21 de junio de 2016

DISPUTA POR SEÑAS. Fábula de la disputación que los griegos et los romanos en uno ovieron (coplas 46-70), del Libro de Buen Amor, de Juan Ruiz


TEMAS QUE VAMOS A DESARROLLAR
1. El texto de Juan Ruiz.
2. Antecedentes literarios de la "Disputa".

► Accursio (1182-1256), en sus "Glosas al 'Digesto, de origine iuris'".

► El diálogo de "Plácides y Timeo".

► Ibn Asim de Granada (h. 1359-1426).

► "Censura de la locura humana" (1598).

► Cuentos folklóricos: "El sermón del fraile".

► Cuento argentino: "Las señas del rey".

► Otras referencias culturales:

■ De cultura china: "Interpretando un deseo", de Ma Baosham.

■ De cultura árabe: "La conversación de los sabios", de Yoha.

3. La Disputa en el contexto del Libro de Buen Amor.
4. Adaptación teatral del episodio de "La disputa por señas".


EL TEXTO DE JUAN RUIZ.

46 Entiende bien mis dichos, e piensa la sentençia,
non me contesca contigo como al doctor de Greçia
con 'l rivaldo romano e con su poca sabiençia,
quando demandó Roma a Greçia la sçiencia.

47 Ansí fuer, que romanos las leyes non avíen,
fueron las demandar a griegos que las teníen;
respondieron los griegos, que non los meresçíen,
nin las podrían entender, pues que tan poco sabíen.

48 Pero si las queríen para por ellas usar,
que ante les convenía con sus sabios disputar,
por ver si las entendíen, e meresçían levar:
esta respuesta fermosa daban por se escusar.

49 Respondieron romanos, que los plasía de grado;
para la disputaçión pusieron pleyto firmado:
mas porque non entendíen el lenguaje non usado,
que disputasen por señas, por señas de letrado.

50 Pusieron día sabido todos por contender,
fueron romanos en coyta, non sabían qué se faser,
porque non eran letrados, nin podrían entender
a los griegos doctores, nin al su mucho saber.

51 Estando en su coyta dixo un çibdadano,
que tomasen un ribaldo, un bellaco romano,
segund Dios le demostrase faser señas con la mano,
que tales las fisiese: fueles consejo sano.

52 Fueron a un bellaco muy grand et muy ardid:
dixiéronle: «Nos avemos con griegos nuestra convid'
»para disputar por señas: lo que tú quisieres pid',
»et nos dártelo hemos, escúsanos d'esta lid.»

53 Vistiéronlo muy bien paños de grand valía,
como si fuese doctor en la filosofía;
subió en alta cátedra, dixo con bavoquía;
«D'oy más vengan los griegos con toda su porfía.»

54 Vino ay un griego, doctor muy esmerado,
escogido de griegos, entre todos loado,
sobió en otra cátedra, todo el pueblo juntado,
et comenzó sus señas, como era tratado.

55 Levantose el griego, sosegado, de vagar,
et mostró sólo un dedo, que está çerca el pulgar;
luego se asentó en ese mismo lugar;
levantose el ribaldo, bravo, de mal pagar.

56 Mostró luego tres dedos contra el griego tendidos,
el polgar con otros dos, que con él son contenidos
en manera de arpón, los otros dos encogidos,
asentose el nesçio, catando sus vestidos.

57 Levantose el griego, tendió la palma llana,
et asentose luego con su memoria sana
levantose el bellaco con fantasía vana,
mostró puño çerrado; de porfia avía gana.

58 A todos los de Greçia dixo el sabio griego:
«Meresçen los romanos las leyes, yo non gelas niego.»
Levantáronse todos con pas e con sosiego;
grand honra ovo Roma por un vil andariego.

59 Preguntaron al griego, qué fue lo que dixiera
por señas al romano, e qué le respondiera
dis: «Yo dixe, que es un Dios: el romano dixo, que era verdad,
»uno et tres personas, e tal señal fesiera.

60 »Yo dixe, que era todo a la su voluntad;
»respondió, que en su poder teníe el mundo, et dis
»desque vi, que entendíen, e creíen la Trinidad,
»entendí que meresçíen de leyes çertenidad.»

61 Preguntaron al bellaco, quál fuera su antojo.
Dis': «Díxome, que con su dedo me quebrantaría el ojo,
»d'esto ove grand pesar, e tomé grand enojo,
»et respondile con saña, con ira e con cordojo:

62 »que yo l' quebrantaría ante todas las gentes
»con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes.
»Díxom' luego após esto, que le parase mientes,
»que me daría grand palmada en los oídos retinientes.

63 »Yo l' respondí, que l' daría una tal puñada,
»que en tiempo de su vida nunca la vies' vengada;
»desque vio la pelea teníe mal aparejada,
»dexos' de amenasar do non gelo presçian nada.»

64 Por esto dise la patraña de la vieja ardida,
non ha mala palabra, si non es a mal tenida;
verás, que bien es dicha, si bien fuese entendida,
entiende bien mi dicho, e avrás dueña garrida.

65 La bulra que oyeres, non la tengas en vil,
la manera del libro entiéndela sotil,
que saber bien e mal, desir encobierto e doñeguil
tú non fallarás uno de trovadores mil.

66 Fallarás muchas garças, non fallarás un uevo,
remendar bien non sabe todo alfayate nuevo,
a trobar con locura non creas que me muevo,
lo que buen amor dise, con raçón te lo pruebo.

67 En general a todos fabla la escritura,
los cuerdos con buen seso entenderán la cordura,
los mançebos livianos goárdense de locura,
escoja lo mejor el de buena ventura.

68 Las del buen amor son raçones encubiertas,
trabaja do fallares las sus señales çiertas,
si la raçón entiendes, o en el seso açiertas,
non dirás mal del libro, que agora refiertas.

69 Do coydares que miente, dise mayor verdat.
En las coplas pintadas yase la falsedat,
dicha buena o mala por puntos la jusgat,
las coplas con los puntos load o denostat.

70 De todos instrumentos yo libro só pariente,
bien o mal qual puntares, tal te dirá çiertamente,
qual tú desir quisieres, y fas punto y tente,
si me puntar sopieres, siempre me avrás en miente.
[Edición digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes].

Entiende bien mis dichos y medita su esencia
no me pase contigo lo que al doctor de Grecia
con el truhán romano de tan poca sapiencia,
cuando Roma pidió a los griegos su ciencia.

Así ocurrió que Roma de leyes carecía;
pidióselas a Grecia, que buenas las tenía.
Respondieron los griegos que no las merecía
ni había de entenderlas, ya que nada sabía.

Pero, si las quería para de ellas usar,
con los sabios de Grecia debería tratar,
mostrar si las comprende y merece lograr;
esta respuesta hermosa daban por se excusar.

Los romanos mostraron en seguida su agrado;
la disputa aceptaron en contrato firmado,
mas, como no entendían idioma desusado,
pidieron dialogar por señas de letrado.

Fijaron una fecha para ir a contender;
los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer,
pues, al no ser letrados, no podrán entender
a los griegos doctores y su mucho saber.

Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano
tomar para el certamen a un bellaco romano
que, como Dios quisiera, señales con la mano
hiciese en la disputa y fue consejo sano.

A un gran bellaco astuto se apresuran a ir
y le dicen: —“Con Grecia hemos de discutir;
por disputar por señas, lo que quieras pedir
te daremos, si sabes de este trance salir.”

Vistiéronle muy ricos paños de gran valía
cual si fuese doctor en la filosofía.
Dijo desde un sitial, con bravuconería:
—“Ya pueden venir griegos con su sabiduría.”

Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado,
famoso entre los griegos, entre todos muy loado;
subió en otro sitial, todo el pueblo juntado.
Comenzaron sus señas, como era lo tratado.

El griego, reposado, se levantó a mostrar
un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar,
y luego se sentó en el mismo lugar.
Levantose el bigardo, frunce el ceño al mirar.

Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos,
el pulgar y otros dos con aquél recogidos
a manera de arpón, los otros encogidos.
Sentose luego el necio, mirando sus vestidos.

Levantándose el griego, tendió la palma llana
y volviose a sentar, tranquila su alma sana;
levantose el bellaco con fantasía vana,
mostró el puño cerrado, de pelea con gana.

Ante todos los suyos opina el sabio griego:
—“Merecen los romanos la ley, no se la niego.”
Levantáronse todos con paz y con sosiego,
¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego!

Preguntaron al griego qué fue lo discutido
y lo que aquel romano le había respondido:
—“Afirmé que hay un Dios y el romano entendido,
tres en uno, me dijo, con su signo seguido.

Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad;
él: que domina al mundo su poder, y es verdad.
Si saben comprender la Santa Trinidad,
de las leyes merecen tener seguridad.”

Preguntaban al bellaco por su interpretación:
—“Echarme un ojo fuera, tal era su intención
al enseñar un dedo, y con indignación
le respondí airado, con determinación,

que yo le quebraría, delante de las gentes,
con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes.
Dijo él que si yo no le paraba mientes,
a palmadas pondría mis orejas calientes.

Entonces hice seña de darle una puñada
que ni en toda su vida la vería vengada;
cuando vio la pelea tan mal aparejada
no siguió amenazando a quien no teme nada.”

Por eso afirma el dicho de aquella vieja ardida
que no hay mala palabra si no es mal tenida,
toda frase es bien dicha cuando es bien entendida.
Entiende bien mi libro, tendrás buena guarida.

La burla que escuchares no la tengas por vil,
la idea de este libro entiéndela, sutil;
pues del bien y del mal, ni un poeta entre mil
hallarás que hablar sepa con decoro gentil.

Hallarás muchas garzas, sin encontrar un huevo,
remendar bien no es cosa de cualquier sastre nuevo:
a trovar locamente no creas que me muevo,
lo que Buen Amor dice, con razones te pruebo.

En general, a todos dedico mi escritura;
los cuerdos, con buen seso, encontrarán cordura;
los mancebos livianos guárdense de locura;
escoja lo mejor el de buena ventura.

Son, las de Buen Amor, razones encubiertas;
medita donde hallares señal y lección ciertas,
si la razón entiendes y la intención aciertas,
donde ahora maldades, quizás consejo adviertas.

Donde creas que miente, dice mayor verdad,
en las coplas pulidas yace gran fealdad;
si el libro es bueno o malo por las notas juzgad,
las coplas y las notas load o denostad.

De músico instrumento yo, libro, soy pariente;
si tocas bien o mal te diré ciertamente;
en lo que te interese, con sosiego detente
y si sabes pulsarme, me tendrás en la mente.
[Versión modernizada de María Brey Mariño (ed.). Libro de Buen Amor. Madrid: Castalia, 1991, pp. 44-47].


