22 de febrero de 2018

EL MOTIVO LITERARIO DE "LAS NUBES", ANTES Y DESPUÉS DE AZORÍN.


"LAS NUBES", DE AZORÍN.

El texto que es objeto de nuestro comentario, y del cual partimos para analizar el motivo literario de las nubes, pertenece al libro "CASTILLA", publicado en 1912, correspondiéndose con la parte en la que Azorín toma varios personajes de la literatura española y les da nueva vida, a lo largo de cuatro capítulos, que son:

① “Las nubes”, donde taracea una nueva ficción sobre el recuerdo de La Celestina [de Fernando de Rojas];
② “Lo fatal”, donde lo hace con [el tratado tercero de] el Lazarillo [de Tormes];
③ “La fragancia del vaso”, que opera sobre “La ilustre fregona” [una de las Novelas ejemplares cervantinas,
④ y “Cerrera, cerrera…”, que lo es de La tía fingida, una novela corta difícilmente atribuible a Cervantes],

-y que se hace tema de un libro íntegro en "El licenciado Vidriera visto por Azorín" (1915, luego titulado "Tomás Rueda"), para entrar [más tarde] en el terreno de la franca creación novelesca con "Don Juan" (1922) y "Doña Inés" (1925).
[Mainer, José Carlos. "Tres lecturas de los clásicos españoles (Unamuno, Azorín y Machado"), in Mélanges de la Casa de Velázquez, XXXI, 2 (1995), pág. 182].


He aquí el texto:


LAS NUBES.
Calixto y Melibea se casaron —como sabrá el lector si ha leído La Celestina— a pocos días de ser descubiertas las rebozadas entrevistas que tenían en el jardín. Se enamoró Calixto de la que después había de ser su mujer un día que entró en la huerta de Melibea persiguiendo un halcón. Hace de esto dieciocho años. Veintitrés tenía entonces Calixto. Viven ahora marido y mujer en la casa solariega de Melibea; una hija les nació, que lleva, como su abuela, el nombre de Alisa. Desde la ancha solana que está a la puerta trasera de la casa se abarca toda la huerta en que Melibea y Calixto pasaban sus dulces coloquios de amor. La casa es ancha y rica; labrada escalera de piedra arranca de la honda del zaguán. Luego, arriba, hay salones vastos, apartadas y silenciosas camarillas, corredores penumbrosos con una puertecilla de cuarterones en el fondo, que, como en Las Meninas de Velázquez, deja ver un pedazo de luminoso patio. Un tapiz de verdes ramas y piñas gualdas sobre un fondo bermejo cubre el piso del salón principal; el salón, donde en cojines de seda puestos en tierra se sientan las damas. Acá y allá destacan silloncitos de cadera guarnecidos de cuero rojo o sillas de tijera con embutidas mudéjares: un contador con cajonería de pintada y estofada talla, guarda papeles y joyas; en el centro de la estancia, sobre la mesa de nogal, con las patas y las chambranas talladas, con fiadores de forjado hierro, reposa un linda juego de ajedrez con embutidos de marfil, nácar y plata; en el alinde de un ancho espejo refléjanse las figuras aguileñas sobre fondo de oro de una tabla colgada en la pared frontal.
Todo es paz y silencio en la casa. Melibea anda pasito por cámaras y corredores. Lo observa todo, ocurre a todo. Los armarios están repletos de nítida y bienoliente ropa, aromada por gruesos membrillos. En la despensa, un rayo de sal hace fulgir la ringla de panzudas y vidriadas orcitas talaveranas. En la cocina son espejos los artefactos y cacharros de azófar que en la espetera cuelgan, y los cántaros y alcarrazas obrados por la mano de curioso alcaller en los alfares vecinos muestran bien ordenados su vientre redondo limpio y rezumante. Todo lo previene y a todo ocurre la diligente Melibea; en todo pone sus dulces ojos verdes. De tarde en tarde, en el silencio de la casa, se escucha el lánguido y melodioso son de un clavicordio: es Alisa que tañe. Otras veces, por los viales de la huerta se ve escabullirse calladamente la figura alta y esbelta de una moza: es Alisa que pasea entre los árboles.
La huerta es amena y frondosa. Crecen las adelfas a par de los jazmineros; al pie de los cipreses inmutables ponen los rosales la ofrenda fugaz —como la vida— de sus rosas amarillas, blancas y bermejas. Tres colores llenan los ojos en el jardín: el azul intenso del cielo, el blanco de las paredes encaladas y el verde del boscaje. En el silencio se oye —al igual de un diamante sobre un cristal— el chiar de las golondrinas que cruzan raudas sobre el añil del firmamento. De la taza de mármol de una fuente cae deshilachada, en una franja, el agua. En el aire se respira un penetrante aroma de jazmines, rasas y magnolias. «Ven por las paredes de mi huerto», le dijo dulcemente Melibea a Calixto hace dieciocho años.


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Calixto está en el solejar, sentado junta a uno de los balcones. Tiene el codo puesto en el brazo del sillón y la mejilla reclinada en la mano. Hay en su casa bellos cuadros; cuando siente apetencia de música, su hija Alisa le regala con dulces melodías; si de poesía siente ganas, en su librería puede coger los más delicados poetas de España e Italia. Le adoran en la ciudad; le cuidan las manos solícitas de Melibea; ve continuada su estirpe. Si no en un varón, al menos, por ahora, en una linda moza de viva inteligencia y bondadoso corazón. Y sin embargo, Calixto se halla absorto, con la cabeza reclinada en la mano. Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, ha escrito en su libro:
…et crei la fabrilla
Que dis: Par la pasado no estés mano en mejilla.
No tiene Calixto nada que sentir del pasado; pasado y presente están para él al mismo rasero de bienandanza. Nada puede conturbarle ni entristecerle. Y sin embargo, Calixto, puesta la mano en la mejilla, mira pasar a la lejos sobre el cielo azul las nubes.
Las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son —como el mar— siempre varias y siempre las mismas. Sentimos mirándolas cómo nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas —tan fugitivas— permanecen eternas. A estas nubes que ahora miramos las miraron hace doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres con las mismas pasiones y las mismas ansias que nosotros. Cuando queremos tener aprisionado el tiempo —en un momento de ventura— vemos que van pasado ya semanas, meses, años. Las nubes, sin embargo, que son siempre distintas en todo momento, todas los días van caminando por el cielo. Hay nubes redondas, henchidas de un blanco brillante, que destacan en las mañanas de primavera sobre los cielos traslúcidos. Las hay como cendales tenues, que se perfilan en un fondo lechoso. Las hay grises sobre una lejanía gris. Las hay de carmín y de oro en los ocasos inacabables, profundamente melancólicos, de las llanuras. Las hay como velloncitas iguales o innumerables que dejan ver por entre algún claro un pedazo de cielo azul. Unas marchan lentas, pausadas; otras pasan rápidamente. Algunas, de color de ceniza, cuando cubren todo el firmamento, dejan caer sobre la tierra una luz opaca, tamizada, gris, que presta su encanto a los paisajes otoñales.
Siglos después de este día en que Calixto está con la mano en la mejilla, un gran poeta —Campoamor— habrá de dedicar a las nubes un canto en uno de sus poemas titulado Colón. Las nubes —dice el poeta— nos ofrecen el espectáculo de la vida. La existencia. ¿Qué es sino un juego de nubes? Diríase que las nubes son «ideas que el viento ha condensado»; ellas se nos representan como un «traslado del insondable porvenir». «Vivir —escribe el poeta— es ver pasar». Sí; vivir es ver pasar: ver pasar allá en lo alto las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver. Es ver volver todo un retorno perdurable, eterno; ver volver todo —angustias, alegrías, esperanzas—, como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables.
Las nubes son la imagen del tiempo. ¿Habrá sensación más trágica que aquella de quien sienta el tiempo, la de quien vea ya en el presente el pasado y en el pasado el porvenir?


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En el jardín lleno de silencio se escucha el chiar de las rápidas golondrinas. El agua de la fuente cae deshilachada por el tazón de mármol. Al pie de los cipreses se abren las rosas fugaces, blancas, amarillas, bermejas. Un deseo aroma de jazmines y magnolias embalsama el aire. Sobre las paredes de nítida cal resalta el verde de la fronda; por encima del verde y del blanco se extiende el azul del cielo. Alisa se halla en el jardín sentada, con un libro en la mano. Sus menudos pies asoman por debajo de la falda de fino contray; están calzados con chapines de terciopelo negro adornados con rapacejos y clavetes de bruñida plata. Los ojos de Alisa son verdes, como los de su madre; el rostro más bien alargado que redondo. ¿Quién podría cantar la nitidez y sedosidad de sus manos? Pues de la dulzura de su habla, ¿cuántos loores no podríamos decir?
En el jardín todo es silencio y paz. En el alto de la solana, recostado sobre la barandilla, Calixto contempla extático a su hija. De pronto un halcón aparece, revolando rápida y violentamente por entre los árboles. Tras él, persiguiéndole todo agitado y descompuesto, surge un mancebo. Al llegar frente Alisa se detiene absorto, sonríe y comienza a hablarle.
Calixto lo ve desde el carasol y adivina sus palabras. Unas nubes redondas, blancas, pasan lentamente sobre el cielo azul en la lejanía.


