. Una enorme masera donde se amasaba el pan y la borona y después se guardaba. A un lado se abría el boquete del horno para cocer el pan, pues para la borona se seguía otro método: después de amasada, previamente limpio y arrojado el lar, se colocaban sobre él las boronas en forma de grandes quesos, se las cubría con hojas de castaño y sobre ellas una capa de ceniza enrojecida. Al cabo de algunas horas, la borona estaba cocida. Esparcidas, unas cuantas tajuelas y adosado al muro un escaño de madera, que el humo y el uso habían puesto negro. Sobre el fregadero de piedra, y colgadas de una repisa, tres herradas con sus grandes aros brillantes de hierro, y, suspendidos de ellas, sendos cangilones de metal amarillo con rabo de hierro para sacar el agua.
Era pobre la casa de Juan Quirós; pero mejor, con todo, que las de la mayoría de sus vecinos. Del techo de la cocina colgaban tocinos, jamones y chorizos. Todo indicaba que allí no se comía mal. Aparte del pote de judías y berzas aderezado con lacón, tocino y longaniza, se decía en el lugar, con señales de respeto, que en casa del tío Juan de los Campizos se mataba todos los domingos un pollo o una gallina.
La pomarada y la huerta no estaban cercadas por muro de piedra, sino por fuerte barganal; esto es, por estacas de castaño o roble unidas por varas entretejidas de avellano. Muy próximo a la casa, el establo, capaz para cuatro vacas y otros tantos terneros; encima, el pajar, llamado en el país tenada. Adosado al establo había un cobertizo sostenido por toscas columnas de madera, en el cual se guardaba el carro, la leña, el arado y otros aperos de la labranza. Próximo al establo se alzaba un enorme montón bien alineado de abono. Todo esto se hallaba situado detrás de la casa, en el llamado pradín de arriba. Por delante, como ya se ha dicho, el antiguo camino áspero y estrecho, como son casi todos en la aldea, por dónde sólo puede pasar un carro tirado por vacas y las caballerías.

(Armando Palacio Valdés. Sinfonía pastoral. Novela de costumbres. Laviana: Ayuntamiento de Laviana-Gráfcias Ápel, 2008, pág. 111-114).
Era en el café acabado de abrir de Marineda, […] Nos tenía deslumbrados a todos la riqueza de las vidrieras, con cifras y arabescos, las doradas columnas, los casetones del techo con sus pinturas de angelitos de rosado traserín y azules alas, y particularmente la profusión de espejos, que revestían de alto a bajo las paredes: enormes lunas abiseladas, venidas de Saint-Gobain […], y que copiaban, centuplicándose, los mecheros de gas, las cuadradas mesas de mármol y los semblantes de las bellezas marinedinas […] en las apacibles tardes de verano".
(Emilia Pardo Bazán. Cuentos de Marineda).
c) Puede servir para crear un ritmo en la narración: el prestar atención al medio ambiente, provoca un remansamiento después de un pasaje de acción o bien una impaciente espera cuando interrumpe la narración en un momento crítico.

d) Incluso las acciones o actitudes de los personajes pueden ir acordes con la evolución de la descripción del paisaje realizada:

"El tiempo era de perros; diluviaba, y el viento redondo de Marineda sacudía los edificios y rugía furioso al través de las bocacalles. […] La lluvia se precipitaba de lo alto del cielo en ráfagas furiosas, batidas por el viento loco, que obligaba al Doctoral a pararse rendido. El agua, que, penetrando al través del raído manteo, llegaba ya a las carnes del venerable apóstol, era helada, y su cruel frialdad creía él sentirla, […] La plaza anchísima y salpicada de charcos; las lúgubres callejuelas del barrio viejo; el largo descampado del Páramo de Solares; la solitaria calle Mayor, por el día tan concurrida y animada; luego el paseo de las Filas, donde el aguacero, en vez de aplacarse, se convirtió en diluvio".
(Emilia Pardo Bazán. Cuentos de Marineda).
d) La descripción topográfica sirve para que el autor transmita cierta información al lector. Es un recurso que determina los campos semánticos, la utilización de ciertos personajes, el uso de algunas escenas estereotipadas, la utilización de ciertos rasgos psicológicos, un lenguaje más o menos crítico...:
Los palcos se habían disputado como si fuesen asientos en el cielo, a la diestra de Nuestro Señor. En cada uno se reunían dos familias, de modo que parecían retablos de ánimas. Las señoras se habían sacado del ropero lo mejorcito, y muchas se habían encargado trajes para el caso. Predominaban los escotes, y veíase, como en el Real en días solemnes, mucho hombro blanco, algunos brillantes, guantes largos, abanicos de nácar, que agitaban un ambiente de perfumes. […] en el palco de la Pecera y en las butacas, los admiradores locos de la beneficiada […]. Por hallarse tan atestado el teatro, en los huecos que quedan entre butacas palcos se habían colocados sillas […] no hablemos de la cazuela, confuso hervidero de cabezas humanas: abajo se murmuraba misteriosamente que arriba se ocultaban personas decentísimas, gente de lo mejor del pueblo".
(Emilia Pardo Bazán. Cuentos de Marineda).
e) Esta descripción implica la mirada de un personaje de donde se sigue la necesidad de introducir tal personaje y de situarlo ante el objeto; o la mirada del narrador.
"Desde aquella altura se ofreció a su vista un panorama que produjo en su ánimo fuerte impresión de sublime pavor. El incendio iluminaba toda la población, y las torres, los altos miradores, las chimeneas de la ciudad gótico-mozárabe, proyectando su desigual sombra sobre los irregulares tejados, parecían otros tantos espectros de distinto tamaño y forma, descollando entre todos la torre de la Catedral, que parecía cuatro veces mayor de lo que es, teñida de un vivo fulgor escarlata, y presidiendo como un gigante vestido de púrpura aquel imponente espectáculo. Volviendo la vista a otro lado vio el Tajo, describiendo ancha curva alrededor de la ciudad y precipitándose por su estrecho cauce con la hirviente rabia que es propia de aquel río impaciente y vertiginoso, que parece huir siempre de sí mismo. La tierra rojiza que arrastra ordinariamente y el reflejo de las llamas de aquella noche, le asemejaban a un río de sangre, y en verdad, atendido el papel histórico de la ciudad que circunda, por el Tajo nos parece que corre sin cesar la ilustre sangre de tantas luchas, sangre goda, árabe, castellana, tudesca y judía, vertida a raudales en aquellas calles durante diez siglos de dolorosas glorias.
Susana no vio nada de esto en la corriente, porque en aquel momento no cabían en su espíritu sino cierta clase de pensamientos, y sólo la consideración de la propia desdicha, y tal vez algún propósito violentamente germinado en su cerebro, le ocupaban durante el breve espacio que empleó en recorrer con su vista aquel espantable panorama".

(Benito Pérez Galdós. El audaz. Cap. XXX)).
“Yo veo las llanuras dilatadas, inmensas, con una lejanía de cielo radiante y una línea azul, tenuemente azul, de una cordillera de montañas. Nada turba el silencio de la llanada; tal vez en el horizonte aparece un pueblecillo, con su campanario, con sus techumbres pardas. Una columna de humo sube lentamente. En el campo se extienden, en un anchuroso mosaico, los cuadros de trigales, de barbechos, de eriazo. En la calma profunda del aire revolotea una picaza, que luego se abate sobre un montecillo de piedras, un majano, y salta sobre él para revolotear luego otro poco. Un camino, tortuoso y estrecho, se aleja serpenteando; tal vez las matriarias inclinan en los bordes sus botones de oro. ¿No está aquí la paz profunda del espíritu? Cuando en estas llanuras, por las noches, se contemplen las estrellas con su parpadear infinito, ¿no estará aquí el alma ardorosa y dúctil de nuestros místicos?”
(Azorín. "España").
f) Puede provocar, además, de un modo gradual, reacciones en cadena en el interior de la narración y condicionar el conjunto de la economía narrativa.

Es lo que en el lenguaje del cine se denomina "travelling", que describe no sólo un espacio, o el movimiento y las evoluciones de un actor en un decorado, sino que atrapa la duración de ese instante, la duración del sentimiento que se expresa en el relato o aquél que se despierta en el espectador (lector).

g) Posibilita abrirnos a nuevas sensaciones plásticas, pintándonos el paisaje, por lo que la luz, el color, las figuras, movimientos, vida que hay en él, son muy importantes:

"En las laderas del Aviero, precipitándose como cascadas de púrpura y oro viejo hacia el hondo cauce del río, no se había visto cosecha más bendita que la del año… bueno el año no importa. Además de la abundancia, la uva estaba rechoncha y tenía su flor de miel, su pegajosidad de terciopelo. Cada grano era un repleto odrecillo, ni duro ni blando, reventando de zumo. Y los colores, en el tinto como en el blanco, intensos y muy iguales".
(Emilia Pardo Bazán. Racimos.)

“Me quedé en la vega á esperar la noche, lleno de melancólico pesar por aquel día más que se llevaba el sol y lleno de dulce anhelo por que entrase la apaciguadora noche. Era en mí un sólo y mismo sentimiento la tristeza del pasado y la esperanza del porvenir, como eran una misma cosa en la franja violácea del crepúsculo la luz del sol recién muerto y la sombra de la naciente noche.
Reducidos los colores a matices al fundirse en el gradual derretimiento de la luz diurna, volvían a entrar las formas todas en la comunión del conjunto; abandonadas del sol, abrazábanse en el campo, con dulce armonía, bajo la difusa claridad del cielo, por el que iba infiltrándose desde el ocaso la oscuridad nocturna. No se hacían ya sombras unas cosas a otras. Y era a la vez como si perdiendo toda su materialidad tangible se hubiese convertido en mera vestidura del espacio, en forma gloriosa de la creación invisible.
Heraldo de la noche, salió á impedirme con su frescura el que cayese ó en completa enajenación ó en ensimismamiento, la brisa terral que iba á recoger de las praderas y sembrados el cansancio del caluroso día y á llevarles la buena nueva del descanso de la noche, de la noche que se despide de los campos con lágrimas de rocío. Resonó el toque de ángelus del campanario del lugarejo y fué como voz que brotara de la llanura misma para elevarse al cielo limpio y desde allí descender, purificada, sobre los campos, en ecos que se apagaban derritiéndose con la luz en el silencio solemne.
Desligándoseme la fantasía entonces, empezó á derretirse también en imágenes crepusculares, mientras que por debajo de ella, como su firme roca sustentadora, descansaba en mí el sentimiento del fluir de las horas en el tiempo irrevertible".

(Miguel de Unamuno. "Fantasía crepuscular").

h) Crea un ambiente determinado (de misterio, de terror, de paz, de alegría...). Evoca: "Una ruina, una montaña, un atardecer o un huracán debe evocar y, por tanto, reflejar plásticamente, no fenómenos orográficos o climatológicos, sino estados de la subjetividad" [Argullol, R.. La atracción del abismo: un itinerario por el paisaje romántico. Barcelona: Destino, 2000. pp. 68-69]:
"Todo estaba abandonado en el caserón; aquella gente labriega tenía los muebles destrozados, y las camas torneadas, de columnas salomónicas, […] me asomé a un balcón que daba al antiguo jardín de mirtos […] El jardín era ya bosquete confuso y enmarañado. Cada planta había crecido a su talante, y la forma severa y geométrica del diseño ni adivinarse podría. Arboles enormes se destacaban sobre la masa de verdor oscuro, y a trechos las sendas y glorietas aún blanqueaban. Olores de miel subían de los macizos en flor. A lo lejos, la ría enroscaba su lomo de dragón de plata, dormido bajo los ópalos misteriosos de la luna. Se escuchaba el cristalino gotear de una fuente, ocultaba entre los arbustos, que, sin duda, en otro tiempo manó hermoso chorro de agua.".
(Emilia Pardo Pazán. Bajo la Losa).
h) Los paisajes han ido cambiando a lo largo del tiempo. Para el hombre de hoy, la Naturaleza, a través del campo, del mar o del cielo, es principalmente paisaje. Pero también el urbano, con sus propios componentes.

Para los griegos la Naturaleza era silvestre y agreste ("locus agresti") o remanso de paz ("locus amoenus"). Este "locus amoenus" de rústico pasó a ser en la Edad Media más urbano, de ambiente primaveral; con presencia del elemento acuático, ya sea como fuente o arroyo límpidos; árboles que ofrezcan sombra; una temperatura suave; las flores y el canto de los pájaros..., ideal para situar las escenas de amor cortés y caballerescas. Se buscaba recuperar el "Jardín perdido de Edén". Para la literatura de Al-Andalus, el paisaje de huerto, con árboles frutales y ruido de agua, era el más placentero. Para los románticos el paisaje refleja su estado anímico. Por tanto, los cánones de la naturaleza han cambiado mucho.