Asimismo, leámoslo en una adaptación en prosa de Florencia E. de Giniger:

« Sucedió una vez que lo son romanos, que no tenían leyes para su gobierno, fueron a pedir las a los griegos, que sí las tenían. éstos les respondieron que no las podrían entender puesto que su saber era tan escaso. Pero que si insistían en conocer y usar estas leyes, antes deberían debatir con su sabios, para ver si merecían llevarlas. Dieron como excusa está gentil respuesta.
Los romanos respondieron que afectaban y firmaron un convenio. Como no entendían sus respectivos lenguajes, se acordó que debatirían por señas y fijaron públicamente un día para la realización.
Los romanos quedaron muy preocupados, sin saber qué hacer, porque no eran letrados y tenían el amplio saber de los griegos. Al fin, un ciudadano propuso que eligieran un campesino y que hiciera con las manos las señas que Dios le diese a entender. Llegó el día acordado.
Buscaron un campesino muy astuto hilo vistieron con muy ricos paños de gran valor, como si fueran doctor en filosofía. Subió a una alta silla y dijo fanfarronamente:
"De hoy en más vengan los griegos con toda su porfía".
Llegó allí un griego, doctor sobresaliente, y subió a otra silla, ante todo el pueblo reunido. Comenzaron sus señas como se había acordado.
Se levantó el griego, con calma, y mostró sólo un dedo, el índice, y se sentó en su sitio. Se levantó el campesino, bravucón y con malas pulgas, y mostró Tres dedos tendidos hacia el griego, el pulgar y otros dos en forma de arpón. Se sentó con soberbia, mirando sus vestiduras.
Con serenidad se levantó el griego, tendió la palma llana y se sentó luego plácidamente. Se levantó el campesino con su tonta fantasía y, con terquedad, mostró el puño cerrado.
A todos los de Grecia dijo el sabio: "los romanos merecen las leyes, no se los niego".
Se retiraron todos en armonía y paz.
Preguntaron al griego qué fue lo que hablo por señas con el romano. Explicó: " yo dije que hay un Dios, el romano dijo que era uno en tres personas. Yo dije que todo estaba bajo su voluntad. Respondió que en su poder estábamos y dijo verdad. Cuando vi que entendían y creían en la Trinidad, comprendí que merecían leyes certeras".
Preguntaron al campesino que habían debatido: "me dijo que con un dedo me quebraría el ojo, tuve gran enojo. Le respondí con cólera y con indignación que yo le quebraría los ojos con dos dedos y los dientes con el pulgar. Me dijo, después de esto, que le prestará atención, que me daría tal palmada que los oídos me vibrarían. Y yo le respondí que le daría tal puñetazo que en toda su vida no entregaría a vengarse. Cuando vio la pelea tan despareja y que yo no le temía, dejó de amenazar".
Por eso dice la fábula de las había vieja: no hay mala palabra si no es tomada a mal. Verá que es bien dicha sin fue bien entendida».

[Giniger, F. E. Cuentos tradicionales y literarios. Buenos Aires: Colihue, 1984].


ANTECEDENTES LITERARIOS DE LA "DISPUTA".

Accursio (1182-h. 1259-1263), en su "Glosas al 'Digesto, de origine iuris'".

"La disputa por señas" indicó Julio Puyol y Alonso que podemos localizarla por primera vez en una glosa o exégesis textual del florentino Accursio , concretamente en el título II del "Digesto, de origine iuris" (aunque la crítica viene remarcando que no fue éste el autor la fábula), quien entre 1220 y 1250 ordenó las glosas existentes hasta el momento sobre el "Corpus Iuris Civile" (que estaba compuesto de una introducción o 'Institutiones', una antología jurisprudencial o 'Digesta' , una antología de leyes imperiales o 'Codex', y las disposiciones legales posteriores a Justiano o 'Novellae'), publicando la denominada "Magna Glosa" o "Glosa Ordinaria" o "Glosa Acursiana", que contiene 96.000 glosas realizadas a todo el Corpus. Al estar incluida en esta obra la fábula su difusión fue muy grande, pues éste era uno de los libros jurídicos esenciales en la Edad Media.
[Fernández de Buján, Antonio. "Sistemática y 'Ius Civile' en las obras de Quintus Mucius Scaevola y de Accursio", in Revista Jurídica de la Universidad Autónoma de Madr4id, 6 (2002), pp. 57-80.
Fradejas Lebrero, José. "La disputa de griegos y romanos en el folklore", in RDTP, LVIII, 2 (2003), pág. 223].

Ese texto decía así:

« Ante, inquit [Accursio], quam hoc fieret, misserunt Graeci Romam quendam sapientem ut exploraret, an digni essent Romani legibus. Qui, cum Romam uenisset, Romani cogitantes quid poterat fieri quendam stultum ad disputandum cum Graeco posuerunt, ut si perderet tantum derisio esset. Graecus nutu disputare coepit et eleuauit unum digitum, unum Deum significans. Stultus credens quod uellet eum uno occulo decaecare eleuauit duos et cum eis eleuauit etiam pollicem sicut naturaliter euenit quasi caecare cum uellet de utroque. Graecus autem credidit quod Trinitatem ostenderet. Item Graecus apertam manum ostendit ut ostenderet omnia nuda et aperta Deo. Stultus autem timens maxillatam sibi dare, pugnum clausum quasi repercussurus leuavit. Graecus intellexit quos Deus omnia clauderet palma et sic credens Romanos dignos legibus, recessit».

La fábula será siglos después criticada en el "Vocabularium utriusque iuris" de Antonio de Nebrija (1591), quien dice:

« DE LEGATIS ATHENAS MISSIS SOMNIVM ACCVRSII.
Pomponius libro primo Digestorum sub titulo que est de origine iuris "Placuit, inquit, publica auctoritate decem constituti uiros per quos peterentur leges a Graecis ciuitatibus ut ciuitas fundaretur legibus quas in tabulis eburneis praescriptas pro rostris composuerunt". Audite nunc obsecro nos egrotantis. Accursii somnia uana ante inquit quam hoc fieret: misserunt graeci Romam quendam sapientem ut exploraret andigui essent romani legibus. Qui, cum romam uenisset, Romani cogitantes quid poterat fieri quendam stultum ad disputandum cum graeco posuerunt, ut si perderet tantum derisio esset. Grecus nutu disputare coepit & eleuauit unum digitum unum deum significans. Stultus credens quod uellet eum uno occulo dececare eleuauit duos & cum eis eleuauit etiam pollicem sicut naturaliter euenit quasi cecare cum uellet de utroque. Graecus autem credidit quod trinitatem ostenderet.Item graecus apertam manum ostendit ut ostenderet omnia nuda & aperta Deo. Stultus autem timens, maxillatam sibi dare pugnum clausum quasi repercussurus leuauit Graecus intellexit quod Deus omnia clauderit palma & sic credens romanos dignos legibus recessit. O misserrimam saeculi nostri condicionem qui haec audimus & patimur, ec quis unquam talia deliramenta nisi a mulierculis lanificio intentis audiuit, et non uidet homo perditus non habita ratione temporum & personarum sibi ipsis repugnantia dicere. Quod si tanta erat illi in historia mentiendi libido at debuit saltem aliquod dicere quod nos falleret. Nunc uero ea per crapulam ructat quae nec credent pueri scribit constat esse factum trecentesimo altero anno ab urbe condita, hoc est, ante natalem christianum annos circiter quadringentos quinquaginta: quo pacto graecus & romanus de Trinitate personarum atque unitate substantiae in diuinis disputare potebant! Hoc nec Ezras quidem fecisset doctissimus illa tempestate legis interpres ne dum homines in falsa deorum gentilium religione occupati. Aut si tam diligens in historia esse uolebat illud potius annotare debuit romanarum rerum scriptores non quod Pomponius scribit creatos esse decem uiros per quos leges peterentur: sed cum prius deferendis legibus inter romanos conuenerit delatore tantum discerptarent missos esse tres legatos Athenas iussosque inclytas Solonis leges describere & aliarum Graeciae ciuitatum institula moresque pernoscere. Postea uero quam illi redierunt creatos decem uiros condendarum legum & iuris dicundi causa. Quod uero Pomponius scribit tabulas fuisse eburneas Dionisius Halicarnaseus diligentissimus antiquitatum romanorum scriptor libro nono aereas fuisse memorie prodidit. Quodque idem autor scribit tabulas in foro positas non est diuersum ab eo quod Pomponius tradit positas esse pro rostris. Nam rostra templum erat in foro romano quod placuit exornaci rostris nauium quas ab ancianibus acceperant non ut Accursius delirat piratarum. Illud uero per quam ridiculum quod in re manifesta dubitans pro rostris exponit ante oculos & ora hominum. Ab hispano opinor aliquo id didicerat quoniam hispane facies rostro appellatur.».

[ Perona Sánchez, José. "Las Observationes in Libros Iuris Ciuilis de Antonio de Nebrija", in Codoner, C. et González Iglesias, J. A. (eds.). Antonio de Nebrija: Edad Media y Renacimiento. Salamanca: Univ. Salamanca, 1977, pág. 157].

El diálogo de "Plácides y Timeo", de Juan Bonnet (anterior a 1303).


No obstante, lo cierto es que éste ha sido un relato muy usado en diversos contextos, tal y como nos mostró Félix Lecoy.
[Lecoy, F. Recherches sur le «Libro de Buen Amor». Paris: Librairie E. Droz, 1938, págs. 164-168].

De hecho aparecerá prontamente en otras obras. Así, a fines del siglo XIII, lo encontramos en el diálogo "Placides y Timeo" o "Libro de los Secretos de los Filósofos" de Juan Bonnet.
[Layna Ranz, Francisco. "La disputa burlesca. Origen y trayectoria", in Criticón, 64 (1995), pp. 23-24].

De este modo se relataba en el Diálogo de "Plácides y Timeo" (401-402):

« Entre les Rommains avoit .I. fol, gentil, de haut parage et biau jonenchel et bien aourné de vestemens, mais fol estoit naturelement. Chus fols, a celle assamblee des Rommains, avec ses parens estoit venus. Et quant il furent tous assamblés, le sage de Grece se leva sans mot dire et monstra a tous .I. de ses dois. Tous se teurent et furent tous cois, mus et taisans, car il ne savoient que le sage voloit dire par ce senefier. Et quant li jonenchaux vit que nuls ne respondoit ne ne faisoit signe contre le signe au sage, il se leva et monstra au sage .2. de ses dois levés contremont sans dire mot. Et li sages, qui avoit trouvees les prophecies de le loi crestienne et luté et dessus avoit estudié, li monstra .3. dois. Et li fols jonenchaux cuida que que il li monstra sa palme ouverte, si monstra au sage son poing clos. Doncques parla li sages et dist que merveilles bien li avoit li jonenchel respondy, et il ne congnissoit mie le jonenchel ne sa folie. Et lors leur donna otroy qu’il peussent avoir loys et leur fit avoir lois des .XII. tables, car encore n’en estoit plus».
[ Tomasset, Claude Alexandre (ed.). Placides et Timéo, ou, Li secrés as philosophes. Paris: Droz, 1980, pp. 194-195.
Para más detalles, analizando incluso la posición de la mano, vid.: Hüe, Denis. "Le doigt du sage et le poing du fou", in Le geste et les gestes au Moyen Âge [en línea], pp. 273-292. Aix-en-Provence: Presses universitaires de Provence, 1998 (generado el 21 junio 2016). Disponible en Internet: http://books.openedition.org/pup/3512].

y, despojado de toda intención didáctica, en Béroalde de Berville en la aventura que enfrenta a un doctor de Ginebra y a un carpintero de Montargis». Otros textos de los que tenemos referencia de similitud, y que nos han sido comentados por Fradejas, a quien seguimos en esta puesta en común de los mismos, son:
Ibn Asim de Granada (h. 1359-1426).

