El profesor Antonio Domínguez Ortiz, en su artículo "La batalla del teatro en el reinado de Carlos III" (Anales de Literatura Española, 2 (1983), pp. 176-196) nos recuerda un suceso ocurrido en Cuenca, entre otros más que acontecieron en otras localidades, que me gustaría reproducir, pues muestra la "batalla campal" que se venía manteniendo entre los partidarios del antiguo teatro español y los neoclásicos, apoyados por los gobernantes.
En efecto, el teatro español del siglo XVIII estuvo marcado por dos grandes fuerzas en tensión:
• de un lado, el empeño de una élite de ilustrados en erradicar las comedias herederas del Barroco –que condenaban por su inverosimilitud y por abundar en ellas los comportamientos socialmente condenables– e imponer una fórmula teatral neoclásica que aunase gozo estético y utilidad social;Y como “las preferencias mayoritarias del público teatral estaban muy distantes de las de los hombres de letras, pues el pueblo seguía viendo la escena como un lugar liberador de todo tipo de tensiones” ((Rodríguez Cacho, Lina. Manual de historia de la literatura española. 2: siglos XVIII al XX [hasta 1975]. Madrid: Castalia, 2009, pág.78), las autoridades eclesiásticas, no es que quisieran un teatro ilustrado, sino que querían prohibirlo, tomándose, por su cuenta, la ley por su mano, costumbre muy habitual en la época. ...Y este es el caso de lo que sucedió en la localidad de Cuenca, con dos de sus obispos, desde mediados del siglo XVIII
• del otro, el gusto del público, que siguió decantándose por las comedias de estilo barroco (las de magia, de santos o de figurón, herederas todas ellas de las de capa y espada) y por el humor grueso e irrespetuoso de los sainetes, evolución de los entremeses del Siglo de Oro.
[N.B.- Pongo entre corchetes mis propias anotaciones, que considero útiles para entender bien el caso]
Antonio Domínguez dice:
[Puedes leer el texto completo del "Memorial ajustado, hecho de orden del Consejo-Pleno, á instancia de los señores fiscales del expediente consultivo... sobre el contenido y expresiones de diferentes cartas del... Obispo de Cuenca D. Isidro de Carbajal y Lancaster, 1769, editado por Francisco Fernández. Madrid: Joaquín de Ibarra, 1768.]
Enterado D. José Moñino, y encomendado por su Majestad, contestó al obispo que por menos hizo Felipe II comparecer ante la Real Audiencia al arzobispo de Lima, y que se había metido en asuntos que sólo competen a la jurisdicción civil (así, por citar un ejemplo, se expresaba que "los bayles, comedias y diversiones públicas, ni alguno de los delitos externos [que quiere referir como causa de los males], que con este motivo se comentan, no son del fuero eclesiástico, ni necesita o puede poner zeladores de ellos el Obispo sin caer en la nota de usurpar la jurisdicción Real y turbar la República, metiendo la hoz en mies agena"), y que "no contento el Obispo de Cuenca con conspirar con sus cartas especies tan sediciosas contra el Gobierno en las materias eclesiásticas, capaces de inducir a rebelión de los pueblos (...) dice que todos los males dimanan de la 'opresión de la Iglesia'".
En 10 de abril de 1774 Campomanes replicaba a los argumentos del obispo: los jornaleros no van a las comedias. La ociosidad de Cuenca nace de otros principios: de estar aniquiladas sus fábricas, de las limosnas que se dan a las puertas del obispado y del cabildo a los vagos y mendigos; de la rivalidad del cabildo eclesiástico con el secular, causa de que no se haya llevado a efecto la instalación de un hospicio cuyas ordenanzas, redactadas por el corregidor D. José Moñino, había aprobado el Consejo en 1766, «y no se ha plantificado por el vanísimo empeño de querer preferir los canónigos a los regidores». De esta situación nace que la nobleza, carente de honestas diversiones y avasallada por los eclesiásticos, vaya desamparando la ciudad.
Campomanes, que no encajaba la derrota, reconocía que la obra del coliseo había sido paralizada por orden real y que la consulta de 1768 no había sido resuelta, pero lo atribuía a olvido y proponía que se hiciera recordación a S. M. No debió de hacerse. En todo caso, en el expediente lo único posterior a 1774 son unos papeles de 1777 referentes a una reclamación de María Martínez, autora de comedias, que había llegado a Cuenca llamada por el Ayuntamiento, había gastado algún dinero en reparar el edificio, pero luego se le notificó que el Consejo había prohibido las representaciones. Campomanes dictaminó que, en efecto, tenía motivos para reclamar, pero no al municipio. ¿A quién entonces? Lo más probable es que la señora Martínez perdiera su tiempo y su dinero".
...Y así es como en Cuenca no se pudo reponer un ansiado corral de comedias, destruido por orden episcopal, continuando el Sr. Obispo metiendo baza donde quiso y pudo, prohibiendo comedias y ejerciendo de autoridad civil.
[Si quieres tener alguna referencia sobre él, hay unos "Apuntamientos de la vida de Isidro Carvajal y Lancaster, obispo de Cuenca y fundador del oratorio de San Felipe Neri de ella", escritos por Antonio Martín Dobón, y que están en la Biblioteca Nacional.
Este obispo Isidro Carvajal (1713-1771) fue hermano de José Carvajal y Lancáster (1698-1754), un cacereño, como él, que cultivó las letras, fue un ilustrado y llegó a ser Presidente de la Junta de Comercio y Moneda, Gobernador del Consejo de Indias y Secretario de Estado bajo los reinados de Felipe V y Fernando VI, incluso alcanzó el grado de Ministro con Fernando VI. Eran de familia encumbrada en la corte, pues entre ellos había grandes de España de 1ª clase, caballeros, marqueses, condes, regidores generales..., y obispos.
Lo chocante es que uno defendiera el teatro ilustrado, y otro quisiera borrarlo. ¿O no?]
que el 15 de abril de 1766, a pocos días de distancia del Motín de Esquilache, dirigió al confesor real una carta lastimera en la que suponía perseguida a la Iglesia de España, carta que le valió una severa reprimenda ante el Consejo pleno.
[En efecto, el motín de Esquilache se dio el 23 de marzo, y en Cuenca se levantó la población el 6 de abril. D. José Moñino, conde de Floridablanca, acudió a la localidad para averiguar las causas y los cabecillas, como Juez Investigador. Pero en el entretanto el Obispo mandó al rey Carlos III una carta acusadora (la presión fiscal sobre la Iglesia se había acrecentado, con lo que el Obispo aprovechó la ocasión para reclamar su liberación de impuestos, señalando que era "un saqueo de los bienes eclesiásticos" lo que se estaba haciendo (puedes leer el manuscrito de la BNE de la "Carta desmostrativa del derecho real a los diezmos novales en virtud de Bulas Pontificias, y Apologética, que presentó a Carlos III, D. Isidro de Carvajal y Lancaster, obispo de Cuenca, el 13 de mayo de 1766, manifestando que es un saqueo de los bienes eclesiásticos"), que "no se respeta ni guarda por las Justicias Reales la inmunidad local en las iglesias, ni la personal" (señalando casos en Cuenca, Valdemoro, Vellisca, San Clemente, Ossa de la Vega, Montalbo, y Enguídanos), etc., pero tan fuera de sitio en sus expresiones que se volvió todo en su contra. Recordemos que será ésta la época de la Ley de Amortización y de la primera expulsión de los jesuitas). El Obispo de Cuenca, quejándose de que "la Iglesia estaba saqueada en sus bienes, ultrajada en sus ministros y atropellada por la inmunidad", a través de las providencias reales contra la Iglesia, y que por eso le acuciaban a España los males que ahora sobrevenían ("cuanto más tributos se cobren del Clero y más se les prive de bienes, más perjuicio se hace al Estado, decía, aunque "no siendo su ánimo ofender ni menoscabar en línea alguna la suprema autoridad del rey, asegura, que no es conveniente al Reino la Ley de Amortización)", era un verdadero instigador contra el Gobierno y el Rey.
Así que, Pedro Rodríguez Campomanes demandó que "el Reverendo don Isidro Carvajal y Lancáster se presentara en el Consejo pleno de Castilla, para ser allí reprendido y avisado de que otra vez se le trataría con todo el rigor que las leyes previenen contra los que hablan mal del Rey y del Gobierno, y que después de esta intimación, se le notificara su salida de Madrid en el término de veinte y cuatro horas, sin ir a palacio (...) La comparecencia tuvo lugar el 22 de junio de 1768, en la Casa del Presidente, con desaprobación de sus escritos, por una [unanimidad] acordada, de que a la sazón se le hizo entrega, y que posteriormente fue remitida a los prelados todos" (Ferrer del Río, Antonio. "Introducción. Estudio sobre el Conde de Floridablana", in José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca. Obras Originales del Conde de Floridablanca. Madrid, Rivadeneyra, 1867, pp. VII-VIII.
Pero este obispo no escarmentaba...]
Poco antes de este desenlace, el 28 de agosto de 1767, dirigía otra carta a Carlos III, también de tono apocalíptico; ahora el mortal peligro para la Iglesia provenía de la presencia de unos cómicos. Recordaba en ella que:
Quando el augusto padre de V. M. [Felipe V] tenía su corte en Sevilla [entre 1729 y 1733], era obispo de Cuenca mi tío el duque de Abrantes; entró en ella una farsa y fueron tales los escándalos que inundaron la ciudad y la miseria en que la puso la desordenada afición de sus vecinos que vendían quanto tenían para ver las comedias, que representado todo a S. M. por mi tío mandó saliese la compañía y prohibió para siempre la entrada de otra. Esta Real Orden se intentó frustrar en tiempo de mi antecesor, y el señor Fernando VI se sirvió mandar derribar el patio para quitar toda ocasión de contravenir a los reales decretos.
Estas dos victorias tan gloriosas logró este obispado en el tiempo de los dos citados prelados, pero todo lo ha perdido en el presente con las más funestas consecuencias: la primera, con los gastos para formar un patio interino en que están representando más de un mes sin saber quando tendrá fin. La segunda, en los que provienen para levantar el patio derribado. La tercera, en el aumento que toma la suma pobreza de los vecinos, que viviendo los más de limosna la gastan aunque no coman en ver las comedias. Y lo que excede a todo, la perdición general de las almas...
D. Isidro se quejaba del desprecio a su autoridad que suponía tal estado de cosas, pues ya no sólo eran seglares los que asistían a las comedias, sino algunos curas, e incluso prebendados de la catedral, «atropellando no sólo mis avisos impresos en mi pastoral última sino todas las disposiciones de la Iglesia».
El expediente pasó a Campomanes, ya prevenido contra el obispo de Cuenca por la carta antes mencionada. Le puso al fiscal la cosa más fácil el descubrimiento en el convento de carmelitas de dicha ciudad de un cartapacio conteniendo unas cuartetas satíricas en las que se atacaba al Gobierno e incluso a la majestad real a propósito de la permisión de las comedias. En el expediente figuran algunas de estas coplas desvergonzadas, de las que daré sólo una muestra:
Acudid a las comedias
Campomanes se mostró escandalizado. Las coplas, dice, prueban que dentro del claustro pueden darse los delitos más atroces. El odio al Gobierno que respiran «no puede menos de tener raíces en lo que se oye en las casas episcopales». Las coplas debían ser quemadas en la plaza principal por el verdugo, y el general de los carmelitas había de imponer a su autor el escarmiento más ejemplar «para que un monstruo de su especie no contamine el rebaño y sepan los regulares que no quedarán impunes sus demasías».
que es consentimiento real,
azeros aficionados
como lo es Su Majestad.
Estribillo: Comedianta bonica y madama,
de las tablas caliente a la cama.
El Rey lo manda:
Esto es bueno,
y si fornicar mandara,
también dixeras lo mesmo.
Comedianta...
Quítesele a Dios el culto
en parte de Religión
y entren pues los comediantes
que traen real permisión.
Comedianta...
Los cómicos en los pueblos,
y fuera de ellos los frailes.
Así lo manda el Monarca
porque es mejor tabla y bailes.
Comedianta...
Auméntense los teatros,
quítense iglesias de España,
y pues que lo manda el Rey
todo lo demás es zambra.
En cuanto al asunto del teatro, ya se seguía expediente a instancias del corregidor, D. Juan Núñez del Nero. Según su informe, en el restablecimiento de las comedias se habían seguido las reales instrucciones de 1753 y 1763, así como las dictadas por el corregidor de Madrid en su calidad de Juez Protector General de Teatros, y en su virtud, para asegurar la prevención de todo escándalo, había dispuesto que las representaciones comenzaran en verano a las cuatro y media para concluir antes de anochecer «y evitar los desórdenes que facilita la oscuridad». No se permitiría la presencia de hombres parados y embozados a la puerta del patio de comedias. Se prohibía también fumar, la entrada de hombres en la cazuela o apartamento destinado a las mujeres, etc. En total, la ordenanza del corregidor constaba de catorce artículos. El mismo funcionario certificaba el 2 de octubre de 1767 que las representaciones se habían hecho con tranquilidad y compostura y que si los cómicos han frecuentado algunas casas particulares y recibido agasajos había sido como consecuencia de su actuación en ellas, portándose en todo momento honestamente.
Sobre estos fundamentos construyó Campomanes su dictamen fiscal.En él censuraba la actuación del obispo Carvajal, censura ampliable a su tío, que ordenó el derribo del patio de comedias, que no era de la Mitra, sino de los propios de Cuenca, que ahora necesitan hacer un desembolso para reconstruirlo. Sobre el fondo de la cuestión, reincide en sus argumentos en pro del teatro y sus virtudes educativas.
«Son continuas las quejas de que las gentes distinguidas se vienen a vivir a la Corte, y pocos advierten que esto dimana en mucha parte del mal gobierno de las ciudades; de haber el celo indiscreto exterminado las diversiones públicas, y de hacerse poco sufrible la prepotencia que algunos prelados quieren tomar en los pueblos donde residen, mezclándose en los negocios del gobierno político, que ni es de su incumbencia ni entienden, abandonando tal vez la tarea de formar un clero digno». Censura a su obispo por no tener seminario. Dicen que no le gustan las comedias. «Hace muy bien en no frecuentarlas. Lo mismo le sucede al Fiscal, y con todo las cree necesarias y juzga que el gusto particular no debe prevalecer al común sentir». No le merecen más indulgencia otros alegatos del obispo. El gasto que va a hacer la ciudad en construir el patio de comedias es imputable a la Mitra que lo hizo derribar. Decir que la asistencia al teatro empobrecerá a los habitantes es ridículo habiendo tasado el corregidor la entrada a cuatro cuartos. Además, ninguna de estas cosas es de la incumbencia del obispo, «a quien se le ha metido en la cabeza regir desde su alcoba la Monarquía».
El expediente durmió sin que el rey tomara una resolución. Volvió a reactivarse años después, en 1774, cuando el clima ya había cambiado en la Corte. En carta de 18 de febrero de dicho año el obispo de Cuenca volvía a la carga: relataba que en 1768 el municipio había pedido licencia para labrar un coliseo que costaría 69.576 reales. No se había llevado a efecto, pero ahora había obtenido permiso para cortar sesenta mil pinos y parte de la cantidad que se obtuviera quería aplicarla a dicha obra, lo que reputaba absurdo por la escasa población y mucha pobreza de Cuenca, «donde no pasarán de ocho casas (no contando las de eclesiásticos) las que puedan gastar en lo superfluo veinte reales, y muy perjudicial, porque sobre la ociosidad de la gente pobre habían de ir a la comedia los mismos que acuden a las puertas del obispado por la media libra de pan que diariamente les da». Refería el prelado que para remediar el ocio y la pobreza había gestionado que se enviasen a Cuenca labores de la Real Fábrica de Guadalajara y acababa expresando la necesidad de crear un hospicio y un cuartel de milicias. En ello se emplearían mejor los fondos de propios que en edificar un teatro.
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