29 de septiembre de 2024

LOS 10 ELEMENTOS DE LA COMUNICACIÓN


TEMAS QUE VAMOS A DESARROLLAR
El emisor.
El mensaje.
El receptor.
El canal.
El código.
El referente.
El contexto o situación.
El ruido.
La redundancia.
La retroalimentación o feed-back

La comunicación puede definirse como transmisión de información de manera intencionada entre un emisor y un receptor que utilizan un código común. En la comunicación humana, es a través de este proceso como el hombre se interrelaciona con sus semejantes y es posible el proceso de socialización.

Hay que tener en cuenta que informar supone comunicar conocimientos nuevos, de tal modo que un mensaje que no aporte conocimientos nuevos tiene un contenido informativo muy bajo: cuanto más previsible sea un mensaje menor será su contenido informativo.

En todo acto de comunicación pueden surgir perturbaciones que pueden dificultar la perfecta transmisión del lenguaje, provocando la pérdida de contenido informativo. Tales perturbaciones se conocen con el nombre de ruido (distracciones, erratas, etc.) Para contrarrestar los efectos del ruido, el emisor repite contenidos, es decir, introduce cierto grado de redundancia que asegure la comunicación.

En todo acto comunicativo intervienen necesariamente una serie de elementos, llamados factores de la comunicación:

7 de agosto de 2024

MESTER DE JUGLARÍA. 10 CARACTERÍSTICAS INEQUÍVOCAS DE LOS CANTARES DE GESTA CASTELLANOS.


TEMAS QUE VAMOS A DESARROLLAR
1. Definición y tipo de narración.
2. Carácter distintivo de los cantares de gesta castellanos.
3. Tipo de versificación.
4. Transmisión de los textos.
5. Hetereogeneidad y variedad de un mismo texto.
6. Autoría.
7. Fecha de composición.
8. Lenguaje.
9. Finalidad y propósito de estas obras.
10. Influencia de los cantares de gesta en otros géneros o escuelas literarias.

Manuscrito del "Cantar de mío Cid"

1. Definición y tipo de narración. Los cantares de gesta son poemas épicos medievales (por tanto no son textos históricos, sino literarios) que narran hechos magnificados, proezas, hazañas heroicas y extraordinarias, conquistas o derrotas (preservando de este modo la memoria histórica de algún suceso), de un héroe, generalmente de existencia real, que habiendo sufrido alguna injusticia o traición o cualquier otro conflicto los supera gracias a sus excelentes valores éticos, sus cualidades individuales y su comportamiento ejemplar (que servirá de prototipo y modelo de los valores feudales que se desean arraigar en la sociedad, además de conformar una identidad nacional y cultural) de honor y honra, lealtad y fidelidad al rey, valentía, justicia, generosidad, astucia, nobleza y religiosidad cristiana.

Florinda (La Cava),
de Franz Xaver Winterhalter (1853)
 
2. Carácter distintivo de los cantares de gesta castellanos. Aunque suelen contener elementos fantásticos, legendarios y folklóricos, la característica esencial de los cantares de gesta castellanos es que son verosímiles y realistas (a diferencia de los franceses que suelen ser más fantasiosos, con inclusión de seres sobrenaturales y hechos imposibles), relatando sucesos realizados por algún personaje histórico (que es idealizado, ensalzado y recreado literariamente) cuyas hazañas o desgracias tienen base histórica (incluso con personajes secundarios también documentables, referencias toponímicas precisas y reconocibles y contexto histórico fundamentado que sirve de marco al relato), como ocurre, entre otros, con:

🡲 El rey godo don Rodrigo -"Cantar del rey Rodrigo y la pérdida de España"-,
🡲 Fernán González, el primer conde castellano -"Cantar de Fernán González"-,
🡲 Los siete hijos de Gonzalo Gustioz y Mudarra -"Cantar de los siete infantes de Lara"-,
🡲 Roldán, caballero de Carlomagno -"Cantar de Roldán"-,
🡲 Bernardo del Carpio -"Cantar de Bernardo del Carpio"-,
🡲 El infante García, último conde castellano -"Cantar del infante García"-,
🡲 Sancho II y Urraca -"Cantar de Sancho II y el cerco de Zamora"-,
🡲 Rodrigo Díaz de Vivar -"Cantar de mío Cid"-...
Su temática principal, pues, está centrada a la época de la conquista de España por los árabes (entorno al rey Rodrigo), el freno de su expansión en Roncesvalles (con el cantar de Roncesvalles, de Roldán y el de Bernardo del Carpio) y la posterior reconquista cristiana, destacando la creación del condado de Castilla y su evolución a reino (Fernán González, la familia Lara, el infant García), concluyendo con el ensalzamiento de un personaje castellano frente a la aristocracia leonesa: el Cid (con Sancho II y el cerco de Zamora, y el Cid y su conquista de Valencia). Añádense los motivos relacionados con un período de expansión territorial, de guerras y luchas, donde las intrigas, discordias y venganzas eran comunes (la condesa traidora, la campana de Huesca...).

25 de marzo de 2024

Descripción del ambiente de un corral de comedias en el siglo XVII, por Arturo Pérez Reverte (Cap. X de "El capitán Alatriste").



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"(...) Desde el monarca hasta el último villano, la España del Cuarto Felipe amó con locura el teatro. Las comedias tenían tres jornadas o actos, y eran todas en verso, con diferentes metros y rimas. Sus autores consagrados, como hemos visto al referirme a Lope, eran queridos y respetados por la gente; y la popularidad de actores y actrices era inmensa. Cada estreno o reposición de una obra famosa congregaba al pueblo y la corte, teniéndolos en suspenso, admirados, las casi tres horas que duraba cada representación; que en aquel tiempo solía desarrollarse a la luz del día, por la tarde después de comer, en locales al aire libre conocidos como corrales. Dos había en Madrid: el del Príncipe, también llamado de La Pacheca, y el de la Cruz. Lope gustaba de estrenar en este último, que era también el favorito del Rey nuestro señor, amante del teatro como su esposa, la reina doña Isabel de Borbón. Por más que el amor teatral de nuestro monarca, aficionado a lances juveniles, se extendiese también, clandestinamente, a las más bellas actrices del momento, como fue el caso de María Calderón, la Calderona, que llegó a darle un hijo, el segundo Don Juan de Austria.

El caso es que aquella jornada se reponía en el Príncipe una celebrada comedia de Lope, El Arenal de Sevilla, y la expectación era enorme. Desde muy temprana hora caminaban hacia allí animados grupos de gente, y al mediodía se habían formado los primeros tumultos en la estrecha calle donde estaba la entrada del corral, frontera entonces al convento de Santa Ana. Cuando llegamos el capitán y yo, se nos habían unido ya por el camino Juan Vicuña y el Licenciado Calzas, también harto aficionados a Lope, y en la misma calle del Príncipe sumóse Don Francisco de Quevedo. De ese modo anduvimos a la puerta del corral de comedias, donde resultaba difícil moverse entre el gentío. Todos los estamentos de la Villa y Corte estaban representados: desde la gente de calidad en los aposentos laterales con ventanas abiertas al recinto, hasta el público llano que atestaba las gradas laterales y el patio con filas de bancos de madera, la cazuela o gradas para las mujeres -ambos sexos estaban separados tanto en los corrales de comedias como en las iglesias-, y el espacio libre tras el degolladero, reservado a quienes seguían en pie la representación: los famosos mosqueteros, que por allí andaban con su jefe espiritual, el zapatero Tabarca, quien al cruzarse con nuestro grupo saludó grave, solemne, muy poseído de la importancia de su papel. A las dos de la tarde, la calle del Príncipe y las entradas al corral eran un hervidero de comerciantes, artesanos, pajes, estudiantes, clérigos, escribanos, soldados, lacayos, escuderos y rufianes que para la ocasión se vestían con capa, espada y puñal, llamándose todos caballeros y dispuestos a reñir por un lugar desde el que asistir a la representación. A ese ambiente bullicioso y fascinante se sumaban las mujeres que con revuelo de faldas, mantos y abanicos entraban a la cazuela, y eran allí asaeteadas por los ojos de cuanto galán se retorcía los bigotes en los aposentos y en el patio del recinto. También ellas reñían por los asientos, y a veces hubo de intervenir la autoridad para poner paz en el espacio que les era reservado. En suma, las pendencias por conseguir sitio o entrar sin previo pago, las discusiones entre quien había alquilado un asiento y quien se lo disputaba eran tan frecuentes, que llegábase a meter mano a los aceros por un quítame allá esas pajas, y las representaciones tenían que contar con la presencia de un alcalde de Casa y Corte asistido por alguaciles. Ni siquiera los nobles eran ajenos a ello: los duques de Feria y Rioseco, enfrentados por los favores de una actriz, habíanse acuchillado una vez en mitad de una comedia, so pretexto de unos asientos. El licenciado Luis Quiñones de Benavente, un toledano tímido y buena gente que fue conocido del capitán Alatriste y mío, describió en una de sus jácaras ese ambiente espeso donde menudeaban las estocadas:

En el corral de comedias
lloviendo a la puerta están
mojadas y más mojadas
por colarse sin pagar
.

Singular carácter, el nuestro. Como alguien escribiría más tarde, afrontar peligros, batirse, desafiar a la autoridad, exponer la vida o la libertad, son cosas que se hicieron siempre en cualquier rincón del mundo por hambre, ambición, odio, lujuria, honor o patriotismo. Pero meter mano a la blanca y darse de cuchilladas por asistir a una representación teatral era algo reservado a aquella España de los Austrias que para lo bueno, que fue algo, y lo malo, que fue más, viví en mi juventud: la de las hazañas quijotescas y estériles, que cifró siempre su razón y su derecho en la orgullosa punta de una espada.