El cadí Ibn Asim de Granada, autor del adab, "Libro de los huertos de las flores", en donde reúne una serie de anécdotas con claras raíces folklóricas peninsulares, nos ofrece su versión árabe de la disputa por señas:

« Un rey musulmán, noticioso de que su vecino el emperador de Bizancio quería invadirle el reino, decidió enviarle un mensajero que solicitara la paz. Para la elección del portador de la embajada consultó a sus visires y dignatarios más ilustres, pero mientras que los distintos consejeros le designaban ya a uno ya a otro de los más nobles y famosos caballeros de la corte, uno de ellos guardó silencio. El rey se dirigió entonces a él y le dijo:
—¿Por qué callas?
—Porque no creo que debas enviar a ninguno de los que te han aconsejado —respondió.
El monarca interrogó de nuevo:
—¿Pues a quién crees que debemos enviar?
—A fulano —y mencionó a un hombre oscuro, sin nobleza ni elocuencia.
El rey, colérico en extremo, le gritó:
—¿Pretendes burlarte de mí en un asunto de tanta importancia?
El consejero respondió:
—¡Alah me guarde de ello, mi señor! Tú lo que deseas es enviar a una persona que alcance éxito en la embajada y por esto, yo, después de haber reflexionado mucho, creo que sólo éste que te he nombrado lograría lo que deseas, pues es un hombre de muy buena estrella y todos los asuntos que le encomendaste los solucionó con éxito y sin necesidad de elocuencia, ni nobleza, ni valor.
El rey, convencido, dijo:
—Dices verdad —y encargó a aquel hombre oscuro la alta misión y le envió a Bizancio.
Enterado el Emperador cristiano de que venía hacia él un embajador, dijo a sus dignatarios:
—Sin duda este embajador que viene a verme será el más ilustre y grande de todos los musulmanes. Sabed que cuando venga le haré entrar a mi presencia antes de aposentarle y le dirigiré varias preguntas; si me contesta sabiamente, le aposentará y asentiré a sus peticiones; pero si no me comprende, le expulsaré sin solucionar su embajada.
Cuando llegó el mensajero, fue llevado a presencia del Emperador, y una vez que cambiaron los saludos, señaló el Emperador con un solo dedo hacia el cielo; y el musulmán señaló hacia el cielo y la tierra. Indicó entonces el cristiano con su dedo en dirección a la cara del musulmán; y éste señaló con dos dedos hacia el rostro del Emperador. Por último, el cristiano le mostró una aceituna y el embajador le enseñó un huevo. Después de esto el Emperador se sintió satisfecho y solucionó el asunto a satisfacción del musulmán, tras haberle colmado de honores.
Preguntaron sus dignatarios al Emperador:
—¿Qué le dijiste y por qué accediste a sus peticiones?
Y él respondió:
—¡No vi jamás un hombre tan entendido y agudo como él: yo le señalé el cielo diciéndole: «Alah es uno en los cielos»; y él me señaló hacia el cielo y la tierra, diciéndome: «Pero Él está en los cielos y en la tierra». Después señalé hacia él con un dedo, diciéndole: «Todos los hombres que ves tienen un origen único»; y él me señaló con dos dedos para decirme: «Su origen es doble: descienden de Adán y Eva». Luego le mostré una aceituna, diciéndole: «Contempla la admirable naturaleza de esto»; y él me tendió un huevo como diciendo: «La naturaleza de éste es más admirable, pues de él sale un animal». Y por esto le solucioné el asunto.
Habiendo preguntado al musulmán de buena estrella qué le dijo el Emperador durante su entrevista, dijo:
—¡Por Alah! ¡No vi jamás un hombre tan tardo ni tan ignorante como aquel cristiano!
Al momento de mi llegada me dijo «Con un solo dedo, te levanto así»; y le repliqué: «Yo te levanto con un dedo y te tiro contra tierra, así». Entonces me dijo: «Te sacaré un ojo con este dedo, así»; y le respondí: «Yo te sacaré dos con mis dedos, así». Y tras esto dijo: «Solo podría darte esta aceituna, que es lo único que me quedó de mi comida». Yo le contesté: «¡Oh desgraciado! Estoy mejor que tú, pues aún me queda un huevo después de mi comida». Se asustó de mí, y solucionó rápidamente mi asunto. ».

[In Fradejas Lebrero, José. "La disputa de griegos y romanos en el folklore", in RDTP, LVIII, 2 (2003), pp. 232-233].

""Pantagruel", de François Rabelais" (1542).


En el libro de "Pantagruel", de François Rabelais también hallamos la fábula de la disputa. [Cfr.: Sverliij, Mariana. "¿Quién interpreta? La disputa por señas en Pantagruel. El libro de Buen Amor e Ibn Asim de Granada", in Artal Maillie, Susana G. (coord.). Para leer a Rabelais: miradas plurales sobre un texto singular. Buenos Aires: Eudeba, 2009, pp. 138-148.
Saba, Mario. "El sentido en cuestión: versiones de la disputa por señas en ibn Asim de Granada, Juan Ruiz y Fraçois Rabelais", in Artal Maillie, Susana G. (coord.). Para leer a Rabelais: miradas plurales sobre un texto singular. Buenos Aires: Eudeba, 2009, pp. 149-158.
Varela, Cecilia. "La (in)comunicación en la disputa por señas de ibn Asim de Granada, en el Libro de Buen Amor y Pantacruel", in Artal Maillie, Susana G. (coord.). Para leer a Rabelais: miradas plurales sobre un texto singular. Buenos Aires: Eudeba, 2009, pp. 159-173].

Cap. XIX. Comment Panurge feist quinaud l’Angloys qui arguoit par signe.

« Adoncques, tout le monde assistant et escoutant en bonne silence, l'Angloys leva hault en l'air les deux mains separement, clouant toutes les extremitez des doigtz en forme qu'on nomme en Chinonnoys cul de poulle, et frappa de l'une l'aultre par les ongles quatre foys ; puys les ouvrit, et ainsi à plat de l'une frappa l'aultre en son strident. Une foys de rechief les joignant comme dessus, frappa deux foys, et quatre foys de rechief les ouvrant ; puys les remist joinctes et extendues l'une jouxte l'aultre, comme semblant devotement Dieu prier.
Panurge soubdain leva en l'air la main dextre, puys d'ycelle mist le poulse dedans la narine d'ycelluy cousté, tenant les quatre doigtz estenduz et serrez par leur ordre en ligne parallele à la pene du nez, fermant l'œil gausche entierement et guaignant du dextre avecques profonde depression de la sourcile et paulpiere ; puys la gausche leva hault, avecques fort serrement et extension des quatre doigtz et elevation du poulse, et la tenoyt en ligne directement correspondente à l'assiette de la dextre, avecques distance entre les deux d'une couldée et demye. Cela faict, en pareille forme baissa contre terre l'une et l'aultre main ; finablement les tint on mylieu, comme visant droict au nez de l'Angloys.
"Et si Mercure… dist l'Angloys.
Là, Panurge interrompt, disant: "Vous avez parlé, masque !"
Lors feist l'Angloys tel signe. La main gausche toute ouverte il leva hault en l'air, puys ferma on poing les quatre doigts d'ycelle, et le poulse extendu assist suz la pinne du nez. Soubdain après, leva la dextre toute ouverte et toute ouverte la baissa, joignant le poulse on lieu que fermoyt le petit doigt de la gausche, et les quatre doigtz d'ycelle mouvoyt lentement en l'air ; puys, au rebours, feist de la dextre ce qu'il avoyt faict de la gausche et de la gausche ce que avoyt faict de la dextre.
Panurge, de ce non estonné, tyra en l'air sa tresmegiste braguette de la gausche, et de la dextre en tira un transon de couste bovine blanche et deux pieces de boys de forme pareille, l'une de ebene noir, l'aultre de bresil incarnat, et les mist entre les doigtz d'ycelle en bonne symmetrie, et, les chocquant ensemble, faisoyt son tel que font les ladres en Bretaigne avecques leurs clicquettes, mieulx toutesfoys resonnant et plus harmonieux, et de la langue, contracte dedans la bouche, fredonnoyt joyeusement, tousjours reguardant l'Angloys.
Les theologiens, medicins et chirurgiens penserent que par ce signe il inferoyt l'Angloys estre ladre.
Les conseilliers, legistes et decretistes pensoient que ce faisant, il vouloyt conclurre quelque espece de felicité humaine consister en estat de ladrye, comme jadys maintenoyt le Seigneur.
L'Angloys pour ce ne s'effraya, et, levant les deux mains en l'air, les tint en telle forme que les troys maistres doigtz serroyt on poing et passoyt les poulses entre le doigtz indice et moien, et les doigtz auriculaires demouroient en leurs extendues ; ainsi les presentoyt à Panurge, puys les acoubla de mode que le poulse dextre touchoyt le gausche et le doigt petit gausche touchoyt le dextre.
A ce, Panurge, sans mot dire, leva les mains et en feist tel signe. De la main gauche il joingnit l'ongle du doigt indice à l'ongle du poulse, faisant au meillieu de la distance comme une boucle, et de la main dextre serroit tous les doigts au poing, excepté le doigt indice, lequel il mettoit et tiroit souvent par entre les deux aultres susdictes de la main gauche. Puis de la dextre estendit le doigt indice et le mylieu, les esloignant le mieulx qu'il povoit et les tirans vers Thaumaste. Puis mettoit le poulce de la main gauche sus l'anglet de l'œil gauche, estendant toute la main comme une aesle d'oyseau ou une pinne de poisson, et la meuvant bien mignonnement de czà et de là ; autant en faisoit de la dextre sur l'anglet de l'œil dextre.
Thaumaste commençza paslir et trembler, et luy feist tel signe. De la main dextre il frappa du doigt meillieu contre le muscle de la vole qui est au dessoubz le poulce, puis mist le doigt indice de la dextre en pareille boucle de la senestre ; mais il le mist par dessoubz, non par dessus comme faisoit Panurge.
Adoncques Panurge frappa la main l'une contre l'aultre et souffle en paulme. Ce faict, met encores le doigt indice de la dextre en la boucle de la gauche, le tirant et mettant souvent. Puis estendit le menton, regardant intentement Thaumaste.
Le monde, qui n'entendoit rien à ces signes, entendit bien que en ce il demandoit sans dire mot à Thaumaste:
"Que voulez vous dire là?"