En cuanto al tema de este texto ya observó de Baquero Goyanes [Baquero Goyanes, Mariano. "Cinco variaciones del tema de las nubes", in Varios. Studia Hispanica in honorem Rafael Lapesa. Madrid: Gredos, 1976, pp. 61-71] la influencia de Ramón de Campoamor, como el propio Azorín cita. En concreto estamos hablando del canto XII del poema Colón [Valencia: J. Ferrer de Orga, 1853]. Su título es, además, justamente Las nubes, y tras él, y antes de ofrecernos el poeta las cuarenta y siete octavas que integran el canto, nos adelanta un breve resumen argumental, en prosa, del mismo. Su sentido parece quedar recogido en las dos primeras estrofas, que dicen:

I

Vivir es ver pasar. Ya iba alboreando
del diez y ocho de septiembre el día,
cuando estaban las gentes contemplando
las mil nubes y mil que el sol teñía.
Tantas nubes, tan varias, revolando,
el juego de la vida parecía.
Y bien pensado al fin, ¿qué es en la esencia
más que un juego de nubes la existencia?


II

Las nubes con su forma transitoria,
cual ideas que el viento ha condensado,
son, breve imagen de la humana gloria,
del insondable porvenir traslado.
Haciendo aplicaciones a la historia
leían en las nubes lo pasado,
como si fuesen sus flotantes velos
alfabetos movibles de los cielos.

Campoamor nos da en este poema dos imágenes: vivir es ver pasar y la vida es como las nubes ("breve imagen de la humana gloria"). Estas son justamente las ideas que podemos hallar en el texto de Azorín, amén de ser el paso del tiempo una obsesión azoriniana en múltiples de sus obras.

Considera, asimismo, el profesor Baquero Goyanes que este texto es una de las obras maestras en esta especie literaria, que tan brillantemente cultivó Azorín, de recreación literaria de temas, de situaciones y de personajes de la literatura clásica española.

Como resumen de "Las nubes" diremos que se nos presenta a los desventurados amantes de La Celestina, unidos aquí en feliz matrimonio, y con una hija, Alisa. Calisto y Melibea son seres cotidianos a los que se ha desposeído de su historia trágica, de su muerte y suicidio, para hacerlos vivir y crear una hija. La historia se repetirá, pues, en tanto Calisto contempla absorto el paso de las nubes, desde una galería, un halcón penetra en el jardín donde lee Alisa, y tras él, persiguiéndole, un apuesto mancebo. Tiene lugar el encuentro (repetición del vivido años atrás por Calisto y Melibea), mientras las “nubes redondas, blancas, pasan lentamente sobre el cielo azul, en la lejanía”.

El texto podemos, pues, claramente dividirlo en tres partes:

① En la primera aparece la vida cotidiana y feliz de Calisto y Melibea tras su ansiada y lejana boda (“como sabrá el lector si ha leído La Celestina”, ironiza Azorín).

② La segunda es una meditación de Calisto al contemplar las nubes.

③ La tercera nos muestra la escena que contempla Calisto: un joven ha entrado al huerto tras un halcón; se encuentra con Alisa, hablan. Calisto adivina sus palabras.

Se trata de una estructura circular, de eterno retorno.

El significado del relato radica en la ironía con que ha cambiado el argumento de La Celestina. Se ha cambiado el género, la tragedia por el cuento. Una narración sin casi acción, como retrato casi matemático con los objetos, con un protagonista-pensador de la acción, silencioso, inmóvil. Calisto tiene sin duda mucho que ver con el propio Azorín. Él cuida a sus personajes, los hace vivir y crea para ellos un ambiente grato. Destruye la pasión y la tragedia, el fiero destino de Rojas, y les crea a sus personajes un ambiente de serena belleza.

Mezcla dos rasgos de estilo muy suyos: la arqueología y el impresionismo. Reproduce arqueológicamente el siglo XV: los cacharros de la cocina, los cuadros, el huerto, la música, la poesía, los seres. Y les pone un toque impresionista: el brillo de los cacharros, las figuras del cuadro en el espejo, el azul, blanco y verde del huerto, los dulces ojos verdes de Melibea.

Frenada la tragedia, el planto de Pleberio, sólo queda vivir en paz en el tiempo. Pero ese tiempo desemboca de nuevo en dos calles sin salida:

■ Una, en la tercera parte del capítulo, el eterno retorno. Alisa y el joven del halcón vuelven a ser Calisto y Melibea.
■ Otra, en la parte central: el hombre está preso de su tiempo porque está hecho para morir y para darse cuenta de su cotidiana y anodina agonía.
El eterno retorno de las cosas y la cotidianidad aburrida de los días es un freno a la pasión y muerte pero es una tragedia más honda, segura y consciente. Ese mundo igual y monótono de Calisto y ese eterno retorno de las cosas es la esencial tragedia del hombre, y es el centro de la meditación literaria de Azorín. No quiere el final de la tragedia, pero sí le interesa la otra tragedia, la cotidiana, la invisible destrucción del hombre por el tiempo.

ECOS ANTERIORES A AZORÍN DEL MOTIVO DE LAS NUBES.

Los ecos sobre el motivo de las nubes, anteriores a Azorín, podemos encontrarlos no sólo en Campoamor, según hemos visto más arriba.

► En efecto, ya en la Biblia se marca la relación del paso de las nubes con el paso de la vida (obviamos otras imágenes, que no son objeto de este estudio, como la de la nube como velo de ocultación para Dios Padre, que se manifiesta fundamentalmente en el Antiguo Testamento, en su descenso desde los cielos a la tierra cada vez que tiene necesidad de hablar con los hombres o dirigir su marcha -recordemos el Libro del Éxodo-, pero también en el Nuevo Testamento -"Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd", Marcos, 9, 7-; o plataforma de ascenso a los cielos de Jesucristo, que ha de regresar nuevamente glorioso entre nubes, para trasladar entre nubes a los muertos en Cristo al cielo, según el Nuevo Testamento: 1 Tesalonicenses, 4: 16-17. Respecto a la imagen de ocultación, ha estado presente en todas las mitologías: recordemos que el monte Olimpo de Tesalia, sede de los dioses, siempre estaba nevado y entre nubes: "Así pues, ¡oh Nubes muy venerables!, venid a mostraros a este hombre, ya sea que os encontréis en las sagradas cimas del Olimpo, batidas por la nieve, ya sea que con las Ninfas forméis un coro sagrado en los jardines de vuestro padre Océano, ya sea que con áureos jarros extraigáis agua en las bocas del Nilo, ya sea que habitéis en el lago Meotis o en la cima nevada del Mimante", Aristófanes, Las Nubes.). Así:

Libro de Job, 30, 15: "Los terrores se vuelven contra mí, como el viento mi dignidad es arrastrada; como una nube ha pasado mi ventura"

Libro de la Sabiduría, 2, 4: "Caerá con el tiempo nuestro nombre en el olvido, nadie se acordará de nuestras obras; pasará nuestra vida como rastro de nube, se disipará como niebla acosada por los rayos del sol y por su calor vencida".

Libro de Oseas, 6, 4: "¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal, que pasa!"; 13, 3: "Por eso serán como nube mañanera, como rocío matinal que pasa, como paja aventada de la era, como humo por la ventana."

► Pero, además, debemos siempre tener presente en este motivo la expresión popular: (acordarse de alguna cosa) "como de las nubes de antaño" [disipadas hogaño], y que hace referencia al paso en el tiempo de algo que se ha echado en olvido, y que la localizamos en "El Quijote", de Miguel de Cervantes.
• Parte II. Cap. XLIII. Consejos segundos que dio Don Quijote a Sancho Panza: "no se me acuerda ni acordará más dellos que de las nubes de antaño

".
• Parte II. Capítulo LVIII. Que trata de cómo menudearon sobre Don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras: "que no tienen que ver con nuestros sucesos, según que yo imagino, aunque tonto, que con las nubes de antaño". Refrán popularísmo puesto que viene recogido como "es hablar de las nubes de antaño (o de las nieves de antaño)" y "habláis de las nubes de antaño", en el "Vocabulario de refranes y frases proverbiales..." de Gonzalo Correas [Madrid: Jaime Ratés, 1906, pp. 131 y 493 respectivamente].

Con esa misma última forma está recogida también en "Refranes y modos de hablar castellanos, con los latinos que les corresponden ", del valdepeñero Jerónimo Martín Caro y Cejudo (Madrid: Julián Izquierdo, 1675, pág. 163).

Y no olvidemos el más común "estar como el que se halla pensando en las nubes de antaño", que se ha simplificado por "estar (pensando) en las nubes"
[Cfr.: Sbarbi, José María. Diccionario de refranes, adagios, proverbios, modismos, locuciones y frases proverbiales de la lengua española. Tomo II. M-Z. Madrid: Sucesores de Hernando, 1922, 145-146].

► Y la relación de las nubes con el cambio constante de la Fortuna, está tratada en el siglo XIV por Sem Tob de Carrión (copla 620), con clara influencia bíblica:

Ca el pequeño rato
Si a la rueda plase,
Refollado zapato
De la corona fase.

Quien fía del punto, fol
Y sin sesso se nombra;

Veses le pone al sol
Y veses a la sombra.

Cambiase como el mar
De ábrego a cierço:
Non puede ombre tornar
En cosa del esfuerzo.

Sol claro, plasentero,
Nuve lo fase escuro;
De un dia entero
Non es ombre seguro.

De la sierra al val,
De la nube al abismo,
Segund lo ponen val
Commo letra en guarismo.

► En el siglo XVI Gutierre de Cetina (1520-1557) empleó el motivo de las nubes como obstáculo para mostrar la belleza de la amada:

Mientra, por alegrarme, el sol mostraba
la divina beldad que en sí tenía,
de pura envidia de la gloria mía
nube enojosa, oscura, lo celaba.

Céfiro, que a mirar atento estaba
aquel bien que la nube en sí escondía,
de enamorado, por mirar, la abría,
mas luego, de celoso, la cerraba.

El amor, que mirando estaba el juego,
vencedor a la fin quiso mostrarse,
encendido quizá de un mesmo fuego;
y a fuerza de saetas alargarse
hizo la nube que me tenía ciego,
o por cegarme más o por holgarse.

O como efímero enojo, que tapa brevemente la belleza y perfección de la amada:

Si nube se interpone o turbio el cielo,
dejando oscuro y triste acá en el suelo
todo cuanto con él claro paresce;
y como estando así nos aparesce
fuera de aquella nube y de aquel velo,
y llevando lo obscuro el aire a vuelo,
la claridad del sol más resplandece;
tales me son a mí vuestros enojos,
que mirándoos airada o descontenta
se torna obscura noche el claro día;
mas, en viendo la luz de vuestros ojos,
alegre luego el alma os me presenta,
mil veces más hermosa que solía.
Fray Luis de León (1527-1591) en su oda "En la Ascensión" de Cristo, momento glorioso que deja un sabor agridulce por la pérdida de la presencia de Dios, acudirá a la imagen de la nube como elemento bienaventurado por haber gozado de su realidad, aunque sea brevemente:
¿yY dejas, pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿quién concierto
al viento fiero, airado?
estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿dó vuelas presurosa?
¡cuán rica tú te alejas!
¡cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

► En cambio Francisco de Aldana (1537-1578) empleará el motivo de la "nube errante" como imagen del ser humano que queda a merced del destino, al vaivén de la suerte:
Cual sin arrimo vid; cual planta umbrosa,
viuda del ruiseñor que antes solía
con dulce canto, al parecer del día,
invocar de Titón la blanca esposa;

cual navecilla en noche tenebrosa,
do el gobierno faltó que la regía;
cual caminante que perdió su guía
en selva oscura, horrible y tenebrosa;

cual nube de mil vientos combatida;
cual ave que atajó la red su vuelo;
cual siervo fugitivo y cautivado;

cual de peso infernal alma afligida;
o cual quedó tras el diluvio el suelo...;
tal quedé yo sin vos, hermano amado.

► Recordemos también el poema "Las nubes" (1847) de José Zorrilla, donde la múltiple variedad de nubes son motivo de la inmensidad y vacuidad de Dios, como podemos comprobar:

¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan
del aire trasparente por la región azul?
¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan
del cenit suspendiendo su tenebroso tul?

¿Qué instinto las arrastra? ¿Qué esencia las mantiene?
¿Con qué secreto impulso por el espacio van?
¿Qué ser velado en ellas atravesando viene
sus cóncavas llanuras que sin lumbrera están?

¡Cuál rápidas se agolpan! ¡Cuál ruedan y se ensanchan
y al firmamento trepan en lóbrego montón
y el puro azul alegre del firmamento manchan
sus misteriosos grupos en torva confusión!

Resbalan lentamente por cima de los montes,
avanzan en silencio sobre el rugiente mar,
los huecos oscurecen de entrambos horizontes,
el orbe en tinieblas bajo ellas va a quedar.

La luna huyó al mirarlas; huyeron las estrellas;
su claridad escasa la inmensidad sorbió;
ya reinan solamente por los espacios ellas;
doquier se ven tinieblas, mas firmamento no.

En vano nuestros ojos se afanan por hallarle
del tenebroso velo que le embozó detrás;
que cuanto más los ojos se empeñan en buscarle,
se esconde el firmamento de nuestros ojos más.

¡Las nubes solamente! - ¡Las nubes se acrecientan
sobre el dormido mundo! - Las nubes por doquier!
A cada instante que huye la lobreguez aumentan
y se las ve en montones sin límites crecer.

Ya montes gigantescos semejan sus contornos
al brillo de un relámpago que aumenta la ilusión
ya de volcanes cientos los inflamados hornos:
ya de movibles monstruos alígero escuadrón.

Ya imitan apiñadas de los espesos pinos
las desiguales copas y el campo desigual:
ya informes pelotones de objetos peregrinos
que mudan de colores, de forma y de local.

¿Qué brazo las impele?¿Qué espíritu las guía?
¿Quién habla dentro de ellas con tan gigante voz
cuando retumba el trueno y cuando va bravía
rugiendo por su vientre la tempestad veloz?

Acaso en medio de ellas a visitar los mundos
el Hacedor Supremo del Universo va
,
y envuelto en sus vapores sus senos profundos
estudia y sus cimientos, por si caducan ya.

Acaso de su carro tras la viviente rueda
con impotente saña caminará Luzbel,
y por aquí al cegarle su resplandor no pueda
agolpará esas nubes entre su gloria y él.

Y acaso alguna de ellas será la formidable
que circundó la cumbre del alto Sinaí;
en tanto que el ardiente misterio impenetrable
que iluminó el profeta se fermentaba allí.
Acaso será alguna la que vertió en Sodoma
en inflamadas fuentes la cólera de Dios:
acaso sea alguna la que en los mares toma
las aguas de un diluvio que la acompaña en pos.

¡Señor, yo te conozco! La noche azul, serena,
me dice desde lejos: "Tu Dios se esconde allí".
Pero la noche oscura, la de nublados llena
me dice más pujante: "Tu Dios se acerca a ti".

Te acercas, sí; conozco las orlas de tu manto
en esa ardiente nube con que ceñido estás;
el resplandor conozco de tu semblante santo
cuando al cruzar el éter relampagueando vas.

Conozco, sí, tu sombra que pasa sin colores
detrás de esos nublados que vagan en tropel;
conozco en esos grupo de lóbregos vapores
los pálidos fantasmas, los sueños de Daniel.

Conozco de tus pasos las invisibles huellas
del repentino trueno en el crujiente son,
las chispas de tu carro conozco en las centellas,
la aliento en el rugido del rápido Aquilón.

¿Quién ante Ti parece? ¿Quién es en tu presencia
más que una arista seca que el aire va a romper?
Tus ojos son el día; tu soplo es la existencia,
tu alfombra el firmamento, la eternidad, tu ser.

¡Señor!, yo te conozco, mi corazón te adora
mi espíritu de hinojos ante tus pies está;
pero mi lengua calla, porque mi lengua ignora
los cánticos que llegan al grande y buen Jehová.

Palomas de los valles, prestadme vuestro arrullo;
prestadme, claras fuentes, vuestro gentil rumor;
prestadme, amenos bosques, vuestro feliz murmullo;
y cantaré a par vuestro la gloria del Señor.

Si su hálito llegara al arpa del poeta,
si a mí, Señor, bajara tu espíritu inmortal,
mi corazón henchido del fuego del profeta
cantara, y no tuvieran sus cánticos igual.

Mi voz fuera más dulce que el ruido de las hojas
mecidas por las auras del oloroso abril,
más grata que del Fénix las últimas congojas,
y más que los gorjeos del ruiseñor gentil.

Más grave y majestuosa que el eco del torrente
que cruza del desierto la inmensa soledad,
más grande y más solemne que sobre el mar hirviente
el ruido con que ronca la ronca tempestad.

Mas, ¡ay!, que sólo puedo postrarme con mi lira
delante de esas nubes con que ceñido estás
porque mi acento débil en mi garganta espira
cuando al cruzar el éter relampagueando vas.

Tu espíritu infinito resbala ante mis ojos
y aunque mi vista impura tu aparición no ve,
mi alma se estremece, y ante tu faz de hinojos
te adora en esas nubes
mi solitaria fe.


► Julián Romea Yanguas (1813-1868), famoso actor del siglo XVIII, también empleará este motivo como fugaz paso del tiempo

¡Qué hermosa vas del huracan violento,
nube ligera, en las tendidas alas!
¡Qué rauda cruzas las etéreas salas
cambiando formas a merced del viento!

Del sol poniente al rayo macilento
cándida brillas y a la nieve igualas,
y embebecido en tus lucientes galas
te sigue con afan mi pensamiento.

Así tambien del fuego en que aun me abraso
al empuje febril, mi fantasía
ciega y brillante se entregó al acaso:

y también vió caer su hermoso día;
y el sol de la esperanza en el ocaso
tambien su última luz al alma envia.

► Del mismo modo, traigamos a la memoria aquel poema de Charles Baudelaire, titulado "El extranjero" (publicado póstumamente en 1869), en el que terminaba exclamando:

-¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?
-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.
-¿A tus amigos?
-Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.
-¿A tu patria?
-Ignoro en qué latitud está situada.
-¿A la belleza?
-Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.
-¿Al oro?
-Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.
-Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?
-Quiero a las nubes..., a las nubes que pasan... por allá.... ¡a las nubes maravillosas!

► Y aquel otro que en "Follas novas" (1880) nos dejó Rosalía de Castro, tan cercano al sentir de Azorín:

Tal coma as nubes
que leva o vento,
i agora asombran, i agora alegran
os espacios inmensos do ceo,
así as ideas
loucas que eu teño,
as imaxes de múltiples formas
de estrañas feituras, de cores incertos,
agora asombran,
agora acraran,
o fondo sin fondo do meu pensamento.
Tal como las nubes
que lleva el viento,

que ahora dan sombra, y ahora alegran
los espacios inmensos del cielo,
así las ideas
locas que yo tengo
,
las imágenes de múltiples formas
de extrañas hechuras, de colores inciertos,
ahora dan sombra,
ahora aclaran,
el fondo sin fondo de mi pensamiento.

Idea remedada en "En las orillas del Sar" (1884):

Creyó que era eterno tu reino en el alma
y creyó tu esencia, esencia inmortal,
mas, si sólo eres nube que pasa,
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la tierra,
¡no existes, verdad!
► Igualmente fue empleado por Carolina Coronado en su poema "A las nubes":

[I] ¡Cuán bellas sois las que sin fin vagando
en la espaciosa altura,
inmensas nubes, pabellón formando
al aire suspendido,
inundáis de tristura
y de placer a un tiempo mi sentido!


[II] ¡Cuán bellas sois, bajo el azul brillante
las zonas recorriendo,
ya desmayando leves un instante
entre la luz perdidas,
ya el sol oscureciendo
y con su llama ardiente enrojecidas!

[III] Y ya brilláis como la blanca espuma
en las olas del viento,
y ya fugaces como leve pluma,
y de sombras ceñidas,
cruzáis el firmamento
las pardas frentes de vapor henchidas.

[IV] ¡Cuán dulce brilla en su mortal desmayo
rompido en vuestro seno
del sol ardiente el amarillo rayo!
¡Y cuán dulce y templado
el resplandor sereno
del astro de la noche sosegado!

[V] Y ¡cuánto, oh nubes, vuestro errante giro
place a mi fantasía!
triste y callada y solitaria os miro
flotar allá en el viento,
y por celeste vía
melancólico vaga el pensamiento.


[VI] Y yo os adoro si con tibio anhelo
adormís las centellas
el vivo sol en el tendido cielo;
si en delicioso manto
veláis de las estrellas
y la pálida luna el triste encanto.

[VII] ¡Oh!, ¡yo os adoro, del espacio inmenso
deidades vagarosas!
no cuando hirvientes desde el seno denso
en ronco torbellino
arrojáis espantosas
vívidas llamas del furor divino.
[VIII] ¡Ay! ¡que medrosa entonces se ahuyentara
la inspiración sublime!
ni medrosa la cítara ensalzara
del cielo la belleza,
cuando mi sien oprime
nubloso manto de mortal tristeza.

[IX] Muda contemplo de pavor cercada
la turba misteriosa
que en pos del huracán revuela osada,
así errante la vida
se arrastra lastimosa
a la senda fatal do el mal se anida.


[X] Allá en la inmensidad os mueven guerra
furiosos aquilones:
así de desventuras en la tierra
nos cerca turba insana;
así de las pasiones
es juguete infeliz la vida humana.


[XI] Ella varía también la faz ostenta,
y brilla y se oscurece,
y cual vosotras rápida se ahuyenta;
y es nube que exhalada
el aire desvanece
en la corriente de la triste nada.

[XII] Mas ¡ay! vosotras revagad en tanto
que la cítara mía
os pueda consagrar su débil canto.
Del sol al rayo bello
tended el ala umbría,
y apacible volvedme su destello.

[XIII] Y dadme inspiración; yo mis cantares
daré a vuestra hermosura.
las que sorbéis el agua de los mares,
¡vagad tranquilamente
con nevada blancura
en la encendida cumbre del Oriente!

► Magníficas son las imágenes de las nubes, como paso del tiempo, en "La Regenta", (1884-1885) de Leopoldo Alas Clarín. Veamos un fragmento:
«Y la juventud huía, como aquellas nubecillas de plata rizada que pasaban con alas rápidas delante de la luna... ahora estaban plateadas, pero corrían, volaban, se alejaban de aquel baño de luz argentina y caían en las tinieblas que eran la vejez, la vejez triste, sin esperanzas de amor. Detrás de los bellones de plata que, como bandadas de aves cruzaban el cielo, venía una gran nube negra que llegaba hasta el horizonte. Las imágenes entonces se invirtieron; Ana vio que la luna era la que corría a caer en aquella sima de obscuridad, a extinguir su luz en aquel mar de tinieblas.»
«Lo mismo era ella; como la luna, corría solitaria por el mundo a abismarse en la vejez, en la obscuridad del alma, sin amor, sin esperanza de él... ¡oh, no, no, eso no!»
Sentía en las entrañas gritos de protesta, que le parecía que reclamaban con suprema elocuencia, inspirados por la justicia, derechos de la carne, derechos de la hermosura. Y la luna seguía corriendo, como despeñada, a caer en el abismo de la nube negra que la tragaría como un mar de betún. Ana, casi delirante, veía su destino en aquellas apariencias nocturnas del cielo, y la luna era ella, y la nube la vejez, la vejez terrible, sin esperanza de ser amada. Tendió las manos al cielo, corrió por los senderos del Parque, como si quisiera volar y torcer el curso del astro eternamente romántico. Pero la luna se anegó en los vapores espesos de la atmósfera y Vetusta quedó envuelta en la sombra. La torre de la catedral, que a la luz de la clara noche se destacaba con su espiritual contorno, transparentando el cielo con sus encajes de piedra, rodeada de estrellas, como la Virgen en los cuadros, en la obscuridad ya no fue más que un fantasma puntiagudo; más sombra en la sombra».
O como paso de ligeros pensamientos: "El recuerdo de Fray Luis de León pasó como una nubecilla por el pensamiento de Ana, que sintió un poco de melancolía amarga (...) Otra nubecilla pasó por la frente de Ana".

ECOS POSTERIORES A AZORÍN DEL MOTIVO DE LAS NUBES.

► Mayores serán las referencias que habrá posteriormente. Es el caso del vanguardista Vicente Huidobro, quien cantó: "Calentad vuestros suspiros en los bolsillos/ que el cielo peina sus nubes antiguas/ siguiendo los gestos de nuestras manos" (del poema "Invierno para beberlo"), pues "nadie comprende nuestros signos y gestos de largas raíces,/ nadie comprende la paloma encerrada en nuestras palabras,/ paloma de nube y de noche,/ de nube en nube y de noche en noche./ Esperamos en la puerta el regreso de un suspiro./ Miramos ese hueco en el aire en que se mueven los que aún no han nacido" (del poema "Para llorar"), descubriendo que "cada vez que abro los labios/ inundo de nubes el vacío" (del poema "Noche").

► Y luego de los poetas de la Generación del 27.

■ Pensemos, por ejemplo, en Vicente Aleixandre, y su poema "Paisaje", de "La destrucción o el amor"

Desde lejos escucho tu voz que resuena en este campo,
confundida con el sonido de este agua clarísima que desde aquí contemplo;
tu voz o juventud, signo que siempre oigo
cuando piso este verde jugoso siempre húmedo.

No calidad de cristal,
no calidad de carne, pero ternura humana,
espuma fugitiva, voz o enseña o unos montes,
ese azul que a lo lejos es siempre prometido.

No, no existes y existes.

Te llamas vivo ser,
te llamas corazón que me entiende sin que yo lo sospeche,
te llamas quien escribe en el agua un anhelo, una vida,
te llamas quien suspira mirando el azul de los cielos.

Tu nombre no es el trueno rumoroso que rueda
como sólo una cabeza separada del tronco.
No eres tampoco el rayo o súbito pensamiento
que ascendiendo del pecho se escapa por los ojos.
No miras, no, iluminando ese campo,
ese secreto campo en el que a veces te tiendes,
río sonoro o monte que consigue sus límites,
frente a la raya azul donde unas manos se estrechan.

Tu corazón tomando la forma de una nube ligera
pasa sobre unos ojos azules,
sobre una limpidez en que el sol se refleja;
pasa, y esa mirada se hace gris sin saberlo,
lago en que tú, oh pájaro, no desciendes al paso.

Pájaro, nube o dedo que escribe sin memoria;
luna de noche que pisan unos desnudos pies;
carne o fruta, mirada que en tierra finge un río;
corazón que en la boca bate como las alas.

Y el poema "No basta", de "Sombra del Paraíso":

Pero no basta, no, no basta
la luz del sol, ni su cálido aliento.
No basta el misterio oscuro de una mirada.
Apenas bastó un día el rumoroso fuego de los bosques.
Supe del mar. Pero tampoco basta.

En medio de la vida, al filo de las mismas estrellas,
mordientes, siempre dulces en sus bordes inquietos,
sentí iluminarse mi frente.
No era tristeza, no. Triste es el mundo;
pero la inmensa alegría invasora del universo
reinó también en los pálidos días.

No era tristeza. Un mensaje remoto
de una invisible luz modulaba unos labios
aéreamente, sobre pálidas ondas,
ondas de un mar intangible a mis manos.

Una nube con peso, nube cargada acaso de pensamiento estelar,
se detenía sobre las aguas, pasajera en la tierra,
quizá envío celeste de universos lejanos
que un momento detiene su paso por el éter.


Yo vi dibujarse una frente,
frente divina: hendida de una arruga luminosa.
atravesó un instante preñada de un pensamiento sombrío.
Vi por ella cruzar un relámpago morado, vi unos ojos
cargados de infinita pesadumbre brillar,
y vi a la nube alejarse, densa, oscura, cerrada,
silenciosa, hacia el meditabundo ocaso sin barreras.


El cielo alto quedó como vacío.
Mi grito resonó en la oquedad sin bóveda
y se perdió, como mi pensamiento que voló deshaciéndose,
como un llanto hacia arriba, al vacío desolador, al hueco.


Sobre la tierra mi bulto cayó. Los cielos eran
sólo conciencia mía, soledad absoluta.
Un vacío de Dios sentí sobre mi carne,
y sin mirar arriba, nunca, nunca, hundí mi frente en la arena
y besé sólo a la tierra, a la oscura, sola,
desesperada tierra que me acogía.

Así sollocé sobre el mundo.

¿Qué luz lívida, qué espectral vacío velador,
qué ausencia de Dios sobre mi cabeza derribada
vigilaba sin límites mi cuerpo convulso?
¡Oh madre, madre, sólo en tus brazos siento
mi miseria! Sólo en tu seno martirizado por mi llanto
rindo mi bulto, sólo en ti me deshago.

Estos límites que me oprimen,
esta arcilla que de la mar naciera,
que aquí quedó en tus playas,
hija tuya, obra tuya, luz tuya,
extinguida te pide su confusión gloriosa,
te pide sólo a ti, madre inviolada,
madre mía de tinieblas calientes,
seno sólo donde el vacío reina,
mi amor, mi amor, hecho ya tú, hecho tú sólo.

Todavía quisiera, madre,
con mi cabeza apoyada en tu regazo,
volver mi frente hacia el cielo
y mirar hacia arriba, hacia la luz, hacia la luz pura,
y sintiendo tu calor, echado dulcemente sobre tu falda,
contemplar el azul, la esperanza risueña,
la promesa de Dios, la presentida frente amorosa.
¡Qué bien desde ti, sobre tu caliente carne robusta,
mirar las ondas puras de la divinidad bienhechora!
¡Ver la luz amanecer por oriente, y entre la aborrascada nube preñada
contemplar un instante la purísima frente divina destellar,
y esos inmensos ojos bienhechores

donde el mundo alzado quiere entero copiarse
y mecerse en un vaivén de mar, de estelar mar entero,
compendiador de estrellas, de luceros, de soles,
mientras suena la música universal, hecha ya frente pura,
radioso amor, luz bella, felicidad sin bordes!

Así, madre querida,
tú puedes saber bien —lo sabes, siento tu beso secreto de sabiduría—
que el mar no baste, que no basten los bosques,
que una mirada oscura llena de humano misterio,
no baste; que no baste, madre, el amor,
como no baste el mundo.

Madre, madre, sobre tu seno hermoso
echado tiernamente, déjame así decirte
mi secreto; mira mi lágrima
besarte; madre que todavía me sustentas,
madre cuya profunda sabiduría me sostiene ofrecido.

Fin.

■ En Gerardo Diego, con su poema "Las nubes", con ecos de Carolina Coronado, como hemos visto más arriba (al comparar las nubes con olas blancas del viento):
Yo pastor de bulevares
desataba los bancos
y sentado en la orilla corriente del paseo
dejaba divagar mis corderos escolares

Todo había cesado
Mi cuaderno
única fronda del invierno
y el quiosco bien anclado entre la espuma

Yo pensaba en los lechos sin rumbo siempre frescos
para fumar mis versos y contar las estrellas

Yo pensaba en mis nubes
olas tibias del cielo
que buscan domicilio sin abatir el vuelo


Yo pensaba en los pliegues de las mañanas bellas
planchadas al revés que mi pañuelo

Pero para volar
es menester que el sol pendule
y que gire en la mano nuestra esfera armilar


Todo es distinto ya

Mi corazón bailando equivoca a la estrella
y es tal la fiebre y la electricidad
que alumbra incandescente la botella

Ni la torre silvestre
distribuye los vientos girando lentamente
ni mis manos ordeñan las horas recipientes

Hay que esperar el desfile
de las borrascas y las profecías
Hay que esperar que nazca de la luna
el pájaro mesías

Todo tiene que llegar

El oleaje del cine es igual que el del mar
Los días lejanos cruzan por la pantalla
Banderas nunca vistas perfuman el espacio
y el teléfono trae ecos de batalla

Las olas dan la vuelta al mundo
Ya no hay exploradores del polo y del estrecho
y de una enfermedad desconocida
se mueren los turistas
la guía sobre el pecho

Las olas dan la vuelta al mundo

Yo me iría con ellas

Ellas todo lo han visto
No retornan jamás ni vuelven la cabeza

almohadas desahuciadas y sandalias de Cristo

Dejadme recostado eternamente

Yo fumaré mis versos y llevaré mis nubes
por todos los caminos de la tierra y del cielo
Y cuando vuelva el sol en su caballo blanco
mi lecho equilibrado alzaré al cielo.

■ O en el malagueño Emilio Prados, que fue tildado como "cazador de nubes" por Lorca en su "La balada del agua del mar", dedicada a éste:

El mar
sonríe a lo lejos.
Dientes de espuma,
labios de cielo.

¿Qué vendes, oh joven turbia
con los senos al aire?

Vendo, señor, el agua
de los mares.

¿Qué llevas, oh negro joven,
mezclado con tu sangre?

Llevo, señor, el agua
de los mares.

Esas lágrimas salobres
¿de dónde vienen, madre?

Lloro, señor, el agua
de los mares.

Corazón, y esta amargura
seria, ¿de dónde nace?

¡Amarga mucho el agua
de los mares!

El mar
sonríe a lo lejos.
Dientes de espuma,
labios de cielo.

■ Y fundamentalmente en Luis Cernuda, el poeta de "Las nubes" (1937-1940).
[Cfr.: Cernuda y "Las Nubes", de Dobry, Eduardo [en línea]. Méndez, Alejandro: Laboratoriopoetico.blospot.com.es [fecha de consulta, 29 de junio de 2016]. Disponible en web http://laboratoriopoetico.blogspot.com.es/2011/01/cernuda-y-las-nubes-edgardo-dobry.html].

En efecto, Luis Cernuda consideró que "el hombre es una nube de la que el sueño es viento" (poema "Lamento y esperanza"), retomando los versos de "Donde habite el olvido", de 1934, donde exclamó: “Adolescente fui en días idénticos a nubes,/ cosa grácil, visible por penumbra y reflejo”, y "algunas veces soy feliz./ Algunas veces vagamente,/ como las nubes ceden luz..." (del poema "No es nada").

Nos describió que "“Un día comprendió cómo sus brazos eran solamente de nubes. Imposible con nubes estrechar hasta el fondo un cuerpo, una fortuna”, de ahí que llegara a la definición de las nubes en "Te quiero", de 1929: "te lo he dicho con las nubes,/ frentes melancólicas que sostienen el cielo,/ tristezas fugitivas

”, y que ampliará en un concepto de paso, de huida: "la distancia entre los dos abierta / se lleva el sufrimiento, como nube / rota en lluvia olvidada, y la alegría, / hermosa claridad desvanecida" (de su poema "Elegía española (II)"), de prosificación lejana a la que suele inquerir: "la angustia se abre paso entre los huesos,/ remonta por las venas/ hasta abrirse en la piel,/ surtidores de sueño/ hechos carne en interrogación vuelta a las nubes" (del poema "No decía palabras").

Detengámonos en una muestra más:

“Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz,

si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo, ...”

Manuel Altolaguirre, denominado el poeta de la analogía alma-nube, el poeta simbólico de la nube.
[Cano, José Luis. "Manuel Altolaguirre, poeta de la nube", in La poesía e la Generación del 27. Madrid: Guadarrama, 1973, pp. 277-282].

Él fue creador de otro libro titulado "Nube temporal" (1939), en donde incidió en el matiz azoriniano de que "todo sueño que es nube se desvanece". Veámoslo en varios poemas:

COMO UN ALA NEGRA.

Como un ala negra de aire
desprendida de hombro alto,
cuerpo de un muerto reflejo
en duras tierras ahogado,
la sombra quieta, tendida,
flota sobre el liso campo.
La nube, sombra en el viento
de la sombra, flor sin tallo,
de la amplia campana azul
adormecido badajo,
techo azul y suelo verde
tiene en la tarde de mayo.


Como una rama de almendro
el horizonte nublado.

La sombra quieta, tendida,
flota sobre el liso campo,
cuerpo de un muerto reflejo
en duras tierras ahogado.
(De "Ejemplo", 1927).


LA NUBE

Como el alma de un río,
como el sueño de un árbol,
la nube por el cielo
desdeñosa, avanzando,
desprecia las miradas
amorosas del campo.

Perderá su hermosura,
deshaciéndose en llanto,
cuando su amor conceda
a la sed de unos labios.

No te entregues, blanquísima
virgen de los espacios,
que tu amante es el polvo
y tu amor será barro.
(De "La lenta libertad", 1936).

LA NUBE

Oh libertad errante, soñadora
desnuda de verdor, libre de venas,
arboleda del mar, errante nube
;
si en lluvia el desengaño te convierte,
la forma de mi copa podrá darte
una pequeña sensación de cielo.

Vuelve a la tierra, oh mar, vuelve a la vida,
a las cadenas de los largos ríos,
a las prisiones de los hondos lagos;
vuelve afilada a penetrar mil veces
angostos laberintos vegetales.

¡Oh libertad, tus puertas son heridas!
No las quieras abrir, sigue encerrada
en la sedienta piel o te sostenga
el inclinado cauce del torrente.

Todo sueño que es nube se deshace.
Vuelva a brillar el sol, pues la blancura
de esa ilusion de libertad celeste
es tan sólo una sombra hecha jirones.

No sueñe más el agua, y tenga vida
en la savia o la sangre, tenga sólo
en mí su libertad, libre en mis lágrimas.
(De "Las islas invitadas", edición de 1936).


LA NUBE.

Ni un músculo se mueve
en tu fuga veloz, nube tranquila;
no eres ya como el cuerpo
líquido que saltaba
en la tierra, en tu vida,
no eres ola ni río,
eres un alma o ángel
que, pese a su blancura,
ha de ser condenado
a deshacer su túnica
en lluvia, nieve o llanto.
(De "Nuevos poemas de las islas invitadas, 1946).

E igualmente, tras este grupo poético, continuará cultivándose por otros poetas. Así:

León Felipe creará este poema, titulado "Como aquella nube blanca":

Ayer estaba mi amor
como aquella nube blanca
que va tan sola en el cielo
y tan alta,
como aquella
que ahora pasa
junto a la luna
de plata.

Nube
blanca,
que vas tan sola en el cielo
y tan alta,
junto a la luna
de plata,
vendrás a parar
mañana,
igual que mi amor,
en agua,
en agua del mar
amarga.

Mi amor tiene el ritornelo
del agua, que, sin cesar,
en nubes sube hasta el cielo
y en lluvia baja hasta el mar.


El agua, aquel ritornelo,
de mi amor, que, sin cesar,
en sueños sube hasta el cielo
y en llanto baja hasta el mar.

► O José Hierro, en su poema "Las nubes" dirá:

Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas detrás de las nubes,
huellas que se llevó el viento.


Buscas las manos calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.

Nubes que eran ritmo, canto
sin final y sin comienzo
,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,

palmas de mármol, criaturas
girando al compás del tiempo,
imitándole la vida
su perpetuo movimiento.

Inútilmente interrogas
desde tus párpados ciegos.
¿Qué haces mirando a las nubes,
José Hierro?

► Uno de los poetas contemporáneos que mejor ha entendido este motivo es Javier Lostalé (dirá "pasaste por el mundo / como nube sin sombra”

), al que ha dedicado un libro, "El pulso de las nubes" [Valencia: Pre-textos, 2014], donde en torno a él reflexiona
«sobre el tiempo y sobre la palabra: la palabra que pasa dejando la presencia de su ausencia, estando para significar algo que no está, como la sombra o huella de un significado que no se materializa; un palimpsesto borroso, un rastro de nube. Las nubes que se escapan dejando el rastro de la invisibilidad, tan imprescindible en poesía».
[ Ola Onero, Ana. "El pulso poético de Javier Lostalé", [17/11/2014], in hoyesarte.com [in línea].
como podemos ver en estos dos poemas:


CLARO DE LUNA.
La debilidad de un amanecer con pulso de nube
en el que la memoria es tan sólo un aroma
.
Derrumbarse en brazos de lo invisible.
Lentitud que todo lo conquista
sin deseo de pertenencia.

Respirada redención de lo incierto.
Palabras que se abren como planetas silenciosos.
Con tanta libertad todo nos cerca
que de cualquier mirada hacemos destino.
Somos lo que sin nosotros arde solitario
hasta temblar sin conciencia
en la pura invocación de lo que seguro adviene.
Todo se nos muestra en su vuelo quieto
y nos alza dentro de su aire iluminado.

Traspasado está el ser
por íntimos rayos de visitación.
El mundo es una pausa florecida
que sin nadie no deja de cantar.
SOLITARIO.
Tiene el solitario toda la luz dentro,
por eso se convoca a noche perpetua
sin dejar nunca de amanecer.
Núbil vive en el astro quieto de su sueño
,
hundido su corazón en latitud sin orillas.
Exiliado fiel a su propio destino
mide lo infinito mediante latidos,
y redime tanta ausencia
con un adviento de sombras en calma
.
Abre surcos el pensamiento del solitario
hasta tocar el embrión de lo iluminado,
y cada uno de sus deseos
se consuma en la vigilia con pulso
de un hondo ser sin nadie.
Desclavado de cualquier respiración
sabe llenar su pecho de mareas silenciosas,
y su meta está siempre en la partida.
Sin firmamento se desnuda el solitario
mientras es amado por lo que no existe.
Su destino es renacer
en la sorda transparencia del olvido.

[Puede ver unos vídeos de recitado y presentación del libro por el propio Javier Lostalé].

Fuera de España también se ha cultivado, como podemos comprobar en estos autores:

► Para el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), con su poema "Nubes", estas son reflejo de lo efímero que son todas las cosas:

I.

No habrá una sola cosa que no sea
una nube.
Lo son las catedrales
de vasta piedra y bíblicos cristales
que el tiempo allanará. Lo es la Odisea,
que cambia como el mar. Algo hay distinto
cada vez que la abrimos. El reflejo
de tu cara ya es otro en el espejo
y el día es un dudoso laberinto.
Somos los que se van. La numerosa
nube que se deshace en el poniente
es nuestra imagen.
Incesantemente
la rosa se convierte en otra rosa.
Eres nube, eres mar, eres olvido.
Eres también aquello que has perdido.

II.

Por el aire andan plácidas montañas
o cordilleras trágicas de sombra
que oscurecen el día. Se las nombra
nubes. Las formas suelen ser extrañas.
Shakespeare observó una. Parecía
un dragón. Esa nube de una tarde
en su palabra resplandece y arde
y la seguimos viendo todavía.
¿Qué son las nubes? ¿Una arquitectura
del azar? Quizá Dios las necesita
para la ejecución de Su infinita
obra y son hilos de la trama oscura.
Quizá la nube sea no menos vana
que el hombre que la mira en la mañana
.

► Mientras que para la argentina Marilina Rébora (1919-1999), las nubes son confidentes, viajeras fugaces, como detalla en su poema "La nubecita":

Llévame nubecita a lo alto contigo
y cúbreme amorosa con tu cendal de gasa;
que tu orla de tul me sirva, leve abrigo,
para que no me falte el amor de la casa.

Llévame tú que eres, de mis ansias testigo,
ceniciento vigía, fino polvo de brasa,
incansable viajera detrás de mi postigo;
llévame pero pronto, que tu momento pasa.

No me llames poeta; sea a la hermana rosa,
encendida de fuego, áureo halo de oro;
o a la blanca, a la blanca de perfiles de hielo

que entre albos pompones, toda nieve reposa.
No me llames poeta que tus anhelos lloro,
que soy como el amor fugaz sombra en el cielo.

► En "A las nubes", de la chilena premio Nobel Gabriela Mistral (1889-1957), éstas son artificio viajero que a través de sus formas puede traer y llevar el amor de la amada y el rostro del amante:

Nubes vaporosas,
nubes como tul,
llevad l'alma mía
por el cielo azul
.

¡Lejos de la casa
que me ve sufrir,
lejos de estos muros
que me ven morir!

Nubes pasajeras,
llevadme hacia el mar,
a escuchar el canto
de la pleamar,
y entre la guirnalda
de olas cantar.

Nubes, flores, rostros,
dibujadme a aquel
que ya va borrándose
por el tiempo infiel.
Se desgaja mi alma
sin el rostro de él.

Nubes que pasáis,
nubes, detened
sobre el pecho mío
la gresca merced.

¡Abiertos están
mis labios de sed!

► El cubano José Ángel Buesa (1910-1982) se sirvió de la imagen de las nubes como paso del tiempo en diversos poemas, como en "Muchacha sin amor":
Mira esa lenta nube, mira esa flor lozana,
mira el agua del río que murmura a tus pies...
Pero piensa en lo poco que va a quedar mañana
de todo lo que hoy ves
.

Piensa que el tiempo pasa por tus manos vacías
igual que esa corriente que no vuelve jamás;
y la flor y la nube se van como tus días,
y tú también te vas.

Por eso, hunde tus manos en el agua del río,
y sonríe a las nubes y ve a cortar la flor,
y llena con un sueño tu corazón vacío,
muchacha sin amor...

O en el "Poema del ovido":
Viendo pasar las nubes fue pasando la vida,
y tú, como una nube, pasaste por mi hastío.
Y se unieron entonces tu corazón y el mío,
como se van uniendo los bordes de una herida.

Los últimos ensueños y las primeras canas
entristecen de sombra todas las cosas bellas;
y hoy tu vida y mi vida son como estrellas,
pues pueden verse juntas, estando tan lejanas...

Yo bien sé que el olvido, como un agua maldita,
nos da una sed más honda que la sed que nos quita,
pero estoy tan seguro de poder olvidar...

Y miraré las nubes sin pensar que te quiero,
con el hábito sordo de un viejo marinero
que aún siente, en tierra firme, la ondulación del mar.

► El ecuatoriano Julio Zaldumbide Gangotena (1833-1887) relacionó a las nubes con la amada y sus cambios anímicos en "Yo vi esa triste nube el firmamento":
Yo vi esa triste nube el firmamento
apacible cruzar en claro día,
brillante de arrebol y de alegría
cual de mi dicha el rápido momento.

En medio del celeste pavimento
que en purísima luz resplandecía,
en las auras del cielo se mecía,
como en sueño de amor el pensamiento.

Mas, ay, que huyó su brillo y hermosura
al estallar el trueno en la alta cumbre,

y ahora la miro en tempestad oscura,

en centellas arder de roja lumbre:
imagen triste de mi cruel Señora,
¡antes tan dulce, y tan airada ahora!

► "Las Nubes" del hondureño Froylán Turcios (1875-1943) son formas caprichosas que hacen meditar a quien las ve sobre el paso del tiempo:

Las nubes con sus formas caprichosas
revolando impelidas por el viento,
me hicieron pensar por un momento
en la efímera vida de las cosas
.

Al cambiar sus figuras vaporosas,
al empuje del raudo movimiento,
las creyó el visionario pensamiento
alas de gigantescas mariposas.

Ora fingen tropel de extraños seres,
siluetas de fantásticas mujeres,
o visiones de un mágico espejismo;
pórticos de palacios imperiales
errando en la locura del abismo.

