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Gisbert, Joan Manuel. (2000). El último enigma. Zaragoza: Edelvives, 2009, 2ª ed., 19ª impr. |
La historia está expuesta por un narrador omnisciente, en tercera persona, que conoce los pensamientos y sentimientos de todos los personajes (por ejemplo: "cuando regresaba a la posada, Ismael tuvo una sensación de lo más extraña", "al posadero le extrañaron mucho aquellos deseos, pero no quiso hacer preguntas para no implicarse más. Sospechaba algo turbio en todo aquel asunto"...), lo que permite al lector acceder a diferentes perspectivas y, a la vez, mantener el misterio. Esta se centra en la Hermandad del Enigma de Salomón, una sociedad secreta cuyos miembros comienzan a perder la cordura tras recibir un enigmático manuscrito conocido como el Enigma de Salomón. Este enigma, lejos de ser un simple desafío intelectual, es, en realidad, una trampa mortal diseñada para desmantelar a la Hermandad desde dentro.
De este modo, el relato se despliega en dos hilos argumentales que van trenzándose alternativamente (no siempre de manera regular), recibiendo la información el lector de manera fragmentaria, incrementando el suspense. Además, la narración no lineal de esta novela genera ambigüedad: el lector duda sobre el orden de los sucesos y las verdaderas intenciones de algunos personajes hasta que la trama converge. El relato gana de este modo en profundidad, ya que distintos hilos temporales y espaciales terminarán revelando conexiones inesperadas: