20 de abril de 2015

AUREA AETAS, edad de oro. (Tópico).


La edad de oro o tiempo de Crono se caracteriza por ser un tiempo mítico falto de dolor, de penas y de conflictos.

Este concepto ha sido reflejado en nuestra cultura a lo largo de la historia en la imagen de: el paraíso terrenal o Edén, los Campos Elíseos, las Islas de los Bienaventurados, las Hespérides, la Arcadia feliz, el Paraíso perdido...

Las características fundamentales de esta época dichosa son: los hombres son eternamente jóvenes, pasan la vida gozando de banquetes y fiestas, alimentados espontáneamente por la tierra fecunda, que ofrece frutos sin necesidad de cultivarla, no hay enfermedades ni maldad.

Los motivos fundamentales del tópico de la Edad de Oro (Saturnia Regna , el reino de Saturno, frente a la ferrea aetas, o edad de hierro), según Ángel J. Traver Vera [cfr: Las fuentes clásicas en el “Discurso de la Edad de Oro” del Quijote), pp. 83-84.], son:

1. El comunismo primitivo:

a. Inexistencia de la propiedad privada.
b. Comunidad de bienes.
c. Imposibilidad de heredar.

2. La justicia social.

a. Reinado de Astrea, Justicia o Saturno.
b. Ausencia de jueces y leyes.
c. Disfrute de una vida pacífica.

3. La abundancia de alimentos.

a. Los árboles destilan miel.
b. Los ríos corren abundantes, bien de leche o bien de agua cristalina.
c. La tierra produce cosechas sin ser labrada.

4. El denuesto de las riquezas.

a. La avaricia acabó con aquella edad idílica.
b. Inexistencia de la minería.
c. Ausencia de lujo.
d. La mujer no se enamoraba del dinero.

5. El desprecio de la navegación.

a. Inexistencia de la navegación.
b. El hombre no buscaba otras tierras para explotarlas.
c. Inexistencia del comercio mercantil.

El primero en hablarnos de la "raza áurea de hombres" fue Hesíodo, siguiéndole Platón, Horacio, Ovidio, Lucrecio, Séneca, Virgilio...

Pero será fundamentalmente a través de Virgilio como nos llegue a la Edad Media (presente en Boccaccio, Poliziano, Lorenzo el Magnífico, Sannazaro...) y principalmente al Renacimiento (Lope de Rueda, Gil Vicente, Bernardim Ribeiro, Feliciano de Silva, Antonio de Torquemada, Cervantes, Gil Polo...).

Hay que hacer saber, también, que como explicó Guthrie, paralelo a este tópico hubo otro relacionado con él, el de la "Edad Áurea del Amor", que fue anterior a la Edad de Cronos, como ya recordó Empédocles ("como un tiempo lo era sobre el Universo, así Amor en el corazón del hombre fue la pasión rectora").

Porfirio nos habló, además, de que en esa "Edad Áurea del Amor",

«...no se adoraba al dios de la guerra, ni los gritos guerreros, ni era su rey Zeus, ni Cronos ni Poseidón, sino que era la Chipiotra (Afrodita) su reina. Se la propiciaba con piadosas ofrendas, figuras pintadas y ungüentos de olores varios, con sacrificios de mirra pura y fragante incienso, y vertían sobre el suelo libaciones de miel amarilla».

Este tópico estará muy presente en el Renacimiento en el género pastoril (baste, además observar la ingente nomenclatura de personajes que empiezan por "Phil-": Philenio, Philena, Pamphilus, Philogeo, Philauto, Philético, Pamphilia, Philínides...) , cuya muestra primordial la tenemos en el himno de Tasso a una "Edad Áurea del Amor" y del placer, siguiendo a Tibulo.

Veamos, pues, algunos ejemplos:

■ Trabajos y días, vv. 106-201,
de Hesíodo(mitad s. VIII a.d.n.e.).

De oro fue la primera raza de hombres perecederos creada por los Inmortales, moradores de las mansiones olímpicas. Existían en tiempo de Crono, cuando este reinaba en el cielo. Igual que dioses vivían, con el corazón libre de cuidados, lejos y a salvo de penas y aflicción. La mísera vejez no les oprimía, sino que, pies y manos siempre inalterables, se gozaban en festines, exentos de todos los males. Morían como vencidos del sueño. Bienes de toda índole estaban a su alcance: la fecunda tierra, por sí sola, producía rica y copiosa cosecha: ellos, contentos y tranquilos, vivían de sus campos entre bienes sin tasa. Una vez que la tierra cubrió esta raza, desde entonces ellos son, por voluntad de Zeus supremo, los Genios buenos, terrestres, guardianes de los mortales hombres, los que vigilan sentencias y perversos actos, y vestidos de bruma se extienden por toda la tierra —distribuidores de riqueza: tal es la dignidad real que recibieron.
Una segunda raza, con mucho inferior a la primera, la de Plata, fue después creada por los moradores del Olimpo. Ni en forma ni en espíritu semejaba a la de Oro. Durante cien años, el niño, al lado de su madre buena, crecía entre juegos, en plena infancia y en su hogar. Mas cuando avanzaban en edad y llegaban al comienzo de la adolescencia, su vida ya duraba breve tiempo, y sufrían dolores por sus locuras. No sabían abstenerse de recíproca insolencia arrebatada. No querían servir a los Inmortales, ni ofrecer sacrificios en los santos altares de los Bienaventurados, como es ley entre los hombres repartidos por moradas. A estos luego Zeus Cronión los sepultó furioso, porque no daban honores a las felices deidades que el Olimpo habitan. Desde que la tierra cubrió también esta raza, ellos son llamados por los mortales "Bienaventurados del Infierno", Genios de segunda fila; pero aun así también a ellos algún honor les acompaña.
Y Zeus Padre creó a su vez la tercera raza de mortales hombres, la de Bronce, en nada parecida a la de Plata. Hija aquella del fresno, terrible y fuerte. Se ocupaban en las obras luctuosas de Ares y en las osadías. No comían pan; de duro acero tenían implacable corazón, e inspiraban miedo. Grande era su fuerza, invencibles sus brazos, que en los hombros se aplicaban sobre robustos cuerpos. Eran de bronce sus armas, de bronce también sus viviendas, y con el bronce trabajaban, pues el negro hierro no existía. Sucumbieron aquellos por sus propios brazos, y marcharon a la pútrida mansión del escalofriante Hades, privados de nombre. La negra Muerte los cogió, a pesar de que eran temibles, y abandonaron la esplendente luz del Sol.
Luego que la tierra cubrió a su vez esta raza, Zeus Cronida creó sobre la gleba nutricia aún otra, la cuarta, más justa y más valiente, la raza divina de los Héroes, que llaman Semidioses, la generación que nos precedió en la infinita tierra. Y a estos los hizo morir la maldita guerra y la lucha cruel: a unos, bajo los muros de Tebas, la de Siete Puertas, en el país Cadmeo, combatiendo por los rebaños de Egipto; a los otros, más allá del gran precipicio del mar, en Troya, donde la pelea los llevó en las naves, por culpa de Helena, la de lindos rizos. Allí los envolvió la muerte en su final. A otros, Zeus Cronida y Padre los estableció lejos de los hombres, instalándolos en los confines de la tierra. Allí viven ellos, con el corazón libre de cuidados, en las islas de los Afortunados, en los bordes del voraginoso Océano, felices héroes a quienes la fecunda tierra da tres veces al año dulce y floreciente fruto.
¡Ojalá no me tocara vivir a mi vez entre los hombres de la quinta raza! ¡O muerto antes, o nacido después! Pues ahora es la raza de Hierro. Ni de día cesarán de sufrir fatigas y miserias, ni dejarán de consumirse por la noche, en que los dioses les darán insoportables angustias. Mas, con todo, también estos verán mezclados algunos bienes con sus males. Zeus pondrá fin así mismo a esta raza de perecederos hombres: cuando nazcan con las sienes blancas. El padre no será parecido a sus hijos, ni los hijos a su padre. Ni el huésped será ya querido por el huésped, ni el amigo por su amigo, ni el hermano por su hermano, como antaño. Despreciarán a sus padres tan pronto como envejezcan. Se quejarán de ellos, profiriendo frases injuriosas—¡malvados!—, ni siquiera por los dioses sentirán respeto. Y a sus ancianos padres les negarán el alimento debido por haberles criado, gentes cuyo derecho es la fuerza; cada cual saqueará la ciudad de otro. Ningún valor tendrá el juramento, ni la justicia, ni el bien, y honrarán más al ejecutor de crímenes y violencias. El derecho estará en la guerra y la conciencia no existirá. Atacará el cobarde al varón valiente, hablándole con torcidas razones, a las que pondrá falso juramento. A los infelices hombres, sin excepción, los acosará la Envidia de siniestros ecos, gozadora del mal, la de odiosa faz.
Entonces será cuando, en busca del Olimpo, abandonando la Tierra de vastas rutas, en blancos velos envueltos sus hermosos cuerpos, Conciencia y Vergüenza subirán junto a la progenie de los Inmortales, huyendo de los hombres. Solo tristes dolores quedarán para humanos mortales: contra el mal no habrá defensa.