► El mejicano José Tomás de Cuéllar (1830-1894) en "La tierra y el cielo", hace una simbiosis de su persona con las nubes, viajeras, etéreas, inmersas en el cielo pero aferradas a la tierra:
Me siento alguna vez como la nube
de un celaje sombrío:
calma en redor, bajo mis pies la tierra
con algo que me aterra,
en su desierto páramo vacío.
Sobre mi frente el cielo que me llama
con algo que me ama
en su infinito azul resplandeciente...
Y a mi pesar, como la nube misma,
baja a la tierra lánguida mi mente
y abandona ese cielo que la abisma.
► Y Manuel Acuña (1849-1873) hace de las nubes una breve sombra que interrumpe la dicha de la enamorada en el soneto "A una flor":
Cuando tu broche apenas se entreabría
para aspirar la dicha y el contento,
¿te doblas ya y cansada y sin aliento
te entregas al dolor y a la agonía?

¿no ves acaso, que esa sombra impía
que ennegrece el azul del firmamento
nube es tan sólo que al soplar el viento,
te dejará de nuevo ver el día?

¡resucita y levántate!... Aún no llega
la hora de que en el fondo de tu broche
des cabida al pesar que te doblega.

Injusto para el sol es tu reproche,
que esa sombra que pasa y que te ciega,
es una sombra, pero aún no es la noche.

Jaime Torres Bodet (1902-1974), en "Canción de las voces serenas", compara el paso de las nubes con deshojar los pétalos de una flor, como imagen también del paso del tiempo:

Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.

Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una estrella
y en morir con una flor.

Y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir otra nube
y en deshojar otra flor.

Y se nos irá la vida
sin sentir otro rumor
que el del agua de las horas
que se lleva el corazón...

Octavio Paz (1914-1998) en múltiples ocasiones empleó el motivo de las nubes, como en este "Árbol quieto entre nubes"a, como reflejo de toda la naturaleza:

Aquel joven soldado
era sonriente y tímido y erguido
como un joven durazno.
El vello de su rostro se doraba
con el rubor de los duraznos
al amarillo sol de mediodía.
Sus ademanes eran
como los ademanes del durazno
cuando el viento lo mueve, en la colina.
Si sonreía era su sonrisa
un imprevisto florecer durazno.
Una ráfaga a veces lo nublaba
y entonces, serio, ensimismado,
era un durazno al aire, deshojado.
Jugaba con los niños, en la tarde,
con un fervor nostálgico, lejano,
con la misma ternura de la ola
que se aleja volviendo la cabeza.
Un viento melancólico barría
nubes en flor, apenas nubes,
y en el jardín volaban hojas
¡oh despeinada primavera!
Árbol quieto entre nubes, hojas, niños,
se preguntaba aquel soldado:
¿Es nube todo, todo es hoja, viento?
¿Los familiares árboles son nubes?
¿Esta rama que toco, esta corteza,
estos niños, son nubes? ¿Nube el sueño
y la muchacha aquella y su perfume,
fantasma de la carne, nube, espuma
apenas sostenida por el viento?
Y se alejó, callada nube negra.

José Emilio Pacheco Berny (1939-2014) desarrolló en "Nubes" la imagen de la libertad:

En un mundo erizado de prisiones
Sólo las nubes arden siempre libres.

No tienen amo, no obedecen órdenes,
Inventan formas, las asumen todas.

Nadie sabe si vuelan o navegan,
Si ante su luz el aire es mar o llama.

Tejidas de alas son flores del agua,
Arrecifes de instantes, red de espuma.

Islas de niebla, flotan, se deslíen
Y nos dejan hundidos en la Tierra.

Como son inmortales nunca oponen
Fuerza o fijeza al vendaval del tiempo.

Las nubes duran porque se deshacen.
Su materia es la ausencia y dan la vida
.

► Y el contemporáneo poeta mejicano Alexandro Arana Ontiveros en "Nubes", mezcla la imagen de las nubes como paso del tiempo y como reflejo mutable de los sucesos de la vida y los pensamientos:
Estas nubes del cielo que vemos juntos
son las mismas nubes que compartimos dentro
de nuestras infinitas cabezas nuestros cuerpos
abrazados durmiendo uno junto al otro.

Las nubes pasan y los años con ellas
mientras añoramos que las lluvias pasen vemos
el paso del tiempo entre sonrisas inexorable serlo
peleas helados de vainilla nuestro amor eterno.

Que no acaba sino se refuerza con más nubes
las blancas y las que nublan nuestros pensamientos
cuando estamos juntos se vuelven tormentas
y lloran mares de emociones compartidas.

Que transforman lo árido todo en vida,
lo gris cálido o frío en verde permanente,
y lo que nunca quisimos en lo que en verdad queremos
tener entre los dos para siempre entre tu y yo.
► El uruguayo Alfredo Mario Ferreiro (1899-1959) insiste en el valor de lo cambiante y mudable que son las nubes, como la vida misma en su poema "Lavando nubes":
El viento está lavando las nubes.
Toma una nube negra,
la empapa en lluvia,
la retuerce en seguida,
la golpea contra el molino,
nos moja el campo,
lava el cielo,
y sale la nube blanca
de negra que era
,
para ir a colgarse
en el hilo del horizonte,
a secarse.
En fin, no podemos concluir esta entrada sin dejar constancia del magnífico artículo de Javier Rada ["Los secretos de las Nubes", in "20 Minutos", 21 de diciembre de 2013]:

Reglamento para el que observa las nubes.

Artículo 1: Tome conciencia. Puede ser un coleccionista de luces, un viajante de nimbos. Cazador de dinámicas agrupaciones de gotas y hielos que se unen en los cielos para dibujar los cráneos de dragones vencidos. Sueñe con la tierra blanca de los seres feéricos que recitan en lo alto: "Oh, Néfele, esposa de Atamante, diosa griega de las nubes, ninfa del aire, con ciclones celebramos tu nacimiento".
Artículo 2: Ensucie la mirada de nimbos y cirros. Practique la poesía adánica del vapor de agua, y crea en la fuerza de lo sublime, región situada en la estratosfera de lo bello, el conjunto nebuloso trascendente, lágrimas de Stendhal –escritor que da nombre al temblor por el goce artístico–, único consuelo frente al patíbulo. Observe las nubes, sí: gloria de soñadores, figuras errantes, placer orgiástico en el desierto, alegría del vago, escudo de ángeles, sala de juegos para los cineastas celestes. Y todo lo que quiera, todo lo que imagine en su espontáneo devenir. Es gratis. "Disfrutarlas es un verdadero gozo democrático", dicen con orgullo los nubólogos.
Artículo 3: Todo es y será efímero. ¿Qué era el zen de los viejos filósofos? La nube matutina, la montaña azul. ¿Y para los poetas? "La numerosa nube que se deshace en el poniente es nuestra imagen", dijo Borges. ¿Y qué son las nubes? "Materia efímera, una mezcla de polvo de estrellas, agua y materias volátiles en perpetuo cambio, y que, sin embargo, siempre acaban siendo fieles a sí mismas", explica Fernando Fuentes, director del Congreso Internacional de Observadores de Nubes.
Artículo 4: Serán sancionados los que no busquen el éxtasis en este espectáculo elemental. La única virginidad que podría importarnos, el cielo exacto a como lo disfrutaron los antepasados. Las vio nuestra negra madre pariendo en el barro africano, y los tajadores de la piedra clovis, y el hitita y hasta el frigio, y el bosquimano que las contaba en chasquidos.
Artículo final. Si acepta este reglamento puede ser considerado un fanático de las nubes. Deje de leer esto. Son legión. Salga de inmediato a ver el cielo... Ha decidido continuar. Hablemos de nubes entonces... José Antonio Gallego tiene la testa y el pulmón puestos en el cielo. Es un cazador de nubes desde los 15 años. Un pionero en una afición que ya tiene algo de moda o de regreso. Escruta como aborigen el cielo, entiende los colores y los vientos. Un converso de la luz. Guarda una constelación de miles de fotografías, algunas de ellas publicadas en el libro "Atlas de las nubes y los meteoros". Un fotógrafo atmosférico que a veces se juega el cogote bajo eléctricos cumulonimbus (nubes de tormenta). Hay a quienes les choca su figura dispuesta en la soledad del páramo, escudado con un trípode, un teleobjetivo y un enorme mapa, y agazapado bajo la embestida de una supercélula (inmensa tormenta en rotación); los guardias civiles lo confundían en los años de plomo con un miembro de ETA. Sospechoso de fascinación por las nubes violentas. ¡Culpable!

Signos de libertad.

No se sorprende por el fanatismo que están levantando las nubes en este mundo tecnológico, gracias a la democratización de la fotografía y el vídeo en Internet, y a grupos organizados como la Asociación para la Apreciación de las Nubes, que ya cuenta con decenas de miles de socios en el mundo. Cree que tenemos algo de la Arcadia perdida, complejo de ratón en el laberinto, síndrome de Estocolmo con el sillón, y que entonces miramos al cielo: vemos signos etéreos de libertad, vagabundas sin consciencia de las fronteras que hieren la tierra.
En el caso de existir una Real Academia de los Nimbos, él sería miembro destacado. "Las nubes deberían estar protegidas como Patrimonio Común de la Humanidad, tendría que estar recogido el derecho de dejar a nuestros nietos la misma atmósfera", dice este cortejador de los cielos tamizados de Cabezón de la Sal, cuando sopla el viento sobre la cordillera cantábrica, y el efecto foehn hace que unas nubes "increíbles", los altocúmulos lenticulares, manoseen los pechos telúricos.
Le gusta coleccionar esferas celestes. La increíble luz de Islandia, por ejemplo, creada por un sol agónico y cuyas nubes bajas generan la ilusión de poder tocarlas. El orbe castellano y sus nubes recortadas. Los cielos turcos. Las fantasmagóricas tormentas de Barcelona y las lenticulares apariciones en la cordillera de los Andes. "No hay dos nubes iguales, el cincuenta por ciento de un paisaje son nubes, estamos acostumbrados a mirar hacia abajo, y muchas veces nos perdemos una belleza increíble", afirma.
Las nubes pueden pesar como varias manadas de elefantes, y sin embargo, flotan. Las nubes están unidas a la historia del arte, y por eso decimos "Este es un cielo velazqueño", o "Su oscuridad me recuerda a Goya". En la antigua China creaban altísimas torres cuyo cometido era absorber su agua en zonas desérticas. La nubes generan ruido, si hay suficiente silencio como para percibirlo, y hay artistas que usan los sonidos. Tenemos nubes estratosféricas, noctilucentes, en huérfana condición de nebulosa, con colores nacarados o madreperla, y cuyas iridiscencias fascinan a los habitantes polares, y que la NASA investiga por su relación con el ozono.
Durante milenios, han sido presagio para pastores, marinos y agricultores. Mojadas por sobrenaturalidad, son participación mística en términos psicoanalíticos. Las lenticulares, cuyas formas recuerdan a un sombrero o un ovni, o incluso a un pollo asado, inspiran fraudes. Ocurrió a principios del siglo XXen Noruega: los medios publicaron fotos de extraños objetos flotando en formación aludiendo que eran ovnis invadiendo la ciudad de Drobak. Los estratos, que son nubes bajas, pueden, a su vez, generar el espectro de Brocken, un efecto óptico en zonas de niebla. Si se las observa a la misma altura en una posición montañosa uno puede ver su propio reflejo rodeado por un áurea circular de luz en la cabeza. "No es de extrañar que casi todas las apariciones religiosas ocurran en lugares elevados", alega Gallego. Siguen siendo en parte desconocidas, por su naturaleza esquiva.

El inventario de las nubes.

Difíciles de estudiar, su ciencia tardó en aparecer, y no fue hasta principios del siglo XIX cuando entraron en el método científico. Fue el británico Luke Howard, farmacéutico y apostador, uno de los primeros en exponer este método siguiendo los pasos del inventario de las especies de seres vivos de Linneo. Así nacieron los géneros o madres de las nubes, según su forma: los cúmulos (parecidas a montones), los estratos (finas como capas), los cirros (cual mechón de pelo) y los nimbos (cargadas de lluvia). Y, de ellos, sus mutaciones o hijos: los cumulonimbos, los nimboestratos, etc... A ello sumaron los prefijos de alto, medio y bajo, y las bautizaron con la lengua de los romanos: cirrus uncimus, un cirro, de por sí deshilachado, en forma de gancho; o el altocumulus castellanus, con cuerpo de castillo y que presagia tormenta; o los cumulus humilis, las nubes de algodón o del buen tiempo. De este modo surgieron su centenar de especies, la fauna y flora celeste, a las que la ciencia ha ido añadiendo más adjetivos: lenticulares o con forma de lente, mammatus, o con forma de mama –¡pechos que surcan los cielos!–, orográficas, frontales, convectivas, de desarrollo vertical...
La teoría se confirmó cuando se pudo constatar que se daban en los puntos cardinales del globo. El humano necesitó siglos para superar el viejo juego que insinuara el griego Aristófanes en el 414 a.C. en su comedia Los Pájaros; la nefelocoquigia, el arte de dar nombre a sus formas e insinuaciones, el juego propio de locos y niños. En el orbe anglosajón dan nombre a un síndrome: ilusiones nefelocoquígicas, cuando uno solo es capaz de construir castillos en el aire.
"Existían teorías de todo tipo antes de Howard; en realidad, las nubes son una manifestación del cambio de fase de los estados líquidos o gaseosos, una estructura dinámica formada por un conjunto de partículas entre las que hay principalmente agua y cristales de hielo", explica José Miguel Viñas, meteorólogo y autor de Divulgameteo. Contienen restos de cenizas de volcanes, huellas de incendios, contaminación, materiales volátiles de origen espacial... Si son blancas, predomina el hielo y dejan pasar la luz. Si son negras, la densidad de sus partículas, gotas y granizo, hacen de pantalla. Todas aparentemente sólidas, evolucionan. Una nube puede ser el principio de otra, no son géneros estáticos; tras el paso de la tormenta observen los mutilados cirros como trofeos de guerra. Así es la vida. Así son las nubes. Aire enturbiado por el vapor de agua. Gotitas líquidas o sólidas que pueden desplomarse. Plácidas o amenazantes. Amigas del diluvio. Un tornado nace del embudo de un humilde cumulonimbus. Están avisados. "Muchos días sin nubes, producen monotonía, una sensación de hastío: son necesarias", asegura Viñas. El humano, ese animal que parece sufrir un cólico como fruto del conocimiento, quiso añadir sus especies en su juego de dios. Howard debería incluir las modernas estelas de los aviones que siguen un proceso similar de condensación, o la sorprendente nube sónica que generan los cazas al cruzar la barrera del sonido y posiblemente creada por una caída súbita de presión llamada singularidad de Prandtl-Glauert.

Las nuevas especies.

La Asociación para la Apreciación de las Nubes, un grupo fundado por el británico Gavin Pretor-Pinney –autor del bestseller "Guía del Observador de Nubes"– ha reclamado a la Organización Mundial Meteorológica que incluya una nueva especie natural. Se trata de la asperatus, la nube rugosa que recuerdan al oleaje de un océano golpeado por el viento del norte. El alto tribunal, al cierre de este reportaje, aún no había decidido si se trata de una nueva nube o de una variedad de estratiformes.
Tenemos nubes fantasmas que embrujan las montañas con fluidos etéricos; tsunamis de nubes que se lanzan sobre los edificios como la camiseta de Jonás expulsada del mar; o las glorias de la mañana, unos gigantescos rodillos o muros tubulares bien definidos y que las surfean con vuelos sin motor en el golfo de Carpentaria, norte de Australia. Y hay personas que las pintan, las fotografían, realizan vídeos en time-lapse. La nube digital está siendo invadida por nubes atmosféricas.
Jorge Fin es miembro destacado de la Asociación para la Apreciación de las Nubes –ostenta el número de socio 27– y es pintor. Abandonó el banco en el que trabajaba para irse a pintar nubes. ¿Loco? Un británico le habría diagnosticado ilusiones nefelocoquígicas. Pero él no construye castillos, los pinta. Un artista de cuadros y murales con los que sobrevive tras 24 años dedicado a un elemento universal. "Son un tema inagotable. Tumbarse a mirarlas es un deporte viejísimo. La belleza va unida a la tranquilidad y el sosiego", explica. Jorge lo describe así: "Es como quitarse un clavo del pie. Descansará la vista, perderá el tiempo –sí, el perdido derecho a perderlo–, un lujo de salud mental". Es algo que surge de manera natural en los niños y que los adultos deben tener la necesaria clarividencia para disfrutarlo. ¡Abandonen el rito de gritar traición al telediario! "Te das cuenta de que todo es efímero, y que no deja de ser un regalo por su poder de evocación y ensoñación", alega Jorge.

Congreso de observadores.

Oscurece en este reportaje de nubes. La luz quiebra colores moribundos. ¿Por qué nos atraen las nubes? "Hay algo de misterioso en ellas, mágico, bello, que nos conecta con nuestra composición esencial aunque no lo entendamos del todo", explica Fernando Fuentes mientras va preparando la segunda edición del Congreso Internacional de Observadores de Nubes, que tendrá lugar en 2014 en la Granxa Escola de Barreiros, Lugo. Un encuentro en el que se debatirá sobre ciencia, arte, filosofía... y con talleres prácticos y poéticos para cazadores de nubes. Para gente "profundamente enamorada, científicamente interesada o simplemente curiosa".
Las nubes nos recitan "necesidad de silencio y de contacto con uno mismo", asegura este coleccionista de hidrometeoros. Puede que en el congreso le recen a la diosa Néfele e imploren la aparición de sus hijas, para romper con el hastío de un monótono cielo azul y el culto apolíneo al turismo. Lo harán porque aseguran que solo las cosas verdaderamente esenciales sobreviven a modas y corrientes.
Abandono el ordenador y miro al cielo. Ni una nube. Solo una capa grisácea de contaminación. No hay prisa. Pasará el anticiclón. Y entonces claudicaré bajo lenticulares ojos divinos, pequeños alto-archipiélagos en expansión, catedrales místicas, cuernos vikingos, un violento oleaje hasta el vientre del infinito... La lluvia. El trueno. La resurrección. Eso son las nubes. Y más. Todo lo que usted sueñe. Un espectáculo democrático... Mire".


► Puede realizar esta miniquest de Javier González Rovira sobre "Las nubes" de Azorín.


► Puede escuchar un interesante programa sobre "Las nubes" titulado "La sonrisa del cielo son las nubes", que Alberto San Segundo realizó en 2014 con recitado de diversos poemas y canciones.


BIBLIOGRAFÍA.-

Cano, José Luis. "Manuel Altolaguirre, poeta de la nube", in La poesía e la Generación del 27. Madrid: Guadarrama, 1973, pp. 277-282.

Baquero Goyanes, Mariano. "Cinco variaciones del tema de las nubes", in Varios. Studia Hispanica in honorem Rafael Lapesa. Madrid: Gredos, 1976, pp. 61-71.

Lafarque, Antonio (comp.) Ángeles errantes. Las nubes en el cielo poético español. Málaga: Sur, 2013.

Torres Monreal, Francisco. "Las nubes de Azorín. Un ejemplo de arquitectura narrativa", in Varios. Estudios literarios dedicados al profesor Mariano Baquero Goyanes. Murcia: Sucesores de Nogués, 1974, pp. 511 a 522.







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