Comparemos estos tres paisajes descritos en épocas diferentes:

"Una extensa y abierta llanura rodeada por montañas, montañas que tienen sus cimas cubiertas por antiguos bosques de altos árboles. Allí la caza resulta abundante y variada. Desde las cumbres bajan por sus laderas bosquecillos de árboles maderables, en medio de los cuales hay colinas fértiles y cubiertas de una abundante capa de humus (pues no es fácil encontrar roca alguna aunque la busques) que no ceden en riqueza a los campos más llanos, y donde madura una excelente cosecha de cereales, más tardía es cierto, pero no de inferior calidad. Al pie de estos sembrados, por todos lados, se extienden unos viñedos, que, al entrelazarse entre sí, presentan en una ancha y larga superficie una panorámica uniforme, en cuyo límite nacen unos arbustos, que forman, por así decirlo, el reborde inferior de la colina. A continuación vienen prados y tierras de labor, tierras que no pueden ser roturadas a no ser con enormes bueyes y pesadísimos arados: el suelo es tan compacto que cuando se le abre por primera vez se levanta en grandes terrones, de modo que sólo a la novena arada se lo domeña. Los prados, floridos y brillantes como tachonados de gemas, crían tréboles y otras delicadas hierbas siempre tiernas como si fuesen nuevos brotes. En efecto, todos estos prados se alimentan de caudales inagotables, pero en las zonas donde más agua fluye no se forma ninguna zona pantanosa, pues la tierra, al estar en pendiente, vierte en el Tíber toda el agua que recibe y no puede absorber. El río, navegable, corre a través de los campos y transporta hasta la ciudad todos los productos de la tierra, pero sólo en invierno y primavera; en verano baja el nivel y abandona el nombre de gran río en su lecho arenoso, que recupera en otoño. Sentirías un gran placer si pudieses contemplar el paisaje desde un altozano, pues te parecería que estás contemplando no un paisaje real, sino una pintura de excepcional belleza: esa variedad, esa armonía existente en cualquier sitio adonde dirijas la mirada, reanima el espíritu".
(Plinio el Joven. Carta a Domicio Apolinar)
"Aquí se ve en cualquiera sazón del año andar la risueña Primavera con la hermosa Venus en hábito sucinto y amoroso, y céfiro, que la acompaña, con la madre Flora delante, esparciendo a manos llenas varias y odoríferas flores. Y la industria de sus moradores ha hecho tanto, que la Naturaleza, incorporada con el Arte, es hecha artífice y connatural del Arte, y de entrambas a dos se ha hecho una tercia Naturaleza, a la cual no sabré dar nombre. De sus cultivados jardines, con quien los huertos Hespérides y de Alcino pueden callar: de los espesos bosques, de los pacíficos olivos, verdes laureles y vestidos collados, arroyos y fuentes que en esta ribera se hallan, no se espere que yo diga más, sino que, si en alguna parte de la Tierra los Campos Elíseos tienen asiento, sin duda, en ésta."
(Miguel de Cervantes. La Galatea).

"Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán, que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrando en el cielo torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme, por piedad, adonde el vértigo
con la razón me arranque la memoria...
¡Por piedad!... ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!"

(Gustavo Adolfo Bécquer)
② TOPOTESIA.
Descripción de un lugar, paisaje o ambiente imaginario. Lugares imaginarios a lo largo de la literatura, y que se han fosilizado como tópicos son Edén, el Olimpo, la Atlántida, Aquilea, Asgard, El Dorado, Camelot, Shambhala, el Infierno, la Isla de la Calavera, la isla Utopía, el Monte de las Ánimas, el Jardín de las Hespérides, el jardín del rey Midas (descrito por Herodoto), el jardín del "Roman de la Rose"; el jardín de Arminda (de la "Jerusalén Libertada", de Tasso), el Jardín de Polifilo (de Francesco Colonna), etc...

El jardín de Alcinoo es descrito así en la "Odisea" (Canto VII, vv. 112-132):

En el exterior del patio, cabe las puertas, hay un gran jardín de cuatro yugadas, y alrededor del mismo se extiende un seto por entrambos lados. Allí han crecido grandes y florecientes árboles: perales, granados, manzanos de espléndidas pomas, dulces higueras, verdes olivos. Los frutos de estos árboles no se pierden ni faltan, ni en invierno ni en verano: son perennes, y el céfiro, soplando constantemente, a un mismo tiempo produce unos y madura otros. La pera envejece sobre la pera, la manzana sobre la manzana, la uva sobre la uva, y el higo sobre el higo. Allí han plantado una viña muy fructífera y parte de sus uvas se secan al sol en un lugar abrigado y llano, a otras las vendimian, a otras las pisan y están delante las verdes, que dejan caer la flor y las que empiezan a negrear. Allí en el fondo del huerto crecían liños de legumbres de toda clase, siempre lozanas. Hay en él dos fuentes: una corre por todo el huerto; la otra va hacia la excelsa morada y sale debajo del umbral, adonde acuden por agua los ciudadanos."
Este es otro jardín descrito en el "Decamerón" de Giovanni Boccaccio (Tercera Jornada, 5 y ss.):
"Después de lo cual, haciendo abrir un jardín contiguo al palacio, allí, que estaba todo cercado por un muro, entraron; y pareciéndoles a primera vista de maravillosa belleza todo el conjunto, más atentamente empezaron a mirar sus partes. Tenía a su alrededor y por la mitad en bastantes partes paseos amplísimos, rectos como caminos y cubiertos por un emparrado que gran aspecto tenía de ir aquel año a dar muchas uvas; y todo florido entonces esparcía tan gran olor que, mezclado con el de muchas otras cosas que por el jardín olían, les parecía estar entre todos los aromas nacidos en el oriente. Los lados de los cuales paseos todos por rosales blancos y bermejos y por jazmines estaban casi cubiertos; por las cuales cosas, no ya de mañana sino cuando el sol estuviese más alto, bajo olorosas y deleitables sombras, sin ser tocado por él, se podía andar por ellos. Cuántas y cuáles y cómo estaban ordenadas las plantas que había en aquel lugar sería largo de contar; pero no hay ninguna estimable que en nuestro clima se dé, que no hubiese allí abundantemente. En mitad del cual, lo que no es menos digno de lo que otra cosa que allí hubiera sino mucho más, había un prado de menudísima hierba y tan verde que casi parecía negra, pintado todo de mil variedades de flores, cercado en torno por verdísimos y erguidos naranjos y por cedros, los cuales, teniendo frutos, los viejos y los nuevos, flores todavía, no solamente con sombra amable a los ojos sino también al olfato lisonjeaban. En medio del tal prado había una fuente de mármol blanquísimo y con maravillosas figuras esculpidas; allí dentro, no sé si natural o artificiosa, por una estatua que sobre una columna en el medio de aquélla estaba en pie, arrojaba tanta agua y tan alta hacia el cielo (que luego no sin deleitable sonido sobre la clarísima fuente volvía a caer) que hubiera hecho mover al menos un molino. La que después (aquella, digo, que sobrepasaba el borde de la fuente) por vía oculta salía del pradecillo y por canalillos asaz bellos y artificiosamente hechos, fuera de aquello haciéndose ya manifiesta, todo lo rodeaba; y allí por canalillos semejantes por todas las partes del jardín discurría, recogiéndose últimamente en una parte por donde había salido del hermoso jardín y de allí, descendiendo clarísima hacia el llano antes de llegar a él, con grandísima fuerza y con no poca utilidad para su dueño, hacía dar vueltas a dos molinos. Al ver este jardín, su bello orden, las plantas y la fuente con los arroyuelos procedentes de ella, tanto agradó a todas las mujeres y a los tres jóvenes, que todos comenzaron a afirmar que, si se pudiera hacer un paraíso en la tierra, no sabrían qué otra forma sino aquella del jardín pudiera dársele, ni pensar, además de aquéllas, qué belleza podría añadírsele. Paseando, pues, contentísimos por allí, haciéndose bellísimas guirnaldas de varias ramas de árboles, oyendo siempre unos veinte modos de cantos de pájaros como si contendiesen el uno con el otro en el cantar, se apercibieron de una deleitosa belleza de que, sorprendidos por las demás, no se habían todavía apercibido: vieron que el jardín estaba lleno de cien especies de hermosos animales, y enseñándoselos uno al otro, de una parte salir conejos, por otra correr liebres, y dónde yacer cabritillos, y en algunas estar paciendo cervatillos vieron; y además de éstos, otras muchas clases de animales inofensivos, cada uno a su agrado, como domesticados, ir recreándose; las cuales cosas, a los otros placeres, mucho mayor placer sumaron".
■ DESCRIPCIÓN DEL TIEMPO.
① CRONOGRAFÍA.
Cronografía es la descripción de una época o una cultura a partir de los elementos físicos y espirituales que la caracterizan frente a otra anterior o posterior. Se suelen utilizar objetos de uso frecuente, costumbres y algunos acontecimientos de gran repercusión social para dar variedad descriptiva.