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■ Política, 271c-272a,
de Platón (427-347 a.d.n.e.).

“No había en absoluto constitución, ni posesión de mujeres ni de niños, porque desde el seno de la tierra es de donde todos remontan a la vida, sin guardar ningún recuerdo de sus existencias anteriores. En lugar de esto, poseían en profusión los frutos de los árboles y de toda una vegetación generosa, y los recogían sin necesidad de cultivarlos en una tierra que se los ofrecía por sí misma. Vivían frecuentemente al aire libre, sin cama ni vestidos, ya que las estaciones eran de un clima tan agradable que no les ocasionaban molestias, y sus lechos eran nobles entre la hierba que crecía en abundancia”.

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■ Bucólicas. Égloga IV, vv. 18-25,
de Publio Virgilio Marón (70-19 a.d.n.e.) .

At tibi prima, puer, nullo munuscula cultu
errantis hederas passim cum baccare tellus
20 mixtaque ridenti colocasia fundet acantho.
Ipsae lacte domum referent distenta capellae
ubera, nec magnos metuent armenta leones;
ipsa tibi blandos fundent cunabula flores,
occidet et serpens, et fallax herba veneni
25 occidet, Assyrium volgo nascetur amomum.
Por ti, ¡oh niño!, la tierra sin ningún cultivo dará sus dones,
la trepadora hiedra cundirá junto al nardo salvaje,
y las egipcias habas se juntarán al alegre acanto. 20
Henchidas de leche las ubres, volverán al redil por sí solas
las cabras, y a los grandes leones no temerán los rebaños.
Tu misma cuna brotará para ti acariciantes flores.
Y morirá la serpiente, y la falaz hierba venenosa
morirá; por doquier nacerá al amomo asirio. 25

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■ Geórgicas, I, vv. 135-146 ,
de Publio Virgilio Marón (70-19 a.d.n.e.).

Ante Iovem nulli subigebant arva coloni;
ne signare quidem aut partiri limite campum 125
fas erat: in medium quaerebant ipsaque tellus
omnia liberius nullo poscente ferebat.
Ille malum virus serpentibus addidit atris
praedarique lupos iussit pontumque moveri,
mellaque decussit foliis ignemque removit 130
et passim rivis currentia vina repressit,
ut varias usus meditando extunderet artis
paulatim et sulcis frumenti quaereret herbam.
[Ut silicis venis abstrusum excuderet ignem.]
Tunc alnos primum fluvii sensere cavatas; 135
navita tum stellis numeros et nomina fecit,
Pleiadas, Hyadas, claramque Lycaonis Arcton;
tum laqueis captare feras et fallere visco
inventum et magnos canibus circumdare saltus;
atque alius latum funda ianu verberat amnem 140
alta petens, pelagoque alius trahit humida lina;
tum ferri rigor atque argutae lamina serrae,
nam primi cuneis scindebant fissile lignum
tum variae venere artes. Labor omnia vicit
inprobus et duris urguens in rebus egestas. 145
Antes de Júpiter ningún labrador cultivaba la tierra,
ni era lícito tampoco amojonar ni dividir el campo por linderos; 125
disfrutaban en común la tierra y ésta producía
por sí misma de todo con más liberalidad sin pedirlo nadie.
Él fue quien puso la ponzoña en las negras serpientes,
quien ordenó a los lobos hacer presa, a removerse el mar,
y sacudió la miel de las hojas y ocultó el fuego 130
y secó los arroyos de vino, que corrían por todas partes,
con el fin de que la necesidad, por el continuo ejercicio, originase variedad de artes
poco a poco y en los surcos buscase la planta del trigo,
e hiciese brotar de las venas del pedernal el escondido fuego.
Entonces los ríos, por primera vez, sintieron sobre sí los troncos excavados del aliso,135
entonces el marinero redujo a número los astros, y les dio nombres
de Pléyades, Híades y la brillante Osa, hija de Licaón.
Entonces se inventó cazar a lazo a las fieras, engañar a los pájaros con liga,
y cercar de perros las espesas selvas.
Ya un segundo, escudriñando el hondo, hiere con la red 140
el anchuroso río y otro arrastra por el mar los mojados linos.
De entonces data el hierro rígido y la sierra de sonido agudo,
pues los primeros hombres hendían con cuñas la fibrosa madera.
Entonces aparecieron los variados oficios. Todo lo venció el trabajo
ímprobo y la necesidad que aprieta en circunstancias duras. 145

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■ Carmina. Liber I. Epístola III, vv. 35-50,
de Tibulo (54 a.d.n.e. - 19 a.d.n.e.) .

Quam bene Saturno vivebant rege, priusquam 35
Tellus in longas est patefacta vias!
Nondum caeruleas pinus contempserat undas,
Effusum ventis praebueratque sinum,
Nec vagus ignotis repetens conpendia terris
Presserat externa navita merce ratem. 40
Illo non validus subiit iuga tempore taurus,
Non domito frenos ore momordit equus,
Non domus ulla fores habuit, non fixus in agris,
Qui regeret certis finibus arva, lapis.
Ipsae mella dabant quercus, ultroque ferebant 45
Obvia securis ubera lactis oves.
Non acies, non ira fuit, non bella, nec ensem
Inmiti saevus duxerat arte faber.
Nunc Iove sub domino caedes et vulnera semper,
Nunc mare, nunc leti mille repente viae. 50
¡Cuán felizmente vivían en el reinado de Saturno, antes de que 35
la tierra fuera abierta en largos caminos!
Aún no había cortado el pino las azuladas olas,
y no había ofrecido a los vientos su velamen henchido,
ni errante por desconocidas tierras a la busca de ganancias
había cargado con exótica mercancía el navegante su nave. 40
En aquel entonces el fornido toro no se sometió a la yunta,
ni con su boca enfrenada mordió el bocado el caballo.
Ninguna casa tuvo puertas, ni clavado en los campos
un mojón que marcara las fincas con lindes precisos.
Miel daban las mismas encinas y espontáneamente traían 45
al alcance de quienes no conocían preocupaciones las ubres de su leche las ovejas.
Ni ejército, ni cólera, ni guerras hubo ni la espada
había forjado con arte cruel el desalmado herrero.
Ahora bajo el dominio de Júpiter muerte y sangre siempre,
ahora el mar, ahora de pronto mil caminos de muerte. 50

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■ Metamorfosis, I, vv.89-150,
de Publio Ovidio Nasón (43 a.d.n.e. - 17 d.n.e.) .

Aurea prima sata est aetas, quae vindice nullo,
sponte sua, sine lege fidem rectumque colebat. 90
poena metusque aberant, nec verba minantia fixo
aere legebantur, nec supplex turba timebat
iudicis ora sui, sed erant sine vindice tuti.
nondum caesa suis, peregrinum ut viseret orbem,
montibus in liquidas pinus descenderat undas, 95
nullaque mortales praeter sua litora norant;
nondum praecipites cingebant oppida fossae;
non tuba derecti, non aeris cornua flexi,
non galeae, non ensis erat: sine militis usu
mollia securae peragebant otia gentes. 100
ipsa quoque inmunis rastroque intacta nec ullis
saucia vomeribus per se dabat omnia tellus,
contentique cibis nullo cogente creatis
arbuteos fetus montanaque fraga legebant
cornaque et in duris haerentia mora rubetis 105
et quae deciderant patula Iovis arbore glandes.
ver erat aeternum, placidique tepentibus auris
mulcebant zephyri natos sine semine flores;
mox etiam fruges tellus inarata ferebat,
nec renovatus ager gravidis canebat aristis; 110
flumina iam lactis, iam flumina nectaris ibant,
flavaque de viridi stillabant ilice mella.
Postquam Saturno tenebrosa in Tartara misso
sub Iove mundus erat, subiit argentea proles,
auro deterior, fulvo pretiosior aere. 115
Iuppiter antiqui contraxit tempora veris
perque hiemes aestusque et inaequalis autumnos
et breve ver spatiis exegit quattuor annum.
tum primum siccis aer fervoribus ustus
canduit, et ventis glacies adstricta pependit; 120
tum primum subiere domos; domus antra fuerunt
et densi frutices et vinctae cortice virgae.
semina tum primum longis Cerealia sulcis
obruta sunt, pressique iugo gemuere iuvenci.
Tertia post illam successit aenea proles, 125
saevior ingeniis et ad horrida promptior arma,
non scelerata tamen; de duro est ultima ferro.
protinus inrupit venae peioris in aevum
omne nefas: fugere pudor verumque fidesque;
in quorum subiere locum fraudesque dolusque 130
insidiaeque et vis et amor sceleratus habendi.
vela dabant ventis nec adhuc bene noverat illos
navita, quaeque prius steterant in montibus altis,
fluctibus ignotis insultavere carinae,
communemque prius ceu lumina solis et auras 135
cautus humum longo signavit limite mensor.
nec tantum segetes alimentaque debita dives
poscebatur humus, sed itum est in viscera terrae,
quasque recondiderat Stygiisque admoverat umbris,
effodiuntur opes, inritamenta malorum. 140
iamque nocens ferrum ferroque nocentius aurum
prodierat, prodit bellum, quod pugnat utroque,
sanguineaque manu crepitantia concutit arma.
vivitur ex rapto: non hospes ab hospite tutus,
non socer a genero, fratrum quoque gratia rara est; 145
inminet exitio vir coniugis, illa mariti,
lurida terribiles miscent aconita novercae,
filius ante diem patrios inquirit in annos:
victa iacet pietas, et virgo caede madentis
ultima caelestum terras Astraea reliquit. 150
Áurea la primera edad engendrada fue, que sin defensor ninguno,
por sí misma, sin ley, la confianza y lo recto honraba. 90
Castigo y miedo no había, ni palabras amenazantes en el fijado
bronce se leían, ni la suplicante multitud temía
la boca del juez suyo, sino que estaban sin defensor seguros.
Todavía, cortado de sus montes para visitar el extranjero
orbe, a las fluentes ondas el pino no había descendido, 95
y ninguno los mortales, excepto sus litorales, conocían.
Todavía vertiginosas no ceñían a las fortalezas sus fosas.
No la tuba de derecho bronce, no de bronce curvado los cuernos,
no las gáleas, no la espada existían. Sin uso de soldado
sus blandos ocios seguras pasaban las gentes. 100
Ella misma también, inmune, y de rastrillo intacta, y de ningunas
rejas herida, por sí lo daba todo la tierra,
y, contentándose con unos alimentos sin que nadie les obligara creados,
las crías del madroño y las montanas fresas recogían,
y cornejos, y en los duros zarzales prendidas las moras 105
y, las que se habían desprendido del anchuroso árbol de Júpiter, bellotas.
Una primavera era eterna, y plácidos con sus cálidas brisas
acariciaban los céfiros, nacidas sin semilla, a las flores.
Pronto, incluso, frutos la tierra no arada llevaba,
y no renovado el campo canecía de grávidas aristas. 110
Corrientes ya de leche, ya corrientes de néctar pasaban,
y flavas desde la verde encina goteaban las mieles.
Después de que, Saturno a los tenebrosos Tártaros enviado,
bajo Júpiter el cosmos estaba, apareció la plateada prole,
que el oro inferior, más preciosa que el bermejo bronce. 115
Júpiter contrajo los tiempos de la antigua primavera
y a través de inviernos y veranos y desiguales otoños
y una breve primavera, por cuatro espacios condujo el año.
Entonces por primera vez con secos hervores el aire quemado
se encandeció, y por los vientos el hielo rígido quedó suspendido. 120
Entonces por primera vez entraron en casas, casas las cavernas fueron,
y los densos arbustos, y atadas con corteza varas.
Simientes entonces por primera vez, de Ceres, en largos surcos
sepultadas fueron, y hundidos por el yugo gimieron los novillos.
Tercera tras aquella sucedió la broncínea prole, 125
más salvaje de ingenios y a las hórridas armas más pronta,
no criminal, aun así; es la última de duro hierro.
En seguida irrumpió a ese tiempo, de vena peor,
toda impiedad: huyeron el pudor y la verdad y la confianza,
en cuyo lugar aparecieron los fraudes y los engaños 130
y las insidias y la fuerza y el amor criminal de poseer.
Velas daba a los vientos, y todavía bien no los conocía
el marinero, y las que largo tiempo se habían alzado en los montes altos
en oleajes desconocidos cabriolaron, las quillas,
y común antes, cual las luces del sol y las auras, 135
el suelo, cauto lo señaló con larga linde el medidor.
Y no sólo sembrados y sus alimentos debidos se demandaba
al rico suelo, sino que se entró hasta las entrañas de la tierra,
y las que ella había reservado y apartado junto a las estigias sombras,
se excavan esas riquezas, aguijadas de desgracias. 140
Y ya el dañino hierro, y que el hierro más dañino el oro
había brotado: brota la guerra que lucha por ambos,
y con su sanguínea mano golpea crepitantes armas.
Se vive al asalto: no el huésped de su huésped está a salvo,
no el suegro de su yerno, de los hermanos también la gracia rara es. 145
Acecha para la perdición el hombre de su esposa, ella del marido,
cetrinos acónitos mezclan terribles madrastras,
el hijo antes de su día inquiere en los años del padre.
Vencida yace la piedad, y la Virgen, de matanza mojadas,
la última de los celestes, la Astrea, las tierras abandona. 150

