Greenham, Pere. "El lenguaje de los gestos. Los europeos ostentan diferencias bien marcadas que van más allá de la geopolítica, razas y lenguas, sus gestos expresivos",
in Babelia (13), suplemento cultural de El País, 11 de enero de 1992, pp. 4-7.
Estando en un café al aire libre en los parisinos Champs Elysées, este verano fui testigo de una escena que ilustra perfectamente la intención de este artículo. Un caballero inglés, tras probar con delectación la consumición que había ordenado, y ante su nulo conocimiento de francés, hace un gesto aprobatorio al camarero. Junta el índice y el pulgar, levantando los dedos en el signo okay. El local estaba abarrotado por una clientela internacional. Se hace silencio a su alrededor y lo miran con hostilidad. Cogió su diario y, tras pagar, le oía farfullar “What’s wrong, what’s wrong?” [¿Qué pasa, qué pasa?]. Lo que ignoraba es que en Francia ese gesto significa cero y sin valor, en Malta equivale a acusar a un hombre de homosexual, en Grecia y Cerdeña se utiliza para insultar a alguien deseándole ser sodomizado. Y es que la implantación del esperanto y el ecu como moneda igualatoria puede llegar a funcionar en el intercambio comercial, mas no en el proceso comunicativo de expresión cultural. Los gestos primarios, como la timidez, la vergüenza, el cortejo y el miedo son expresados de igual manera por todas las razas y culturas. Sin embargo, ante una mayor complejidad del mensaje, surgen los gestos regionales, que caracterizan a un grupo étnico que usa un medio común de expresión. Dichos gestos enfatizan lo que se está diciendo, aunque pueden prescindir totalmente de la palabra. Es curioso observar que el factor geotérmico (norte-frío, sur-calor) es decisivo en la riqueza del repertorio gestual.
España.
Según los estudiosos del medio ambiente y sus repercusiones en la ecología y el comportamiento humano, Madrid, Barcelona y Tokio son las ciudades más cargadas de decibelios de todo el continente eurasiático. Ruido de coches, de máquinas tragaperras, de estar siempre en obras con toda la maquinaria de construcción. Al español, por regla general, el silencio le resulta asfixiante, de allí que se estudie, cocine, trabaje o espere con la radio o la tele puestas. Esto influye en que se chille en vez de hablar (para ser escuchados) y que se eche mano de gesticulaciones que hagan más claros nuestros enunciados y se enriquezca, por tanto, la expresividad. Es muy característico que casi sincrónicamente los hombres mayores hundan el cuello entre los hombros y volteen las palmas de las manos hacia arriba en una discusión. Esto provoca el típico acarraspamiento de la voz, que enfatiza un sentimiento de que cualquier cosa que se esté diciendo está siempre llevando la razón.