De faict, Thaumaste commença suer à grosses gouttes et sembloit bien un homme qui feust ravy en haulte contemplation. Puis se advisa et mist tous les ongles de la gauche contre ceulx de la dextre, ouvrant les doigts comme si ce eussent esté demys cercles, et elevoit tant qu'il povoit les mains en ce signe.
A quoy Panurge soubdain mist le poulce de la main dextre soubz les mandibules, et le doigt auriculaire d'icelle en la boucle de la gauche, et en ce poinct faisoit sonner ses dentz bien melodieusement les basses contre les haultes.
Thaumaste, de grand hahan, se leva, mais en se levant fist un gros pet de boulangier, car le bran vint après, et pissa vinaigre bien fort, et puoit comme tous les diables. Les assistans commencerent se estouper les nez, car il se conchioit de angustie. Puis leva la main dextre, la clouant en telle faczon qu'il assembloit les boutz de tous les doigts ensemble, et la main gauche assist toute pleine sur la poictrine.
A quoy Panurge tira sa longue braguette avecques son floc, et l'estendit d'une couldée et demie, et la tenoit en l'air de la main gauche, et de la dextre print sa pomme d'orange, et, la gettant en l'air par sept foys, à la huytiesme la cacha au poing de la dextre, la tenant en hault tout coy ; puis commença secouer sa belle braguette, la monstrant à Thaumaste.
Après cella, Thaumaste commença enfler les deux joues, comme un cornemuseur, et souffloit comme se il enfloit une vessie de porc.
A quoy Panurge mist un doigt de la gauche ou trou du cul, et de la bouche tiroit l'air comme quand on mange des huytres en escalle ou quand on hume sa soupe ; ce faict, ouvre quelque peu de la bouche, et avecques le plat de la main dextre frappoit dessus, faisant en ce un grand son et parfond comme s'il venoit de la superficie du diaphragme par la trachée artere, et le feist par seize foys.
Mais Thaumaste souffloit tousjours comme une oye.
Adoncques Panurge mist le doigt indice de la dextre dedans la bouche, le serrant bien fort avecques les muscles de la bouche. Puis le tiroit, et, le tirant, faisoit un grand son, comme quand les petitz garsons tirent d'un canon de sulz avecques belles rabbes, et le fist par neuf foys.
Alors Thaumaste s'escria:
"Ha, Messieurs, le grand secret! Il y mis la main jusques au coulde".
Puis tira un poignard qu'il avoit, le tenant par la poincte contre bas.
A quoy Panurge print sa longue braguette et la secouoit tant qu'il povoit contre ses cuisses ; puis mist ses deux mains, lyez en forme de peigne, sur sa teste, tirant la langue tant qu'il povoit et tournant les yeulx en la teste comme une chievre qui meurt.
"Ha, j'entens, dist Thaumaste, mais quoy?" faisant tel signe qu'il mettoit le manche de son poignard contre sa poictrine, et sur la poincte mettoit le plat de la main, en retournant quelque peu le bout des doigts.
A quoy Panurge baissa sa teste du cousté gauche et mist le doigt mylieu en l'aureille dextre, eslevant le poulce contremont. Puis croisa les deux bras sur la poictrine, toussant par cinq foys, et à la cinquiesme frappant du pied droit contre terre. Puis leva le bras gauche, et, serrant tous les doigtz au poing, tenoit le poulse contre le front, frappant de la main dextre par six foys contre la poictrine.
Mais Thaumaste, comme non content de ce, mist le poulse de la gauche sur le bout du nez, fermant la reste de ladicte main.
Dont Panurge mist les deux maistres doigtz à chascun cousté de la bouche, le retirant tant qu'il pouvoit et monstrant toutes ses dentz, et des deux poulses rabaissoit les paulpiers des yeulx bien parfondement, en faisant assez layde grimace, selon que sembloit es assistans».

Cap. XIX. Cómo Panurgo avergonzó al inglés que argumentaba por señas.

Entonces, con todo el mundo presente, dispuestos a escuchar y en perfecto silencio, el inglés levantó en alto las dos manos y las separó, juntando las extremidades de todos los dedos en forma de “culo de gallina”, como se dice en chinonés, y con las uñas de una mano golpeó cuatro veces las de la otra. Luego las abrió y golpeó una de sus palmas contra la otra con estruendoso ruido. Luego las juntó una vez más como acababa de hacerlo, golpeó dos veces, y nuevamente cuatro veces al abrirlas. Luego las volvió a juntar extendidas una contra otra como si rogara devotamente a Dios.
Enseguida Panurgo levantó en el aire la mano derecha, luego puso el pulgar de esa mano en la fosa nasal del mismo lado, mantuvo erguidos y ordenados los cuatro dedos, paralelos a la arista de la nariz, cerró el ojo izquierdo por completo y apuntó con el derecho, entrecerrando con fuerza la ceja y el párpado. Luego levantó en alto la izquierda con los cuatro dedos apretados y extendidos, el pulgar hacia arriba, su mano en ángulo recto con la mano derecha, con una distancia entre ambas de un codo y medio. Hecho esto, en la misma posición, bajó las manos hacia el suelo y las mantuvo finalmente en el medio, como para apuntar derecho a la nariz del inglés.
—"Y si Mercurio…" —dijo el inglés.
En ese momento lo interrumpe Panurgo diciendo: “Ha hablado, mascarita.”
Entonces el inglés hizo este signo: levantó alto en el aire la mano izquierda bien abierta,luego cerró en puño los cuatro dedos de la misma mano y apoyó el pulgar extendido en la punta de la nariz. Inmediatamente después levantó la derecha bien abierta y bien abierta la bajó, llevando el pulgar hacia el lugar donde se cerraba el meñique de la izquierda, y movió lentamente en el aire los cuatro dedos de esta mano. Luego, al revés, hizo con la derecha lo que había hecho con la izquierda y con la izquierda lo que había hecho con la derecha.
Panurgo, sin sorprenderse de esto, revoloteó por el aire su trismegista bragueta con la izquierda y con la derecha sacó un pedazo de hueso de costilla bovina blanca y dos trozos de madera con la misma forma, uno de ébano negro, el otro de madera colorada de Brasil, y los puso entre los dedos de esta mano bien simétricamente, y chocándolos, hacía el mismo ruido que los leprosos de Bretaña con las castañuelas, aunque sonaba mejor y más armoniosamente, y con la lengua contraída en la boca tatareaba alegremente, siempre mirando al inglés.

Los teólogos, médicos y cirujanos pensaron que Panurgo infería con este signo que el inglés era leproso.
Los consejeros, los legistas y en los canonistas pensaban que Panurgo quería concluir con esto que existía una especie de felicidad humana en el estado del leproso, como antaño lo sostenía el Señor.
El inglés no se asustó con esto y, levantando las dos manos en el aire, las puso de forma tal que cerró en puño los tres dedos del medio, y pasó los pulgares entre los índices y los mayores mientras mantenía los meñiques extendidos. Así se los presentó a Panurgo, luego los juntó de tal modo que el pulgar derecho tocaba el izquierdo y el meñique izquierdo el derecho.

Ante esto, Panurgo, sin decir palabra, levantó las manos e hizo este signo: con la mano izquierda juntó la uña del dedo índice con la uña del pulgar. Formó así una especie de argolla y, tras cerrar el puño con todos los dedos de la mano derecha, salvo el índice, lo metía y lo sacaba una y otra vez entre los dos dedos ya mencionados de la mano izquierda; luego extendió el índice y el mayor de la derecha, separándolos lo más posible y dirigiéndolos a Taumasto. Luego apoyó el pulgar de la mano izquierda sobre el rabillo del ojo izquierdo, extendiendo toda la mano como ala de pájaro o espina de pescado, y la movió con mucha gracia para aquí y para allá, y lo mismo hizo con la derecha sobre el rabillo del ojo derecho.
Taumasto comenzó a palidecer y a temblar, y le hizo este signo: golpeó con el dedo mayor de la mano derecha el músculo de la palma que está debajo del pulgar, luego formó con el índice de la derecha una argolla como la que había formado Panurgo con la izquierda, pero lo puso por debajo, y no por arriba, como hacía él. Entonces Panurgo se golpea las manos una contra otra y se sopla las palmas. Hecho esto, vuelve a meter el índice de la derecha en la argolla de la izquierda, poniéndolo y sacándolo varias veces. Luego extiende el mentón y mira fijo a Taumasto.
La gente, que no comprendía nada de estos signos, entendió bien que con ellos Panurgo le preguntaba a Taumasto sin decir palabra: “¿Qué quiere decir con esto?”.
En efecto,Taumasto comenzó a sudar la gota gorda y parecía un hombre sumido en un rapto de profunda contemplación. Luego volvió en sí y puso todas las uñas de la mano izquierda contra las de la derecha, abriendo los dedos en semicírculo, y haciendo este signo levantaba las manos todo lo que podía.
Ante lo cual Panurgo se puso de pronto el pulgar de la mano derecha debajo de la mandíbula, y el dedo meñique de la misma mano en la argolla de la izquierda, y en esa postura hacía resonar muy melodiosamente los dientes de abajo contra los de arriba.
Taumasto se levantó con gran esfuerzo, pero al levantarse se tiró un tremendo pedo de panadero, pues luego vino la torta; y meó vinagre bien concentrado, y apestaba como todos los diablos. La concurrencia empezó a taparse la nariz, pues Taumasto se cagaba de angustia. Luego levantó la mano derecha, la cerró de tal modo que juntaba las puntas de todos los dedos y apoyó la mano izquierda bien abierta sobre el pecho.
Ante lo cual Panurgo sacó su larga bragueta con borla, y la estiró un codo y medio, y la sostenía en el aire con la mano izquierda mientras que con la derecha agarró su naranja y tras arrojarla siete veces al aire, a la octava, la ocultó en el puño de de la derecha, sosteniéndola en alto sin decir palabra; luego empezó a sacudir su bella bragueta, mostrándola a Taumasto.
Luego de esto, Taumasto empezó a inflar las dos mejillas como un cornamusero, y soplaba, somo si inflara una vejiga de cerdo.
Ante lo cual Panurgo se puso un dedo de la mano izquierda en el agujero del culo, y con la boca aspiraba como quien come ostras en su concha o como quien sorbe la sopa. Hecho esto, abre un poco la boca y con la palma de la mano derecha golpeaba encima, haciendo un ruido fuerte y profundo, como si viniera de la superficie del diafragma por la arteria de la tráquea, e hizo esto dieciséis veces.
Pero Taumasto seguía soplando como una oca.
Entonces Panurgo se puso el dedo índice de la derecha en la boca, y lo apretó bien fuerte con los músculos bucales, luego lo sacó y, al sacarlo, hizo un fuerte ruido, como cuando los niños tiran unas lindas nabas con cerbatanas de saúco, e hizo esto nueve veces.