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■ Epístolas Morales. Epístola XC,
de Lucio Anneo Séneca (4 a.d.n.e. - 65 d.n.e.) .

[5] Illo ergo saeculo quod aureum perhibent penes sapientes fuisse regnum Posidonius iudicat. Hi continebant manus et infirmiorem a validioribus tuebantur, suadebant dissuadebantque et utilia atque inutilia monstrabant; horum prudentia ne quid deesset suis providebat, fortitudo pericula arcebat, beneficentia augebat ornabatque subiectos. Officium erat imperare, non regnum. Nemo quantum posset adversus eos experiebatur per quos coeperat posse, nec erat cuiquam aut animus in iniuriam aut causa, cum bene imperanti bene pareretur, nihilque rex maius minari male parentibus posset quam ut abiret e regno.
[6] Sed postquam subrepentibus vitiis in tyrannidem regna conversa sunt, opus esse legibus coepit, quas et ipsas inter initia tulere sapientes. Solon, qui Athenas aequo iure fundavit, inter septem fuit sapientia notos; Lycurgum si eadem aetas tulisset, sacro illi numero accessisset octavus. Zaleuci leges Charondaeque laudantur; hi non in foro nec in consultorum atrio, sed in Pythagorae tacito illo sanctoque secessu didicerunt iura quae florenti tunc Siciliae et per Italiam Graeciae ponerent.
[5] Por ello juzga Posidonio que en aquella Edad que se denomina de Oro, la realeza estuvo en manos de los sabios. Éstos reprimían la violencia y al más débil lo protegían de los más fuertes, inducían a la acción y disuadían de ella indicando lo útil y lo nocivo; su prudencia cuidaba de que nada faltase a los suyos, su fortaleza alejaba de ellos los peligros, su beneficencia los engrandecía y hermoseaba sometidos como estaban a él. Gobernar era un servicio, no un dominio. Nadie ejercía el peso de su autoridad contra aquellos que le habían deparado el poder, ni tenía nadie intención o motivo para injuriar, puesto que se obedecía de buena gana a quien gobernaba con rectitud, ni el rey podía formular una amenaza mayor a los desobedientes que la de abandonar su reinado.
[6] Mas, luego que, al insinuarse los vicios, la realeza se convirtió en tiranía, comenzaron a ser necesarias las leyes que también en un principio dictaron los sabios. Solón, que fundamentó Atenas con una legislación justa, fue contado entre los siete famosos por su sabiduría; si Licurgo hubiera vivido en la misma época, se hubiera sumado a aquel número sagrado en el puesto octavo. Las leyes de Zaleuco y de Carondas son elogiadas. No fue en el foro, ni en el atrio de los jurisconsultos, sino en aquel silencioso y sagrado retiro de Pitágoras, donde éstos aprendieron las leyes que dieron a Sicilia, entonces floreciente, y a Grecia a través de Italia.

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■ Carmina. Liber III. Epístola XIII, vv. 35-50,
de Sexto Propercio (47 a.d.n.e. - 15 a.d.n.e.) .

felix agrestum quondam pacata iuventus, 25
divitiae quorum messis et arbor erant!
illis munus erat decussa Cydonia ramo,
et dare puniceis plena canistra rubis,
nunc violas tondere manu, nunc mixta referre
lilia vimineos lucida per calathos, 30
et portare suis vestitas frondibus uvas
aut variam plumae versicoloris avem.
his tum blanditiis furtiva per antra puellae
oscula silvicolis empta dedere viris.
hinnulei pellis stratos operibat amantes, 35
altaque nativo creverat herba toro,
pinus et incumbens laetas circumdabat umbras;
nec fuerat nudas poena videre deas.
corniger Arcadii vacuam pastoris in aulam
dux aries saturas ipse reduxit oves; 40
dique deaeque omnes, quibus est tutela per agros,
praebebant vestri verba benigna foci:
"et leporem, quicumque venis, venaberis, hospes,
et si forte meo tramite quaeris avem:
et me Pana tibi comitem de rupe vocato, 45
sive petes calamo praemia, sive cane."
Feliz la pacífica juventud campesina de otro tiempo, 25
cuyas riquezas eran las mieses y los árboles;
para ellos regalo eran los membrillos caídos de las ramas,
ofrecer canastillos repletos de rojas moras,
ya cortar violetas con la mano, ya recoger lirios
brillantes mezclados en cestas de mimbre, 30
y llevar uvas revestidas con sus propias hojas
o un ave matizada de plumaje variopinto.
Entonces las jóvenes en grutas secretas daban a sus hombres,
habitantes de los bosques, besos comprados con tales halagos.
La piel de un cervatillo cubría a los seguros enamorados 35
y la hierba alta servía crecida como lecho natural;
el pino, inclinado, les rodeaba con su plácida sombra
y no era motivo de castigo ver a las diosas desnudas.
Él cornudo carnero, guía del rebaño, solo conducía a las ovejas
ahítas al redil vacío del pastor del Ida. 40
Vuestros altares, dioses y diosas todos, bajo cuya tutela
están los campos, ofrecían palabras de ánimo:
«Quienquiera que seas, forastero, podrás cazar liebres
o aves, si acaso rastreas en mis cercados:
invócame desde una roca como tu acompañante, Pan, 45
ya busques presas con cañas o con perros de caza».

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■ Odas. Liber II, vv. 9-12,
de Quinto Horacio Flaco (65 a.d.n.e. - 8 d.n.e.) .

Fas pervicacis est mihi Thyadas
unique fontem lactis ut uberes
cantare rivos atque truncis
lapsa cavis iterare mella.
Permitido me está a las indomables Tíades,
y a la fuente del vino, y los arroyos de leche
que corren abundosos cantar, y recordar
las mieles que manan de los huecos troncos
.

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■ Epodos. XVI, vv. 63-66,
de Quinto Horacio Flaco (65 a.d.n.e. - 8 d.n.e.) .

Iuppiter illa piae secrevit litora genti,
ut inquinavit aere tempus aureum,
aere, dehinc ferro duravit saecula, quórum
piis secunda vate me datur fuga.
Júpiter reservó aquellas riberas para la gente piadosa,
cuando desvirtuó la edad de oro con el bronce,
y luego con el hierro endureció los siglos de los que,
según mi vaticinio, a los hombres piadosos se les concede escapar

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■ Arcadia,
de Iacopo Sannazzaro (1456-1530 d.n.e.).

Égolga III, en voz de Galicio:

Sovra una verde riva
di chiare e lucide onde
in un bel bosco di fioretti adorno,
vidi di bianca oliva
ornato e d’altre fronde 5
un pastor, che ’n su l’alba appiè d’un orno
cantava il terzo giorno
del mese inanzi aprile;
a cui li vaghi ucelli
di sopra gli arboscelli 10
con voce rispondean dolce e gentile;
et ei rivolto al sole,
dicea queste parole:
Apri l’uscio per tempo,
leggiadro almo pastore, 15
e fa vermiglio il ciel col chiaro raggio;
mostrane inanzi tempo
con natural colore
un bel fiorito e dilettoso maggio;
tien più alto il viaggio, 20
acciò che tua sorella
più che l’usato dorma,
e poi per la sua orma
se ne vegna pian pian ciascuna stella;
ché, se ben ti ramenti, 25
guardasti i bianchi armenti.
Valli vicine e lupi,
cipressi, alni et abeti,
porgete orecchie a le mie basse rime:
e non teman de’ lupi 30
gli agnelli mansueti,
ma torni il mondo a quelle usanze prime.
Fioriscan per le cime
i cerri in bianche rose,
e per le spine dure 35
pendan l’uve mature;
suden di mèl le querce alte e nodose,
e le fontane intatte
corran di puro latte.
Nascan erbette e fiori, 40
e li fieri animali
lassen le lor asprezze e i petti crudi;
vegnan li vaghi Amori
senza fiammelle o strali,
scherzando inseme pargoletti e ’gnudi; 45
poi con tutti lor studi
canten le bianche Ninfe,
e con abiti strani
salten Fauni e Silvani;
ridan li prati e le correnti linfe, 50
e non si vedan oggi
nuvoli intorno ai poggi.
In questo dì giocondo
nacque l’alma beltade,
e le virtuti raquistaro albergo; 55
per questo il ceco mondo
conobbe castitade,
la qual tant’anni avea gittata a tergo;
per questo io scrivo e vergo
i faggi in ogni bosco; 60
tal che omai non è pianta
che non chiami «Amaranta»,
quella c’adolcir basta ogni mio tòsco;
quella per cui sospiro,
per cui piango e m’adiro. 65
Mentre per questi monti
andran le fiere errando,
e gli alti pini aràn pungenti foglie;
mentre li vivi fonti
correran murmurando 70
ne l’alto mar che con amor li accoglie;
mentre fra speme e doglie
vivran gli amanti in terra;
sempre fia noto il nome,
le man, gli occhi e le chiome 75
di quella che mi fa sì lunga guerra;
per cui quest’aspra amara
vita m’è dolce e cara.
Per cortesia, canzon, tu pregherai
quel dì fausto et ameno 80
che sia sempre sereno.
(...)

ÉGLOGA VI, en voz de Opico:

Quand'io appena incominciava a tangere
da terra i primi rami, et addestravami
con l'asinel portando il grano a frangere,
il vecchio padre mio, che tanto amavami,
sovente all'ombra degli opachi suberi 5
con amiche parole a sé chiamavami;
e come fassi a quei che sono impuberi,
il gregge m'insegnava di conducere,
e di tonsar le lane e munger gli uberi.
Tal volta nel parlar soleva inducere 10
i tempi antichi, quando i buoi parlavano,
ché 'l ciel più grazie allor solea producere.
Allora i sommi Dii non si sdegnavano
menar le pecorelle in selva a pascere;
e, come or noi facemo, essi cantavano. 15
Non si potea l'un uom vèr l'altro irascere;
i campi eran commoni e senza termini,
e Copia i frutti suoi sempre fea nascere.
Non era ferro, il qual par c'oggi termini
l'umana vita; e non eran zizanie, 20
ond'avvien c'ogni guerra e mal si germini.
Non si vedean queste rabbiose insanie;
le genti litigar non si sentivano,
per che convien che 'l mondo or si dilanie.
I vecchi, quando al fin più non uscivano 25
per boschi, o si prendean la morte intrepidi,
o con erbe incantate ingiovenivano.
Non foschi o freddi, ma lucenti e tepidi
eran gli giorni; e non s'udivan ulule,
ma vaghi ucelli dilettosi e lepidi. 30
La terra che dal fondo par che pulule
atri aconiti e piante aspre e mortifere,
ond'oggi avvien che ciascun pianga et ulule,
era allor piena d'erbe salutifere,
e di balsamo e 'ncenso lacrimevole, 35
di mirre preziose et odorifere.
Ciascun mangiava all'ombra dilettevole
or latte e ghiande, et or ginebri e morole.
Oh dolce tempo, oh vita sollaccevole!
Pensando a l'opre lor, non solo onorole 40
con le parole; ancor con la memoria,
chinato a terra, come sante adorole.
Ov'è 'l valore, ov'è l'antica gloria?
u' son or quelle genti? Oimè, son cenere,
de le qual grida ogni famosa istoria. 45
I lieti amanti e le fanciulle tenere
givan di prato in prato ramentandosi
il foco e l'arco del figliuol di Venere.
Non era gelosia, ma sollacciandosi
movean i dolci balli a suon di cetera, 50
e 'n guisa di colombi ognor basciandosi.
Oh pura fede, oh dolce usanza vetera!
Or conosco ben io che 'l mondo instabile
tanto peggiora più, quanto più invetera;
tal che ogni volta, o dolce amico affabile, 55
ch'io vi ripenso, sento il cor dividere
di piaga avelenata et incurabile.

Égolga III, en voz de Galicio:

Sobre una verde fuente
de claras y lúcidas aguas,
en un bosque de pequeñas flores adornado,
vi, de blanca oliva
ornamentado y de otras ramas, 5
a un pastor, que en el alba al pie de un olmo
cantaba, el tercer día
del mes gracioso de abril,
en el cual vagan las avecillas
por encima de los arbustos, 10
que con voz dulce y gentil le respondían;
y mirando al sol
decía estas palabras:
-Abre la puerta a tiempo,
lo suficiente, almo pastor, 15
y haz bermejo el cielo con el claro rayo;
muéstranos temprano
con natural color
un agradable y deleitoso mayo;
ten más alto el camino, 20
con el fin de que tu hermana
su costumbre duerma,
y luego por su huella
venga despacio cada estrella;
que, si bien re recuerdas, 25
guardaste los blancos rebaños.
Valles umbroso y riberas,
cipreses, alisos y abetos,
prestad atención a mi baja rima:
y no teman del lobo 30
los corderos mansos,
mas torne el mundo a aquella usanza primera
.
Florezcan en la cumbre
los robles en blanca rosa
y por las espinas duras 35
cuelguen uvas maduras;
suden miel las encinas altas y nudosas,
y las fuentes intactas
manen leche pura.
Nazcan hierbas y flores, 40
y los fieros animales
dejen su aspereza y las porfías;
vengan los tiernos amores
sin llamas o flechas,
siempre bromeando, los niños desnudos; 45
A continuación, con todos sus estudios,
canten las blancas ninfas,
y con ropas extrañas
salten faunos y silvanos;
rían los prados y las corrientes linfáticas, 50
y no se vean hoy
nubes entorno a las colinas.

En este día de júbilo
nació el alma de beldad,
y la virtud halló aposento; 55
por esto el ciego mundo
conoció la castidad,
que hacía tantos años se había perdido;
por esto, escribo e imprimo
las hayas en cada bosque, 60
tal que en adelante no hay planta
que no se llame "Amaranta",
aquella que adulzar toda mi tosquedad puede,
aquella por quien suspiro,
por quien lloro y me enojo. 65
Mientras por estos montes
anden las fieras errando
y los altos pinos den espinosas hojas,
mientras las vivas fuentes
corran murmurando 70
al gran mar que con amor les acoge,
mientras entre esperanza y dolor
vivan los amantes en la tierra,
siempre será conocido el nombre,
la mano, los ojos y el cabello 75
de aquella que me hace tan larga guerra,
por quien esta áspera amarga
vida me es dulce y querida.
Por favor, canción, te pediría
que aquel día fausto y ameno 80
sea siempre sereno.
(...)

ÉGLOGA VI, en voz de Opico:

Cuando yo apenas comenzaba a tocar
las primeras ramas de la tierra, y me acostumbraba
a llevar al burro cargado con el grano para moler,
mi viejo padre, que tanto me amaba,
a la sombra de los opacos alcornoques, 5
con amigables palabras hacía el me llamaba;
y, como se hace con los que son impúberes,
el rebaño me enseñaba a dirigir,
y a esquilar la lana y ordeñar las ubres.
A veces en la conversación solía evocar 10
los tiempos antiguos, aquellos cuando
los bueyes hablaban,
pues el cielo entonces más favores solía conceder.
Entonces los sagrados dioses no desdeñaban
llevar a pastar las ovejas hasta las selvas
;
y, como ahora nosotros hacemos ahora, ellos también cantaban. 15
No podía un hombre contra otro hombre irritarse;
los campos eran comunes y sin términos;
y Copia sus frutos hacía siempre nacer.
No había hierro,
el cual hoy termina
con la vida humana; y no había discordia, 20
de toda guerra y de todo mal germen.

No se veían estas furiosas locuras;
a la gente litigar no se le escuchaba,
por lo que concuerda que ahora el mundo se desgarre.
Los viejos, cuando, al fin, más no podían salir 25
a los bosques, aceptaban valientemente la muerte,
o con hierbas encantadas rejuvenecían.

No sombríos y helados, sino brillantes y tibios
eran los días; y no se escuchaban úlulas,
sino bellos pájaros, deleitosos y amenos. 30
La tierra, que del fondo de sus entrañas alimenta
crueles acónitos y plantas ásperas y mortíferas,
lo que hoy provoca que todos lloren y se lamenten,
estaba entonces llena de hierbas saludables,
y de bálsamo e incienso lacrimoso, 35
de mirras preciosas y odoríferas.

Todos comían, bajo sombras placenteras,
leche y bellotas, nebrinas y moras.
¡Oh, dulce tiempo y agradable vida!
Diciendo sus obras, no sólo las honro 40
con las palabras, sino también con la memoria,
y echado en tierra como sagradas las adoro.
¿Dónde está el valor? ¿Dónde la antigua gloria?
¿Dónde están ahora aquellas gentes? ¡Ay de mí!, son ceniza,
de las que exalta toda famosa historia. 45
Los alegres amantes y las tiernas doncellas
iban de prado en prado teniendo presente
el ardor y el arco del hijo de Venus.
No había recelo, sino que solazándose
bailaban dulcemente al son de la cítara, 50
y a guisa de palomos a cada instante se besaban.
¡Oh pura lealtad, oh dulce costumbre antigua¡
Ahora sé muy bien que el mundo inestable
tanto más empeora, cuanto más envejece;
tal que en toda ocasión, oh afable amigo, 55
que vuelvo a pensar en ello, siento el corazón dividirse
por una llaga envenenada e incurable.
[Traducción de Raúl Amores Pérez].

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■ Relox de Príncipes. Libro I, Cap. XXXI,
de fray Antonio de Guevara (1.480 d.n.e. - 1.545 d.n.e.).

En aquella primera edad y en aquel siglo dorado todos vivían en paz, cada uno curava sus tierras, plantava sus olivos, cogía sus frutos, vendimiava sus viñas, segava sus panes y criava sus hijos; finalmente, como no comían sino de sudor proprio, vivían sin perjuyzio ageno. ¡O!, malicia humana, ¡o!, mundo traydor y maldito, que jamás dexas las cosas permanescer en un estado; y, si te llamo traydor, no te maravilles, porque al tiempo que nos es más favorable la fortuna, entonces nos hazes cruda execución de la vida. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, que, aviendo passado dos mil años del mundo sin saber qué cosa era mundo, Dios permitiéndolo y la malicia humana lo inventando, los arados tornaron en armas, los bueyes en cavallos, las aguijadas en lanças, las rejas en saetas, el picote en malla, las hondas en ballestas, la simplicidad en malicia, el trabajo en ociosidad, el reposo en bullicio, la paz en guerra, el amor en odio, la caridad en crueldad, la justicia en tyranía, el provecho en daño, la limosna en robo y, sobre todo, la fe en ydolatría; finalmente el sudor que sudavan en provecho de su hazienda tornaron a derramar sangre en daño de su república. En esto se muestra el mundo ser muy mundo, y en esto se muestra la malicia humana ser muy maliciosa, en que huelga uno de enfermar porque aquél muera; huelga uno de tropeçar porque aquél cayga; huelga uno de ser pobre porque aquél no sea rico; huelga uno de estar desfavorecido porque aquél no esté privado; huelga uno de estar triste porque aquél no esté alegre; finalmente somos tan malos, que despedimos el bien de nuestras casas sólo porque entre el mal por puertas agenas. Quando el Criador crió la machina y redondez de todas las cosas, luego a cada cosa dio sus lugares y estancias, conviene a saber: que dio el cielo impirio a las inteligencias; a las estrellas, el firmamento; a los planetas, los orbes; a los elementos, el mundo; a las aves, el ayre; a la tierra, el centro; a los peces, el agua; a las serpientes, los centros; a las bestias, las montañas; de manera que a todo lo que está criado le señaló Dios lugar do tome reposo. Los príncipes y grandes señores no tomen vanagloria diziendo que son señores de la tierra, que a la verdad de todo lo criado sólo Dios es el señor verdadero, que el hombre mísero no tiene más en ello del uso y frutos; porque si nos paresce justo gozar el provecho de lo criado, muy más justo es reconoscer en Dios el su primero señorío. Yo no niego (mas antes confiesso) que todas las cosas crió Dios para que sirviessen al hombre, con tal condición que el hombre sirviesse a Dios; pero quando el hombre se levantó contra Dios, luego las criaturas se rebelaron contra el hombre; porque justamente es desobedescido en todo aquél que no quiso obedecer un mandamiento solo. ¡O, quánta desventura tiene la criatura no por más de aver desobedecido a su Criador, en que si el hombre guardara en el Paraýso su mandamiento, Dios conservara en el mundo su señorío; pero las criaturas que Él crió para su servicio, aquéllas le son ocasión de mayor enojo; porque la ingratitud del beneficio mucho lastima en el coraçón discreto! Gran compassión es ver al hombre quién fue en el Paraýso y quién pudiera ser en el Cielo, y ver quién es agora en el mundo y, sobre todo, después ver qué será en el sepulchro; porque en el Paraýso terrenal fue innocente, en el cielo fuera beato, y en el mundo está agora cercado de cuydados, y en la sepultura estará después roýdo de gusanos...
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■ Las transformaciones de Ovidio en lengua española. Libro I,
de Jorge de Bustamante (1º mitad del siglo XVI d.n.e.).

Por este poderoso Dios la primera edad fue luego criada de natura de oro. En aquel tiempo reynavan en la tierra verdad & justicia: los hombres andavan seguros por todas partes, & bivian en paz, quietud, y sosiego, sin saber que era necesidad de rey, ni de alcalde, alguacil, escribano, ni verdugo, ni pregonero: porque todos bivian en mucha hermandad tratando verdad & justicia. En este tiempo los hombres no sabían que cosa era torre ni castillo, lança ni espada, arnés, ni otras cosas desta qualidad: porque bivian sin aver menester defensores. La tierra que no era rota ni labrada (porque aun no sabían que era açada, teja, arado: ni otro ningún instrumento de hierro) produzia de si misma, no siendo apremiada & sin fatiga humana todas las cosas necesarias a la vida y sustentación de los hombres: los quales con selváticas substancias de los cerezos, mançanos, çarças, moras y espinas: de cuya producción, y de bellotas, que del enzina arbor dedicado a Iupiter cayan, se contentaban. En este tiempo, los campos, arboles y frutos dellos todos estaban seguros, porque no avia quien los supiesse robar ni despojar de sus frutas. Siempre era un templado y fresco verano en el qual un viento muy delicado, que se dize Zephiro, con su crescida templança producia por los campos gran multitud de frescas flores & rosas, las quales meneándose con este ayre, dándose las blancas aristas unas a otras hazian un suave bullicio, & unas ondas agradables a los ojos de quien les mirava sin saber que cosa era invierno. Los ríos y fuentes corrian, & manavan vino y leche, y los arbores distillavan de si el açucar y la miel...
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■ Los diálogos de montería,
de Luis Barahona de Soto (1.548 d.n.e. - 1.595 d.n.e.).

Dará la tierra sin haber sembrado
Espigas rubias ó dorados frutos;
Ni sufrirá la reja ni el arado,
Y pagará el cielo sus tributos;
No con la nieve ni el granizo helado,
Mas con la fertil pluvia y los enjutos
Y alegres vientos Euro y el Favonio,
Que den del sancto tiempo testimonio.

Calentarán sus tibios corazones
La cabra y el conejo y el venado,
Ni temerán los ásperos leones
Ni al cazador, de astucias ayudado;
Ni verá sus entrañas á azadones
La tierra abierta, ni del corvo arado;
Ni el buey verá su duro cuerno uncido
Al yugo, de su frente aborrecido.

Las uvas nacerán de inculta espina;
De estéril fresno, la camuesa y pero;
Doradas mieles sudará la encina,
y bálsamo de Asiria el roble ibero.
Y abundarán del agua medusina
El Tajo, el Betis, el Genil y el Duero
Y el Bauso; y mostrárase a vuestra vista
Dorado el campo con la rubia arista.

No mentirá vestido de colores
Diversos, el vellón de blanca lana,
Que de si mesmo los tendrá mejores
Que púrpura, que sale de la grana;
Y de la fértil teta los pastores
De la ovejuela saltadora ufana,
Ambrosía y néctar sacarán al peso
De leche y natas de manteca y queso.

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■ Aminta, Acto I, Escena II,
de Torquato Tasso (1.544 d.n.e. - 1.595 d.n.e.).

¡Oh, bella edad del oro venturosa!
No porque miel el bosque destilaba
y de las fuentes leche se vería;
no porque dio sus frutos abundosa
la tierra, que el arado no tocaba,
ni venenosa sierpe consentía;
no porque relucía
sin tristes nubes el sereno cielo,
y siempre era templada primavera,
que ya no persevera,
mas la destemplan el calor y el hielo;
ni llevó nave a la extrangera tierra
la vil codicia, o la sangrienta guerra.

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■ El trato de Argel, vv. 1.313-1.339,
de Miguel de Cervantes Saavedra (1.547 d.n.e. - 1.616 d.n.e.).

AURELIO.- ¡Oh sancta edad, por nuestro mal pasada,
a quien nuestros antiguos le pusieron
el dulce nombre de la Edad dorada! 1315
¡Cuán seguros y libres discurrieron
la redondez del suelo los quen ella
la caduca mortal vida vivieron!
No sonaba en los aires la querella
del mísero cautivo, cuando alzaba 1320
la voz a mal[decir su] dura estrella.
Entonces libert[ad d]ulce reinaba
y el nombre odioso de la servidumb[r]e
en ningunos oídos resonaba.
Pero, después que sin razón, sin lumbre, 1325
ciegos de la avaricia, los mortales,
cargados de terrena pesadumbre,
descubrieron los rubi[o]s minerales
del oro que en la tierra se escondía,
ocasión principal de nuestros males, 1330
este que menos oro poseía,
envidioso de aquel que, con más maña,
más riquezas en uno recogía,
sembró la [c]ruda y la mortal cizaña
del robo, de la fraude y del engaño, 1335
del cambio injusto y trato con maraña.
Mas con ninguno hizo mayor daño
que con la hambrienta, despiadada guerra,
que al natural destruye y al estraño.

∞∞∞∞∞∞∞∞۞∞∞∞∞∞∞∞∞


■ El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha. Iª Parte, Cap. XI),
de Miguel de Cervantes Saavedra (1.547 d.n.e. - 1.616 d.n.e.).

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.

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■ Siglo de Oro en las selvas de Erífile, Égloga III,
de Bernardo de Balbuena (1.562 d.n.e. - 1.627 d.n.e.).

Por cierto, dijo Gracildo, acabando de oír al que cantaba, presumidos pastores hay en estas montañas. A mi parecer poco desdicen estos cantares de los que en otras mas arriscadas se oyeron; y no sé si me pesa que ya las nuestras vayan perdiendo aquella simplicidad y llaneza de sus dorados siglos, donde sin tantos rodeos solían decirse las cosas. Yo á lo menos temor tengo de los vengativos dioses á quien este cuidado toca, que indignados de semejantes altiveces envíen por nuestros ganados algún riguroso castigo. ¿Y como, respondí yo entonces, tú, ganadero, piensas que en las selvas todo ha de ser ovejas y parrales? ¿Nuestros faunos también, y las ninfas de nuestros montes no tienen sus divinos lenguages, que no á toda lengua es lícito pronunciarlos? Todo lo dan las musas, y todo cabe en sus dones. ¿Quién duda que siempre las retamas no amarguen, y el lentisco sea acedo? Y como á otros pastores he oído, permitido es arar el campo á los que de sus frutos vivimos; y no por eso las guirnaldas en los retorcidos cuernos de los bueyes nos parecen mal, ni á los que de ásperas bellotas nos mantenemos la olorosa manzana ó la cuajada tierna es aborrecible.

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■ Arte de putear, Canto II, vv. 13-22,
de Nicolás Fernández de Moratín (1.760 d.n.e. - 1.828 d.n.e.).

Si la simple y feliz naturaleza
durara en la inocencia primitiva
fuera inútil entonces la riqueza.
Cada cual dio de balde antiguamente
lo que dio para ser comunicable
naturaleza, y yendo lentamente
el interés y la maldad creciendo,
a trueque de castañas y bellotas
el amor en las selvas resonantes
los cuerpos junto allí de los amantes.

∞∞∞∞∞∞∞∞۞∞∞∞∞∞∞∞∞





BIBLIOGRAFÍA.-

Hernández de la Fuente, David.- "La Edad de Oro como utopía dionísiaca: de Hesíodo y Platón a su recepción en el imaginario clásico", in Res Publica Litterarum". Documentos de trabajo del Grupo de Investigación 'Nomos'. Suplemento Monográfico Utopía,5 (2.006).
Herreros Tabernero, Elena.- “La Edad de Oro de las ‘Geórgicas’, 1.121.154, en la literatura española”, in Cuadernos de Filología Clásica. Estudios latinos, 27, 2 (2.007), pp. 51-80.
López Gregoris, R..- "El mito de la edad de oro en las fuentes antiguas y en el Quijote”, Edad de oro, 24 (2005) 173-188.
Herreros Tabernero, Elena.- “La Edad de Oro de las ‘Geórgicas’, 1.121.154, en la literatura española”, in Cuadernos de Filología Clásica. Estudios latinos, 27, 2 (2.007), pp. 51-80.







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