También es la descripción de un período estacional, de un espacio más corto temporal como un día, incluso un momento o instante concreto.

Ejemplo de descripción de la primavera.

Optuma vinetis satio, cum vere rubenti
candida venit avis longis invisa colubris, 320
prima vel autumni sub frigora, cum rapidus Sol
nondum hiemem contingit equis, iam praeterit aestas.
Ver adeo frondi nemorum, ver utile silvis;
vere tument terrae et genitalia semina poscunt.
Tum pater omnipotens fecundis imbribus Aether 325
coniugis in gremium laetae descendit et omnis
magnus alit magno commixtus corpore fetus.
Avia tum resonant avibus virgulta canoris
et Venerem certis repetunt armenta diebus;
parturit almus ager Zephyrique tepentibus auris 330
laxant arva sinus; superat tener omnibus humor;
inque novos soles audent se germina tuto
credere, nec metuit surgentis pampinus austros
aut actum caelo magnis aquilonibus imbrem,
sed trudit gemmas et frondes explicat omnis. 335
Non alios prima crescentis origine mundi
inluxisse dies aliumve habuisse tenorem
crediderim: ver illud erat, ver magnus agebat
orbis et hibernis parcebant flatibus Euri,
cum primae lucem pecudes hausere virumque 340
terrea progenies duris caput extulit arvis,
inmissaeque ferae silvis et sidera caelo.
Nec res hunc tenerae possent perferre laborem,
si non tanta quies iret frigusque caloremque
inter, et exciperet caeli indulgentia terras. 345
La ocasión mejor para plantar la viña es cuando con la rosada primavera viene el ave de plumaje blanco, odiada por las largas culebras, o a los primeros fríos del Otoño, cuando el sol devastador todavía no alcanza con sus caballos al invierno, pero el verano ya ha pasado. La primavera es cabalmente la que da a las selvas y a los bosques su follaje; en la primavera se esponjan las tierras y reclaman las semillas reproductoras. Entonces el Padre Omnipotente, el Éter, desciende en forma de lluvias fecundantes al seno de su regocijada esposa y, unido a este vasto cuerpo, hace crecer poderosamente todos los gérmenes. Entonces resuenan con los cantos de las aves las apartadas florestas y el ganado reclama a Venus en fechas fijas; la nutricia tierra está brotando y al soplo tibio del Céfiro abren los campos sus entrañas; una tierna savia sobreabunda por doquier; los gérmenes se atreven a confiarse seguros a los rayos de un sol nuevo, ni teme el pámpano la llegada de los Austros, ni la lluvia traída del cielo en alas de furiosos Aquilones, sino que hace brotar sus yemas y despliega todas sus hojas. Persuadido estoy de que en el origen remoto de la formación del mundo no brillaron días diferentes, ni tuvieron distinto aspecto: aquello era primavera, la primavera que gozaba el universo entero, y los Euros refrenaban sus invernales soplos, cuando los animales, por vez primera, bebieron a raudales la luz y la estirpe terrena de los hombres sacó la cabeza de los campos , todavía duros, y las fieras fueron lanzadas a las selvas y al cielo las estrellas. Seres tan delicados no podrían soportar pruebas tales, si una paz tan duradera no se extendiese entre el frío y el calor y la dulzura del clima no acogiera a las tierras.
(Virgilio Marón, Publio.- Geórgicas.II., vv. 319-345).