Entonces exclamó Taumasto:
“Ah, señores, ¡el gran secreto! Metió la mano hasta el codo.”
Luego sacó un puñal que tenía, sosteniéndolo con la punta hacia abajo.
Ante lo cual Panurgo tomó su larga bragueta y la sacudió tanto como pudo contra sus muslos; luego cruzó ambas manos en forma de peine sobre la cabeza, mientras sacaba la lengua tanto como podía y levantaba los ojos hacia arriba como una cabra moribunda.
“Ah, ahora entiendo, dijo Taumasto, ¿pero cómo?”, y hacía esta seña: ponía el mango del puñal contra el pecho, y sobre la punta ponía la palma de la mano, doblando apenas las extremidades de los dedos.
Ante lo cual Panurgo bajó la cabeza del lado izquierdo y se puso el dedo mayor en la oreja derecha, levantando el pulgar hacia lo alto.Luego se cruzó de brazos sobre el pecho, tosió cinco veces seguidas, y a la quinta pateó el suelo con el pie derecho, luego levantó el brazo izquierdo y cerrando todos los dedos en puño sostenía el pulgar contra la frente, golpeándose con la mano derecha seis veces el pecho.
Pero Taumasto, como si no se hubiera contentado con esto, puso el pulgar de la mano izquierda sobre la punta de la nariz, y cerró el resto de la mano.
Así, Panurgo se puso los dos dedos mayores a ambos costados de la boca, estirándola tanto como podía y mostrando todos los dientes, y con los dos pulgares se tiraba bien fuerte los párpados hacia abajo, haciendo una mueca bastante fea, según la opinión de la concurrencia.


[ referencia ].

"Censura de la locura humana".

En "Censura de la locura humana" (1598, II, cap. 29, fols. 61-62), haciendo referencia al "Digesto", se incluye esta versión:

«Escríbese en la Glosa de la Ley Segunda, del Título del Principio del derecho en El Digesto, que como los romanos, después de haber echado de Roma los Reyes, y cuantas leyes aquellos les habían dado, por la bellaquería que cometió el hijo de Tarquinio contra Lucrecia, pidiessen a los griegos athenienses, les quisiessen dar la Ley de las Doze Tablas, los athenienses enviaron a Roma uno de sus Sabios, para ver y hazer experiencia, si se les podía conceder lo que pedían por cuanto hasta allí, los habían tenido, y aun tenían, por gente bárbara y de poco modo. Lo que entendido por los romanos, buscaron de presto y con mucho secreto un loco, y vistiéndolo de ropas al propósito, hizieron que saliesse a disputar con el Sabio atheniense, a fin de que si el loco vencía, quedasse por ellos la victoria; y si no, que pudiessen dezir que, el que había disputado con el griego era loco; porque los griegos no se pudiessen reir ni burlar dellos.
Estando, pues, cada cual en su puesto, habiendo determinado el atheniense disputar por señas, alçó en alto el dedo índice: queriendo con ello dar a entender que no hay más que un solo Dios; pero el loco romano, pareciéndole que el otro le había amenazado de sacarle un ojo, algo de presto el índice y el de en medio, y con ellos, inadvertidamente como suele acaecer, el pulgar; queriendo dezir al griego que si tal imaginaba, él le sacaría los dos.
El griego entonces, no pensando a qué intento hazía aquello el romano, entendió, que quiso declarar, que también Dios es trino en personas. Para significar assí mesmo que a Dios nada le es encubierto, antes bien cuanto hay manifiesto y claro, levantó la mano abierta.
Creyendo de la propia suerte el loco que el griego le hazía señal de darle alguna bofetada, cerró de presto la suya y aleóla, queriendo que el otro entendiesse, que si lo tal intentaba, no se iría libre de la siella; porque le daría otra mejor puñada.
Más el griego, persuadiéndose que el Romano había hecho aquello para denotar que Dios tiene el Mundo en el puño, o que los sus divinos juicios y secretos, son muy ocultos y ininvestigables.
Maravillado del profundo saber de aquel hombre, que assí le había entendido y sabido responder a todo, juzgó a los romanos por muy sabios y dignos de mucho más de lo que pidían. ».

[In Fradejas Lebrero, José. "La disputa de griegos y romanos en el folklore", in RDTP, LVIII, 2 (2003), pp. 225-226].

"El sermón del fraile".

J. Camera y M. Chevalier presentan este cuento dentro de la tipología de cuentos tipo "924A", de "debate teológico por señas" [Camarena, Julio et Chevalier, Maxime. Catálogo tipológico del cuento folklórico español. Cuentos-novela. Tomo IV. ALcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2003, pág. 329], que José Luis Puerto recogió [Puerto, José Luis. Cuentos de tradición oral en la Sierra de Francia. Salamanca: Caja Salamanca y Soria, 1995. Cuento núm. 156]:

« Dice que era una vez un fraile que estaba a punto de…, que tenía que predicar un sermón por señas. Y no sabía y estaba 'to apurao'. Entonces entró en la cocina y le dice el cocinero:
— Yo voy y te lo digo.
Entonces fue el prior y le puso un dedo. Y el fraile pues dice que le puso dos dedos. Entonces fue el prior y le puso tres. Y el fraile fue y le puso la mano entera. El prior le puso una manzana. Entonces fue el fraile y le puso un trozo de pan, que metió la mano en el bolso, y se dio cuenta, a ver que tenía y salió un cacho de pan y se lo enseño al prior. Entonces el fraile fue 'pal' convento. Y le dice:
— ¿Qué te parece que sermón ha sido? Me dijo que me metía un 'deo' por el culo, entonces yo le dije que le metía dos. Él me dijo que tres, pues yo que la mano entera, cinco. Y me sacó una manzana, pensaría que tenía hambre; entonces yo fui le saque un cacho de pan. Y estuvo bien el sermón.
Ahora el prior entró y dice:
— Qué buen sermón me ha dicho. Me lo ha 'interpretao mu' bien. Yo le dije que había un solo Dios verdadero y él me dijo que había dos: Padre y Hijo. Y yo le dije que había Tres Personas distintas, y él me enseñó la mano, que era una mano poderosa. ENtonces yo le saqué una manzana, de la que pecó Adán y Eva, y él me sacó un trozo de pan, el de la Eucaristía.
Y interpretaron los dos el sermón de esta manera».

"Las señas del rey".

Vidal de Battini recoge el siguiente cuento en Argentina:

«Que había un rey que había ofrecido una gran cantidá de plata al que adivinara unas señas qu'él hacía, y al que no adivinara lu hacía matar.
Vinieron personas de todas partes y nadie adivinaba. Había un tonto que vivía con su madre, y un día que le dijo:
—Mama, ¿a que adivino yo las señas del Rey?
—No, h'hijo; usté tan tonto, ¡qué va a adivinar!
—Sí, mama, hágame una torta que voy pal palacio del Rey. ¡Ya va a ver! Le voy a trair una carta 'e plata.
Y que jue el tonto y se presentó al palacio. Y entonce el Rey dijo que lo dejaran entrar. Y el tonto dentro. Entonce el Rey sacó una uva y se puso a comer. Y el tonto sacó un pedazo de torta y se puso a comer él también, porque no tenía más.
Y entonce el Rey levantó un dedo, y el tonto levantó dos dedos. Después el Rey leivantó tres dedos, y el tonto levantó el puño entero. Y entonce el Rey le dijo:
—Me has ganau.
Le pidieron explicación al Rey. Entonces el Rey les dijo que él comía uva, que representaba la sangre de Jesucristo, y el tonto que comió la torta, que era el cuerpo de Jesucristo. Que cuando levantó un dedo, que dijo el Rey qu'era porque había un solo Dios, y que el tonto levantó dos, para decir que había dos. Y que el Rey que dijo qu'él levantó tres porque eran tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y que el tonto cerró el puño porque los tres eran personas distintas y un solo Dios verdadero. Y entonce el tonto se jue a su casa muy contento con la carga 'e plata que le había ganau al Rey. y que la madre le preguntó que qué le dijo el Rey. Y el tonto que le dijo:
—El Rey sacó uva pa comer y yo saqué la torta porque no tenía más, y la seguí comiendo. Después el Rey me dijo que m'iba a meter un dedo en el trasero y yo le dije que l'iba a meter dos. Él dijo que m'iba a meter tres dedos y yo le dije que riba a meter toda la mano.
Y la vieja pasó un gran apuro, y pensaba que cómo se había salvado su hijo, tan inocente. ¡También, si le malicia el Rey las cosas del tonto, lo mata!
Y así el tonto vivió muchos años muy rico con su madre. Y se acabó».

[Vidal de Battini, Berta Elena. Cuentos y leyendas populares de la Argentina. Vol. IX. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas. 1980-1984].

Otras referencias culturales.

Y de la universalidad del motivo, dan cuenta sendos ejemplos en diversas culturas.


DE CULTURA CHINA.

"Interpretando un deseo", de Ma Baosham.

«Tras yacer inconsciente en su lecho de muerte durante varios días, el anciano inesperadamente abrió sus ojos, que aún eran brillantes. Los tres hijos, que se habían mantenido en vigilia junto a su cama, pensaron que este sería el último momento consciente que tendría su padre moribundo, por lo que todos se le acercaron.
Los hijos esperaban su último consejo sobre cómo comportarse y cómo tratar con otras personas.
El anciano había tenido una inusual y exitosa vida. A los dieciocho años, había trabajado para la empresa de Negocios de Longchang como auxiliar del contable. Cuando cumplió veintidós años, se convirtió en el gerente que representaba a unos importantes inversores en una gran empresa de negocios, propiedad conjunta del Estado e inversionistas privados. En la década de los cincuenta del siglo pasado, en la época que el Estado prestó una atención especial a la educación de los profesores de los centros de enseñanza media y aún cuando no había cumplido los treinta años, fue designado subdirector de la escuela de profesores y, al mismo tiempo, director de la Oficina de Asuntos para la Enseñanza. Tiempo después, fue promovido a director de educación de la ciudad, más tarde a director del departamento de finanzas municipal. Durante la Revolución Cultural, cuando algún funcionario, grande o pequeño, sufría de diversas maneras, sólo tenía que dejar su puesto varios días hasta que era incorporado en el cuerpo dirigente, mediante el sistema tres-en-uno, del Comité Revolucionario del departamento de finanzas municipal. Con el transcurso de los años navegó con mucha suerte. El anciano se retiró a los sesenta años, renunció con honor al puesto de vicepresidente de la Junta Consultiva Política de la ciudad y se le garantizaron hasta su muerte los beneficios del jefe de una prefectura.
El anciano, que había llevado una vida pacífica llena de ascensos, escalando paso a paso, debió tener un truco o dos que otros desconocían. Como iba a abandonar este mundo, debía dejar este legado a sus propios hijos, no a extraños. Mirando con solemnidad y ansiedad, los tres hijos eran todo oídos, listos para escuchar las últimas palabras de su padre.
Los ojos del anciano no mostraban ninguna señal, pero aún eran claros. Recorriendo rápidamente los rostros de sus hijos, abrió lentamente la boca, que no mostraba dientes, sólo irregulares encías. Semejante al movimiento de una anguila, su lengua recorrió las encías y relamió los labios.
Todos los hijos contuvieron el aliento, en espera de algún dicho filosófico que pudiese beneficiarles durante el resto de sus vidas, pero todo lo que escucharon fue un largo suspiro, después del cual el anciano cerró los ojos.
El anciano murió en paz sin decir una palabra.
Le hicieron un gran funeral; después de éste los hijos comenzaron a recordar las miradas del anciano y los pequeños movimientos antes de su último suspiro. Los tres hermanos estuvieron de acuerdo en que al abrir su boca, estirar su lengua y lamer sus labios, quiso decirles: -En este momento, el silencio es mejor que las palabras.
El hijo mayor, que era el director de una gran compañía, concluyó que mediante estos tres movimientos, su padre quería decirles que sus dientes fueron afilados, pero que era precisamente su vigor y agudeza lo que había provocado su temprana pérdida. Su lengua, por el contrario, permaneció viva y vigorosa gracias a su suavidad y flexibilidad. ¿Acaso no era el consejo de su padre que un hombre rígido caería mientras que uno dócil ascendería? Admiraba mucho a su padre.
El segundo hijo, que trabajaba como secretario en la municipalidad, concluyó que al abrir su boca, enrollar la lengua y lamer los labios, su padre decía: -Menos palabras, más acciones. Cuida tu boca y piensa tus palabras. Mejor aún, mantén la boca cerrada.
El segundo hijo grabó estas palabras en su corazón.
El tercero y menos exitoso, que había trabajado en una tienda como agente de ventas pero que a pesar de que retenía su empleo, no le pagaban su trabajo, ahora se ganaba la vida encontrando clientes en cualquier parte para una compañía sin fondos que especulaba con las diferencias de precios. Su interpretación de los pequeños movimientos de su padre fue simple: -Un hombre no necesita más que comida y ropa.
¡Eso es un viejo astuto!
Tiempo después, cuando su madre supo esto, les reprendió a todos. -¡Bastardos!, ¿qué últimas palabras? ¡Su anciano padre lo que pedía era un vaso de agua! ».

[Huang, Harry J. (ed.). Vientos de Oriente. Antología de cuentos cortos chinos. Madrid: Editorial Popular, 2009, pp. 104-107].

DE CULTURA ÁRABE.

"La conversación de los sabios", de Yoha.

«Un gran sabio persa fue con sus discípulos a visitar a Tamerlán y le preguntó si existía la posibilidad de conocer a un sabio turco para poder intercambiar sus conocimientos.
Yoha fue elegido para esta ocasión. Se reunieron en el palacio en presencia de Tamerlán y algunos nobles. Después de las presentaciones, se sentaron uno enfrente del otro y se miraron durante largo rato. Unos minutos después, el persa tomó la iniciativa y dibujó con su caña un círculo en el suelo. Yoha contestó dibujando una línea horizontal que dividía el círculo en dos. Se volvieron a mirar y Yoha añadió una línea vertical que dividió el círculo en cuatro partes. Con un signo de la mano atrajo tres cuartos del circulo hacia él y apartó el cuarto restante hacia el persa. Entonces, el sabio persa replicó levantando el brazo y bajándolo violentamente. Yoha contestó moviendo su puñado hacia arriba. El persa se puso a andar sobre el círculo y a correr alrededor. Yoha sacó un huevo enseñándolo a los presentes. Y así se dio fin a este histórico encuentro.
Cuando el persa estuvo a solas con sus discípulos, le preguntaron sobre la misteriosa conversación que tuvo con Yoha.
— Ese sabio turco es muy avanzado, nunca había tenido un intercambio tan interesante y agradable. Hemos hablado sobre la creación del mundo. Para empezar, le pregunté:
»—¿Sabías que la tierra es redonda?
»Él contestó con mucha confianza en sí mismo:
»—Eso es cierto y aquí está el ecuador —y añadió— , recuerda que el mar ocupa tres cuartos de la superficie y la tierra sólo un cuarto.
«Entonces le dije:
»— Las tierras están rodeadas por mares y océanos.
» —Y todo en perfecta armonía —respondió él.
— ¡Qué personaje!—concluyó el maestro persa.
Por su parte, Tamerlán, contento de que Yoha hubiese superado la prueba, le preguntó:
—Cuéntanos cómo fue vuestra conversación.
—Es una persona insoportable —dijo Yoha—. Empezó por ordenarme:
»—Eh, turco, tráeme un plato de bureks.
»Y yo le contesté:
»—Bueno, pero lo dividimos entre los dos.
»Como me puso cara de enfado, le dije:
»—Si es así, yo me llevaré los tres cuartos y tú te quedas el resto.
«Entonces levantó la mano amenazándome, pero yo le avisé:
»—Cuidado; si no, recibirás un puñetazo en la cara.
«Entonces me insultó llamándome perro, cerdo, burro... y como no pude aguantar más esa humillación, le grité para que oyeran todos los presentes:
»—Vuelve a tu país, cobarde gallina.».

LA DISPUTA EN EL CONTEXTO DEL LIBRO DE BUEN AMOR.


« El contexto en que Juan Ruiz inserta esta primera burla está formado por las coplas 13-18 y 64-70, en las cuales el poeta discurre sobre el contenido esotérico de su libro y de su arte. Este marco contextual es, a mi parecer, nada menos que una invitación al lector para "comedir" sobre la burla, para concederle un sentido más profundo que el de mero divertimiento. Por otra parte, con la burla el Arcipreste trata de influir en la comprensión de los versos que la enmarcan, ya que en ella ilustra por imágenes concretas cómo bajo formas humorísticas se oculta una multitud de sentidos serios. Los múltiples sentidos de la burla del doctor griego han sido puestos de relieve por A. D. Deyermond que descubre en ella no menos de cuatro connotaciones paródicas, mediante las cuales Juan Ruiz ridiculiza las disputas académicas, la práctica del lenguaje de los signos, la 'translatio studii' y la exégesis bíblica.
[Deyermond, A. D. "Some aspects of parody in the 'Libro de Buen Amor'", in LBAS, pp. 56-61].
(Desde luego, estas "capas" paródicas las podía distinguir sólo el lector letrado familiarizado con el amplio ambiente de la cultura medieval europea). Pero, además de las cuatro posibilidades paródicas señaladas por Deyermond, la disputa contiene dos alusiones que no han sido reveladas hasta ahora. Por una parte, en un plano limitado, la burla del ribaldo romano es un correlato objetivo para la obra entera. Por otra, en el plano más vasto de la literatura europea, la burla refleja la correlación entre dos artes que gozaron de una atención esnecial en la alta Edad Media, la retórica y la dialéctica; como tal, la burla le ofrece a Juan Ruiz la oportunidad de expresar su juicio de que la retórica y la dialéctica son inseparables. Fiel a su hábito de enfocar irónicamente las cosas, pone de manifiesto su criterio de manera velada, iluminando la otra cara del problema, la del "divorcio" de la retórica y de la dialéctica, quizá porque en sus días se practicaba a menudo tanto en la educación como en la creación artística. Recordemos que según el cuento de Juan Ruiz, la condición esencial de la disputa es la comunicación "por señas o signos de letrado" (el detalle de lo letrado falta en la glosa de Accursio) Ahora bien, los últimos signos de letrado usados por el griego y por el romano en la contienda son la palma llana y el puño cerrado. Conforme a la tradición isidoriana, tan viva en España como en otras partes de Europa, estos signos representan respectivamente la retórica y la dialéctica: "Dialéctica et rhetorica est quod in manu hominis pugnus adstrictus et palma distensa: illa verba contrahens, ista distendens". Ciertamente, la asociación entre este pasaje isidoriano y los signos usados por los contendientes no se les habrá escapado a los oyentes o lectores letrados del Arcipreste, tanto más cuanto que éste, alejándose de la glosa de Accursio que le habrá servido de modelo, no acompaña cada signo con su explicación teológica. Presentando primero el enigmático relato y ofreciendo sólo al final las apostillas teológicas, Juan Ruiz, con su intuición artística que siempre acierta, deja al oyente el tiempo de interpretar a su manera el contenido de la "burla". Una posible interpretación consiste precisamente en asociar el signo; de la retórica ('palma distensa') y su significado ('verba distendens' o sea "extender las palabras" mediante la 'copia locutionis') con el propósito de "persuadir lo bueno y lo justo" ('rhetorica est bene dicendi, scientia ad persuadendum iuxta et bona) o de hablar 'persuabiliter et órnate'. Esta asociación resulta doblemente irónica: a causa del signo de la retórica, la "palma llana" (a causa de la "copia locutionis"), el doctor griego no consigue convencer a nadie y pierde el pleito. La otra ironía consiste en la atribución del signo de la dialéctica al bellaco romano. Según San Isidoro, la dialéctica enseña a distinguir entre 'vera' y 'falsa' y según la 'Summa de la rectórica' enseña a hablar 'subtiliter et acute' y el ribaldo romano apenas puede dar una burda interpretación a los signos que hace. Pero, como siempre, el Arcipreste no usa los últimos signos de los contendientes sólo con el propósito de hacer sonreír a sus lectores. Como buen conocedor y cultivador de la retórica y al mismo tiempo como acabado poeta, lanza un mensaje serio que coincide con la enseñanza isidoriana: la retórica no puede separarse de la dialéctica. Cuando las dos artes se disocian, como en el diálogo de los signos, la retórica deja de persuadir (por su signo, el doctor griego fracasa) y la dialéctica deja de ser sutil (el ribaldo, aunque consigue el bien supremo, la ley, por su falta de sutileza se vuelve ridículo).

Si en la disputación Juan Ruiz sólo sugiere, por vías paródicas, la necesidad del enlace entre la retórica y la dialéctica, en las coplas siguientes expresa de manera directa que la trama y la urdimbre con que teje su obra son "el bien dezir" y "lo sotil", precisamente los rasgos con que se suelen definir las dos artes liberales:

"la burla que oyeres non la tengas en vil,
la manera del libro entiéndela, sotil;
¿saber bien e mal, dezir encobierto, dofieguil?
¡tú non fallarás uno de trobadores mil! (65)
La asociación hecha en los primeros dos versos entre la burla y el libro se basa, evidentemente, en un contenido similar (que, siendo sutil, no debe ser tenido por vil). Además, burla y obra se emparientan por su medio de expresión, el signo, que es directo (mímico) en la disputa, y "encobierto" (poético) en la obra. Sin embargo, ya que los signos usados —sean gestos o palabras— son capaces de ocultar el verdadero sentido de lo pensado, el poeta exhorta previamente al oyente a que penetre en el estrato más profundo en que yace el significado sutil: "entiende bien mis dichos, piensa la sentencia" (64c). Está claro que en este verso Juan Ruiz se dirige sobre todo a sus oyentes menos duchos en materia literaria, a los ribaldos cortos de vista que podrían dar a su libro una interpretación superficial. Para ellos destaca el poeta, sin reticencia alguna, los rasgos superficiales de su arte: la sutileza dialéctica, la cual hermana lo aparentemente vil con lo valioso (65ab), y el ornato retórico, el cual estriba en el "dezir encobierto, doñeguil".