Otro ejemplo, describiendo el Atlántico en diversos períodos estacionales:

"La playa de las Ánimas es punto donde se desarrollan grandes temporales y galernas.
Este mar de las costas vascas es de los más salvajes, de los más violentos; tiene cóleras rápidas e imprevistas; es pérfido y cambiante, hierve, tiembla, siempre agitado y tumultuoso.
Aquí, en el fondo del golfo de Gascuña, el Cantábrico tiene mucha profundidad, la costa es de roca y las corrientes fuertes.
En invierno, la playa de las Ánimas es triste; la bruma blanquecina cubre el mar; jirones de niebla se levantan por el Izarra, y el aire y el agua se confunden. Ni una línea se destaca claramente; cielo y agua son la misma cosa; un caos sin forma y sin color.
Se siente ese silencio del mar, lleno del gemido agudo del viento, del grito áspero de las gaviotas, de la voz colérica de la ola, que va en aumento hasta que revienta en la playa y se retira con el rumor de una multitud que protesta.
Muchas veces el cielo gris permite ver perfectamente a lo lejos; hay una claridad difusa, que parece no venir del cielo entoldado, sino del mar blanquecino y turbio; las olas, de un color de arcilla, llegan con meandros dislocados de espuma a dejar en la playa una curva plateada, y la resaca hace hervir la arena al contacto del mar.
Las gaviotas juegan por encima de las olas, se meten en las cavidades abiertas entre unas y otras, descansan sobre las espumas, se acercan a la playa a mirar con sus ojos grises, en donde se refleja la luz apagada del día, y lanzan ese grito salvaje parecido al áspero chirriar de la lechuza.
Muchas veces, en pleno invierno, se aligera el cielo, huyen las nieblas y queda el cielo azul, admirable; pero nunca la playa de las Ánimas da una impresión de serenidad, de belleza, como en otoño, después de pasar las tormentas equinocciales.
Sabido es que la climatología oceánica y la terrestre no son iguales; en tierra, el máximum de frío y de calor es febrero y agosto; en el mar, es marzo y septiembre.
Octubre, en nuestras costas, es el verdadero principio del otoño; cuando la tierra empieza a enfriarse, el mar sigue templado.
En estos días tranquilos, suaves, de temperatura benigna, se pueden pasar las horas dulcemente contemplando el mar. Las grandes olas verdosas se persiguen hasta morir en la playa; el sol cabrillea sobre las espumas y, al anochecer, algún delfín destaca su cuerpo y sus aletas negras en el agua.
Ese espectáculo de las olas, tan pronto tranquilas en su marcha como lanzadas a la carrera en un furioso galope, tiene, a pesar de su monotonía, un inexplicable interés. Es un líquido cargado de sales, movido por el viento con un ritmo mecánico en su circulación, y, sin embargo, da la impresión de una fuerza espiritual de algo infinito.
Los días de viento sur, los promontorios lejanos se ven con una claridad diáfana, y la costa de Francia y la de España se dibujan como un plano en el mar.
En estos días la arena no echa fuego, como en el verano; espejean los charcos dejados por la marea; el liquen de las rocas verdea más al sol; en los agujeros redondos formados por los mangos de cuchillo se escapan burbujas al pasar la ola; las algas negruzcas forman madejas semejantes a correas, y los fucus y las laminarias y las gelatinosas medusas brillan en el arenal.
Al anochecer, el crepúsculo hace ostentación de su magia; el sol tiene fantasías, aparece en un fondo de nubes rojo, da a la superficie de las olas reflejos rosados e inunda a veces el mar de luz dorada, dejándolo como un metal fundido.
Por marzo, cuando el invierno ha pasado; cuando la estufa, encendida por los rayos solares en el verano, se extingue por completo, el mar está frío. Entonces es la época de los grandes temporales, de las mareas vivas, con el flujo y reflujo muy grandes.
Casi siempre, antes de las tempestades, el mar arroja a la playa medusas y estrellas de mar, algas y trozos de madera arrancados del fondo del abismo por las agitaciones interiores del océano.
Después de los temporales y de las lluvias abundantes, ese hilo de agua limpia que sale del barranco abierto entre las dunas, Sorguiñ-erreca (el arroyo de las brujas), se hincha, se agranda y se convierte a veces en un torrente".

[Baroja, Pío. Las inquietudes de Shanti Andía. Capítulo IV.]







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