Por lo tanto, al contrario de la burla en que la retórica ("la palma llana") y la dialéctica ("el puño cerrado") son irreconciliables, en el 'Libro de buen amor' las dos artes son inseparables y el Arcipreste no se cansa de insistir en ello:

fallarás muchas garcas, non fallarás un uevo:
remendar bien non sabe todo alfayate nuevo;
a trobar con locura non creas que me muevo:
lo que buen amor dize con razón te lo pruevo [...].
Las del buen amor son razones encobiertas:
trabaja do fallares las sus señales ciertas;
si la razón entiendes o en el seso aciertas,
non dirás mal del libro que agora rehiertas:
do cuidares que miente dize mayor verdat,
en las coplas pintadas yaze la falsedat;
dicha buena o mala por puntos la juzgat:
las coplas con los puntos loat e denostat (66, 68-69).
Pero mediante estos versos el poeta no sólo profundiza su juicio sobre la necesidad de asociar el ornato retórico con la sutileza dialéctica, sino que llama la atención sobre el peligro del uso excesivo de la retórica: "en las coplas pintadas yaze la falsedat". Sin duda, "las coplas pintadas", hermanadas con los "dichos colorados" de Berceo y con el "colorar mis palabras" de Juan Lorenzo de Astorga, aluden al artificio retórico, a los 'colores rhetorici'. Pero a diferencia de estos poetas, Juan Ruiz asigna a la voz "pintadas" un sentido peyorativo; al relacionar las "coplas pintadas" con la "falsedat", sugiere que la retórica, desprovista del pensamiento dialéctico, se vuelve fútil. Igual que el signo retórico del doctor griego, "las coplas pintadas" están faltas de gran valor; éste debería ser buscado en los "puntos", es decir en las posibles interpretaciones de la "dicha buena o mala". Por consiguiente, el libro debe ser "loado o denostado" teniéndose en cuenta no el adorno retórico, sino los "puntos", los sentidos que encierra».

[ Judorica Impey, Olga. "Los topoi y los comentarios literarios en el 'Libro de Buen Amor'", in Nueva Revista de Filología Hispánica, XXV, pp. 286-290].

Y como complemento a lo dicho, Palomé Délano hace la siguiente interpretación:

«Este fragmento constituye, según algunos, uno de los últimos pasajes introductorios del texto, pues este pasaje ha sido considerado tradicionalmente como el «segundo prólogo», o «prólogo en verso». La trama de éste versa sobre «un griego y un romano disputan por señas, pero aunque ambos creen haberse comprendido, su interpretación de la misma serie de signos es totalmente distinta».
[J. M. Martínez Torrejón, El Libro de buen amor. Arcipreste de Hita. Apuntes Cúpula, Barcelona: Cúpula, 1991, p. 26].
Sin embargo, como se verá en este fragmento encontramos muchos más elementos que el propio exempla.

Ahora volviendo a la «Disputaçión», ésta posee una estudiada raíz folclórica. Uno de los primeros en sistematizar la fuente fue, una vez más, Felix Lecoy, el cual señala la fuente principal que es una glosa de Accursio y las variantes de las mismas.

El conflicto, y la interpretación del mismo, al menos desde Acursio, ha tenido mucho que ver con lo que señala Lecoy: «Certaines versions mettent en jeu le pape lui-même et un curé de campagne. Toutefois, dans tous les cas, la dispute porte, dans l’esprit du savant, sur un sujet de théologie élémentaire».
[Trad.: "Algunas versiones involucran al papa mismo y a un sacerdote de pueblo. Sin embargo, en todos los casos, en la disputa vence el espíritu del sabio a un sujeto con teología elemental". Lecoy, Félix. Recherches sur Le Libro de buen amor de Juan Ruiz Arcipreste de Hita. París: Droz, 1938, pág. 165]

Las variantes pueden ser eternas, pero en algo coinciden casi todas: estamos, antes que todo, frente a una disputatio parodiada o no; tema sobre el cual volveré a continuación. Ahora, y complementando lo expresado por Lecoy, Anthony Zahareas en su obra aporta lo siguiente relativo a la «Disputaçión». La línea del crítico apunta hacia las variaciones que realiza Juan Ruiz sobre el particular (v. gr. glosa de Accursio).
[Zahareas, Anthony. The Art of Juan Ruiz, Archpriests of Hita. Madrid: Estudios de Literatura Española, 1965, pág. 55].

(...). Si en principio la «Disputaçión» apunta a un juego de características teológicas, al menos (Lecoy), creo que en Juan Ruiz la situación en su estructura profunda apunta hacia otro lado. Ya se ha hablado bastante de la ambigüedad que marca y determina al Libro, creo que ya es hora de empezar a dar los primeros pasos en la búsqueda de una «buena lectura».

La filiación dialéctica de la disputatio es evidente, pero no debe olvidarse que este juego se da en el contexto de la retórica. (...) si se piensa mejor, en esta situación no existe un claro vencedor por más que alguno piense lo contrario. A veces se da como ganador al «ribaldo romano», pues en el fondo obtiene las leyes mediante engaños al griego, engaños de lo cual no se da cuenta éste. Pero a mi entender es todo un problema de focalización, ya que casi todo el suceso narrativo tiene como objeto de la enunciación al romano; sin embargo, si desplazamos el foco hacia el «dotor griego», éste también ha triunfado pues ha entregado, según así lo cree, las leyes a los romanos, pues éstos las merecerían. En definitiva, no hay triunfadores, no hay perdedores. ¿Qué ha ocurrido entonces? Lo que ha ocurrido es precisamente eso: se ha dado el tercero excluido. Ambas partes —griegos y romanos— creen que han logrado lo que desean: romanos las leyes, griegos otorgarla a quien lo merece. Todos felices. Sin embargo, estamos ante un cuento que no ha carecido de múltiples interpretaciones como se ha visto. Tradicionalmente se ha asumido como la parodia —una vez más— de ciertas reglas monacales que obligaban a un silencio absoluto y, por lo mismo, estaban obligados a acudir a un complicado sistema de signos para comunicarse. Como se comprenderá amén del evidente sentido cómico del relato el mismo puede ser leído de más de alguna manera, más aún debe ser leído como si de una clave se tratara. Basta recordarse la «ambigüedad como sistema» que determina el texto de Juan Ruiz. Por lo mismo, si se recuerda, se ha dado en comparar el «fablar en juglería» de Juan Ruiz con el 'trobar clus' provenzal.

(...) Entonces, ¿cómo debe ser leído? (...) Se podría pensar —siempre en el nivel de hipótesis— que el griego representaría frente ante los romanos el 'gravis stylus' pues tradicionalmente éste correspondía a los textos escritos en griego o en latín: «el porque non eran letrados nin podrían entender / a los griegos dotores nin al su mucho saber».
En cambio, los romanos que «leyes non avién», apuntaría al uso del 'humilis stylus', ya que en la preceptiva medieval lo bajo son aquellos textos «sin ningún orden, regla ni cuento» (López Estrada). Más aún, se podría achacarle lo estilísticamente bajo a las obras de las nacientes lenguas vernáculas, aquellas que aún no poseían la dignidad de lo escrito en las lenguas clásicas: «porque non entendríen el lenguaje non usado, / que disputasen por señas, por señales de letrado». Pudiéndose «señales de letrado» el latín o el griego. Quizá puede sonar no del todo verosímil esta dicotomía, especialmente por la (supuesta) ausencia de un estilo. Pero lo que busco es ir acumulando diversas respuestas a la «adivinanza» puesta por un tal Juan Ruiz».

[Palomé Délano, Valentín. "Retórica y performance en el 'Libro de Buen Amor'", in Toro Ceballos, F. et Godinas, Laurette (coords.). III Congreso Internacional. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y el 'Libro de Buen Amor'. Congreso homenaje a Jacques Joset. Alcalá la Real: Ayuntamiento de Alcalá la Real-Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, Instituto de Estudios Gienenses, 2011, pp. 351-372].

Layna Ranz nos explica que

« El episodio puede considerarse como:
-una ridiculización del intrincado código de signos empleado en la vida monacal para no quebrantar la regla del silencio;
-una parodia de la disputa medieval, o escolástica;
-y, como dice Deyermond, «it also a comic picture of the traslatio studii, the shift in civilization's center of gravity from Greece to Rome [También es una imagen cómica de la "traslatio studii", el cambio del centro de gravedad de la civilización Griega a la Romana].»
Si nos fijamos detenidamente, la disputa es la primera narración entretejida con las consideraciones morales del inicio del Libro. El Arcipreste nos avisa:
no m' contesca contigo como al dotor de Grecia
con el ribald romano e su poca sabiençia.
(46c-d)

Así, los contrincantes disputan por señales: el griego con sus gestos quiere dar a entender altas verdades teológico-dogmáticas; el romano sólo interpreta en los gestos de su oponente vulgares amenazas. Todo ello a pesar de la contradicción inicial que conlleva el que acuerden debatir por señas empleando un lenguaje verbal que necesariamente deberían conocer (¿cual, el griego, el latín?) y del anacronismo que se da en el debate, pues el dogma de la Trinidad (Dios es uno y tres personas a la vez: Padre, Hijo y Espíritu Santo) no existía en la época en que se sitúa la acción.

Leo Spitzer ve en el alejandrino «Non ha mala palabra si non es a mal tenida» (64b) el resumen del episodio, «pues un simple rústico puede vencer al doctor, si Dios le guía la mano, y así servirse de él y de las equivocaciones de los sabios para alcanzar sus propios y justos fines».
[Spitzer, L. Lingüística e Historia Literaria. Madrid: Gredos, 1961, pág. 105].

Es decir, la disputa es un nuevo guiño del autor al lector para que entienda bien su libro. La voluntad divina puede servirse de cualquier manifestación humana, por humilde que esta sea, pues tal y como nos apuntó María Rosa Lida, «la disputa en la que el simple, inspirado por Dios, humilla la sabiduría humana es un típico motivo medieval».
[Lida, M. Rosa. Selección del 'Libro de Buen Amor' y estudios críticos. Buenos Aires: Eudeba, 1973, pág. 35]

Esta posibilidad de que la lectura, la interpretación de un código, sea múltiple, se produce porque, como ella misma dice, «el signo es multivalente; todos sus significados son admisibles».


ADAPTACIÓN TEATRAL DEL EPISODIO DE "LA DISPUTA POR SEÑAS".


Evangelina Folino hizo una versión teatral de este episodio, que hemos adaptado y retocado sensiblemente nosotros, y que nos puede servir para hacer una breve representación:


Una plaza. Al abrirse el telón, aldeanas y aldeanos se divierten, canturrean, bailan. Se escuchan panderetas y flautas. Entre ellos se abre paso el Presentador.

PRESENTADOR: Señoras y señores, bienvenidos al teatro. (Los aldeanos se acercan y se sientan como espectadores para ver el espectáculo.) Prepárense para presenciar la divertida historia que contó hace muchos años mi amigo Juan Ruiz, arcipreste de la villa de Hita, y que se refiere a cuando los romanos no tenían leyes para su gobierno y se les ocurrió ir a pedírselas a los griegos, que sí las tenían. Mas no nos dilatemos en explicaciones y pasemos a presentarles a los protagonistas de esta historia. ¡Con ustedes..., los actores! (Señalando a uno y otro lado imitando al presentador de una pelea de boxeo.) ¡Vean aquí…, a mi derecha... los Romanos…! ¡Y por este otro lado…, a mi izquierda.... los Griegos!

(Entran por la izquierda del público los romanos y por derecha los griegos. Se miran como retándose mientras dan saltitos como los boxeadores.)

Griego 1: Pues no dicen que quieren leyes, ¡bah! ¿Para qué quieren tener leyes si son bárbaros sin cultura! La ley siempre ha sido el primer elemento de civilización. (Los griegos se miran entre ellos y se ríen).
Griego 2: ¿Saben, acaso, ustedes leer? (Dice señalando a los romanos, los cuales niegan con la cabeza al unísono.)
Griego 1: No saben leer, dicen. ¿Y cómo van a entender las leyes? Las Leyes siempre han de quedar fijadas por escrito, para que nadie las cambie por falta de memoria. (Se ríen.)
Romano 1: (Da un paso adelante con cara de pocos amigos). Nosotros queremos tener leyes precisamente para tener una convivencia más sociable. Vivimos en una gran ciudad, Roma. Somos ya demasiados hombres y mujeres que han de ser controlados en sus instintos, por lo que requerimos de las leyes para poder convivir. Las leyes nos harán ciudadanos, como a ustedes, con derechos y con deberes. Y respecto a lo de saber o no entenderlas..., eso corre por nuestra cuenta.
Griego 1: Está bien…, está bien. Pero para que se las demos, tendrán que demostrarnos que las merecen.
Griego 2: (Con firmeza.) Eso es. Nos demostrarán que merecen nuestras leyes. ¡Uuum! (Meditando). Veamos. ¿Qué prueba les impondremos?.
Griego 1: No sé, ¿qué pensáis vosotros? (Mirando a sus restantes compañeros, que con un movimiento de hombros y manos muestran su perplejidad) ¿No se os ocurre nada?
Griego 2: ¡Sí! ¡Ya sé! Tendrán que disputar con nuestros sabios, y si ganan en buena lid, se las daremos.
Romanos: (Consultan primero entre ellos y dan su respuesta a coro). Aceptamos de buen grado.
Romano 2: ¡Que vengan vuestros Sabios! Romano 1: Eso, que vengan. Basta cualquier romano para poder dejar sin respuesta a todos los griegos sabios en todo lo que se le pregunte.
Griego 1: ¡Ya veremos si eso es verdad!
Romano 2: (Dirigiéndose a los griegos.) Por cierto, ¿Y cómo haremos para entendernos si no sabemos el lenguaje de los sabios?
Griego 1: (Con sorna.) Pues… no sé... Lo mejor será que si no les entienden que disputen haciéndose señas.
Romano 2: (Con aire bravucón.) ¡Ah, perfecto! Eso nos parece bien. ¡Adelante!, que vengan cuando quieran.

Romanos: (Al público, con gesto de preocupación.) ¡En qué lío nos hemos metido! ¿A quién buscaremos para que debata con ellos?
Romano 1: A mí no me miréis, que yo no lo voy a hacer.
Romano 2: Pues tenemos que buscar a uno, y pronto, que si no nos van a decir que no hemos querido enfrentarnos a ellos por temor e ignorancia. Y si no hay debate, y lo ganamos, no nos darán las Leyes.

(De pronto, de entre el grupo de romanos se abre paso a los codazos un campesino de aspecto muy rústico).

Campesino: (Se adelanta.) ¡Yo disputaré con los griegos, si me lo permitís!
Romano 1: (Al público.) ¡Justo él! (Dirigiéndose al campesino.) ¿Pero tú quién eres para creerte capaz de acometer una empresa de semejante magnitud? ¡Madre mía, no había otro! ¿No entiendes que tú no puedes ser, que no estás capacitado para ello? Necesitamos a alguien que sepa hablar y entenderse con los sabios griegos, a alguien que sepa de muchas cosas...
Romano 2: Pues si no es él, tú me dirás... (le corta brúscamente), porque de entre nosotros tampoco no veo a nadie capacitado para disputar con sus sabios.
Romano 1: ¿Pero no sabes que es...? ¡Que no, hombre, que no puede ser él! ¡En valiente lugar nos dejaría!
Romano 2: Pues te vuelvo a repetir: ¿entonces quién?
Romano 1: No sé, pero... Nada, que no me parece bien. Aunque, quizá, tal vez... los dioses hayan determinado que sea él... ¡Sí!, quizá sea eso. Está bien. Lo que digáis.
Romano 2: Buen hombre, estamos en tus manos. Tú serás quien se enfrentará a los sabios griegos.

(Los romanos empiezan a vestir al campesino con ropas finas y elegantes como si fuera un doctor en filosofía mientras le dan instrucciones en voz baja).

Romano 1: En fin. ¡Buena suerte! ¡Y déjate llevar por lo que Júpiter Máximo te dé a entender!
Romano 2: Estamos seguros de tu victoria. Y como recompensa, si les ganas, que lo harás, podrás pedirnos lo que quieras.
Romano 1: (Mirando al cielo). ¡Oh, dioses, ayudadnos en esta disputa! (Dirigiéndose al campesino) ¡Ánimo, y a por ellos!
Romano 2: (Susurrándole). Recuerda...: ¡tendrás lo que quieras!
(El campesino ya está completamente vestido. Sube al estrado que hay en el centro y vocifera con aire fanfarrón.)

Campesino: ¿Donde están esos griegos? ¿Y los que llamáis sabios, dónde están? ¡Que vengan, todos, que vengan todos los griegos! ¡Vamos a ver quién sabe más! (Y mira al resto de los romanos complacido y sonriente).

(Un Sabio Griego entra y sube al estrado, colocándose frente a él. Con aire sosegado y digno muestra el dedo índice, dirigiéndolo hacia el romano, en posición vertical. Luego se vuelve con el resto de los griegos.
A su vez, el conjunto de los griegos hacen el mismo gesto, esta vez mirando al público y cuchicheando entre ellos.

Romano 1: (Al público.) ¡Extraña seña ha sido ésa! ¿Qué habrá querido decir?
Campesino: (Que estaba meditabundo, con la mano en el mentón). ¡Ajá! (Levanta la voz bravucón, y con malas pulgas muestra tres dedos en forma de tridente, apoyando el pulgar en el índice, y apuntando al Sabio Griego.)

(Todos los presentes miran en silencio. Los romanos entre ellos, y los griegos entre ellos también. Finalmente los romanos repiten el gesto del campesino mirando al público y cuchichean entre ellos.
Entonces, el Sabio Griego se adelanta con lentitud, sube al estrado y tiende hacia el campesino la palma de la mano.
Luego se vuelve a retirar a su grupo, quienes repiten el mismo gesto mirando al público y cuchicheando entre ellos).
Campesino: Grrr… ¿Qué se habrá creído éste? (Dice mirando a sus compañeros. Y con prepotencia muestra el puño cerrado, cerrando la boca en una mueca.)
Sabio Griego: (Dirigiéndose a todos los griegos). En verdad tengo que admitir que este hombre es un Sabio. Y si son capaces de tener tales muestras de sabiduría, debo declarar que verdaderamente los romanos son dignos de tener nuestras Leyes.
Griego 1: (Dirigiéndose a los romanos). Nuestro sabio, tras un debate tan acertado, ha llegado a la conclusión de que sois dignos de nuestras Leyes. La disputa ha terminado. Os las daremos prontamente, una vez se pongan de acuerdo nuestro sabio y el vuestro.


(Los romanos saltan y gritan hurras y vivas al unísono, con grandes muestras de alegría y alborozo. Luego, comienzan a retirarse, cada grupo por su boca de escena. Pero se detienen un momento los griegos, quienes comentan lo siguiente):

Griego 1: (Llama aparte al Sabio.) ¿Qué fue lo que le preguntaste?
Sabio Griego: (Mientras habla va repitiendo las señas que se hicieron con el campesino).
Yo le dije que hay un solo Dios.(Muestra un dedo). Y el romano me dijo que era uno en tres personas e hizo tal señal. (Muestra los tres dedos).
Griego 2: (Sorprendido). ¡No me digas! ¡Entienden el enigma de la Santísima Trinidad!
Sabio Griego: (Sigue explicando con aire doctoral). Pero eso no es todo. Luego le dije que todo está bajo la voluntad de Dios. (Muestra la palma de la mano). Y él me respondió que en su poder estamos. (Muestra el puño cerrado).
Griego 1: (No sale de su asombro.) ¡Sabia verdad y mejor respuesta!
Griego 2: En verdad merecen nuestras leyes.

(Salen de escena con ostentosos movimientos de cabeza que muestran el estar anonadados).
(Al mismo tiempo se detuvieron los romanos, y cuchillearon en voz baja mientras hablaban los griegos. Concluido el diálogo de éstos, subirán el tono de voz).
Romano 1: (Llama aparte al Campesino.) ¿Se puede saber qué te dijo el sabio griego?
Campesino: ¡Pues sí, hombre, claro que sí! El muy sinvergüenza me amenazó con un dedo, diciéndome que me quebraría un ojo. Yo le respondí indignado que eso habría que verlo, y que era yo quien le iba a meter los ojos en el cogote con estos dos dedos y que le partiría los dientes con el pulgar. (Hace la seña).
Romanos: (Envalentonados.) ¡Muy bien dicho! ¡Bravo! ¡Así se habla! ¿Qué se han creído esos?
Romano 1: ¡Sigue! ¡Sigue! ¿Qué más te dijo?
Campesino: (Mostrando la palma de la mano.) El viejo sabio griego no se dio por vencido y me dijo que me daría tal palmada en los oídos que me los dejaría vibrando largo tiempo.
Romanos: ¡Eh! ¡Oh! ¡Qué desfachatez! ¿Habráse visto fanfarrón mayor?
Campesino: Esperad, esperad. Entonces, yo le respondí, que le daría tal puñetazo que en toda su vida lo iba a olvidar. Y, claro, como vio que la pelea era desigual, no sólo entre él y yo, sino también entre todos los griegos y nosotros, pues dejó de amenazarme, porque sabía que yo le vencería a él y nosotros a todos ellos. (Ríe con aires chulescos).
Romanos: (Eufóricos.) ¡Bien hecho! ¡Así se hace! ¡Hurra por nuestro campeón! (Salen palmeando al ganador).

(Cuando todos se han ido, sale por la boca de escena el Romano 1, quien regresa a recoger un sombrero que había lanzado al aire al decir los hurras y vivas de la salida anterior. Luego permanece quieto y meditabundo, y mirando al público exclama):
Romano 1: Entonces, eso es que se han acobardado, por si les zurrábamos, y por eso se han rendido en el debate y nos van a dar las leyes... ¡Qué cobardes!

(Sale. Por el otro lado, regresa el Griego 1, quien recoge un cesto que en la entrada primera llevaba y había dejado en un rincón colocado. Mirando al público espeta):
Griego 1: ¡Nunca hubiera podido imaginar que estos romanos tuvieran tan gran conocimiento de teología! Ciertamente su sabiduría es mayor que la nuestra.

(Vase. Y el Presentador, que sale de entre el público comenta):
Presentador: Queridos espectadores: ya ven ustedes, que a buen entendedor, pocas palabras. O como dijo mi amigo Juan Ruiz: ”No hay mala palabra si no es tomada a mal”. Quede cada cual contento con su interpretación y todos satisfechos por el resultado de la disputa.

(Los aldeanos se retiran cantando y bailando).
T E L Ó N.




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